Iberia, de Manuel de Lope
No es ningún secreto que la literatura de viajes, tan prolífica a lo largo de los siglos, no está pasando ahora por uno de sus mejores momentos en lo que a aceptación popular se refiere, que no en cuanto a su calidad literaria puesto que escritores de la talla de Julio Llamazares o Javier Reverte, por poner tan sólo dos conocidos ejemplos, se encargan de demostrar bien a las claras que este género sigue teniendo, por fortuna, cuerda para rato.
Otro escritor que asimismo lo han abordado en fechas recientes, y ciertamente con gran brillantez, ha sido el burgalés Manuel de Lope, nacido para el mundo en 1949 y para la literatura en 1978, autor sólido y estimado que cuenta en su haber con un buen puñado de afamadas novelas. Pero no son sus novelas las que nos interesan en este momento, sino su libro de viajes en dos tomos que llevan por título común Iberia y por subtítulos La puerta iluminada1 y La imagen múltiple2, respectivamente. Fruto de un viaje por España que le llevó al autor varios años, Iberia nos da una visión personal de nuestro país tan atractiva como amena. Y como en ella aparece citada Alcalá, razón de más para recomendar su lectura.
El libro, que se suma así a la obra de tantos y tantos autores que dejaron escritas a lo largo de los siglos sus impresiones sobre nuestra ciudad, está dividido en capítulos correspondientes a las diferentes comunidades autónomas, correspondiendo a algunas un par de ellos y uno solo al resto. Aunque el dedicado a Madrid, y con ella Alcalá, pertenece al segundo volumen, algo podemos encontrar no obstante en el primero, y más concretamente en el capítulo dedicado a Castilla la Mancha cuando de Lope hace una reflexión sobre Cervantes y el Quijote3:
La Mancha es uno de los nombres geográficos más internacionales que existen. Don Quijote ha hecho famoso el nombre de la Mancha en multitud de idiomas, y aunque Cervantes era natural de Alcalá de Henares, en la provincia de Madrid, su personaje aparece vinculado para siempre a la región manchega.
Ya en el segundo volumen, y en el capítulo correspondiente a Madrid, aparece esta breve descripción del Henares4:
Las tierras fértiles del sur de la región están regadas por el Jarama y el Tajo. Del este llegan los ríos Tajuña y Henares, buscando el río grande.
Tras aludir brevemente a un amigo suyo natural de Alcalá, pero afincado en Madrid, que le sirve de cicerone por la capital5el autor, tras describir la urbe madrileña, fija su atención en las tres poblaciones más interesantes de la provincia desde el punto de vista histórico y artístico, Alcalá, Aranjuez y El Escorial, a las cuales dedica una parte importante del capítulo bajo el título común de Escuelas, jardines y panteones. Leamos lo que dice de Alcalá6:
Hay tres lugares en Madrid, fuera de la capital, que forman los vértices de un triángulo en los que se apoya buena parte de su prestigio, como esas construcciones ideales que sitúan la esencia de las categorías abstractas en puntos dispuestos en torno a una esfera central. El primero de esos lugares es Alcalá de Henares, el segundo es Aranjuez y el tercero San Lorenzo del Escorial. Cada uno de ellos parece tener un significado particular. Alcalá de Henares es la sede de una universidad antigua. De Aranjuez son famosos sus jardines. En San Lorenzo del Escorial están sepultados los reyes. Las escuelas de Alcalá, los jardines de Aranjuez y los panteones de El Escorial simbolizan respectivamente el saber, el placer y la muerte.
De los tres puntos, Alcalá de Henares es el más cercano a Madrid. Se encuentra a poco menos de cuarenta kilómetros de distancia de la Puerta del Sol, en una sucesión urbana prácticamente integrada a la expansión de Madrid, en lo que llaman el corredor del Henares, ocupando la vega de ese río. A pesar de la influencia de la capital, tan avasalladora como puede serlo la industrialización de tierras fértiles o la transformación en apretados núcleos de viviendas de lo que fueron prados o campos de cereal, la personalidad profunda de Alcalá se mantiene intacta. Su vinculación a Madrid es discreta. Su descripción urbana es específica. El corazón de la ciudad se ha cerrado en el interior de sus murallas y ha dejado que el entorno asuma las características de un barrio exterior de la capital. En Alcalá de Henares nació Cervantes. Alcalá fue el escenario de alguno de los capítulos más populares de La vida del Buscón, la gran novela picaresca de Quevedo. Desde luego hay referencias que no admiten comparación, pero no es inoportuno señalar, junto a Cervantes y a Quevedo, que en Alcalá de Henares nació don Manuel Azaña, el último presidente de la II República española. La importancia política de Azaña va vinculada a uno de los episodios cruciales de la historia española, pero además, nadie puede olvidar al leer sus memorias su excelente calidad de escritor, hasta el punto de que se ha pensado alguna vez que Azaña hubiera sido mejor observador que hombre de partido, y mejor escritor que político, por encima de muchos de los autores consagrados de su época, confirmando ese vínculo tan habitual entre el poder y las letras que cuando coinciden en un mismo individuo acaban por establecer la duda sobre el poder de las letras cuando lo que está al alcance de la mano es la tentación del poder.
Alcalá fue sede de una de las universidades más importantes de España y dio el nombre de Universidad Complutense a la propia Universidad de Madrid, cuando el claustro y la sede universitaria se trasladaron a la capital. El antiguo prestigio de la Universidad de alcalá no puede separarse de su historia reciente, que resulta algo más que curiosa. Con el desplazamiento de la universidad a Madrid en el siglo XIX, los edificios que albergaban las facultades y los colegios quedaron vacíos. Puestos a la venta, fueron adquiridos en su momento por un industrial de Guadalajara que había hecho su fortuna con el comercio de miel de la Alcarria. Aquel industrial melero quizá pensaba dedicar aquellos edificios a la elaboración de miel, pero primero decidió vender la fachada íntegra del más hermoso de ellos a un comprador americano. Hubo entonces un repunte de orgullo alcalaíno. En la ciudad se formó una sociedad que presentó al melero de Guadalajara una oferta mejor, no sólo por la fachada en venta sino por todo el conjunto de edificios. Esa sociedad de vecinos de Alcalá, constituidos en Sociedad de Condueños, se hizo propietaria de los bienes del melero. Cuando la Universidad de Alcalá de Henares volvió a Alcalá hacia 1975 para aliviar la congestión de la Universidad de Madrid, los antiguos edificios que ocupaba fueron puestos a su disposición por la Sociedad de Condueños, que aún existe. Las participaciones de esa sociedad se transmiten de padres a hijos. A menudo son objeto de regalo de boda. La sociedad sigue siendo propietaria de los bienes inmuebles de la universidad.
Quizá no sea ésta la única circunstancia que ha salvado el patrimonio urbano de Alcalá de Henares de una destrucción que parecía asegurada. Alcalá fue también ciudad de muchos conventos. En el siglo XIX, cuando los bienes de las órdenes religiosas fueron puestos en venta, muchos de esos conventos fueron ocupados por el ejército. Alcalá de Henares tuvo guarnición de infantería, de caballería, compañía de sementales y regimiento de paracaidistas, sin contar algunos otros cuerpos de servicios. Cien años más tarde, el despliegue estratégico de muchas de esas unidades liberó los edificios de nuevo. El ejército es esencialmente un estamento conservador y la mayoría de las construcciones habían sufrido pocos desperfectos, salvo los derivados del uso. De ese modo, en tiempos recientes, Alcalá de Henares ha visto incrementado su patrimonio urbano de forma considerable. La Universidad de Alcalá ha ocupado en buena medida el casco antiguo. Desde allí, las grandes universidades de Madrid se ven con una mezcla de lejanía y desgana, lo primero por el evidente desplazamiento del campus complutense, que lo sitúa en una zona literaria e intemporal donde la eficacia puede ir acompañada de un antiguo prestigio, y lo segundo por el disfrute que concede la ocupación de un claustro monumental respecto a los edificios madrileños.
Ciertamente la descripción, aunque breve, es excelente, puesto que de Lope ha sabido resumir en estos párrafos la esencia misma de la alcalainidad. Poco más adelante aparece una breve referencia en la parte dedicada a Aranjuez7:
La influencia de Madrid sobre Aranjuez se deja sentir de un modo muy diferente que la influencia de Madrid sobre Alcalá de Henares. La expansión madrileña ha convertido Aranjuez en una especie de merendero de fin de semana.
Terminada la lectura del capítulo dedicado a Madrid, en el preámbulo del segundo de los dos capítulos dedicados a Castilla y León encontramos una nueva alusión a Alcalá junto con la referencia a otro alcalaíno célebre, el Arcipreste de Hita8:
El viejo camino medieval de Castilla la Nueva a Castilla la Vieja seguía la vía de Alcalá de Henares a Segovia sin pasar por Madrid, que entonces debía de ser un lugar sin importancia. Es también una ruta literaria en la extraña peregrinación del Arcipreste de Hita por los vericuetos de la sierra de Guadarrama.
Para a continuación citar de nuevo a Azaña9:
La influencia de Madrid y su tremenda presión demográfica han colonizado la sierra desde los años en que Manuel Azaña dejaba al atardecer su despacho del Ministerio de la Guerra y se iba a pasear en automóvil a las ruinas de El Paular. «Cielos cadavéricos, de morados y oro...» En el dramatismo de los crepúsculos el futuro presidente de la República veía una premonición de la catástrofe que se avecinaba.
Y de nuevo a Alcalá10:
Franquear la sierra de Guadarrama desde Alcalá de Henares a Segovia es un acto de iniciación banalizado. Se puede decir que la frontera geográfica entre las dos Castillas es un lienzo de una admirable continuidad, donde no faltan las pistas de esquí, ni las residencias secundarias, ni los riscos cargados de montañeros multicolores, pero donde tampoco faltan los bosques espesos ni las vacas sueltas.
Lástima que los políticos no pensaran lo mismo cuando allá por los años de la Transición se empeñaron en trocear Castilla en nada menos que cinco pedazos diferentes. Y eso es todo, que ya es bastante, aunque desde luego leer la totalidad de Iberia merece realmente la pena. En serio.
1Manuel de Lope. Iberia. La puerta iluminada. Col.
Debate. Editorial Random House Mondadori. Barcelona, 2003.
2 Manuel de Lope.
Iberia. La imagen múltiple. Col. Debate. Editorial Random
House Mondadori. Barcelona, 2005.
3 Iberia. La puerta iluminada. Pág. 247.
4 Iberia. La
imagen múltiple. Pág. 14.
5 Op. cit., pág. 34.
6 Op. cit., pág. 51
a 54.
7 Op. cit.,
pág. 54.
8
Op. cit., pág. 471.
9 Op. cit., pág. 472.
10 Op. cit., pág. 472.
Publicado el 1-4-2006, en el nº 1.946 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 12-5-2007