Los Santos Niños en el Santoral español
de Eustaquio María de Nenclares





Portada del Santoral español



Gracias, como tantas veces, a la ayuda de mi amigo Juan de la Plaza, descubrí la existencia del Santoral español o Colección de biografías de todos los santos de España, publicado en Madrid por Manuel Arroita y Gómez con textos de Eustaquio María de Nenclares e ilustraciones de Pedro Barcala. Se trata, como explica su título, de una hagiografía de santos españoles entre los cuales se cuentan, como cabía suponer, varios estrechamente vinculados a Alcalá. El libro, por cierto, está fechado en 1864 e impreso en la imprenta de M. Tello, en el número 86 de la madrileña calle de Preciados. La edición que he manejado procede de la versión digitalizada por Google, mientras los grabados fueron realizados -en aquella época las planchas de las ilustraciones se hacían por separado de la composición de los textos- por la litografía de Escarpino.

Poco es lo que puedo aportar sobre el editor, Manuel Arroita: en 1891 era miembro de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, y 1892 le fueron concedidos los honores de Jefe superior de Administración civil. Su profesión debía de estar vinculada a las leyes, puesto que durante las décadas finales del siglo XIX aparece como apoderado en casos de embargos hipotecarios o de ejecuciones testamentarias, así como archivero del colegio de agentes de negocios de Madrid. En cualquier caso nada parece indicar que fuera editor profesional.

No mucho mayor es la información que poseo sobre el autor, Eustaquio María de Nenclares, salvo que escribió también la novela histórica El favor de un rey (1852) y Vidas de los mártires del Japón (1862).

Por último, en lo que respecta al dibujante Pedro Barcala puedo aportar apenas unos esbozos biográficos: delineante profesional en el Ministerio de Fomento su producción artística fue reducida, destacando por sus láminas de santos españoles que ilustraron el libro de Arroita y por diversos trabajos tales como la ilustración de un viaje de los reyes a Asturias, varios retratos para la España contemporánea, otro retrato del rey italiano Víctor Manuel II, o una copia del cuadro San Bartolomé de Francisco de Ribera.

Como se puede comprobar ninguno de los dos autores, escritor y dibujante, eran al parecer profesionales, lo que no resta un ápice de interés a la obra. Leamos lo que dice el libro sobre los Santos Niños, advirtiendo eso sí que el rigor del texto deja bastante que desear, primero porque reproduce de forma literal una tradición muy diferente de la realidad histórica, y segundo porque incurre en errores de bulto al describir los avatares posteriores de las reliquias, desde la invasión musulmana hasta el retorno a Alcalá de una pequeña porción de ellas durante el reinado de Felipe II. 




San Justo y Pastor, mártires, españoles




Grabado de Pedro Barcala


El suceso que más ennobleció en la antigüedad a Alcalá de Henares, llamada entonces Compluto, fue el martirio de sus dos hijos los santos niños JUSTO y PASTOR, pues él testifica que en dicha ciudad ya tenía el catolicismo arraigadas y lozanas plantas en el siglo III de la cristiandad.

Pocos sucesos de tan remota edad tienen tantos documentos justificativos con que probarse en la presente, como el martirio de estos gloriosos niños: hasta nosotros ha llegado, y forma parte del tomo VII de la España Sagrada, el himno muzárabe de SAN JUSTO y PASTOR, según el oficio antiguo y la lección del actual, la Inlación del misal mozárabe en la fiesta de ellos, las actas de su martirio, y la traslación de sus cuerpos. Sin divagaciones, pues, y sin molestia ni dudas puede formarse la reseña biográfica de estos gloriosos mártires, producida de tan autorizadas noticias.

Recorriendo los más importantes pueblos de la parte de España, confiada a su mando por los emperadores Diocleciano y Maximiano, llegó desde Zaragoza a Alcalá el presidente Daciano, por el mes de julio del año del Señor 304. En todas las ciudades iba promulgando las leyes dictadas por el imperio romano, y dando lata publicidad a los últimos sanguinarios decretos expedidos contra los cristianos.

Vivían a la sazón en Alcalá dos niños, llamados el uno JUSTO y el otro PASTOR, hermanos carnales. JUSTO era el menor, pues contaba sólo siete años, y nueve tenía PASTOR; y el hallarse en primer lugar siempre al más pequeño se dice que no consiste, como algunos han dicho, en el orden alfabético de la inicial de su nombre, sino que se le dio desde luego la primacía, para nombrarlos a JUSTO, porque siendo el menor en edad, es más glorioso en él el triunfo de la gracia, añadiendo a esto que JUSTO empezó a exhortar a su hermano, para que no dudase de que le seguiría en la santa empresa, y caminaría el primero a la muerte.

Los padres eran cristianos; pero se ignora su nombre y calidad, comprendiéndose sólo que eran de los más leales y fervorosos servidores de Jesucristo, y que habían echado desde muy temprano en el corazón de sus hijos la celestial semilla que dio tan gloriosos frutos, la cual fue también ayudada a fructificar por otro cristiano, dedicado a la enseñanza de niños, a cuya escuela asistían diariamente JUSTO y PASTOR, con gran provecho de sus claros y precoces entendimientos, y de sus admirablemente sublimes ideas religiosas.

Gran sorpresa causó a éstos la fiera persecución contra los cristianos, que marchaba iniciando y excitando el presidente Daciano; pero muy lejos de acobardarles las terribles penas que el decreto señalaba para los servidores de Jesús, formaron la admirable resolución de hacer frente al tirano, y levantar su voz en defensa del Redentor del mundo y de su salvadora doctrina. Poniendo, pues, en ejecución su proyecto, una mañana, en lugar de dirigirse a la escuela, marcharon al pretorio y dirigiéndose a los ministros, con claras, firmes y sonoras voces les dijeron:

«Que si iban a buscar cristianos, allí tenían dos, que no reconocían por dioses a los ídolos que los emperadores veneraban, sino a sólo Jesucristo, hijo de Dios vivo, que con el Padre y el Espíritu Santo, era un Dios, criador del cielo y de la tierra, hecho hombre por amor de los hombres, y a quien todos debían venerar como a Dios y hombre verdadero; que si para creer esta verdad solicitaban firmeza, ellos estaban prontos a morir por ella.»

Sin saber qué hacer los ministros en un caso tan nuevo, de que dos tiernas criaturas se presentaban a desafiar el poder del imperio romano, dieron cuenta al pretor, consultándole la providencia que debía tomarse. El pretor dijo que no juzgaba decoroso entrar en controversia con unos muchachos; pero que para escarmentarlos y que no volvieran a repetir su locura se les azotase inmediatamente con varillas. Oída la sentencia por los niños, se iluminaron sus semblantes con la más inefable alegría, y cuando los ministros y verdugos esperaban oír sólo gritos y lamentos de dolor por tan duro castigo, escucharon a JUSTO, que tratando de animar a su hermano mayor le decía:

«No temas, ¡oh PASTOR! esta pena corporal que nos espera; no te sobrecoja el miedo de los azotes, para dejar de estar firme en la confesión que hemos hecho: prevente a despreciar aun el alfanje que amenaza, porque si quisiere Dios concedernos la honra de dar la sangre y la vida por él, lograremos la corona de la fortaleza de los mártires, y la gloría perpetua con los ángeles. Aquí había de ser nuestra vida muy corta, porque la temporal se acaba luego; pero si la damos por Cristo, será eterna.»

Entonces respondió PASTOR:

«Dignamente me aconsejas a lo JUSTO, como corresponde a tu nombre: leve es y momentáneo todo lo que se padece en esta vida. No nos detenga el amor de los padres o parientes, ni nos compadezcamos de nuestra tierna edad, para removernos de sacrificársela al Señor. Démonos prisa para volar al cielo, que allí todo es vida y felicidad.»

Tal firmeza en dos pequeñas criaturas, que hubiera sido altamente sorprendente en dos esforzados varones, dejaron asombrados a todos los presentes, y los ministros no pudieron menos de consultar nuevamente al pretor. No menos asombrado quedó éste que sus ministros cuando le refirieron el admirable valor y firme resolución de los dos tiernos cristianos de sufrir cuantos castigos les impusiesen, y hasta la muerte. Su amor propio le impulsaba a presentarse en el tribunal y agotar todos los tormentos que le sugiriese su ira para vencer a aquellos niños; pero su mismo amor propio le contenía, pues si, como era ya de presumir, no cedían JUSTO y PASTOR ante ningún tormento, iba él a quedar más afrentado.

En su virtud, pues, y considerando muy dañosa para el culto de sus ídolos la existencia de aquellos niños, mandó que ocultamente los sacasen de la ciudad, y fuera de ella los degollasen; lo cual se verificó el día 6 de agosto, en que se celebraba este triunfo en tiempo de los godos, según consta del Código Gótico-Hispano-Veronense, del oficio mozárabe de diferentes y autorizados Martirologios, aunque algunos otros ponen la memoria de estos Santos en 25 de agosto.

Con respecto al sitio en que tuvo lugar la degollación de los santos niños, hay exacta conformidad entre los escritores. Estaba situada en aquel tiempo la población de Alcalá en lo que después se ha llamado Huerta de las fuentes, y los verdugos, sacando a los niños de la población, los llevaron al sitio que se llamaba Campo laudable, que hoy ocupa la iglesia, y allí poniéndolos de rodillas sobre una piedra los degollaron, cuya piedra con vestigios de la sangre, y señal de las rodillas, se conserva en la magistral.

Dicen las actas, que corrido y avergonzado el pretor de su feroz e inhumano hecho, salió inmediatamente de Compluto, lo que proporcionó a los cristianos la dicha de recoger los santos cadáveres y con gran veneración y la mayor honra posible darlos sepultura en aquel mismo lugar, edificando en seguida una pequeña iglesia con dos altares, uno encima del cuerpo de JUSTO, y otro sobre el de PASTOR. La iglesia debió ser de tan pobre y débil construcción, que desapareció, y hasta su memoria, en solos cien años.

Mas para que los fieles de la ilustre Alcalá no se vieran privados de la contemplación de las reliquias de los gloriosos niños, a principios del siglo V eligió la Divina Providencia al metropolitano de Toledo, llamado Asturio, para que volviese al público las santas reliquias, revelándole durante un misterioso sueño el lugar en que se hallaban. Partió inmediatamente para Alcalá el obispo Asturio, y habiendo hecho desmontar el terreno donde se percibían unas ruinas, encontró los dos santos cuerpos. Reedificó de nuevo la iglesia, erigiéndola en silla episcopal, y permaneció el resto de su vida en Alcalá, para no apartarse de las reliquias de los santos niños, a quienes consagró la más fervorosa devoción.

Cuando los sarracenos invadieron la España, las santas reliquias de JUSTO y PASTOR, como las de otros muchos santos, fueron sacadas por los cristianos de los sitios que ocupaban, y escondidas y trasladadas a puntos en que estuvieran libres de la profanación de los moros. Las de los santos niños estuvieron guardadas en varios puntos de España y Francia; y disminuida la persecución sarracénica por los triunfos que los cristianos comenzaban a alcanzar sobre los moros, fue trasladada parte de las reliquias de JUSTO y PASTOR desde Narbona, donde quedó la mayor parte, entre ello la cabeza de JUSTO, a Huesca, en cuya iglesia de San Pedro permanecieron ochenta y seis años.

En el de 1567, el rey D. Felipe II obtuvo del Papa Pío V un decreto en forma de breve apostólico en que ordenaba al Obispo de Huesca que mandase a Alcalá la mitad de las sagradas reliquias de estos mártires. Obedeció el Obispo, y habiendo puesto en una preciosa urna las reliquias pedidas, fueron llevadas al lugar del martirio con gran pompa y magnificencia, saliéndolas a recibir la población entera de Alcalá con el mayor entusiasta gozo, el día 7 de marzo de 1568.


Publicado el 14-9-2011