Alcalá en los Annales d’Espagne et de Portugal
de Juan Álvarez de Colmenar







Hace unos días, husmeando por internet, me dediqué a buscar libros de viajes por España con la esperanza de encontrar alguno que hiciera alusión a Alcalá, algo que consideraba difícil ya que se trata de un tema que había sido investigado por personas tan minuciosas como mi amigo el malogrado Pedro Ballesteros. Y sin embargo, encontré un libro que aparentemente le pasó desapercibido, por lo que decidí dedicarle un artículo que sin duda a él le hubiera gustado escribir.

El libro está firmado por Juan Álvarez de Colmenar, un fantasmagórico escritor que según los expertos era en realidad el seudónimo de un anónimo autor francés, hecho que parecer corroborar el hecho de que esté escrito en este idioma y que fuera publicado en francés y en holandés, no así en español como hubiera parecido lógico. En cualquier caso, carezco del más mínimo dato sobre su biografía.

Bajo el título Les Delices de l’Espagne et de Portugal su primera edición en cuatro tomos tuvo lugar en 1707 en Leiden en los dos idiomas citados, francés y holandés, siendo reeditado en 1715, también en Leiden, en esta ocasión sólo en francés. Según se indica en el título, se trataba de Una descripción exacta de las antigüedades, las provincias, las montañas, las ciudades, los ríos, los puertos de mar, las fortalezas, iglesias, academias, palacios, baños etc.

Tuvo una nueva reedición en 1741, en Ámsterdam y en francés, bajo el nuevo título de Annales d’Espagne et de Portugal. Aunque repite el texto de Les Delices, éste está ampliado con los Annales d’Espagne & de Portugal depuis l’establissement de ces deux Monarchies jusques en 1741 que le da título, una breve historia de los dos países ibéricos. Todas las ediciones están ilustradas con grabados, pero lamentablemente ninguno de ellos corresponde a nuestra ciudad.

Aunque las distintas ediciones están disponibles en internet yo he utilizado la de 1741, descargada del repositorio digital del Banco de España. El texto correspondiente a Alcalá está comprendido entre las páginas 156 y 159 del tomo II -en la edición de 1707 se encuentra entre la 302 y la 310, también del tomo II-, y es el que reproduzco aquí.

Dado que el texto original está escrito en francés ha sido necesario traducirlo. Gracias a que su redacción no es muy complicada, aunque sí un tanto arcaica, he podido hacerlo yo mismo sin demasiada dificultad, auxiliándome eso sí con los traductores de internet. Enfrentado a la disyuntiva -traduttore traditore- de hacer una traducción literal o ajustarla literariamente al español moderno he optado por lo segundo, respetando eso sí el espíritu y, siempre que ha sido posible, el texto original. En cualquier caso, los interesados pueden recurrir a la edición original descargándola de la dirección que he indicado.

Más problemas me ha dado, paradójicamente, la corrección de su tipografía. Esto se debe a que en aquella época era habitual el uso de la ese larga o alta “∫”, muy fácil de confundir con la efe -y todavía más en un texto en otro idioma- y con la cual el programa OCR conversor de las imágenes originales a texto se volvía virtualmente loco. La ese larga, que no suponía ninguna diferencia fonética sobre la ese normal, lo que la convertía en un engorro inútil, acabó siendo suprimida en la mayoría de los idiomas a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, aunque curiosamente ha persistido en la simbología matemática representando el signo de integral. Pero aquí sobraba, así que la he sustituido en todos los casos por la ese para evitar problemas.

Ésta es la descripción de Alcalá que aparece en el libro de Álvarez de Colmenar, a la que luego comentaremos:


DESCRIPCIÓN Y DELICIAS
ALCALÁ DE HENARES

Alcalá es una ciudad bastante antigua, que los latinos llamaron Complutum; en los primeros siglos del cristianismo en España se le dio el nombre de Alcalá de San Justo por un santo varón que había sufrido el martirio con su hermano San Pastor, cerca de los muros de esta plaza, bajo un prefecto romano, llamado Daciano. Posteriormente abandonó este nombre para tomar el de Henares, que corre por sus murallas, y lo mantuvo para distinguirse de otra Alcalá que está en los límites de Andalucía y Granada.

Está situada al borde del Henares, en un llano muy agradable. Su forma es ovalada, más larga que ancha, las calles son bonitas y bastante rectas. Destaca una que es muy larga y cruza la ciudad de un extremo a otro, donde se hospedan los estudiantes. Las casas están bastante bien construidas, y algunas plazas públicas que allí se encuentran hacen de ellas uno de los ornamentos, especialmente la mayor que está rodeada por todos lados de pórticos por donde se anda a cubierto y donde tienen los vendedores, que ocupan ese barrio, sus tiendas adecuadas para exhibir los productos convenientemente.

El comercio es muy floreciente y abundante como en cualquier otra ciudad de España. Pero lo que distingue ventajosamente a esta ciudad es una célebre Universidad que allí fundó el Cardenal Jiménez durante su elevación, a principios del siglo XVI. La emprendió cuando los Reyes Católicos hacían la guerra a los moros de Granada, y la inauguró con una solemne procesión en el año 1508.

Hizo construir todos los edificios, que formaron varios colegios, y llamó a hábiles profesores de todos lados, dándoles buenas promesas: él mismo les prescribió reglas para su forma de vivir y enseñar; y para que tuvieran lo suficiente para subsistir cuando estuvieran sin trabajo o la vejez les impidiera actuar, obtuvo del Papa León X que la colegiata de San Justo y San Pastor se uniera a la Universidad y las diecisiete canonjías fueran asignados a los viejos doctores. Reconstruyó la iglesia a sus expensas y reservó un fondo anual para mantener el edificio, con el fin de que estos buenos ancianos no tuvieran que cargar con él. Su previsión fue aún más lejos: tomó la precaución de asignar una de las canonjías a un doctor en Leyes, con objeto de que en caso de que pretendieran interponerles algún pleito sobre sus rentas tuvieran un hombre capaz de defender su causa e interesado como ellos en apoyarla. Reservó grandes rentas a sus colegios y sumó numerosos beneficios para este propósito. También fundó una casa para mantener a varios estudiantes pobres y una enfermería para tratarlos cuando estuvieran enfermos, donde cada uno tiene una habitación privada; propuso premios y recompensas para fomentar su emulación y comprometerlos de esta manera para que se aplicaran al estudio. Por último, baste decir que el fundador tomó como modelo la Universidad de París como la más perfecta de todas.

Cuando hubo terminado su Universidad la de Sigüenza, que había sido fundada unos años antes por Juan López, arcediano de Almazán, quiso poco después de la muerte de su fundador trasladarse a Alcalá y unirse a la que allí acababa de establecer Jiménez, e incluso lo solicitó a este prelado; pero el Cardenal, que había sido amigo de Juan López, no quiso dañar la memoria de tan honrado hombre y rehusó esta unión.

El primer colegio que fundó en Alcalá fue el que dedicó a San Ildefonso, patrón de Toledo. Allí vive el rector de la Universidad, cuya dignidad tiene muy bellos privilegios. Yendo un día a un acto público Fernando el Católico y Jiménez, el rey quiso que el rector caminara entre ellos, prerrogativa que sus sucesores han conservado tras él, así como la de intervenir en las causas criminales de los estudiantes. Dentro del recinto de este colegio fundó otro con el nombre de San Pedro y San Pablo para doce religiosos de la orden de San Francisco, de la cual era él miembro. También fundó otros ocho colegios, donde se enseñan ciencias e idiomas. Dotó cuarenta y seis cátedras, y cuando murió hizo heredera suya a la Universidad de Alcalá dejándole catorce mil ducados de renta.

Como los arzobispos de Toledo están obligados a pasar una parte del año en Alcalá, el cardenal Jiménez, que también estaba investido de esta prelatura, acudía a ella muy a menudo, tanto para cumplir con sus deberes pastorales como para visitar sus colegios, a los que tenía gran afecto. La presencia de este prelado siempre fue beneficiosa para la ciudad por cualquier motivo.

La princesa Juana, hija de la reina Isabel, dio a luz en ella a un príncipe que más tarde fue emperador con el nombre de Fernando. El Cardenal, con motivo de este nacimiento, obtuvo de la reina que la ciudad de Alcalá estuviera en adelante exenta de todos los impuestos; por esta razón todavía hoy se conserva allí la cuna de este príncipe en recuerdo de esta gratificación.

También existe un hospital para enfermas pobres fundación suya, y un magnífico monasterio para religiosas de la Tercera Orden de San Francisco bajo el nombre de San Juan de la Penitencia. A éste le añadió una casa destinada a la educación de jóvenes de talento nacidas de padres y madres pobres; allí se les educa hasta que pueden elegir su modo de vida. Si desean entrar en religión se les acoge gratuitamente, y si prefieren contraer matrimonio, se les proporcionan los medios para establecerse honestamente en el mundo.

Este poderoso prelado dejó en ella varios monumentos más fruto de su devoción y su celo por el restablecimiento de las ciencias y por el avance de la piedad. La hermosa Biblia Políglota impresa en el año 1515 no es de las menos considerables, siendo conocida por los sabios como Biblia de Complutum, del nombre latino de la ciudad donde se hizo la edición.

Para tan excelente propósito reunió sin reparar en gastos a varios hombres eruditos: a saber, Demetrio de Creta, griego de nación; Antonio de Nebrija, López de Zúñiga y Hernando Pinciano, que fueron profesores de griego y latín, y Alfonso de Alcalá, Pablo Coronel y Alfonso de Zamora, judíos conversos muy versados en hebreo.

Esta edición recogía para el Antiguo Testamento, además del texto hebreo y la Vulgata, la versión griega de la Septuaginta y la Paráfrasis Caldea, ambas con una versión latina; y para el Nuevo Testamento, el texto griego muy correcto con la versión de la Vulgata.

Hizo traer de diversos países siete copias hebreas manuscritas del Antiguo Testamento que le costaron cuatro mil escudos de oro, sin contar los griegos y los latinos. Mandó buscar manuscritos por todas partes, y el Papa León X le envió todos los de la Biblioteca del Vaticano; este trabajo duró quince años ininterrumpidos. Quien escribió que esta obra costó dieciséis mil ducados apenas sabía lo que decía.

Fundó también una hermosa biblioteca que enriqueció con varias rarezas traídas de las Indias que le habían sido obsequiadas, junto con un buen número de manuscritos árabes que fueron obtenidos durante la expedición a Orán y figuras de varias divinidades de los antiguos pueblos de la Nueva España que había traído de América un franciscano llamado Francisco Ruiz. Estas figuras son horribles, hechas de un caparazón de tortuga o del armazón de un pez raro y extraordinario; se muestran en un cofre que está en el gran colegio de Alcalá.

Este colegio es un magnífico edificio, rodeado por todos lados por pilares entrelazados con una cadena de hierro. Tiene dentro de su recinto una iglesia donde está enterrado Jiménez, con este epitafio muy glorioso en su tumba:

Codideram Musis Franciscus grande Lycæum,
Codor in exiguo nunc ego sarcophago.
Prætextam junxi sacco, galeaque galero,
Frater, Dux, Præsul, Cardineusque Pater.
Quin virtute mea junctum est Diadema Cucullo,
Quum mihi regnanti paruit Hesperia.1

A la entrada del colegio vemos la figura de Felipe II y de algunos patronos de la Universidad, entre otros un duque de Lerma. En el claustro de los franciscanos que está dentro del recinto del gran colegio hay dos capillas, una consagrada a San Diego y la otra a San Julián ya otros dos santos. En el suelo de la primera se encuentra cierta tierra, semejante a la terra sigilata, con la que los monjes hacían no hace mucho bolitas que entregaban a quienes la visitaban por devoción. Se decía que diluyendo esta tierra con agua y vinagre tenía la virtud de curar las heridas y quitar la fiebre.

Los profesores se denominan aquí catedráticos al igual que en Salamanca, y los escolares van ataviados de la misma manera. Los estudios de Teología y Filosofía han sido particularmente florecientes aquí, mientras que Salamanca se ha distinguido por los de Jurisprudencia; como se aprecia, al menos en relación con la Filosofía por la gran obra de un Curso de Filosofía, publicado por esta Universidad, con el nombre de Collegium Complutense.

El terreno en torno a Alcalá, regado por el Henares, es muy fértil y hermoso, estando bien cultivado; en cambio más allá está seco y estéril, sin que se vean ni árboles ni verdor por falta de agua. En particular los prados alcanzan una gran importancia, y si hemos de creer a algunos escritores es de ellos de donde el río tomó su nombre de Henares, palabra castellana que significa pila de heno, porque se recoge en abundancia en las orillas. También se produce buen grano y muy buen vino moscatel, y se comen melones muy sabrosos.

Más allá de las murallas se encuentra una fuente llamada de Corpa, cuya agua es tan buena, tan pura y sabe tan bien que los reyes de España quisieron tener uso exclusivo de ella; por eso la hicieron vallar y hacen traer el agua a Madrid para su servicio.

Alcalá pertenece a los arzobispos de Toledo desde que Alfonso VI, rey de Castilla y León, después de tomar Toledo a los moros estableció allí como arzobispo a un santo varón llamado Bernardo. Este prelado, reuniendo un ejército, sitió Alcalá y la tomó.


Lo primero que se aprecia es que el autor escribe claramente de oído, o de leído, copiando sin duda textos de otros autores sin haber llegado a pisar Alcalá, lo cual, unido a que llame a Cisneros por su primer apellido, algo que no haría un español, o que quizás por chauvinismo ponga a la Universidad de la Sorbona como modelo de la de Alcalá, apoya la teoría de que se pudiera tratar de un escritor francés.

Así sus errores son numerosos y difíciles de cometer en caso de haber visitado realmente la ciudad, como cuando afirma que la plaza mayor -la de Cervantes, entonces del Mercado- está rodeada por todos lados de pórticos, o soportales, que el colegio de San Ildefonso está rodeado por todos lados por pilares entrelazados con una cadena de hierro, que el claustro de los franciscanos estaba dentro del recinto del colegio de San Ildefonso, o que los arzobispos de Toledo estaban obligados a pasar una parte del año en Alcalá, al tiempo que llama princesa y no reina a Juana la Loca.

Todo parece indicar que debió de basarse en una biografía de Cisneros, ya que en la práctica lo que hace es enumerar sus intervenciones en Alcalá ignorando monumentos tan importantes, pero ajenos a él, como el palacio arzobispal, la iglesia de las Bernardas, el propio convento de San Diego al que reduce a un simple claustro, la Magistral excepto para citar su vínculo con la Universidad, y otros muchos edificios de gran valor, mientras alude al convento de las Juanas, o de San Juan de la Penitencia, que nunca se significó por su valía artística en comparación con otros conventos y colegios convento.

Ni siquiera hace la más mínima alusión a la fachada de la Universidad o a los patios, a la capilla de San Diego del convento homónimo salvo para citar la anécdota de la tierra milagrosa, al paraninfo o a la capilla de San Ildefonso y al propio sepulcro de Cisneros excepto para reproducir el epitafio en latín, evidentemente también copiado de otra fuente a la que no cita.

Lo mismo puede decirse de las referencias genéricas a Alcalá, errores aparte, así como de su entorno. Por cierto, la que él denomina fuente de Corpa se llama en realidad del Rey y se encuentra no a las afueras de Alcalá, como parece deducirse del texto, sino a mitad de camino entre Corpa y Nuevo Baztán junto a la carretera M-204, a unos 17 kilómetros de Alcalá. Y si bien es cierto que sus aguas eran llevadas al palacio real, esto ocurrió en los siglos XVI y XVII durante los reinados de los Austrias, no con los Borbones que era la dinastía que gobernaba en España cuando fue publicada la primera edición del libro.

En cualquier caso, y aun tratándose de un refrito, no deja de tener interés esta descripción de Alcalá.




1 Abierto había yo, Francisco, a las musas un espacioso liceo
encerrado estoy ahora en estrecho sarcófago.
La púrpura uní al sayal y el yelmo al capelo
como fraile, general, gobernante y príncipe cardenal.
Más aún: por mi temple se unió la corona a la cogulla
cuando en mi regencia me obedeció España.

Traducción de Juan García Guijarro.


Publicado el 21-6-2022