Procesión general, ¿sí o no?





Antes de nada, quisiera dejar claro que éste no es un artículo de opinión, sino una simple reflexión sobre los pros y los contras de dos posibles alternativas, procesión general o procesiones individuales, a ninguna de las cuales considero la óptima ya que, dependiendo de las circunstancias, y éstas pueden ser muy variadas, podría resultar mejor optar por la una o por la otra.

Para empezar, conviene no olvidar que son muchos los lugares españoles -en especial en Andalucía- en los que el concepto de una procesión general ni se les pasa ni por la imaginación a los organizadores de las procesiones, que suelen ser individuales y organizadas por cada cofradía, con una media de dos pasos -por lo general un Cristo y una Virgen- por procesión. Tan sólo en algunos casos excepcionales, como ocurre con las fusiones de cofradías, se organiza una procesión con más pasos, aunque no suele ser lo más habitual. En lo que respecta a la Semana Santa castellana, aunque en ella sí son más frecuentes los desfiles procesionales con varios pasos -hasta once he contado en una procesión de Zamora-, tampoco se puede hablar en sentido estricto de procesión general, ya que ésta, aunque nutrida, está organizada por una única cofradía y en ella no participan el resto de las cofradías -ni de los pasos- existentes en la ciudad.

En realidad, tan sólo suelen darse dos circunstancias en las que la procesión general existe de verdad: cuando el número total de pasos es demasiado reducido como para poder organizarse procesiones individuales -en Alcalá, en los años ochenta, llegaron a salir tan sólo cuatro-, o cuando la presión de las autoridades eclesiásticas -eran otros tiempos- forzaba a una solución que no acostumbraba a ser del gusto de las cofradías, que por lo general solían preferir organizarse ellas solas.

De hecho esto último fue lo que ocurrió en Alcalá a finales de los años sesenta, cuando el empeño del entonces abad por meter a todas las procesiones en el mismo saco contribuyó de manera no desdeñable al colapso de la Semana Santa durante las dos décadas siguientes, y todo para conseguir una procesión general de tan sólo seis pasos que acabaría reducida algunos años después, tal como acabo de comentar, a únicamente cuatro.

Tras la recuperación de la Semana Santa alcalaína a finales de los años ochenta en principio se mantuvo la fórmula de la procesión general, lográndose incrementar el número de pasos hasta un máximo de nueve. A partir de entonces comenzaría la tendencia a desgajarse, lenta pero continua, de algunas cofradías, tal como ocurrió con el Santo Entierro o el Cristo de los Doctrinos, de modo que el incremento notable de pasos alcanzado en los últimos años, hasta rebasar la veintena, no se vería traducido en una procesión general de mayor tamaño, sino todo lo contrario.

Pese a ello, y pese a los esfuerzos realizados año tras año por corregirla, nunca se pudo llegar a evitar una reiterada descoordinación entre las diferentes cofradías, motivada principalmente por su distinto ritmo de paso al recurrir unas a las andas o a los costales mientras otras seguían manteniendo las carrozas sobre ruedas, con el consiguiente deslucimiento de la procesión.

Quizá por ello en su momento se ensayó convertir la procesión general en una corta carrera oficial, dejando que las cofradías siguieran a su aire el resto del recorrido... y el resultado fue peor todavía, ya que la descoordinación alcanzó niveles todavía mayores... y ni tan siquiera se copió bien este modelo, típico de Andalucía, porque en realidad la carrera oficial no supone -como se pretendió hacer aquí- que durante un tramo más o menos largo todas las procesiones se integren en una sola, sino que cada procesión, siempre de modo individual y en diferentes momentos -los intervalos de paso suelen ser de al menos una hora-, desfila por el mismo recorrido por el que lo hicieron las que la precedían. Lógicamente para que esto tenga sentido es necesario que cada día haya varias procesiones distintas -en Málaga llega a haber hasta ocho-, mientras en Alcalá lo habitual es que haya una o como mucho dos, salvo en el Viernes Santo que hay tres contando la más tardía del Santo Entierro.

En cualquier caso, y se mire como se mire, la supresión oficial de la procesión general no ha supuesto, en la práctica, sino el certificado de defunción de una fórmula que llevaba ya varios años agonizando. Es evidente que la mayor parte de las ocho cofradías existentes en la actualidad no deseaban, por diversas razones, participar en la misma, algo que guste o no es preciso respetar, y es evidente también que si con una media de siete u ocho pasos la organización de la procesión era ya suficientemente compleja, ¿qué ocurriría ahora con los diecisiete de que disponen todas ellas? Eso sin contar con la Borriquilla, el Resucitado ni los que intervienen en los vía crucis de las cofradías, ya que de hacerlo pasaríamos de los veinte.

Otros problemas añadidos serían la repetición de advocaciones -con el riesgo añadido de la supresión de alguna de ellas, como ocurrió hace años con la Dolorosa- o la necesidad, al ordenarlas según la secuencia de los Evangelios, de separar a los pasos de una misma cofradía, como por ejemplo le ocurriría a la de las Angustias al tener que colocar a las Negaciones de San Pedro al principio de la procesión y a su imagen titular casi al final de la misma.

En cualquier caso, lo único importante es que la Semana Santa alcance la mayor brillantez posible con independencia de la fórmula elegida para ello, sin olvidarnos tampoco de la necesidad de respetar la voluntad de las cofradías. Por fortuna, ya se acabaron los tiempos de las imposiciones que tan caras costaron en el pasado.


Publicado en http://ssalcala.blogspot.com/ el 28-4-2011