Ancha es Castilla, de Eduardo Caballero
Aunque las obras literarias en las que aparece Alcalá son numerosas y en ocasiones muy conocidas (recuérdese, por ejemplo, el Buscón de Quevedo), en ocasiones nos encontramos con textos muy poco o nada conocidos, bien obras secundarias de autores famosos (como El audaz, de Galdós), bien firmados por escritores cuyos nombres nunca han llegado a trascender al gran público; y este segundo caso es, precisamente, al que pertenece la obra que hoy nos ocupa, Ancha es Castilla1, escrita por el colombiano Eduardo Caballero Calderón.
Pocos son los datos biográficos que he podido obtener de Eduardo Caballero: Nació en Bogotá en 1910 y se dedicó a la carrera diplomática desempeñando los cargos de secretario de embajada en Lima (1937-1940), encargado de negocios en Madrid (1946-1948) y embajador ante la UNESCO (1962-1966). En lo que respecta a su faceta literaria, cabe reseñar su condición de miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española; ha escrito tanto novelas como ensayos, y también ha cultivado su faceta periodística siendo corresponsal en España del diario colombiano El Tiempo, del que también fue redactor jefe. Su novela El buen salvaje, publicada en 1965, fue galardonada con el premio Nadal.
De su etapa de residencia en España son fruto el Breviario del Quijote y la obra que nos ocupa, Ancha es Castilla, ambas fechadas en 1947 aunque la edición que yo he utilizado es unos cuantos años posterior, concretamente de 1954. Ancha es Castilla recoge las impresiones que le causaron a su autor las tierras y las gentes de las dos Castillas, escritas en el estilo clásico de los libros de viajes, y corresponde a una época histórica -la posguerra- que justifica plenamente la visión pesimista y deprimente que Eduardo Caballero nos da de Castilla y por extensión de España.
A pesar de que resulta evidente, a raíz de la lectura del libro, que Caballero debió de visitar Alcalá probablemente en más de una ocasión, nuestra ciudad no tiene dedicado ningún capítulo propio como sí lo tienen ciudades tales como Segovia, Ávila, Salamanca, Toledo o El Escorial, aparte de Madrid cuya semblanza ocupa prácticamente la mitad del libro. No obstante las referencias a Alcalá son constantes, salpicando toda la obra a modo de acotaciones o, en ocasiones, comparaciones con otras poblaciones no siempre halagüeñas para nuestra ciudad. Así, ya en la misma introducción nos encontramos con lo siguiente2:
Ciudad Real... Talavera de la Reina... Carrión de los Condes... Alcolea del Pinar... Puebla de Arganzón... Aranda de Duero... Miranda de Ebro... Manzanares el Real... Alcalá de Henares... Guadalajara... Madrigal de las Altas Torres...
¡Qué nombres aquéllos, que embozan en la capa de su poesía la mugrienta realidad de las casonas en ruinas y las plazas desiertas!
Poco después Caballero confesará explícitamente su pasión por Castilla, a la que considera la esencia de España3:
Mi España seguirá siendo eternamente la de Castilla. (...) Una España de hidalgos pobres que recatan su miseria bajo el orgullo de la capa, como mis abuelos de Tunja; de segundones que se lanzan al mar en busca de la gloria y de la fortuna, como mis abuelos de Santander; y de santas que, como mis tías de los conventos del Carmen y la Encarnación en Bogotá, en los de Alcalá de Henares, olvidadas del mundo, el demonio y la carne, se echan a volar al cielo.
Uno de los elementos más característicos de la España eterna son, a juicio del autor, los mendigos, a los que retrata de esta manera4:
En los Estados Unidos me sentí profundamente extraño al medio, y abatido en mi interior, entre otras cosas, porque me faltaban los mendigos. Al encontrarlos en España, en los atrios de las catedrales de Sevilla y de Burgos, a la sombra de los portales de Alcalá de Henares y de Trujillo, en el zaguán de los conventos de Ávila y de Segovia, me sentí en mi casa.
Más adelante nos encontramos con una referencia, si bien escueta, a la universidad de Alcalá5:
Yo tenía la idea de contar mis impresiones de Segovia, con el prosaísmo de un estudiante pícaro que hubiera llegado de Salamanca a pernoctar en el Mesón de Cándido, antes de seguir a la Universidad complutense de Alcalá de Henares, por el camino de la Sierra del Guadarrama.
Redundancia curiosa eso de la universidad complutense de Alcalá... Pero quizá la cita más literaria de todas sea ésta en la que el viajero describe la simbiosis entre Alcalá y las cigüeñas, unas cigüeñas que anidaban -todo un símbolo- en las ruinas de la parroquia de Santa María6:
Nunca podré olvidar la impresión que me produjo un día en Alcalá de Henares, la cuna de Cervantes, al ver prendido a un alto muro de la iglesia en ruinas un nido de cigüeñas. Era en la primavera, pero todavía soplaba el viento frío del invierno. La única vida de la plaza vieja y silenciosa era la cigüeña que allá arriba, en el nido encaramado a la ruina, hacía castañetear tristemente su pico.
Una nueva referencia a la universidad nos sirve para conocer las preferencias artísticas de Caballero7:
El suramericano prefiere a la elegancia del Baptisterio de Florencia el lujo de la Universidad de Alcalá de Henares, y dentro de esta línea de asimilaciones y preferencias, entre lo romano y lo bizantino, entre lo heleno y lo alejandrino, la Venus Citerea y el San Francisco de Pedro de Mena, opta siempre por lo segundo.
Teniendo en cuenta que este libro está escrito bastantes años antes de que el colegio mayor de San Ildefonso fuera rehabilitado para sede de la ENAP (luego INAP), me pregunto qué lujo pudo ver Caballero, salvo en la fachada, en un edificio que entonces estaba semiabandonado. La siguiente cita vuelve a insistir en las esencias castellanas simbolizadas esta vez en otro de sus arquetipos, los hidalgos8:
Los hidalgos castellanos que vi al pasar por las calles de Sepúlveda o de Alcalá de Henares, desdeñosos del mundo y temerosos del demonio (con el extraño generosos como millonarios, aunque entre casa no tengan un duro con qué comprar garbanzos) son un producto típico de la meseta.
A este comentario le sigue una breve descripción geográfica9:
Dentro del soberbio escenario de la meseta que ondula, ocre y amarilla, y se levanta en una ola en la Sierra del Guadarrama, se encuentra en el camino hacia el oasis de Aranjuez el Cerro de los Ángeles. Por el de Alcalá de Henares hacia Barcelona se tropieza con la serranía de Guadalajara, que es de color violeta.
Finalmente nos encontramos con un último recuerdo no precisamente positivo de la influencia que la universidad alcalaína tuvo en la cultura española10:
Cuando toda Europa estaba filosofando en Bolonia y en las ciudades alemanas y francesas, España continuaba anclada a la escolástica en Alcalá de Henares.
Terminada la recopilación de las citas sobre Alcalá existentes en Ancha es Castilla, no puedo evitar la tentación de recoger un comentario de este mismo libro referente a la vecina localidad de Torrejón de Ardoz. Lo de menos es lo poco halagüeña descripción que hace Caballero de nuestros vecinos ya que, vuelvo a recordarlo, ésta es la tónica dominante en su libro; lo curioso es comprobar la poca visión de futuro que tuvo nuestro escritor apenas unos pocos años antes de que la construcción de la base aérea tuviera como consecuencia el enorme desarrollo del valle del Henares, Torrejón incluida11:
Para Almodóvar del Campo o Torrejón de Ardoz, no existe el plano, ni el porvenir, ni el más lejos, lo cual las diferencia sustancialmente de esas opulentas ciudades americanas que fueron originariamente aldeas con un incontenible deseo de crecer y vivir, sin castillo que las hiciera sombra ni muralla que les recortara el horizonte.
Evidentemente, las profecías no eran lo suyo.
1 CABALLERO CALDERÓN, Eduardo. Ancha es
Castilla. Col. Contemporánea, nº 254. Editorial Losada. Buenos
Aires, 1954.
2
Op. cit., pág. 9.
3 Op. cit., pág. 10.
4 Op. cit., pág. 27.
5 Op. cit., pág.
44.
6 Op. cit.,
pág. 46.
7
Op. cit., pág. 83.
8 Op. cit., pág. 98.
9 Op. cit., pág. 106.
10 Op. cit., pág.
154.
11 Op.
cit., pág. 15.
Publicado el 11-7-1998, en el nº 1.580 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 12-5-2007