A vagabond in Spain, de Charles Bogue Luffmann



Portadas de la edición original de A vagabond in Spain y de una reedición de Forgotten Books de 2013.



Aunque son numerosos los viajeros, tanto españoles como extranjeros, que a lo largo de los años dejaron testimonio de su paso por Alcalá, y pese a que los textos de muchos de ellos han sido rescatados bien en reediciones de sus obras, bien en antologías, no resulta infrecuente encontrar de vez en cuando a alguno todavía inédito no obstante el valor de sus comentarios.

Éste es precisamente el caso del inglés Charles Bogue Luffmann, nacido en 1862 en el condado de Devon y fallecido en este mismo territorio perteneciente a la península de Cornualles, en el suroeste de Gran Bretaña, en 1920. Horticultor de profesión, llegó a desempeñar importantes cargos administrativos en Australia, y asimismo fue un divulgador de nuevas técnicas agrícolas escribiendo los libros The Principles of Gardening for Australia (Melbourne, 1903) y The Harvest of Japan (Londres, 1920). Dedicado a su profesión, a finales del siglo XIX vivió durante cuatro años en Italia, Francia y España, donde ejerció como gerente de una empresa comercializadora de frutos secos radicada en la ciudad de Málaga. Y como además tenía aficiones literarias, decidió hacer un recorrido por España a pie y de una manera que hoy llamaríamos mochilera, lo que hace sospechar que la impresión que debió de causar a los españoles de entonces con su pintoresco aspecto, en especial en las zonas rurales por las que pasó, debió de ser, cuanto menos, profunda.

El viaje tuvo lugar en el verano de 1893, y fruto del mismo fue el libro A vagabond in Spain1, publicado en Londres en 1895 y que, pese a su interés, nunca llegó a ser reeditado, ni por supuesto traducido al español. Su itinerario no pudo ser más amplio: entrando por San Sebastián recorrió Pamplona, Zaragoza, Madrid, Toledo, Sevilla, Granada... hasta acabar en Gibraltar, que era casi como estar en casa de Su Graciosa Majestad. Tras varios años de ausencia Luffmann volvería a nuestro país en 1908, publicando en 1910 un segundo libro titulado Quiet days in Spain, del que huelga decir que tampoco existe traducción. De la totalidad de su obra tan sólo Juan Antonio Santos recogió en 1994 algunos fragmentos de A vagabond in Spain en su antología Madrid en la prosa de viaje III (siglo XIX)2, pero de una manera incompleta en lo que respecta a su paso por Alcalá. Puesto que tuve la suerte de encontrar un ejemplar del libro en la Biblioteca Regional Joaquín Leguina de Madrid, estimé conveniente rescatar -previa traducción, claro está- el texto completo que Luffmann dedicó a nuestra ciudad en su tránsito de Zaragoza a Madrid siguiendo la antigua carretera de Aragón, coincidente de forma aproximada con la actual autovía A-2.




Charles Bogue Luffmann en 1899


Luffmann llegó a Alcalá procedente de Guadalajara, ciudad que le agradó -“Guadalajara es una célebre población antigua que posee muchos edificios históricos, jardines e iglesias”- así como donde también le llamó poderosamente la atención el Henares después una larga caminata -era pleno verano- por los resecos campos alcarreños3. Tras una breve estancia en la ciudad vecina, ya que al parecer las condiciones en las que realizaba el viaje no le permitían recalar demasiado tiempo en ningún sitio, so pena de ser tomado por un vagabundo tal como refleja el título del libro, siguió carretera adelante lamentándose de perder de vista al Henares, que tan piadosamente le había aliviado de los rigores estivales. Ironías del destino, poco después se vería obligado a refugiarse en una taberna al ser sorprendido por una violenta tormenta que le caló de pies a cabeza. Tras relatar un episodio pintoresco, el de una lugareña enseñando a rezar a un niño, que como buen inglés que era le pareció retrógrado, pernoctó en una venta del camino, quizá la de Meco aunque no llega a citar su nombre, donde tendría que compartir refugio con varias mulas, algo que como cabe suponer le desagradó sobremanera.

Tras relatar su peripecia nocturna el libro salta a narrar directamente las impresiones del autor en Alcalá, ignorando los detalles de su llegada a la ciudad que, cabe suponer, hubo de tener lugar por la actual avenida de Guadalajara. Reproduzco íntegro este episodio -Juan Antonio Santos, como he comentado anteriormente, tan sólo lo recoge en parte-, intitulado por Luffmann Cervantes Birthplace, es decir, La cuna de Cervantes, el cual abarca una extensión de unas dos páginas y media del libro4:


¡Cervantes! Poco pensaba yo, cuando reía y lloraba con tu inmortal “Don”, que alguna vez me encontraría frente a la casa que te vio nacer en tu ciudad natal de Alcalá de Henares. Sin embargo, esto ha llegado a pasar realmente. La mayoría de la gente lamenta su perdida juventud. Yo no. La mía no fue “una gloriosa primavera pletórica de promesas doradas y fragancias de dulces flores”. Todo lo que puedo rememorar con placer son mis viejos amigos, los libros. Yo me reunía con ellos siempre que los necesitaba. Llegaban para consolarme cuando nadie más lo hacía, y desde entonces ha existido entre nosotros un pacto no escrito, ni hablado. El tiempo y una profunda intimidad hacen más firme nuestro apretón de manos cada vez que nos encontramos.

Y ahora, en el año de gracia de 1893, a la vista de la Calle Mayor, bajo la sombra de la gran iglesia Magistral, en una calle estrecha pavimentada con un tosco empedrado y casas no muy distintas de la primera que albergara a nuestro propio Shakespeare, me encontraba frente a la casa de Cervantes.

Nadie fue capaz de relatarme la menor anécdota sobre el ilustre soldado. Pero trescientos años son muchos años para la memoria, y la lucha por la supervivencia en la España actual es más perentoria que el interés por aprender o reír.

Dudo que fueran los propios españoles los que hicieron célebre a Cervantes. Soy lo bastante mezquino para creer que el español actual carece de la capacidad y de la voluntad necesarias para descubrir la auténtica grandeza de nadie.

Catalina de Aragón nació en Alcalá, y también Fernando, emperador de Alemania e hijo de Juana la Loca. El Gran Cardenal y Regente Ximénez [Cisneros], cuya extraordinaria versatilidad desconcertaba a todos sus contemporáneos, pasó la mayor parte de su larga vida aquí, y casi cada página de la historia de la Iglesia española registra algún hecho heroico o impío realizado por el ilustre difunto de Alcalá. Todavía el nombre de Cervantes lo eclipsa todo. Nadie como él en todo el pasado para hacer que el presente parezca luminoso y soportable.

Visité la magnífica iglesia Magistral, donde Cervantes fue cristianado. Sus muros están recubiertos con exquisitos tapices moriscos, españoles e italianos representando escenas bíblicas, históricas e incluso de caza. Sus vivos colores -naranja, púrpura y azul celeste- son de una calidad y de una vitalidad de las que carece el arte moderno.

La iglesia está cuajada de preciosos objetos -esculturas de mármol y alabastro, esbeltas tallas en madera, túnicas de pedrería, reliquias sagradas- y, entre tanta belleza y suntuosidad, Vírgenes ataviadas con modernas vestimentas vulgares hasta para una obrera. Yo estaba encantado con los tapices, y dejé llevarse a mi agotado espíritu por las arrebatadoras notas del órgano y el coro.

Pero a pesar de todas estas evocaciones históricas de Alcalá, tuve que fijar mi atención en necesidades más prosaicas. En la ciudad de Cervantes gasté tres perras en pescado frito, pan y vino, y estoy seguro de que si el viejo filósofo llegara a leer mi comentario sobre su cuna, no lo tendría por demasiado pobre considerando que soy tan sólo un vagabundo.

La lluvia de ayer no se dejó sentir en los caminos. Seguían tan polvorientos como siempre, con el cielo igual de radiante y el sol igual de implacable. Caminé por un terreno accidentado, donde no medraban más que unos cuantos viñedos y algunos huertos, y a primera hora de la tarde llegué al Jarama. Éste sí es un río de verdad, y su agua es de buena calidad.


Como puede comprobarse, el texto desprende un inconfundible tufillo a superioridad anglosajona, nada sorprendente puesto que fue escrito en pleno período victoriano. Cierto es que la España con que se encontró Luffmann, rural y atrasada incluso para los propios españoles de las ciudades, no dejaba demasiado margen para el elogio, pero cierto es también que los ingleses de esa época acostumbraban a mirar por encima del hombro a todo lo que les fuera ajeno, catalogándolo inmediatamente de inferior. Así pues, no es de extrañar que alabe a Cervantes al tiempo que critica ácidamente la desidia de los alcalaínos; en esto tenía razón, aunque en descargo de nuestros antepasados hay que considerar que por entonces la ciudad apenas si estaba comenzando a recuperarse de la profunda decadencia en la que estuvo sumida durante buena parte del siglo XIX.

En venganza podemos reseñar los errores de Luffmann, alguno de ellos de considerable bulto: A la Magistral la denomina con el pintoresco término de “El Magistral”, que yo he preferido corregir, aunque mucho más grave resulta su afirmación de que Cervantes fue bautizado allí en lugar de en la parroquia de Santa María, hoy Capilla del Oidor. Asimismo al describir el interior de la iglesia, arrasado durante la Guerra Civil, no da ni una al asegurar que los desaparecidos tapices que adornaban sus muros eran “moriscos, españoles e italianos”, ya que en realidad eran flamencos.

Tampoco acertó al extasiarse frente a la casa natal de Cervantes -en realidad una anónima tapia-, aunque en este caso la responsabilidad no es suya ya que en su época se creía erróneamente que ésta se había alzado en la calle de la Tahona, actual de Cervantes, sobre el solar de la antigua huerta del convento de los Capuchinos, ocupado en parte por el Teatro Salón Cervantes desde su construcción en 1888. Incluso llegó a haber allí una lápida, descubierta en 1846, conmemorando esta presunta ubicación, que Luffmann no llegó a ver dado que había sido retirada en 1886. En realidad la verdadera casa de Cervantes -la actual de la calle de la Imagen, esquina a Mayor- no fue descubierta hasta 1953 por el cervantista Luis Astrana Marín, e incluso en 1905, coincidiendo con el tercer centenario del Quijote, sería descubierta una segunda lápida en la misma ubicación errónea de la calle de Cervantes, sobre la tapia del solar frontero al Teatro Salón que durante muchos años albergó la terraza de verano del cine y actualmente está ocupado por el nuevo edificio anejo.

Así pues, Luffmann se ahorró un disgusto y se pudo marchar de la ciudad satisfecho, cenando incluso por tres perras. Lo que es más difícil de entender, excepción hecha del tema de la casa de Cervantes, e incluso de su confusión entre la Magistral y la parroquia de Santa María, es que no haga la menor alusión a la estatua, inaugurada en 1879 en la plaza de Cervantes, ni tampoco a los dos teatros que, en un alarde de originalidad, estaban ambos dedicados al autor del Quijote, pese a que uno de ellos -el Salón- era vecino de la supuesta casa natal que con tanta devoción veneró.

También sorprende la ausencia, a diferencia de lo habitual en los viajeros foráneos que pasaron Alcalá, de toda mención a los monumentos importantes de la ciudad tales como la Universidad, el Palacio Arzobispal -entonces todavía intacto- o las Bernardas, sobre todo teniendo en cuenta que poco antes sí había prestado atención a los edificios históricos de la vecina Guadalajara, y no menos extraño resulta que la referencia a Catalina de Aragón, reina de Inglaterra y protagonista muy a pesar suyo de uno de los episodios históricos de mayor calibre de la historia de su país, se limite a decir que nació en Alcalá. Parece como si su fervor por Cervantes le hubiera cegado frente a todo lo demás, y puede incluso que su visita a la Magistral se debiera tan sólo al error de considerarla como el lugar en el que fuera bautizado el escritor... actitud muy británica, dicho sea de paso.

El caso es que al día siguiente Luffmann reemprendió su camino dirigiéndose a Madrid, a donde llegó tras relatar un curioso episodio que le sucedió con las lavanderas del Jarama; pero esto es algo que excede ya de las pretensiones de este artículo.




1 LUFFMANN, Charles Bogue. A vagabond in Spain. Ed. John Murray. Londres, 1895.

2 SANTOS, Juan Antonio (recopilador). Madrid en la prosa de viaje III (siglo XIX). Col. Madrid en la literatura. Comunidad de Madrid. Madrid, 1994.

3 Ver El Henares en la literatura del siglo XIX, notas 86 y ss.

4 A vagabond in Spain. Páginas 122 a 124.


Publicado el 22-7-2008