La Semana Santa de 1993
Pasada la Semana Santa de este año, conviene hacerse la pregunta tradicional por estas fechas: ¿Va a más, se mantiene o, por el contrario, está decayendo? Bien, a juzgar por mi apreciación personal, este año ha sido, más que de innovaciones llamativas como ha ocurrido en los inmediatamente anteriores, de consolidación de todo lo logrado, que no es poco. Las procesiones repitieron el esquema del año pasado ampliando varias de ellas su recorrido, y la salida a la puerta de su ermita del Cristo de los Doctrinos volvió a constituirse en uno de los focos de atracción de la general del Viernes Santo junto con la ya tradicional despedida del Cristo de la Columna y la Virgen de la Soledad. Novedad también, y asimismo importante, fue la participación del obispo en la totalidad de las celebraciones de la Semana Santa al estar libre ya de los compromisos que le impidieran hacerlo el año pasado.
No puedo dejar que pase por alto la heroicidad de la cofradía del Santo Entierro que, en un tiempo récord y sobre la marcha, logró construir una carroza para la Virgen Dolorosa la cual, al verse privada de costaleros por la marcha de Alcalá del Depósito de Sementales, estuvo a punto de no poder participar en la procesión. Pero al final todo se pudo resolver con una carroza muy digna conseguida gracias al esfuerzo de la cofradía y a la ayuda de otras, con lo que la Virgen pudo tomar parte sin problemas en la procesión.
Y, aunque puede que todavía sea demasiado prematuro para afirmarlo, sí que puedo avanzar que hay indicios de que el próximo año pudiera haber novedades de alcance; en el momento en que tal iniciativa se confirme, lo comentaré en esta misma sección.
Ya en otro orden de cosas, resulta evidente que monseñor Ureña tiene toda la razón cuando afirma que la Semana Santa es, ante todo, una manifestación religiosa; esto hay que entenderlo y, por supuesto, admitirlo como una realidad evidente que es. No obstante, y al igual que ocurre con muchos otros fenómenos de raíz religiosa, su importancia ha acabado desbordando su primitivo marco para convertirla, de hecho, en una manifestación cultural y artística (que no folklórica, como más de uno ha afirmado tan alegre como erróneamente) de primera magnitud. Es por ello por lo que, independientemente de nuestra propia manera de entender la religión, debemos aceptarla como lo que también es, una tradición sumamente arraigada en la sociedad española y, por ello, merecedora de todo nuestro apoyo.
Por tal motivo, desentenderse de la Semana Santa alegando para ello falta de sentimientos religiosos, algo por otro lado completamente legítimo, resulta ser tan ilógico como rechazar, valiéndose de idénticos argumentos, obras de arte tales como el Réquiem de Mozart, el canto gregoriano, la Piedad de Miguel Angel, el Cristo de Velázquez, las catedrales góticas o, ya en otro orden de cosas, la toledana sinagoga del Tránsito o la granadina Alhambra. Si en algo estimamos nuestro patrimonio cultural, no deberemos dejarnos llevar por criterios tan estrechos.
Publicado el 17-4-1993, en el nº 1.330 de
Puerta de Madrid.
Actualizado el 6-2-2009