Pregón de Semana Santa
de la cofradía del Cristo de la Columna





Vía Crucis realizado por la cofradía de la Columna tras el pregón



Ante todo, deseo manifestar mi agradecimiento a la cofradía del Cristo de la Columna, por haberme invitado a dar el pregón; a la comunidad de hermanas carmelitas que nos han acogido en su casa, y a todos ustedes por haber tenido la amabilidad de asistir al mismo.

Cuando comencé a darle vueltas a la manera de como podía enfocar este pregón, tuve claras desde el principio dos cosas: Primero, que no tenía que ser una conferencia sobre la historia de la Semana Santa de Alcalá. Y segundo, que tenía que versar sobre la Semana Santa de Alcalá. Así pues, decidí resolver esta aparente paradoja dando una visión panorámica de los principales hitos de la Semana Santa complutense de las últimas décadas, haciendo especial hincapié, lógicamente, en las aportaciones de la cofradía del Cristo de la Columna de la que hoy soy invitado.

Mucho es lo que ha cambiado Alcalá en estas últimas décadas, para bien en ocasiones y de forma no tan positiva en otras, hasta el punto de poderse afirmar que en la segunda mitad del siglo XX, prolongada por lo poco que llevamos todavía de la nueva centuria, la vieja Compluto romana ha experimentado una de las mayores transformaciones de su historia, sin parangón posible cuanto menos desde, como poco, que el cardenal Cisneros la eligiera como sede para su célebre universidad.

Y si Alcalá cambió en todo, o en casi todo, pasando de ser una somnolienta ciudad de poco más de veinte mil habitantes a una urbe universitaria y cosmopolita de más de doscientas mil almas, buena parte de ellas inmigrantes llegados de allende nuestras fronteras, era de esperar que su Semana Santa experimentara también unas transformaciones paralelas, en ocasiones convulsas... lo extraño hubiera sido lo contrario.

Remontémonos a unos cincuenta años atrás, es decir, hacia mediados del siglo pasado; el acicate que supuso la construcción de la vecina base militar de Torrejón y la instalación en el término municipal complutense de las primeras grandes fábricas (Roca, Gal, Metalúrgica Madrileña, Cointra, Ibelsa...) supusieron el aldabonazo de partida de una Alcalá que pocos años después comenzaría a no reconocerse a sí misma, con unas tasas de crecimiento desorbitadas (en apenas dos décadas llegó a multiplicar varias veces su población, hasta rebasar la barrera de los 100.000 habitantes) gracias a una emigración masiva de españoles (la venida de inmigrantes extranjeros estaba todavía muy lejana en el tiempo) procedentes de las regiones más deprimidas de nuestro país, los cuales al tiempo que aportaban la savia nueva de la que tan necesitada estaba la ciudad, crearon asimismo de forma involuntaria un problema para el cual ni Alcalá ni los alcalaínos estaban preparados: su integración en la sociedad complutense, enriqueciendo con sus aportaciones el acervo común de esta ciudad bimilenaria que, después de más de un siglo de decadencia, comenzaba a desprenderse poco a poco de su sopor.

Por supuesto los recién llegados, que tan sólo buscaban un futuro mejor para ellos y para sus hijos, no tenían culpa alguna de ello, ni tampoco la tenían evidentemente la inmensa mayoría de los alcalaínos; es posible que la culpa no fuera de nadie, pero por desgracia algo tan potencialmente positivo como era la revitalización de una sociedad rica en tradiciones, pero de un presente en buena parte estancado, no se supo, o no se pudo hacer de una forma más pausada u organizada. Como dice el refrán las prisas no son buenas para nada y por desgracia en Alcalá hubo demasiadas, lo cual no benefició a nadie (o a casi nadie) y perjudicó a casi todos, tanto a los naturales como a los venidos de fuera.

Esta situación condujo a una desarticulación de la nueva sociedad alcalaína que se tardaría bastantes años en subsanar. Fueron años de muchas carencias (basta con recordar el grave problema de la falta de agua, la escasez de colegios, la ausencia de hospital o los nuevos barrios todavía sin urbanizar) pero también de muchas ilusiones, aunque no todo iría bien en la totalidad de los casos.

Esto último es lo que ocurrió con la Semana Santa alcalaína. En realidad ésta arrastraba consigo una larga tradición de guadiana, con desapariciones y resurgimientos periódicos, el primero en 1917 después de bastantes años sin procesiones en nuestras calles, y el segundo tras el marasmo provocado por la Guerra Civil, que se llevó por delante a la mayor parte de la imaginería penitencial complutense al tiempo que desarbolaba a todas las cofradías entonces existentes a excepción de la del Cristo de los Doctrinos, que sería la que se responsabilizara de la tímida recuperación de la posguerra.

Desde el final de la Guerra Civil, hasta la fecha de arranque elegida para este pregón habían pasado ya cerca de veinte años, durante los cuales se habían logrado reconstituir varias de las cofradías tradicionales (las del Cristo de la Agonía, el Santo Entierro y la Virgen de la Soledad) que, junto a la del Cristo de Medinaceli, ésta de nuevo cuño, y a la ya existente del Cristo de los Doctrinos, cinco en total, conformarían la Semana Santa de esos años y de la posterior década de los sesenta, justo los de mi infancia, por lo cual se trata de algo que llevo muy grabado en la memoria.

¿Cómo era esa Semana Santa de los años sesenta, que hoy nos parece ya tan remota? Se podría definir como modesta, pero digna, con cada una de sus cinco cofradías volcadas en su participación particular: El Cristo de los Doctrinos, acompañado por la Virgen de la Esperanza, y el Cristo de Medinaceli abrían el Jueves Santo los desfiles procesionales, seguidos por el Cristo de la Agonía en la madrugada del Viernes Santo, la Virgen de la Soledad en la tarde del mismo y, como colofón ya a medianoche, la impresionante procesión del Silencio, con los tres pasos de la cofradía del Santo Entierro; puede que ahora no nos parezca demasiado, pero entonces no era así ya que estas celebraciones, dentro de su modestia, eran acordes a las posibilidades de esos años. Tampoco existía una procesión general, a diferencia de la etapa anterior a la Guerra Civil y a la inmediata posguerra, períodos en los que, por haber tan sólo una cofradía en activo (el Santo Entierro y los Doctrinos respectivamente) no quedaba otra solución, si se quería sacar varios pasos a la calle, que agruparlos en un acto único.

Esta situación de relativa estabilidad no habría de durar demasiado. Un nuevo bache, el tercero en lo que iba de siglo, tendría lugar a finales de los años sesenta, aunque en esta ocasión la responsabilidad no sería de una guerra sino de todo lo contrario, de la prosperidad económica que comenzó a experimentar nuestro país por entonces. Este decaimiento, que afectó en mayor o menor medida a la práctica totalidad de España, vino arrastrado por un cambio importante de hábitos que se tradujo, entre otras muchas cosas, en la afición de los españoles por las vacaciones de Semana Santa; fue entonces cuando comenzaron los éxodos masivos a la playa, que dejarían semivacías las ciudades justo cuando los desfiles procesionales tenían lugar, salvo en aquéllas como las capitales andaluzas, u otras castellanas como Zamora o Valladolid, en las que, por estar tan arraigadas en las tradiciones locales, se convirtieron de hecho en un reclamo turístico de primera magnitud... pero no fue éste evidentemente el caso de Alcalá.

Por si fuera poco, a este fenómeno de ámbito nacional, mal tachado por algunos de secularización ya que no se trató de tal, se conjuntaron en nuestra ciudad otros factores puntuales que contribuirían a ahondar todavía más la profundidad de la crisis. En primer lugar habría que considerar la llegada masiva de emigrantes anteriormente citada, que hizo de Alcalá una sociedad descoyuntada en la que los nuevos alcalaínos bastante tenían con sus problemas cotidianos como para preocuparse por las celebraciones y las tradiciones locales.

Y en segundo lugar, y asimismo importante, existió también un celo excesivo de las autoridades eclesiásticas de la época, que empeñadas en homogeneizar y uniformar las procesiones, dejaron reducidas éstas sin ninguna razón real a tan sólo a la recién implantada (o reimplantada) procesión general del Viernes Santo y a la del Cristo de la Agonía, la única individual que se libró al realizarse de madrugada. En la práctica, lo único que se consiguió con tan arbitraria decisión fue debilitar a las cofradías y, en ocasiones, desarbolarlas como ocurrió con el caso de la procesión del Silencio, cuya desaparición casi se llevó por delante a la cofradía del Santo Entierro que la organizaba. Otra cofradía, la del Cristo de los Doctrinos, si bien no desapareció y mantuvo abierta al culto su ermita, dejaría de participar a mediados de los setenta, y durante bastantes años, en los desfiles procesionales.

Y como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, cuando algo más tarde, a mediados de los años setenta, comenzó a desmantelarse en nuestro país el moribundo franquismo, sustituyéndolo por una joven democracia, a ciertos sectores presuntamente “progresistas” habría de darles por la estupidez de tildar a las procesiones de Semana Santa de algo caduco y reaccionario, íntimamente vinculado al régimen anterior... era falso, por supuesto, pero lograría calar entre amplios sectores de población causando un considerable y a todas luces innecesario daño. A modo de remate, la crisis económica que durante esos años golpeó a nuestro país cebándose con especial virulencia en Alcalá, se encargaría de rematar la faena.

Así pues, a principios de los ochenta a la Semana Santa de nuestra ciudad tan sólo restaba darle la puntilla, manteniéndose lo poco que quedaba de ella (apenas cuatro pasos) gracias a la perseverancia de unos pocos frente a la hostilidad de algunos (por fortuna no demasiados) y la indiferencia de casi todos. De hecho, resulta milagroso que todas las cofradías tradicionales sobrevivieran, pese a tantas tribulaciones, a esta dura travesía por el desierto, y basta con contemplar uno cualquiera de los modestísimos programas de la época para comprobar hasta qué punto habían decaído estas celebraciones en Alcalá pese a algunas iniciativas aisladas tales como la recuperación en 1983 del Nazareno de la cruz a cuestas para el Vía Crucis de la Adoración Nocturna, o de la procesión individual del Jesús de Medinaceli un año más tarde.

Por fortuna la reacción acabaría llegando y, asimismo por tercera vez en menos de un siglo, las celebraciones procesionales rebrotarían de nuevo con renovados ímpetus. No fue cosa de un año, ni de dos, pero existió un punto de inflexión y existieron asimismo unos responsables que es de justicia recordar aquí.

Ocurrió en 1988, hace ahora 21 años, y el principal promotor del resurgimiento, casi de sus cenizas, de la Semana Santa complutense no fue otro que José Macías, entonces concejal de Festejos del Ayuntamiento. Macías, granadino de nacimiento y alcalaíno de residencia y de corazón, sentía que una tradición tan arraigada en su tierra estuviera tan apagada en nuestra ciudad. Así pues, ni corto ni perezoso, tomó dos decisiones fundamentales: subvencionó directamente a las cofradías, algo que hasta entonces no ocurría, y promovió personalmente la creación de una nueva, la del Cristo de la Columna o de las Peñas, así llamada por proceder sus cofrades de las distintas peñas festivas de la ciudad.

Como imagen titular fue elegido el Jesús atado a la Columna que se conservaba en la iglesia del convento de la Imagen, una imagen de serie procedente de los talleres de Olot que, pese a haber sido adquirida por la comunidad de religiosas alrededor de veinte años antes, nunca hasta entonces había salido en procesión. Las carmelitas de la Imagen no sólo no pusieron el menor obstáculo sino que colaboraron en la iniciativa con todo entusiasmo, ofreciendo su iglesia como sede canónica de la nueva cofradía al tiempo que la apoyaban con toda determinación, apoyo que se ha mantenido sin fisuras hasta el presente acrecentándose incluso con el tiempo.

Aunque ahora nos parezca sencillo, la verdad es que la iniciativa del concejal tropezó con toda suerte de obstáculos y críticas. Por un lado, hubo sectores de la izquierda política, incluyendo algunos militantes de su propio partido, que no se recataron en mostrar su desacuerdo con que un concejal socialista apoyara una celebración religiosa. Y por el otro extremo, abundaron también quienes consideraban una irreverencia, si no ya poco menos que una herejía, que unos jóvenes juerguistas osaran meter la nariz en asuntos tan respetables y serios.

Por fortuna Macías perseveró en su iniciativa contra viento y marea y, cuando los nuevos cofrades salieron de la iglesia de las carmelitas portando la imagen en andas (una de tantas innovaciones de las que esta cofradía sería pionera), más de un agorero llegó a temer que se estuviera firmando el acta de defunción de lo poco que quedaba de los desfiles procesionales de la Semana Santa de Alcalá. Yo, por el contrario, y ahí están mis antiguos artículos publicados en la prensa local para demostrarlo, desde el primer momento confié en ellos y los apoyé en la medida que me lo permitían mis magras fuerzas. Para satisfacción de muchos y desagrado de unos cuantos, los bisoños cofrades acabaron pasando la reválida no ya con aprobado, sino con sobresaliente.

La llegada de la nueva cofradía, la primera constituida en Alcalá desde hacía más de treinta años, supuso el tan necesario y esperado revulsivo ya que, además de la savia nueva que aportó, hizo con su ejemplo que el resto de las cofradías fueran despertando poco a poco de su retraimiento. Evidentemente no se trataba de que todas ellas hicieran lo mismo; al contrario, cada una siguió con su propia línea contribuyendo entre todas ellas a dar más riqueza y diversidad al conjunto de la Semana Santa. Pero lo que sí hizo la cofradía del Cristo de la Columna fue servir de acicate en un momento auténticamente crucial.

A partir de 1988 comenzó una nueva etapa de crecimiento que hasta hoy ya no se ha detenido. No es mi intención enumerar aquí todas las innovaciones que se fueron desgranando en unos desfiles procesionales que cada vez fueron a más de forma ininterrumpida, ya que esto nos alargaría demasiado amén de que no deseo convertir este pregón en una crónica de la Semana Santa; invito, no obstante, a visitar mi página web a todos quienes pudieran estar interesados, dado que en ella describo en detalle estos acontecimientos. Hay que resaltar, eso sí, la importante contribución realizada pòr el fotógrafo alcalaíno Luis Alberto Cabrera, autor de los carteles de los primeros años y entre ellos del espléndido de 1988, una impresionante fotografía del Cristo de los Doctrinos que aún hoy sigue causando admiración, o el de 1990 dedicado precisamente al Cristo de la Columna.

Baste, pues, con enumerar como principales hitos la constitución de dos nuevas cofradías, la del Cristo de la Esperanza y el Trabajo (1995) y la del Cristo de los Desamparados y la Virgen de las Angustias (1998); la recuperación de la Procesión del Silencio (1994), o el retorno del Cristo de los Doctrinos a los desfiles procesionales tras su restauración (1997). Asimismo se crearon nuevas procesiones, como la del Domingo de Resurrección (2004) o la del Domingo de Ramos, iniciada esta última en los años noventa y consolidada a partir de 2006 con el estreno de la nueva imagen de la Entrada de Jesús en Jerusalén (o la Borriquilla); se rescataron imágenes que llevaban mucho tiempo sin salir a la calle, como la Virgen de la Esperanza o la Dolorosa del Santo Entierro, y se adquirieron otras nuevas, amén de las titulares de las cofradías, como la Virgen de la Trinidad, la Virgen de las Lágrimas o la Virgen de la Misericordia (novedad para 2009), al tiempo que se ha iniciado la talla de dos importantes pasos de Misterio, las Negaciones de San Pedro y el Descendimiento, y se anuncia también la reconstrucción de los desaparecidos Atributos de la Pasión. La última noticia, por ahora, es la constitución de un grupo de fieles en la parroquia de San Juan de Ávila, en el Chorrillo, que por el momento se encargarán de sacar en procesión el paso de la Borriquilla con el deseo de constituirse más adelante en cofradía.

Durante todos estos años la cofradía del Cristo de la Columna siguió estando siempre en la vanguardia de la Semana Santa y, sin desmerecer los notables méritos del resto de las cofradías, que son muchos, siempre se mantuvo en el candelero huyendo de lo peor que le puede ocurrir a cualquier asociación, el conformismo y la rutina. Además de la ya citada salida en andas, entonces toda una innovación, en 1989 instauraron su propia procesión de la medianoche del Miércoles Santo manteniendo su participación en la general, donde alcanzaría gran popularidad su despedida con la Virgen de la Soledad; colaboraron durante varios años en la del Domingo de Ramos vestidos de hebreos, o en 2004 en la del Encuentro. Sus innovaciones menores, tales como el estreno de nuevas andas o de la candelería, fueron también numerosas.

Pero sin duda la de mayor calado de todas ellas, desde la fundación de la cofradía, fue la llegada de su segundo paso, María Santísima de las Lágrimas y el Consuelo, labrada por el imaginero andaluz Bartolomé Alvarado y adquirida por la comunidad de carmelitas de la Imagen (de nuevo las monjas) en 2006. Cedida en custodia a la cofradía, ésta la incorporó a su procesión por vez primera en 2007, año en el que también figuró en el cartel oficial. Llevada por costaleros y bajo palio, de nuevo la cofradía sería pionera al utilizar una cuadrilla mayoritariamente femenina. Por último en 2008 se iniciaría una nueva tradición, la del Vía Crucis del primer viernes de cuaresma del cual este acto es hoy su preludio, para lo cual se eligió otra de las imágenes veneradas en esta iglesia, la del Nazareno con la cruz a cuestas, que nunca hasta entonces había participado en desfile procesional alguno. Veintiún años después de su constitución, no puede caber la menor duda de que la cofradía del Cristo de la Columna no sólo ha sido responsable de varias de las innovaciones de mayor calado en la Semana Santa complutense, sino también que goza en estos momentos de una vitalidad admirable.

Y eso es todo... por ahora, con un puñado importante de novedades para esta Semana Santa inminente y un no menos valioso cúmulo de buenas intenciones para el futuro. Nadie, ni el más optimista, hubiera podido pensar, hace tan sólo veinte años, que la Semana Santa de Alcalá llegaría a contar con ocho cofradías, quince procesiones, más de veinte pasos procesionales (la mitad de ellos llevados en andas o en costal) y una participación cada vez más multitudinaria de cofrades y fieles. De su vitalidad no sólo durante las celebraciones, sino también el resto del año, dan buena muestra los foros, blogs y páginas web en los que todos los interesados aportan sus opiniones, sus sugerencias y sus críticas... con sus naturales diferencias de criterio que, si son sinceras, lo que demuestran es la buena voluntad de unos alcalaínos que desean y buscan, desde sus personales puntos de vista, que la Semana Santa de nuestra ciudad sea cada vez mejor.

Éste es nuestro camino.


Pregón leído el 27-2-2009, primer Viernes de Cuaresma, en la iglesia del convento de la Imagen
Publicado en el nº 9 de La Columna, Semana Santa de 2010