Alcalá en Castilla la Nueva, de Gaspar Gómez de la Serna
Una visión de la ciudad en la década de 1960







Gaspar Gómez de la Serna y Scardovi, nacido en Barcelona en 1918 y fallecido en Madrid en 1974, fue un escritor y periodista primo de Ramón Gómez de la Serna, razón quizá por la que es poco conocido al haber sido eclipsado por la fama de su pariente. Hombre de gran cultura y políticamente conservador, ejerció diversos cargos en el gobierno franquista, colaborando también en numerosos periódicos y revistas de la época. Fue autor también de numerosos libros, uno de los cuales, Ramón, obra y vida, dedicado a su ilustre primo, le valió el Premio Nacional de Literatura de 1963.

Varios de sus libros se encuadran en el género de la literatura de viajes, y entre ellos el que nos interesa es el titulado Castilla la Nueva, un volumen dedicado a esta región española que forma parte de una colección de dieciséis guías regionales y de ciudades publicadas entre 1943 y 1977 por la Editorial Destino, todas ellas escritas por reconocidos autores como Pío Baroja (El País Vasco), Juan Antonio Cabezas (Madrid), Juan Fuster (El País Valenciano), Santiago Lorén (Aragón), Carlos Martínez Barbeito (Galicia), José Vicente Mateo (Murcia), Dolores Medio (Asturias), José María Pemán (Andalucía), José Plá (Cataluña), Alfredo Reyes Darías (Tenerife, La Palma, La Gomera, El Hierro) o Dionisio Ridruejo (Castilla la Vieja).

Castilla la Nueva fue publicada en 1964, aunque el prólogo del autor está fechado en marzo de 1961, lo que hace pensar que debió de ser entonces cuando Gómez de la Serna visitó Alcalá; no antes, puesto que alude a la restauración del Colegio Mayor de San Ildefonso y a la instalación en él de la Escuela Nacional de Administración Pública, que tuvieron lugar en 1960. Son casi seiscientas páginas en formato de 22 × 16 cm., profusamente ilustradas con fotografías de Francisco Catalá Roca con la colaboración del Archivo Mas y otros fotógrafos, sin que se especifique la autoría concreta de cada una de ellas. Las fotografías dedicadas a Alcalá son un total de ocho, y reproducen vistas de la Puerta de Madrid, de las calles de los Colegios y Santa Úrsula, de la plaza de Cervantes, de los soportales de la plaza de Cervantes a la altura de la pastelería de Salinas, de la fachada de la Universidad, del patio de Santo Tomás, del artesonado del Paraninfo y del sepulcro de Cisneros. De ellas para mí la más interesante es con diferencia la de la pastelería de Salinas, dado su valor costumbrista.

El texto, titulado por el autor Las torres calladas de Alcalá, tiene una innegable calidad literaria, y da una imagen entre nostálgica y esperanzadora de una Alcalá que comenzaba a despertar de su letargo secular, agravado por los desmanes de la Guerra Civil, pero que todavía mostraba una imagen decadente y somnolienta de la que tardaría aún bastantes años en desembarazarse.

En cualquier caso, el texto de Gómez de la Serna es un excelente testimonio de la Alcalá de entonces, al que apenas he tenido que corregir algunos detalles erróneos en las notas que he añadido a éste.




Las torres calladas de Alcalá

Bien hermosa y de tranquilo paisaje es esta entrada de Alcalá. A la derecha, la vega del Henares se abre dulcemente, fresca de hierba y olorosa de frutales, prolongando hacia el sur, valle del Jarama abajo, la huerta grande de Madrid que es. Ciudad de muchas torres, todavía Ponz pudo contar en ella a finales del xvIII 38 iglesias y 19 colegios. Sólo que con el xix se inauguró mala fortuna para Alcalá, que comenzó desmochándola con el fuego que le pusieron los franceses, y ya no paró la ciudad de caerse y arder hasta 19411, año en que se incendió el Palacio Arzobispal, que sobre haber sido uno de sus mejores edificios renacentistas, albergaba el importantísimo Archivo General Central. Entre estas dos hogueras, Alcalá tuvo que soportar daños y destrucciones tan importantes como la de Santa María y la Magistral, que fue la mayor de sus iglesias; dejar que se pudrieran en el abandono ilustres edificios y dar a otros destino de cuartel para que pudieran sobrevivir. Sólo muy ahora ha empezado la paciente reconstrucción y a la vez un como propósito de devolverle algo del tono intelectual perdido: la restauración de la Universidad, de la Capilla del Oidor, de la Iglesia de San Ildefonso; la reconstrucción de la Magistral y la instalación recentísima de la Escuela de Funcionarios de la Administración, son indicios de que ha empezado a soplar mejor viento para esa desdichada ciudad.

Torre de más, torre de menos, tiene siempre Alcalá, sobre todo para quien es universitario, un aura espiritual más alta que sus agudos chapiteles; que ella es, como Salamanca, como Oxford, como Bolonia, uno de los grandes nombres que componen la ejecutoria de la cultura de Occidente.

La vieja Complutum romana, que fue ya Estudio General en tiempo de Sancho IV, debe la fundación de su gloriosa Universidad al Cardenal Cisneros, que dio comienzo a su magna empresa cultural instaurando en 1508 el Colegio Mayor de San Ildefonso sobre unos modestos edificios -los cuales fueron reformados y completados, principalmente entre 1543 y 1583- y preparando y dando cima en Alcalá a la primera Biblia Poliglota del mundo. Por si fuera poco, se corona el prestigio intelectual de esta ciudad con el nacimiento de don Miguel de Cervantes, bautizado el 9 de octubre de 1547 en la Capilla del Oidor2, de la destruida Parroquia de Santa María.

No sería fácil evocar ahora en la callada Alcalá la bulliciosa vida universitaria de los siglos xvi y xvii, cuando había 21 Colegios Mayores3 para seglares y 27 para clérigos, ni tampoco el ajetreo de la picaresca, en la que unos y otros aguzaban su ingenio. Desalojados los colegios, ya en plena bancarrota al ser trasladada la Universidad a Madrid en 18364, Alcalá perdió con ellos el juego popular de su costumbre y última tradición universitaria.

Y, sin embargo, de la tradición perdida algo queda en el aire de esta pequeña ciudad, que conserva como una pátina, ya museal y muda, de su edad de oro: el viejo tiempo de los Austrias baña aún de sobriedad elegante, de distinción, los grandes caserones, las plazuelas recogidas, los patios renacientes, los viejos portones y las gruesas ventanas con celosías tras las que se adivina el paso de las sombras. La pieza mayor de la Universidad no debe hacerle olvidar al viajero el encanto un poco triste de estas calles conventuales ni dejarle sin ver Las Magdalenas o Las Juanas, puras estampas del siglo xvii, ni el Monasterio de Las Bernardas, típico conjunto de la época de Felipe III, trazado, como la portada de los Jesuitas, por Juan Gómez de Mora; tampoco dejará de acercarse a la plaza de los Santos Niños, donde se está reconstruyendo la Magistral, una colegiata edificada a expensas de Cisneros por su arquitecto Pedro Gumiel5, entre 1497 y 1501, que reproducía a escala menor la Catedral de Toledo.

Todo eso, a la vez que desalojará del ánimo la vulgaridad de la plaza Mayor y el mal gusto de esas farolas que dan jaque mate a la pobre estatua de Cervantes, le prepara de la mejor manera el ambiente para adentrarse en la Universidad. Pero antes, al fondo de esta alargada plaza, detrás de la sombra de Cervantes, puede uno acercarse a las ruinas de Santa María y a su restaurada Capilla del Oidor, en donde se ha reproducido la pila en la que recibió don Miguel las aguas del bautismo; sólo eso y una aventurada reconstrucción de su casa natal, en la calle que lleva su nombre, es cuanto queda aquí de la memoria del inmortal alcalaíno6.

En la Plaza de la Universidad o de San Diego se levanta la espléndida fachada de la Universidad (1543), joya plateresca que es uno de los mejores productos del Renacimiento español, obra del famoso y fecundo arquitecto Gil de Ontañón, a quien tanto debe también Salamanca. La afición decorativa del plateresco puro, heredada del arte mudéjar, aparece aquí, a la vez que suntuosamente desarrollada, contenida también por el empeño de la «divina proporción» renacentista, con una grandiosidad cuyo perfecto equilibrio está como subrayando y reteniendo en su preciso límite el gran cordón franciscano que la encuadra.

Por la soberbia portada se ingresa en el Patio Mayor, que es el de Santo Tomás de Villanueva, obra posterior (1662) que conserva, sin embargo, toda la pureza clasicista del estilo Renacimiento; esta parte del edificio acaba de ser reconstruida y en ella se ha instalado la Escuela de Funcionarios de la Administración. Más bello aún que este claustro y más antiguo (1557) es el tercero, o Patio Trilingüe, que fue núcleo central del antiguo Colegio de San Jerónimo, donde se enseñaba latín, griego y hebreo. Desde él se tiene acceso al Paraninfo de laUniversidad, la más hermosa muestra que se conserva del edificio que comenzó Pedro Gumiel: un hermoso artesonado morisco y un alicatado7 que combina el arte mudéjar con el renaciente encuadran este espléndido recinto, en el que se escucharon las voces más famosas de los humanistas y los teólogos de los siglos de oro. Nombres de los universitarios más ilustres de España completan, en lápidas de mármol, el empaque de este Paraninfo.

Se puede salir del Patio Trilingüe por la Hostería del Estudiante, que el Estado ha montado como una vieja venta castellana para descanso y regalo del turista. Pero será mejor concluir la visita a la Universidad volviendo a la fachada principal, en cuyo lado oeste está la Capilla de San Ildefonso, obra también de Pedro Gumiel, que alojó originariamente el Sepulcro de Cisneros, el cual, rescatado de la destrucción de la Magistral, a la que fue en tiempos trasladado, ha vuelto a ella en 1960 y ojalá que sea para siempre. Aunque muy dañado, todavía puede admirarse en este estupendo sepulcro, comenzado por el escultor italiano Fancelli y ejecutado por Bartolomé Ordóñez, el fino trabajo de uno de los más altos nombres de la escultura renacentista en España. Colocado en la cabecera del templo, preside ahora una importante exposición de recuerdos del Gran Cardenal, que Dios quiera se deje aquí con carácter permanente8.




1 El incendio fue en agosto de 1939.

2 La Capilla del Oidor, en su origen un panteón familiar, no fue la ubicación original de la pila bautismal. Al parecer ésta se encontraba en el hueco existente bajo la torre, pero fue trasladada a la Capilla del Oidor, al ser restaurada la iglesia en 1905 con ocasión del III Centenario del Quijote, por el arquitecto Luis María Cabello Lapiedra, con objeto de dar un mayor empaque -aunque fuera históricamente falso- al lugar del bautismo de Cervantes.

3 Se equivoca Gaspar Gómez de la Serna. En la Universidad de Alcalá sólo había un único Colegio Mayor, el de San Ildefonso. Todos los demás, religiosos y seglares, eran Menores.

4 Resulta muy discutible la afirmación de que la Universidad fue trasladada a Madrid en 1836. En realidad, y aunque se aprovecharon parte de su patrimonio expoliado y algunas de sus cátedras, la Universidad Central de Madrid nació como una universidad de nuevo cuño -el cambio de nombre fue toda una declaración de principios- que partía de cero, libre del lastre que arrastraban las universidades del Viejo Régimen, como la desaparecida de Alcalá.

5 Aunque la historiografía tradicional atribuye su autoría a Pedro Gumiel, en realidad los arquitectos de la Magistral fueron los hermanos Antón y Enrique Egas, salvo la torre, levantada posteriormente por Rodrigo Gil de Hontañón, y el claustro y la parroquia de San Pero, edificados ya en el siglo XVII. Pedro Gumiel fue maestro de obras y supervisor, por mandato de Cisneros, de los trabajos de los hermanos Egas.

6 Nuevo error del autor. La Casa de Cervantes no se encuentra en la calle homónima, sino en la de la Imagen. Sí se creyó, durante mucho tiempo, que ésta había estado en la calle Cervantes, concretamente junto al Teatro Salón Cervantes, que por ello fue bautizada así e incluso llegó a descubrirse una lápida; pero cuando Gaspar Gómez de la Serna visitó Alcalá la Casa de Cervantes llevaba ya varios años inaugurada. Probablemente se confundió entremezclando ambos temas.

7 El alicatado original está hoy desaparecido. Resulta difícil saber si todavía podían existir algunos restos cuando lo visitó el escritor, aunque en cualquier caso éstos serían mínimos ya que fueron retirados al restaurarse el Paraninfo. Es posible que se confunda con las yeserías, a las que no cita como tales pero cuya descripción coincide con la dada en el libro.

8 El sepulcro, aunque vacío, continúa estando en San Ildefonso. No así la exposición cisneriana, retirada hace ya muchos años.


Publicado el 10-3-2016