Justo y Pastor: 450 años de la Reversión





Grabado procedente de la edición de 1793 del libro de Ambrosio de Morales



El pasado 15 de marzo de 2018, invitado por el Obispado de Alcalá, participé junto con Antonia Buisán, historiadora oscense, en una mesa redonda que, bajo el título Justo y Pastor. 450 años de la Reversión , se incluyó dentro de los actos en conmemoración de esta efeméride. Mientras Antonia se centraba en un estudio iconográfico de los patronos complutenses, yo enfoqué mi charla en el relato histórico de la traslación de las reliquias desde Huesca hasta Alcalá, a donde llegaron el 7 de marzo de 1568, precediéndolo a modo de introducción con un breve resumen de lo ocurrido desde su martirio a principios del siglo IV hasta que sus reliquias fueron llevadas a Nocito por san Urbez a mediados del siglo VIII, junto con una visión de la evolución histórica de la Alcalá cristiana desde su reconquista en 1118 hasta el retorno parcial de las reliquias cuatro siglos y medio más tarde. Asimismo, y a modo de colofón incluí también un recuerdo a la poco conocida ermita que se les erigió junto a la llamada a partir de entonces Puerta de los Mártires, lugar por el que entraron en la ciudad, la cual fue demolida a mediados del siglo XIX.

Puesto que normalmente no suelo escribir las conferencias que imparto tampoco lo hice en esta ocasión, aunque sí utilicé una presentación en Power Point que, pasada a un formato pdf más cómodo de consultar, he subido a mi página personal. Pero como en esta ocasión me parecía poco, opté por escribir no la conferencia, sino un artículo basado en ella y, más concretamente, en su núcleo principal, ya que tanto la introducción como el colofón estaban basados en otros artículos anteriores míos, por lo que no era necesario repetirlos bastando con remitir a ellos. Así pues, éste es el relato de la reversión de las reliquias de los Santos Niños ocurrida hace ya cuatrocientos cincuenta años.




Los Santos Niños ante Daciano. Relieve de la cripta de la Catedral-Magistral de Alcalá de Henares


Como es sabido, la tradición atribuye el martirio de los Santos Niños, los hermanos Justo y Pastor, a una condena del prefecto imperial Daciano en el marco de la persecución general contra los cristianos, ocurrida a principios del siglo IV, denominada tradicionalmente Persecución de Diocleciano.

Aunque los datos que se conocen de los años inmediatamente posteriores son escasos, bastan para confirmar la existencia de unos mártires en Complutum, a diferencia de bastantes de los que aparecen en las tardías Actas Martiriales a los cuales los historiadores consideran apócrifos. Gracias a autores como Paulino de Nola, Prudencio o san Isidoro sabemos que el culto a los Santos Niños estuvo tan arraigado que motivó la erección del obispado complutense, mientras las excavaciones arqueológicas de Complutum han determinado que la ciudad fue abandonada a principios del siglo V sin que se aprecien signos de destrucción o saqueo, lo que indica que el poder de atracción de su culto alcanzó tal magnitud que provocó el traslado de la población desde el Juncal hasta el Campo Laudable, lugar en el que habían sido enterrados y donde con toda probabilidad se habría erigido originalmente una Cella Martyris en su memoria, la cual a su vez habría sido sustituida por un templo con rango de catedral.




El culto a los Santos Niños en la Hispania visigoda

1 Complutum
2 Astorga
3 Compludo
4 Olleros de Pisuerga
   5 Zaragoza
6 Barcelona
7 Toledo (?)
8 Córdoba
     9 Guadix (652)
10 Medina Sidonia (630)
11 Alcázar de la Sal (682)
12 Narbona (?)

Durante el período visigodo el culto a los Santos Niños experimentó un impresionante auge, extendiéndose hasta lugares tan remotos como Compludo en el Bierzo, Narbona en el sur de Francia, Alcázar de la Sal en el Alentejo portugués o Medina Sidonia, Córdoba y Guadix en Andalucía. Es muy probable, aunque no está documentado, que también tuvieran un templo en Toledo, la capital del reino.

Esta situación se trastocó de forma drástica tras la invasión musulmana del año 711. Aunque la nueva religión, al menos en un principio, toleraba la práctica del cristianismo, sometía a los cristianos a unas severas limitaciones que prescribían el culto a las imágenes y a las reliquias de los mártires, que los musulmanes consideraban idolatría. Es en este entorno, si no hostil sí cuanto menos desfavorable, en el que se encuadra la tradición de la llegada a Complutum, a mediados del siglo VIII, de san Urbicio, o san Urbez, un peregrino francés antiguo prisionero de los musulmanes que, tras ser liberado por éstos, antes de retornar a su patria decidió ir a Complutum para venerar a los Santos Niños, a cuya intercesión milagrosa atribuía su libertad.




San Urbicio parte de Complutum con las reliquias de los Santos Niños
Iglesia de San Pedro el Viejo de Huesca


No se limitaría Urbicio a cumplir con tan piadosa obligación sino que, ante el temor de que las reliquias pudiera ser profanadas por los musulmanes, se las llevó a lugares más seguros, se desconoce si con el consentimiento o no de los complutenses. Tras rondar por varios lugares al norte y al sur de los Pirineos, Urbicio acabaría asentándose como ermitaño en el apartado valle de Nocito, en el prepirineo oscense, donde falleció en el año 802 pidiendo ser enterrado junto con las reliquias de sus protectores.




Iglesia de San Urbez de Nocito (Huesca)
Retablo con las imágenes de san Urbicio y los Santos Niños
Fotografía tomada de www.romanicoaragones.com


Tras varios siglos de dominio musulmán Alcalá, que durante varias décadas había sido uno de los principales baluartes fronterizos almorávides, fue reconquistada definitivamente en 1118, pasando a depender poco después de los arzobispos de Toledo. Un nuevo indicio de la fortaleza del culto a los Santos Niños es que la nueva población castellana, conocida inicialmente como Burgo de Santiuste -el nombre de Alcalá estaba reservado para el castillo árabe-, no se estableció ni en torno a la fortaleza, donde los arqueólogos han descubierto varios arrabales, ni frente a ésta al otro lado del Henares, como hubiera podido parecer más lógico, sino a unos dos kilómetros y medio de distancia justo en el lugar en el que había alzado el antiguo templo visigodo, sobre cuyo solar se alzó una parroquia consagrada a los mártires complutenses.

Hay que tener en cuenta, además, que las condiciones reinantes no eran ni mucho menos las más adecuadas para esta restauración. Varias décadas atrás, durante el reinado de Alfonso VI, se había implantado en Castilla la liturgia romana en sustitución de la tradicional mozárabe, la cual potenciaba el culto a los santos principales de la Iglesia -Cristo, la Virgen, los Apóstoles, los Evangelistas, los Padres de la Iglesia...- frente al de los mártires locales heredado de la época visigoda. Por si fuera poco, otra de las disposiciones de la nueva liturgia establecía que, en caso de coincidir la celebración de una fiesta general con una local, siempre tendría preferencia la primera... y la de los Santos Niños coincidía con la de la Transfiguración del Señor, o del Salvador.




Expansión del culto a los Santos Niños. La línea marca la frontera aproximada
entre los territorios cristianos y los musulmanes a finales del siglo XI


Basta con observar un mapa de España en el que estén reflejados todos aquellos lugares con algún tipo de vínculo con los Santos Niños, para descubrir que ambas disposiciones provocaron un drástico frenazo a la expansión de su culto desde el norte peninsular hacia las tierras repobladas o reconquistadas, de modo que la frontera que separaba a los reinos cristianos de los musulmanes a finales del siglo XI marca también una nítida separación entre la parte en la que éstos abundan -al norte de la línea- y la situada al sur en la que, sin desaparecer del todo, aparecen en un número sensiblemente inferior.

Dado que la reconquista definitiva de Alcalá tuvo lugar casi cuarenta años después de que en 1080 Alfonso VI aboliera oficialmente la liturgia mozárabe, no parecería demasiado lógica la restauración de un culto antiguo en un lugar sometido durante varios siglos a los musulmanes y en el que ni siquiera se conservaban las reliquias de los mártires, piedra angular del fervor religioso para los católicos durante la época visigoda y mozárabe. Y sin embargo, no sólo se consagró a ellos la parroquia medieval, sino que ésta se alzó sobre el lugar que ocuparan su primitiva Cella Martyris y la posterior basílica visigoda, nucleándose en torno suyo la población medieval. Demasiada casualidad, sin duda, salvo que durante el oscuro período de dominio musulmán hubiera persistido en el antiguo Campo Laudable una comunidad mozárabe lo suficientemente importante como para preservar sus tradiciones no sólo frente a los musulmanes, sino también frente a los cristianos llegados del norte, unos completos extraños para ellos. Y por si fuera poco, lograrían también que el nuevo burgo medieval se nucleara en torno a su comunidad, y no al abrigo del castillo.

Una vez consolidada, la Alcalá medieval quedó estructurada en varios barrios tal como era habitual en las poblaciones de la época. El principal de ellos era el que podríamos denominar mozárabe, agrupado en torno a la parroquia de los santos Justo y Pastor. Al norte limitaba con la ciudadela del Palacio Arzobispal, que fue fortaleza antes que residencia palaciega, y con la judería, estructurada a ambos lados de la calle Mayor. Al norte de ésta quedaba el barrio musulmán, y al otro lado de la plaza de Cervantes se alzaba el barrio, también cristiano, de Santa María la Mayor, inicialmente un arrabal extramuros que en el siglo XV quedó protegido por una ampliación de las murallas.




Alcalá en la baja Edad Media


 Barrio cristiano    1 San Justo

 Barrio musulmán 2 Santa María la Mayor

 Barrio judío 3 S. Juan de los Caballeros

 Arrabal de Santa María 4 San Miguel

 Palacio Arzobispal 5 Santo Tomé

En la Edad Media era habitual que los distintos barrios, poblados generalmente por habitantes procedentes de diferentes orígenes, tuvieran como referencia religiosa y administrativa a una parroquia, dándose la paradoja de que en Alcalá, pese a su importancia demográfica, tan sólo están documentadas dos, la de San Justo y la de Santa María, en lo que quizá sea un indicio más de la importancia del núcleo poblacional de origen mozárabe.

La de San Justo, como ya he comentado, se encontraba en el lugar donde hoy se alza la Catedral-Magistral, su heredera directa, aunque sus orígenes nos remontan hasta el primitivo templo martirial alzado en el Campo Laudable.

La de Santa María la Mayor estuvo ubicada inicialmente, refiriéndonos a la topografía urbana actual, en la confluencia de la plaza de San Diego con las calles de San Diego y Beatas, alzándose sobre su solar el edificio del Cuartel del Príncipe ocupado ahora por la Biblioteca Central de la Universidad.

Además de estas dos parroquias existieron al menos otros tres templos de los que, aunque algunos textos como los Anales Complutenses los califican de tales, no existe certeza que llegaran a alcanzar el rango de parroquias. El primero era el de San Juan de los Caballeros, situado en lo que con el tiempo sería la plaza de Cervantes justo entre los dos barrios cristianos; cuando a mediados del siglo XV el arzobispo Carrillo fundó el desaparecido convento de San Diego sobre el solar de la parroquia de Santa María, ésta se trasladó a San Juan, que fue reedificado por completo.

De las dos iglesias restantes se sabe todavía menos. La de San Miguel estaba situada al sur de San Justo, en el lugar donde hoy se alza la iglesia del convento de Santa Clara, en la calle de la Trinidad. La de Santo Tomé, por último, tenía una ubicación bastante excéntrica en la calle de los Colegios entre los posteriores colegios de Santo Tomás y San Basilio, en unos terrenos ocupados hoy por el Parador de Turismo.

Llama la atención de que de estas cinco iglesias tan sólo San Justo responde a una advocación típicamente mozárabe, mientras las cuatro restantes están dedicadas una a la Virgen, otra a san Juan -apóstol y evangelista-, otra al apóstol santo Tomás y la cuarta al arcángel san Miguel, todas ellas advocaciones claramente “romanas”.

Todo lo anteriormente comentado induce a pensar que el culto a los Santos Niños, floreciente en la época visigoda y con el suficiente vigor como para sobrevivir tanto a la dominación musulmana como a los embates de las nuevas tradiciones llegadas del norte, se mantuvo con todo vigor en la Alcalá cristiana. Sin embargo seguían faltando las reliquias, que continuaban en Nocito a excepción de la parte que el rey Ramiro II de Aragón cedió a la catedral de Narbona hacia 1137.


Catedral de Narbona. Relicarios de san Justo (izquierda) y san Pastor (derecha)


Nada se sabe del interés que pudieran haber tenido los alcalaínos por recuperarlas desde la reconquista de Alcalá hasta que, ya mediado el siglo XV, el arzobispo de Toledo Alonso Carrillo planteó el su retorno. Aunque desconocemos las razones que impulsaron esta iniciativa, entra dentro de lo posible que tuvieran bastante que ver con la concesión a San Justo del rango de colegiata en el año 1477 por iniciativa del prelado. El antiguo templo medieval ya no era una simple parroquia sino una importante iglesia con cabildo propio que vería cambiada su modesta fábrica mudéjar por un edificio de mucho mayor empaque, sobre todo tras las posteriores intervenciones de Cisneros. Así pues, parece lógico pensar que Carrillo, un personaje que tenía bastante más de señor terrenal que de pastor evangélico, planeara culminar su obra con el florón del retorno de las reliquias.




San Pedro el Viejo de Huesca. Arcas con las reliquias de los Santos Niños
Fotografía de Miguel Ángel López Roldán


Lamentablemente chocó con una negativa rotunda a ceder las reliquias por parte de los aragoneses. Según Ambrosio Morales, cronista privilegiado de los fallidos intentos por recuperarlas, Carrillo, que era de armas tomar, lejos de renunciar a sus pretensiones optó por recurrir a métodos menos convencionales y, pidiendo ayuda al arzobispo de Zaragoza -recordemos que entonces Castilla y Aragón eran todavía dos reinos distintos-, logró que éste enviara a Nocito a dos monjes que, con la excusa de llevar aceite a la lámpara de la iglesia, aprovecharon para arramblar con las reliquias.

Hago un pequeño inciso para explicar lo que pienso que debió de tratarse de un error de Morales cuando éste identifica al arzobispo zaragozano con Alonso de Aragón, al que hace tío por una rama bastarda de Fernando el Católico. En realidad existe un difícil encaje tanto de fechas como de parentesco, ya que Alonso de Aragón, que en realidad era hijo natural de Fernando el Católico, nació en 1470 y fue nombrado arzobispo de Zaragoza en 1478, con tal sólo ocho años de edad; puesto que a la muerte de Carrillo en 1482 tenía doce años, no parece ser el personaje más adecuado para ayudarle en sus artimañas.

Quien encaja mucho mejor en la trama es su antecesor en el arzobispado Juan de Aragón, también bastardo de la casa real aragonesa pero hijo natural de Juan II y por lo tanto hermanastro -tampoco tío- de Fernando el Católico. Prácticamente contemporáneo de Carrillo -nació en 1440 y murió en 1475-, coincidió también con éste durante gran parte de sus respectivas prelaturas, ya que Carrillo fue arzobispo de Toledo entre 1446 y 1482 y Juan de Aragón lo fue de Zaragoza entre 1458 y 1475. Además el aragonés, al igual que el castellano, era también de armas tomar. Aunque no sabemos la fecha exacta del intento de robo algunos autores la sitúan hacia 1469, lo que confirmaría que habría sido Juan de Aragón, y no su sobrino y sucesor Alonso, el cómplice de Carrillo.

Volvamos a nuestro relato. Aunque los monjes lograron salir de Nocito con su preciado botín el robo fue rápidamente descubierto -según Morales mediante la intercesión milagrosa de san Urbicio- por los lugareños, los cuales se apresuraron a perseguirlos dándoles alcance en Santa Eulalia la Mayor, a mitad de camino entre Nocito y Huesca. Tras unas peripecias en las que no faltó la mediación milagrosa de turno los atribulados monjes consiguieron salvar in extremis sus vidas, retornando a Nocito sus perseguidores con las disputadas reliquias.

A este intento de robo sucedería otro más “profesional” que Morales supone debió ocurrir ya durante el arzobispado de Cisneros y algunos autores sitúan hacia 1499, por lo que cabe suponer que en éste sí estuviera involucrado Alonso de Aragón, cuyo mandato abarcó entre 1478 y 1520, lo que explicaría el error del cronista. En esta ocasión los encargados de sustraer las reliquias fueron los hermanos Linares, unos temidos bandoleros que, por ser originarios del lugar, conocían el terreno perfectamente. Lograron éstos su propósito de apoderarse de las reliquias, aunque no sin antes tener que luchar contra el mismísimo san Urbicio -Morales dixit- que, momentáneamente resucitado, habría intentado impedirlo. Los ladrones consiguieron huir de Nocito sin que en esta ocasión les persiguieran, algo que de poco les sirvió dado que, pese a su gran conocimiento del terreno, acabaron perdiéndose. Tras vagar durante varios días llegaron finalmente a la iglesia de San Miguel de Foces, también entre Nocito y Huesca, donde escondieron las reliquias. Atormentados por los remordimientos las llevaron finalmente a Huesca, quedando éstas depositadas en la iglesia de San Pedro el Viejo, de la que dependía administrativamente Nocito, debido a las mayores condiciones de seguridad existentes en la capital. Concluye Morales que no por ello dejaron los bandoleros de recibir su castigo, puesto que en el plazo de un año acabarían muriendo todos.


San Pedro el Viejo de Huesca. Izquierda, imagen de plata de san Justo.
Derecha, imágenes de los Santos NiñosFotografías de Miguel Ángel López Roldán


Pese a estos dos fracasos no cejaron los alcalaínos, tan tozudos como los oscenses, en su empeño por recuperar las reliquias, ya que todavía hubo un tercer intento de robo en 1510 en la propia iglesia de San Pedro, también fallido como los anteriores.

Cabe suponer que debieron decidir entonces cambiar de estrategia, pero para ello habrían de esperar a que llegara una ocasión favorable, algo que tardó medio siglo en presentarse.

Ésta surgió cuando en 1562 el príncipe don Carlos, heredero de Felipe II, sufrió un grave accidente en Alcalá, en cuya Universidad estudiaba, que le llevó a las puertas de la muerte. Cuando ya se habían agotado todos los intentos por salvar su vida se decidió recurrir a la intercesión milagrosa de san Diego, cuyo cuerpo se conservaba en el convento franciscano de su nombre. Como es sabido llevaron éste a la alcoba del príncipe que, tras tocarlo, mejoró en lo que se interpretó como una intervención milagrosa del santo.

Huelga decir que tanto el príncipe como el propio rey quedaron enormemente agradecidos, hasta el punto que el empeño personal de Felipe II tuvo mucho que ver en su canonización en 1588, un hecho excepcional en el siglo XVI donde éstas fueron contadas.

Así pues, no es de extrañar que, con un agudo sentido de la oportunidad, el cabildo magistral moviera sus hilos recabando la ayuda del monarca para conseguir desencallar su histórica reclamación. Y lo consiguieron tan sólo cinco años más tarde logrando que, tras una solicitud formal de Felipe II por mediación de Luis de Requesens, embajador español en Roma, el papa Pío V promulgara un Breve, con fecha de 12 de abril de 1567, en el que determinaba que “Huesca debía ceder a Alcalá la mitad u otra parte de los cuerpos”.

El triunfo de Alcalá, en esta ocasión diplomático, no podía ser más rotundo, ya que la orden del papa era tajante y contaba además con el decidido apoyo real. Pero... los oscenses hicieron oídos sordos.

Medio año después la reclamación seguía encallada, razón por la que tanto el propio Felipe II como el príncipe Carlos, enviaron en noviembre de 1567 cartas al arzobispo de Zaragoza, al obispo de Huesca y a las autoridades locales recordándoles la obligación de cumplir con lo ordenado. Y aunque la insistente presión comenzó a reblandecer la resistencia numantina de los oscenses, todavía quedaba el rabo por desollar.




Commentaria in leviticum, de Pedro Serrano (1572)


Fue entonces cuando el cabildo magistral decidió enviar a Huesca un comisionado con el encargo de realizar las gestiones necesarias para conseguir la entrega de las reliquias. El elegido fue el canónigo Pedro Serrano Téllez, natural de la localidad cordobesa de Bujalance y doctor en Teología por el Colegio Mayor de San Ildefonso. Previamente había ejercido su labor sacerdotal en la parroquia de Santa María la Mayor, siendo varios los historiadores que le identifican con el bachiller Serrano que bautizó a Cervantes. Con posterioridad a su misión en Huesca llegaría a ser abad de la Magistral y obispo de Coria, donde falleció en 1578.

A Pedro Serrano le acompañó en su misión Ambrosio de Morales, cordobés como él, antiguo estudiante de la Universidad y amigo suyo. Morales, uno de los más significados humanistas de su época, fue testigo privilegiado del proceso de la reversión de las reliquias, dejándonos un relato de primera mano1 que constituye la principal fuente de información sobre el que, sin temor a exagerar, se puede considerar el mayor acontecimiento religioso y social de la Alcalá moderna.

Así pues, sigamos a Morales. Cuando Pedro Serrano llegó a Huesca recabó el apoyo del obispo Pedro Agustín el cual, aun acatando las órdenes, mostró sus dudas acerca de la posibilidad de convencer a los celosos parroquianos de San Pedro el Viejo, custodios de las reliquias. De hecho, éstos se negaron en redondo a entregarlas llegando incluso a esconderlas en un lugar desconocido para evitar que el obispo les obligara a hacerlo.

Tuvo que recurrir Pedro Serrano a todas sus dotes diplomáticas, que a decir de Morales eran considerables, para intentar vencer la resistencia de sus rivales, llegando incluso a ver en peligro su propia integridad física. Sin embargo finalmente conseguiría sus objetivos en lo que Morales interpreta como una intercesión milagrosa de los propios mártires, logrando que el 13 de diciembre de 1567 -habían pasado ocho meses desde el Breve papal- éstos accedieran por fin a ceder parte de las reliquias; de dividirlas en partes iguales, tal como pedía el papa, nada de nada.

El obispo Pedro Agustín fue el encargado de repartirlas, entregando a los representantes alcalaínos en una solemne ceremonia “ La pierna izquierda de rodilla para abajo con pie, dedos y uñas, cubiertas con carne y cuero, de san Pastor ” y “Una costilla y dos vértebras de san Justo”, quedándose en Huesca el grueso de ellas. ¿Lo consideraron poco? No lo sabemos, puesto que Morales no hace ningún comentario al respecto, limitándose a mostrar su satisfacción por el retorno de las reliquias aunque en realidad se tratara tan sólo de una pequeña parte de las mismas.

A partir de entonces, y zanjado ya el largo pleito entre las dos ciudades, comenzaron los preparativos para el retorno -o la reversión- de las reliquias a Alcalá, habiendo ordenado Felipe II que éstas fueran veneradas y agasajadas en todas las poblaciones por las que pasaran. Morales nos da una descripción detallada del itinerario, cuyo recorrido por tierras aragonesas fue el siguiente:




Itinerario de las reliquias por Aragón


24-1-1568
28-1-1568
31-1-1568
  2-2-1568
  2-2-1568

  

Salida de Huesca
Salida de Zaragoza
Salida de Calatayud
Salida de Ariza
Llegada a Santa María de Huerta


En Santa María de Huerta la comitiva abandonó Aragón entrando en Castilla, hecho que se celebró con una solemne ceremonia en la iglesia del monasterio en la que, según Morales, los Santos Niños mostraron su satisfacción haciendo bailar sus huesos en el interior del arca en la que eran transportados. La segunda parte del recorrido, ya por tierras castellanas, siguió este itinerario:




Itinerario de las reliquias por Castilla


  3-2-1568
  5-2-1568
  9-2-1568
11-2-1568
19-2-1568
21-2-1568
  7-3-1568

  

Salida de Santa María de Huerta
Salida de Medinaceli
Salida de Sigüenza
Llegada a Hita. Salida el 18
Llegada a Guadalajara
Llegada a Meco
Salida de Meco. Entrada triunfal en Alcalá


Huelga decir que en todas las poblaciones importantes como Medinaceli, Sigüenza o Guadalajara pararon algunos días para ser veneradas, dejando tras ellas el consabido rosario de milagros. Llama la atención que en Hita estuvieran toda una semana, y en cuanto a las dos que estuvieron en Meco la explicación es sencilla: su entrada en Alcalá se retrasó hasta que los preparativos para su recibimiento triunfal estuvieran terminados, lo que no impidió que durante esas dos semanas fueran legión los alcalaínos que acudieron a venerarlas a la vecina villa.


Parroquia de la Asunción de Meco. Medallones de los Santos Niños en los testeros laterales del presbiterio


Una vez que todo estuvo listo las reliquias abordaron la última etapa de su largo viaje recorriendo los aproximadamente catorce kilómetros que las separaban de su meta, la Iglesia Magistral. Sin embargo no se dirigieron allí directamente sino al prado de la Esgaravita, una finca situada junto al Henares en los confines del término municipal de Alcalá, donde fueron recibidas por la comitiva oficial. Morales no da ninguna explicación a este aparentemente extraño desvío, ya que dado su destino cabe suponer que no llegaran por la actual carretera de Meco sino que, desde el pueblo, salieran a la actual autovía por la Venta de Meco, bordeando luego el Henares hasta llegar a la Esgaravita, junto a camino de los Afligidos. No obstante, resulta posible que se debiera a que Meco no pertenecía a la jurisdicción complutense y ni tan siquiera a la arzobispal, ya que era señorío de la poderosa familia de los Mendoza. Por el contrario la Esgaravita sí era territorio propio y además, cabe suponer, era un terreno suficientemente amplio para acoger a la totalidad de la comitiva, que no era precisamente pequeña: 220 estandartes de cofradías, 136 cruces, 300 sacerdotes, 200 religiosos, 40 jesuitas, 100 maestros y 64 doctores de la Universidad, 400 soldados, autoridades (rector, vicario y gobernador y regimiento de la villa), danzantes, músicos, un castillo para las representaciones de teatro... junto, claro está, con las andas en las que se transportaban las reliquias, presididas por el estandarte de la cofradía.




Llegada de las reliquias a Alcalá


De la Esgaravita partió la procesión, ya formada, en dirección a la villa, aunque antes de llegar a ella hicieron una última parada en un altar que había sido levantado en el camino de Guadalajara -la actual avenida- a doscientos pasos de distancia de la puerta homónima. Puesto que estos doscientos pasos equivalen a unos doscientos ochenta metros, resulta fácil calcular que el altar debió estar ubicado aproximadamente en la confluencia de la avenida de Guadalajara con la calle del Marqués de Alonso Martínez, por lo que el recorrido más probable debió de ser, recurriendo al callejero actual, por el camino de los Afligidos y las avenidas de Lope de Figueroa y Juan de Austria, continuando por el antiguo camino del Val -actual Marqués de Alonso Martínez- hasta llegar a su destino.




La Puerta de Guadalajara según el grabado de Anton van den Wyngaerde (1565)


La entrada a Alcalá se hizo por la Puerta de Guadalajara, que a partir de entonces pasaría a llamarse de los Mártires. La puerta estaba situada al final de la calle Libreros y, como todas las demás del recinto amurallado de Alcalá, era un simple torreón abierto en su parte inferior, por lo general con alguna habitación aneja -volveremos a este dato más adelante- habilitada para el servicio de la puerta. Ésta había sido decorada, nos cuenta detalladamente Morales, con gran profusión de pinturas murales, cuadros, esculturas, estandartes... por lo cual, y a pesar de la modestia de su fábrica, debió de presentar un aspecto realmente impresionante.




Itinerario de las reliquias por Alcalá


Huelga decir que la recepción a las reliquias fue triunfal, y eso que la procesión apenas acababa de comenzar. Su recorrido por el interior de la villa estuvo jalonado por una serie de arquitecturas efímeras levantadas frente a los edificios más significativos. La primera fue la del colegio de Jesuitas, que ya estaba en su solar de la calle Libreros, aunque ni el edificio ni la iglesia eran todavía los que conocemos. La comitiva siguió por la calle Libreros doblando por la de Beatas para llegar a la plaza de San Diego, que entonces no existía ya que estaba ocupada por el primitivo edificio del Colegio Trilingüe, que más adelante se trasladaría a la calle de los Colegios. Recibieron las reliquias sendos homenajes del Colegio Trilingüe, de los franciscanos del convento de San Diego y del Colegio Mayor de San Ildefonso, que había levantado su monumento en el Arco de la Universidad existente en la confluencia de la calle Pedro Gumiel con la plaza de Cervantes.

Tras atravesar la plaza las reliquias entraron en la calle Mayor, donde los comerciantes habían levantado otro monumento; lamentablemente Morales, tan minucioso en sus explicaciones, no aclara en qué lugar de la misma estaba situado. Al llegar a la plaza de Abajo -la confluencia de la calle Mayor con San Felipe y Empecinado-, recordemos que la actual plaza de los Santos Niños tampoco existía, la procesión se encaminó por la plaza de Palacio, donde había otro monumento levantado por la marquesa del Cenete -uno de los títulos de los duques del Infantado-, y por la calle de San Juan, en la que se alzaba una gran nube figurando el Cielo diseñada para representar bajo ella el martirio de los Santos Niños.

A la entrada de la lonja se había construido un arco fingido totalmente decorado con diversas figuras y representaciones del martirio y la invención de las reliquias de los Santos Niños. El interior de la Magistral, por último, estaba profusamente decorado, resaltando Morales que el propio Felipe II había cedido para la ocasión su propia colección de tapices sobre el Apocalipsis. Se había confeccionado un túmulo -es decir, un altar- para depositar las reliquias, que estarían durante algún tiempo expuestas a la veneración de los fieles.

Huelga decir que la solemne ceremonia estuvo acompañada de certámenes literarios, representaciones teatrales y todo tipo de actos en honor de los patronos complutenses, por lo que cabe suponer que para los testigos presenciales debió de resultar algo apoteósico. Tres días más tarde, el 10 de marzo, tuvo lugar la solemne entrega de las reliquias por los delegados venidos de Huesca, celebrándose un octavario y multitud de ceremonias religiosas.




Primer arca de las reliquias (siglo XVI)


En un principio las reliquias no fueron colocadas en la cripta, sino en el altar mayor en el lado del Evangelio. No fue hasta 1594 cuando se produjo el traslado, siendo depositadas en un arca renacentista donada por el Cabildo Catedral de Toledo. Cuando en el siglo XVIII se labró la actual arca de plata se introdujo en ella el arca original, a la que le fueron serradas las aristas para que cupiera. Ésta fue descubierta en 2006 y actualmente se conserva en el museo diocesano, mientras las reliquias fueron colocadas directamente en el arca de plata.




Aspecto original del arca actual de las reliquias con anterioridad a la Guerra Civil
Obsérvense las dos figuras de los Santos Niños desaparecidas durante el conflicto


A la crónica de Ambrosio de Morales, seguida por la práctica totalidad de los historiadores locales, se suma como complemento y contrapunto el Monumento de los santos mártires Justo y Pastor, en la ciudad de Huesca...2, del que es autor el zaragozano Juan Francisco Andrés de Uztarroz. Al igual que en el libro de Morales nos encontramos con el punto de vista alcalaíno, el de Uztarroz nos ofrece el de los oscenses, no siempre coincidente. Puesto que Uztarroz no fue testigo presencial de la reversión -había nacido en 1606- y escribió su libro casi cien años después de ocurridos los hechos, sigue en él el relato de Morales, al que puntualiza y corrige en ocasiones criticando lo que él considera, no sin razón, un exceso de triunfalismo complutense, en especial teniendo en cuenta que las reliquias cedidas a regañadientes por sus paisanos no dejaban de ser una pequeña parte del total conservado en Huesca.




Portada del libro de Juan Francisco Andrés de Uztarroz


Más interesante resulta el relato, no recogido por Morales, de una posterior traslación de reliquias al monasterio de El Escorial, siendo éste el precio que se cobró Felipe II por su mediación no del todo desinteresada. Aunque en un principio el acta de cesión de reliquias de Huesca a Alcalá contemplaba la posibilidad de que el rey pudiera quedarse con parte de ellas, finalmente las tomó de las que habían quedado en Huesca, por fortuna para Alcalá ya que, de no haber sido así, el ya reducido patrimonio logrado por la villa complutense habría quedado todavía más mermado.

Las reliquias cedidas al monarca fueron “una canilla de la rodilla abajo hasta el pie” de san Justo y “la canilla de una pierna” de san Pastor, es decir, una tibia de cada uno de ellos. Su traslado tuvo lugar en 1569, tan sólo un año más tarde que el de Alcalá, y el encargado de llevarlas desde Huesca a El Escorial fue fray Juan de la Regla, un monje jerónimo confesor del rey. A diferencia del anterior se intentó que éste se realizara de forma discreta y llamando la atención lo menos posible, algo que no siempre se pudo conseguir. Narra Uztarroz los apuros que pasó el buen monje al tener que cruzar por Alcalá, quizá temeroso -añado yo- de que los alcalaínos, insatisfechos con el magro reparto, pudieran haber intentado redondearlo con las reliquias que éste portaba.




Martirio de los Santos Niños. Cuadro de Alonso Sánchez Coello
que se conserva en la basílica del Monasterio de El Escorial


No consta, sin embargo, que sufriera el menor percance, por lo cual pudo entregarlas en el monasterio donde Felipe II había reunido una impresionante colección de reliquias de todo tipo. Éstas fueron depositadas en una capilla lateral de la basílica, concretamente la tercera del lado del Evangelio, la cual fue consagrada a los Santos Niños y ornamentada con un cuadro de Alonso Sánchez Coello que representa su martirio.

Y aquí acaba la historia de la reversión de las reliquias de la que este año se ha cumplido el 450º aniversario. No obstante, queda aún un tema relacionado con ella muy poco conocido en Alcalá y que convendría recordar, la ermita que fue consagrada a los Santos Niños en la Puerta de los Mártires -o de Guadalajara- y a la cual tengo dedicado un artículo, razón por la que aquí me limitaré a reseñarla brevemente.




Fragmento del grabado de Pier Maria Baldi (1668) en el que se aprecia la ermita de los Santos Niños (círculo rojo)


En conmemoración de la entrada de las reliquias por esta puerta se habilitó como ermita un edificio anejo, probablemente destinado para dar servicio a las actividades que se realizaban en ella. No fue, pues, un templo construido ex profeso, y tanto su valor arquitectónico como su tamaño debieron ser modestos. Tan sólo disponemos de una visión parcial de la ermita en la vista de Alcalá de 1668 de Pier María Baldi, y en ella no parece destacar de otros edificios del caserío. La ermita arrastró una existencia lánguida, e incluso llegó a ser utilizada en ocasiones como almacén, hasta que ya en el siglo XIX fue desamortizada, devuelta a la Iglesia en 1851 y demolida, junto con la puerta, tan sólo dos años más tarde.




Ubicación hipotética, sobre el parcelario de 1870, de la Puerta de
Mártires (en azul) y de la ermita de los Santos Niños (en verde)


Para intentar identificar su ubicación exacta es preciso hacerlo antes con la puerta, ya que estaba adosada a ésta por la parte exterior y hacia el lado de la calle Azucena. Esto último resulta fácil, ya que contamos con la referencia del espolón que remataba la fachada del colegio de Jesuitas y servía de cierre uniendo el colegio con la propia puerta. Este espolón perduró durante más de medio siglo hasta que fue derribado a principios del siglo XX, lo que nos permite disponer de fotografías suyas. Aunque el hueco que quedó en la fachada del colegio tras su derribo, que corresponde al último cuerpo de ventanas, fue cerrado con un muro que se mimetiza con el antiguo, fijándose con cuidado resulta fácil descubrir la línea de unión entre ambos, correspondiendo a la anchura de la antigua puerta el tramo comprendido entre esta línea y la esquina en la que termina la fachada actual.

Por el otro lado la puerta se apoyaba en el colegio de los Verdes, que en un principio había estado adosado a la cara interior de la cerca, aunque en el siglo XVIII fue ampliado construyéndose una nueva ala con fachada a la actual plaza rebasando la antigua cerca. Aunque carecemos de planos de la época, cabe suponer que tras esta intervención la ermita habría quedado “embutida” entre las dos alas del colegio, la de la calle Libreros y la de la plaza, ocupando justo la esquina. Tras la demolición de la puerta y la ermita el solar de esta última habría sido utilizado para ampliar el colegio de los Verdes, por lo que su antigua ubicación sería justo donde hoy se encuentra el local de la farmacia.




Aspecto actual del edificio del Colegio de los Verdes en el lugar en el que estuvo ubicada la ermita


Existe un indicio bastante claro de que tuvo que ser así. Puesto que conocemos con exactitud donde se unía la Puerta de los Mártires con el colegio de Jesuitas, basta con prolongarla hasta la acera opuesta para encontrar el lugar en el que lo hacía con el colegio de los Verdes, que corresponde exactamente con la actual puerta de acceso al edificio. Esto hace que quede fuera de ella, tal como era de esperar, la esquina en la que estuvo la antigua ermita. Obviamente la puerta actual del edificio no puede corresponderse con la original, ya que esa parte de la muralla estaba cegada por la Puerta de los Mártires hasta que tuvo lugar su demolición, pero esto es algo que se conoce desde hace mucho tiempo dado que la puerta original, de estilo barroco, fue desmontada en el siglo XIX y trasladada a la fachada trasera del edificio, que da a un patio interior.

Así pues, todo vuelve a encajar de nuevo. El colegio de los Verdes, desamortizado como todos los colegios universitarios tras la extinción de la Universidad, cayó en manos privadas y en una fecha indeterminada del siglo XIX, pero en cualquier caso posterior a la demolición de la ermita, sufrió una profunda remodelación que le convirtió en un edificio de viviendas. Resulta tentador suponer que esta obra coincidiera con la construcción de su ampliación sobre el solar de la antigua ermita. Por algún motivo, quizá para mejorar la distribución de los accesos a las dos alas principales del edificio, se habría decidido cambiar de sitio la entrada principal, que originalmente había estado más alejada de la esquina, aprovechándose el hueco dejado libre por la Puerta de los Mártires.

Lo que ya no resulta tan claro es por qué razón, una vez desmontada la puerta original, no se volvió a montar en la ubicación de la nueva; hay que tener en cuenta, no obstante, que el edificio, inicialmente barroco, fue “camuflado” en su totalidad con una nueva fachada más acorde con los gustos decimonónicos, posiblemente intentando también disimular su origen al “modernizar” su apariencia. Asimismo hay que considerar la necesidad de armonizar unas fachadas de orígenes dispares, lo cual fue realizado con notable acierto pese a lo cual, observando con cuidado, se pueden detectar ciertas diferencias difíciles de evitar entre unas partes y otras.

Claro está que nada de esto impedía que se reutilizara la puerta original, mucho más artística que la que le sucedió; pero ésta habría supuesto una ruptura en la uniformidad de estilo de la fachada, razón que seguramente motivó su “destierro” -al menos se conservó- al discreto patio interior del edificio. Sería pues muy interesante que se estudiara con detenimiento el interior del antiguo colegio, ya que esto podría servir para aportar luz a tan interesante tema.




1 La vida, el martirio, la invención, las grandezas y las translaciones de los gloriosos Mártires san Justo y Pastor, y el solemne triunfo con que fueron recibidas sus Santas Reliquias en Alcalá de Henares en su postrera traslación. Alcalá, imprenta de Andrés Angulo, 1568.
2 Monumento de los santos mártires Justo y Pastor, en la ciudad de Huesca, con las antigüedades que se hallaron fabricando una capilla para trasladar sus santos cuerpos. Juan Francisco Andrés de Uztarroz. Huesca, 1644, imprenta de Juan Nogués. Ed. facsímil del Instituto de Estudios Altoaragoneses. Huesca, 2005


Publicado el 2-4-2018