Recuerdos y bellezas de España, de Quadrado y Parcerisa
Aunque menos conocida que la España Artística y Monumental de Escosura y Villaamil, su homóloga y contemporánea Recuerdos y bellezas de España, una obra colectiva de varios escritores ilustrada con grabados de Francisco Javier Parcerisa, merece asimismo ser recordada puesto que dedica a Alcalá un extenso artículo acompañado de dos excelentes grabados que reproducen sendas vistas del desaparecido patio de Covarrubias del Palacio Arzobispal y de la fachada principal de la entonces Iglesia Magistral, siendo llamativo que Parcerisa no fijara su atención en la mucho más monumental fachada de la Universidad. En cualquier caso, en nada desmerecen estos dos grabados de los cuatro que dedicara a Alcalá Genaro Pérez Villaamil.
En cuanto al texto, éste va mucho más allá de limitarse a ser una mera descripción artística de nuestra ciudad, ya que incluye además una pequeña pero documentada crónica histórica que, como no podía ser de otra manera, se hace eco de la decadencia y el abandono en el que estaba sumida entonces Alcalá.
Recuerdos y bellezas de España consta de doce volúmenes editados entre 1839 y 1865 -la España Artística y Monumental tiene tan sólo tres, publicados entre 1842 y 1850-, lo que da idea de su envergadura. Los textos fueron escritos por Pablo Piferrer, Francisco Pi y Margall -futuro presidente de la efímera I República-, José María Quadrado y Pedro de Madrazo, correspondiéndole a José María Quadrado la redacción de los dos tomos dedicados a Castilla la Nueva, en el primero de los cuales, publicado en 1848 como sexto volumen de la colección, es donde aparece la descripción de Alcalá.
José María Quadrado Nieto, nacido en la localidad menorquina de Ciudadela en 1819 y fallecido en Palma de Mallorca en 1896, fue un periodista, escritor e historiador encuadrado en el movimiento neocatólico, un intento de superar la estrecha vinculación de la Iglesia Católica con los elementos más reaccionarios de la política y la sociedad decimonónicas, absolutismo primero y carlismo después- adaptándose a la realidad de los tiempos. Fue autor, además de los ya citados dedicados a Castilla la Nueva (6º y 7º), de los volúmenes correspondientes a Aragón (3º), Asturias y León (12º), Valladolid, Palencia y Zamora (10º) y Salamanca, Ávila y Segovia (11º), la mitad del total. A ellos se une una amplia bibliografía que abarca artículos periodísticos -Quadrado fue un activo propagandista católico-, trabajos históricos y poesías.
Por su parte Francisco Javier Parcerisa Boada (Barcelona, 1803 - Barcelona, 1875) fue un dibujante especializado en litografías, es decir, en los grabados que se utilizaban como ilustraciones de los libros con anterioridad a la aparición de la fotografía. Fue autor, como ya ha sido comentado, de la totalidad de las ilustraciones de Recuerdos y bellezas de España, una obra monumental que le valió ser nombrado miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Aunque también cultivó la pintura, hoy es recordado principalmente por sus magníficos dibujos, entre los que se cuentan los dos que dedicó a Alcalá.
Hecha esta presentación, corresponde ahora a Quadrado y Parcerisa darnos su visión de la Alcalá de mediados del siglo XIX que tuvieron ocasión de conocer, gracias a la edición digitalizada de la Biblioteca Nacional. Aunque el texto es bastante largo y cuenta con numerosas notas al pie de página, en ocasiones incluso farragosas, he considerado importante reproducirlo de forma íntegra sin más correcciones que una conveniente modernización ortográfica.
Castilla la Nueva (tomo I). Capítulo
sexto
Alcalá de Henares
Víctima empero más ilustre y más reciente de la prepotencia de la capital es la docta Alcalá de Henares, cuya belicosa frente orlaron las ciencias con su académica aureola, y con su diadema de templos el espíritu religioso. Acampada en espaciosa llanura, a la margen derecha de su río oculto entre alamedas, y al abrigo de un ramal de cortados cerros, ostenta gallardamente sus cúpulas y torres a los que de Aragón y Cataluña vienen y rodean sus tapias por afuera, presentándose como digna avanzada de la regia villa del Manzanares que se adelanta seis leguas a recibirlos. Al penetrar empero en su recinto, sea por la puerta de Mártires1 que conduce a Guadalajara, sea por el arco moderno que mira al occidente hacia Madrid, la ilusión se desvanece, y Alcalá depone el espléndido manto de ciudad encubridor de su miseria: una vejez prematura roe sus fábricas y caserío, desnudo al par de carácter antiguo y de flamante regularidad; sus iglesias no se atreven a figurar entre monumentos de primer orden; el palacio arzobispal cuya sombra la amparaba, y la universidad que como foco de vida derramaba por su ámbito bandadas de estudiantes, yacen sin moradores a merced del abandono; la soledad reina en sus herbosas plazas y prolongadas calles, concentrado su escaso movimiento en la Mayor, que ceñida de soportales, atraviesa casi la población de un extremo al otro. Algunas exclusivamente formadas de iglesias y de conventos, por cima de cuyas portadas y muros de ladrillo descuellan los cimborios, participan de la triste inmovilidad y solitaria grandeza de Roma, presintiendo la hora no muy lejana que debe trasformarlas en campo de ruinas.
No es Alcalá el primitivo nombre que llevó el pueblo en remotos siglos, ni aquél el suelo donde brotó por vez primera. Para reconocer el sitio de la disputada Compluto2, preciso es atravesar el hermoso puente de diez arcos poco apartado de la ciudad hacia mediodía, y trepar la gran cuesta de Zulema cuya cima junto a la granja de S. Juan del Viso ha conservado hasta nuestros días subterráneas bóvedas y restos de fortaleza impenetrables al arado. Ameno y fuerte y anchuroso asiento ofrecería a la población romana aquella capaz meseta de escarpados bordes y dilatada vista; pero los vestigios de piedras, vasos y monedas, continuados hasta la falda de la colina, y aun mas allá del río en la ribera misma de Alcalá alrededor de la fuente del Juncar, persuaden que su recinto se extendería por la pendiente, y que más tarde en la época del Imperio se trasladaría por entero a la cómoda llanura. El nombre de Compluto, aunque mencionado en las tablas de los geógrafos, no aparecía unido a ningún personaje ilustre, a ningún hecho de importancia, cuando en los primeros años del siglo III dos niños hermanos Justo y Pastor se presentan ante el tribunal de Daciano proclamando la fe de Cristo, resisten con varonil constancia a los halagos y a los azotes, y fortaleciéndose mutuamente, entregan en el campo Laudable su tierna cerviz a la cuchilla del verdugo. Cantó Prudencio su valor invicto; y S. Paulino, también poeta y esposo de Terasia, insigne dama complutense, depositó los restos de su recién nacido en el suelo consagrado por aquellos mártires inocentes; pero la sepultura de éstos permaneció desconocida, hasta que un siglo después fue revelada sobrenaturalmente a Asturio, arzobispo de Toledo. Desde entonces se les erigieron altares y templos en todos los ángulos de la Península, y sus alabanzas dictadas por S. Isidoro resonaron solemnemente entre los cantos de la iglesia: pero los santos cuerpos emigraron durante la invasión sarracena, permaneciendo en las montañas de Aragón bajo la fiel custodia del ermitaño Urbicio3; y sólo tras de varias traslaciones y repetidas instancias y tentativas por parte de los de Alcalá, volvieron harto desmembrados en 1568 desde Huesca a su patria en medio de pomposos y entusiastas regocijos.
Al descubrir Asturio las preciosas reliquias, no resolviéndose a apartarse de ellas, abdicó la mitra de Toledo, fundando antes en Compluto una silla episcopal, cuya serie de prelados aparece por intervalos en los concilios de la monarquía goda4; los mahometanos mismos respetaron de pronto su existencia, y a mediados del siglo IX el santo viajero Eulogio recibió hospedaje de Venerio, obispo complutense. Pero entre las densas sombras de aquella era desaparece Compluto, y en su lugar se levanta con el nombre de Al-kala o castillo una, no se sabe si población o fortaleza, sobre aquel áspero cerro bañado por el río al oriente de la ciudad, donde aun subsisten dilatadas cavidades y descuellan restos de muros y torreones5. Si en el campo Laudable, es decir hacia la llanura actualmente poblada, permaneció el principal y más numeroso vecindario a la sombra del castillo, si la villa sucumbió muchos años antes que éste a las armas de los cristianos, y si a la completa reconquista de aquel suelo precedieron reñidos vaivenes o pasajeras incursiones, son hechos que las crónicas callan y que ilustran muy poco las conjeturas6. Largos años hubo de tremolar en las enriscadas almenas la orgullosa media luna en medio del país ya sometido, sembrando la alarma, y el luto a veces, entre los pobladores cristianos, si hasta 1118 no avanzaron contra Alcalá las cruces del venerable D. Bernardo, primer arzobispo de Toledo, a quien de antemano estaba cedido el territorio. Ora por si sólo llevase a cabo la empresa, ora se desplegara en auxilio suyo el pendón real, sobre el escarpado pico hoy llamado de Mal vecino, vieron los moros improvisarse otro castillo que desmanteló el suyo con obstinada batería; obligados a abandonarlo, dispersáronse por ocultas sendas; y es fama que en el más alto cerro de la Veracruz, hoy consagrado con una ermita, apareció entonces luminoso el signo de la redención, astro de victoria para los sitiadores y aterrador cometa para los cercados.
Confirmado por el rey en la posesión de su conquista el arzobispo D. Raimundo, sucesor de D. Bernardo, fundó o acrecentó la villa tendida por el llano dentro del recinto que hoy ocupa; y los fueros que le otorgó, justicieros al par que libres, protegiendo las clases todas con la igualdad a la sazón posible7, atrajeron en breve multitud de pobladores. Aquel pacífico señorío nada se resentía de feudal dureza; y el palacio arzobispal levantado sobre el reciente caserío para protegerlo y no para dominarlo, difundía en torno el esplendor y la beneficencia de sus dueños. Si alguna vez albergaba como huéspedes a los monarcas, su autoridad enmudecía ante los derechos de los prelados; y en 1485 todavía los mismos reyes Católicos hubieron de acatarlos, cediendo a la firmeza del cardenal Mendoza tan adicto suyo. La administración de justicia la delegaban a un juez; los vecinos elegían a los alcaldes y jurados para su gobierno municipal. Un alcaide mantenía por el arzobispo la fortaleza, cuyos muros no fueron inútiles en 1195 para defender la población del ímpetu de Aben Jucef, que embravecido con la victoria de Alarcos, cebó su furor en las campiñas: pero sus torres dos siglos después caían ya desmoronadas, cuando el arzobispo Tenorio, a quien asimismo debe Alcalá su hermoso puente, reparó las unas y levantó de nuevo las otras, abriendo bóvedas y almacenes, y previniéndola no ya contra la saña de los moros, sino contra las discordias intestinas del reino.
Alcalá, no obstante su dependencia de la silla Toledana, vio a menudo a los soberanos establecer allí por largas temporadas su residencia, y asociar de este modo sus propias alegrías y desventuras a la historia de la villa. Minado por dolencia prematura llegó a sus puertas Sancho IV en los últimos meses de 1294; pero no encontrando bajo su puro cielo el esperado alivio, otorgó ante la corte que le seguía el solemne testamento que puso al niño Fernando bajo la tutela de su varonil esposa la reina María; y menos solícito acerca del porvenir, salió como huyendo de la muerte que le alcanzó por fin en Toledo. Allí el mismo Fernando IV en 1509 estrechó la mano de Jaime II de Aragón, y acordaron unir contra los sarracenos sus armas hasta entonces divididas: allí Alfonso XI en las cortes de 1348 formó el célebre ordenamiento que tomó el nombre de Alcalá, código que por algún tiempo fue la norma de los tribunales; y allí mismo al año siguiente, en las nuevas cortes que juntó, las ciudades de Castilla la Nueva y de Andalucía compraron caro el honor de ser representadas por primera vez en la asamblea, sometiéndose no sin murmullo al gravoso pecho de alcabalas, y se suscitó sobre la primacía la famosa competencia entre Burgos y Toledo dirimida por la prudencia del monarca.
Alguna vez empero enlutó funesto azar estas solemnidades y regocijos; bien que risueño cual nunca amaneciese el domingo 9 de octubre de 1590 que debía alumbrar los funerales de Juan I. Por la puerta de Burgos contigua al palacio arzobispal salía el buen rey a caballo después de misa, a presenciar las diestras evoluciones de una cuadrilla de farfanes, cristianos aventureros largo tiempo ejercitados entre los marroquíes; y la hora, el espectáculo, el bullicio, despertando en su ánimo un ardor más ajeno de su salud endeble que de sus años casi juveniles, le hicieron aplicar las espuelas a su corcel brioso, que partió disparado como un rayo. Sonó un grito de aplauso mezclado de inquietud; pero el caballo volaba ya fuera de camino por campos y barbechos, el jinete arrastrado oscilaba sobre su silla, y dio por fin en tierra con estrepitoso choque ahogado por un ¡ay! general. Levantóse a toda prisa una tienda en el sitio de la caída, dobles guardas la cercaban, hacíanse plegarias, circulaban favorables nuevas desmentidas por lo lloroso de los semblantes; el monarca había ya cesado de existir, pero su muerte convenía quedase oculta, mientras el prudente arzobispo Tenorio por temor de las revueltas preparaba en secreto la proclamación del rey niño Enrique III.
El humor belicoso de los arzobispos y su intervención en los negocios y revueltas del Estado comprometieron a menudo el sosiego de Alcalá, al paso que realzaron a los ojos de sus señores la importancia de poseerla. Tenorio disputando y reclamando para sí solo la regencia durante la agitada menoría de Enrique III, Cerezuela auxiliando en la prolongada lucha contra sus rivales a D. Álvaro de Luna su hermano uterino, Carrillo declarado en su veleidosa ambición a favor de los portugueses contra Isabel y Fernando, cuyo enlace había formado él mismo, consideraron a Alcalá como su fortaleza, y atrajeron alguna vez sobre ella las armas enemigas. Los Reyes Católicos apoderados de la villa le restituyeron la paz y la ennoblecieron con sus largas y repelidas permanencias; allí vio la luz su hija Catalina, infortunada reina de Inglaterra, allí su nieto Fernando, emperador de Alemania, cuyo nacimiento costó la razón a su madre Dª Juana. Situada casi a las puertas de Madrid, Alcalá se familiarizó más y más en los siglos posteriores con el esplendor de la corte y la vista de sus soberanos; y aunque ganó poco en prosperidad verdadera, adquirió por fin en 1687 el título de ciudad8 desdeñado por su vecina.
Vista de la
fachada principal de la Iglesia Magistral
La villa en sus principios no conoció otra parroquia que la de San Justo, donde se reunía el concejo cuando no en la contigua ermita de Sta. Lucía; y de ella tomó el nombre de Alcalá de S. Juste la que posteriormente se llamó de Fenares. Erigida en colegiata insigne la parroquia hacia 1479, levantóse sobre el área antigua más grandioso y bello el edificio, de 1497 a 1509, bajo la dirección de Pedro Gumiel; bien que su generoso promovedor Cisneros atendió, no tanto a la magnificencia de la fábrica, como al lustre y autoridad de los prebendados, que dispuso fueran doctores, por lo cual en 1519 la apellidó León X iglesia magistral. Su fachada aunque campee en desahogada plazuela, su torre de piedra si bien robusta y terminando a regular altura en agudo chapitel, carecen de las caprichosas líneas y profusión de labores que en aquel tiempo suplían por la gótica pureza. Verdad es que el interior reviste aún las formas de ese bello estilo; las naves laterales poco menos altas que la del centro se juntan en el trasaltar, bocelados pilares a seis por fila sostienen los ojivos arcos de comunicación; pero falta gracia a su conjunto, y adorno a cada una de sus partes. Al través de una artificiosa reja labrada por Juan Francés, y en el fondo de espacioso presbiterio, aparece levantado sobre once gradas el retablo principal, de barroco gusto, destacando sobre el ábside pintorreado9; y debajo de él está la cripta o capilla subterránea, a la cual introducen por el trasaltar dos portadas de orden corintio adornadas de estatuas y relieves, y donde se custodian con amor y reverencia las reliquias de los tiernos mártires de Compluto. La sillería del coro situado en medio de la nave principal y rodeado de altares por afuera, reclama apenas una ojeada sobre su ligero trabajo: sencillas son y del renacimiento las portadas que llevan algunas de las capillas; y asoman harto truncadas otras dos más antiguas en el fondo de los brazos del crucero, que se distingue únicamente de las demás arcadas por su mayor anchura. Ni busque allí el curioso variedad de inscripciones y memorias sepulcrales, si es que no llama su atención la de Pascual Pérez y su mujer, fundadores de un hospital en el siglo XIV10; pero antes de salir al claustro, observe el bello nicho artesonado donde yace la efigie sacerdotal de Pedro López11; y al dar la vuelta al exterior del templo, lea a sus espaldas la inscripción que recuerda los desvelos paternales de Cisneros a favor de su predilecta villa12.
Por cima de los árboles que dan sombra al paseo descuella la segunda parroquia de Sta. María, en cuya pila bautismal fue regenerado en 1547 el inmortal Cervantes13, varón de mayor lustre para Alcalá que todas sus glorias universitarias. La iglesia como incompleta y sometida a varias renovaciones, presenta una anchura desmedida respecto de su longitud, tres naves elevadas, ancho crucero con linda bóveda de arcos entrelazados, alumbrado a los extremos por un grande ajimez semicircular, y tres ábsides de poca profundidad en el fondo a manera de nichos escavados en el muro: el principal, donde se representa pintada al fresco la Asunción de la Virgen, contiene un retablo de buenas pinturas y un tabernáculo de regular elegancia. Para comprender la estructura del edificio, preciso es conocer sus vicisitudes: hacia 1400 Sta. María la Mayor, regida por un arcipreste, ocupaba el sitio del convento de S. Diego, y en 1449 se trasladó a su actual asiento donde existía desde 1268 la ermita de S. Juan de los Caballeros. Pasó un siglo sin intentar variación en la fábrica; pero en 1550 pareciendo ruinosa y tosca, fue derribada la mitad de ella para construir el crucero, y en tiempos posteriores se derribó la otra mitad que restaba de la ermita, convirtiéndose en longitud de la iglesia la que antes fue su anchura cuando la capilla del Cristo formaba su cabecera. Por esto ahora vemos arrancada de la capilla de Santiago la bella urna sepulcral de sus fundadores, é incrustadas de pie sobre ella a la izquierda del crucero las efigies antes echadas de Fernando de Alcocer y María Ortiz14. Por esto sorprende, subiendo al órgano, hallar oculta y abandonada la capilla que puesta un día al lado del presbiterio formó el principal ornamento de la iglesia; y da grima ver tapiado el arco arábigo de su entrada y la alta ojiva de enfrente que tal vez cobijaba el sepulcro del fundador, y truncados y cubiertos de polvo los arabescos, arquerías y frisos con que tan delicadamente bordaba los muros en el siglo XV el arte gótico combinado con el sarraceno15.
La tercera parroquia de Santiago no fue erigida hasta 1501, cuando convertidos en su mayor parte los moros de Alcalá y echados los restantes, pudo su mezquita convertirse en templo, cuya renovación hecha con pésimo gusto después del 1600 borró del todo los indicios de su origen. No lejos de allí hacia la calle Mayor tenían los judíos su sinagoga, cuyo nombre conserva aún cierto corral, tratados por el antiguo fuero de la villa con una consideración de que ofrecen raros ejemplos los anales de la Edad Media.
Antes de la época de Cisneros no existía en Alcalá otro convento que el de franciscanos: un poderoso y turbulento arzobispo, D. Alonso Carrillo de Albornoz, lo había fundado en 1454, y traído a él un humilde lego para que lo ilustrara con sus heroicas virtudes y con su crédito milagroso después de muerto. El cuerpo de S. Diego, abandonando su renovada capilla y la urna de mármol en que yacía, es venerado ahora en la colegiata de S. Justo; el sepulcro del arzobispo fundador, puesto en alto bajo un arco gótico a la izquierda del presbiterio, y trasmitiendo su enérgico semblante a la posteridad en la tendida estatua, constituye la única joya16 de su prolongada y desierta nave, digna de mejor suerte por su bóveda de crucería. Al lado de este convento medio siglo después erigióse la universidad; y cual si hubiera fecundado el suelo su vivificante semilla, brotaron en derredor conventos, colegios, hospitales y demás establecimientos que reclamaba aquel emporio de la enseñanza17. A la sombra de éste cada orden religiosa quiso fabricar su residencia y a veces mas de una, y se glorió de ser dignamente representada por los hombres mas eminentes; hoy su memoria yace confundida con las ruinas de los claustros que habitaron18, y con harta mengua del saber sumidas sus obras en el polvo de las bibliotecas. Entre tanto número de edificios vaciados, como los conventos de Madrid, en el molde de los siglos XVI y XVII, destinados en la actualidad a usos militares o entregados a una lenta consunción, sobresale únicamente junio a la puerta de Mártires el colegio de Jesuitas por la nobleza y majestad de su fachada. Seis magníficas columnas istriadas de orden corintio sostienen el primer cuerpo, y cuatro menores el segundo; entre los claros de aquellas ábrense tres portadas, adornada la principal con columnas del mismo género, y sobre ella una gran ventana con frontispicio semicircular; gallardas estatuas de S. Pedro y S. Pablo, de S. Ignacio y S. Francisco Javier, ocupan unos y otros intercolumnios; y un ático triangular flanqueado por dos pirámides corona airosamente la obra de Juan Gómez de Mora, digno sucesor de Herrera en la arquitectura greco-romana.
Habitados por las vírgenes del Señor, alargan su vida a duras penas los numerosos conventos que para ellas se fabricaron en otro siglo más piadoso. Fundación del gran Cisneros para religiosas franciscas son los de Sta. Clara y de S. Juan de la Penitencia, marcado con su escudo de armas sobre la puerta, éste en 1508, aquél en 151519; más larde, en 1562, cierta milagrosa aparición de la Virgen dio motivo a erigir el de carmelitas descalzas titulado de la Imagen y adornado de muy linda portada plateresca; siguieron los de Sta. Catalina, Sta. Úrsula y Sta. Magdalena; y apareció por último el mas suntuoso de todos, el que construyó para las bernardas, entrado ya el siglo XVII, el arzobispo Sandoval. Por cima de su fachada de ladrillo gravemente sencilla20, asoma la gran cúpula que cobija su airosa elipse recamada de dorados filetes y dibujos por adentro; y aun cuando buenos cuadros no revistieran sus capillas y no ocupara la mayor un aislado tabernáculo de dos cuerpos, bastaría para recomendación de aquella iglesia la elegante forma que le imprimió su arquitecto Sebastian de la Plaza, y que imitada tal vez en S. Francisco el grande de Madrid pierde en gracia cuanto crece en dimensiones.
Al cruzar empero la solitaria plazuela de las Bernardas rodeada de otras iglesias, es imposible no fijar la vista en dos magníficas ventanas engastadas en grueso paredón, cuyos góticos arabescos bajando hasta la mitad de su abertura describen una preciosa estrella. Flanquea el ángulo un cuadrado torreón con saliente barbacana, sobre el cual creció una parásita torrecilla, y volviendo la esquina nos hallamos de pronto en la residencia de los antiguos señores de Alcalá. En el centro de la fachada del primer patio campea un grande escudo arzobispal; y el plateresco garbo de sus siete puertas que introducen a otras tantas oficinas, el de las ventanas del segundo cuerpo y la galería que sirve de remate, dan claros indicios de su construcción a mediados del siglo XVI. Igual estilo pero mayor riqueza despliega en sus cuatro alas el segundo patio: columnas semi-corintias sostienen en la galería baja los arcos semicirculares, al paso que en la alta reciben sobre labradas impostas el ligero friso, formando el antepecho una ingeniosa malla de piedra que recuerda los calados góticos sin copiarlos. Tres arcos rebajados dan entrada a la grandiosa escalera que desemboca por oíros tantos en el piso principal, llamando la atención sobre su pie prolijamente almohadillado con variedad de casetones, sobre los balaustres de su pasamanos y sobro el artesonado de su techo todavía lindo a pesar del blanqueo. Todo se debe a la esplendidez de los arzobispos Fonseca y Tavera; las cinco estrellas, blasón del primero, brillan en las enjutas de los arcos; el nombre del segundo se lee sobre las airosas portadas de la galería superior: y sólo acusan allí una fecha mas remota los dos ajimeces de austero gótico abiertos en el piso bajo.
Vista del patio
de Covarrubias, en el Palacio Arzobispal
A estas obras otras sin duda debieron preceder no menos suntuosas respecto de su siglo, ya que los arzobispos de Toledo desde el principio parecieron fijar en aquel palacio sus complacencias. Allí residieron a menudo como en su propia corte, allí exhalaron muchos el último aliento21; algunos legaron a aquella tierra sus mortales despojos. En la sala de concilios juntáronse repetidas veces los obispos de la dilatada provincia toledana, convocados en 1555 por D. Jimeno de Luna, y acordando en 1400 por influjo de la Francia suspender la obediencia al papa de Aviñón; y todavía fuera imponente el aspecto de aquella vastísima estancia si desapareciera el postizo lecho que la ahoga, y dejara ver su rico artesonado formando dos vertientes. Más allá se admiran las estrellas y casetones que bordan el techo de la gran torre, cuadrada en su raíz y octógona en su remate; y al través de renovadas piezas, ora aparece una galería del renacimiento, cuyo antepecho pretende aún remedar el gótico, ora se enfila la extensa columnata contemporánea del patio, que flanqueada por dos pabellones, y abarcando la fachada mas visible, tiene un jardín a sus pies y ante sí la población entera. Y para compendiar en la fisonomía del monumento todas sus épocas y destinos, si seguís por la desierta calle abajo hasta la puerta de Madrid, y dais vuelta a sus afueras entrando por el portillo de S. Bernardo, se os presentará como alcázar encerrado en ciudadela belicosa que hizo construir para su resguardo el infatigable Tenorio22; y de sus altos muros, hoy tapias de huerta, irá destacándose larga serie de torreones, cuya forma en sí diversa varían más y más los caprichosos estragos del tiempo.
Ya no teme asaltos la aportillada cerca, ya no aguardan tampoco los desiertos salones la pomposa comitiva del primado de las Españas; harto empero tiene que llorar Alcalá por otras ruinas que hunden en pos de sí su prosperidad y su gloria. Émula de Salamanca durante tres siglos, repartió con ella el honroso timbre de madre del saber y maestra de la juventud castellana; desde fines del siglo XIII presintió el arzobispo D. Gonzalo su destino, obteniendo de Sancho IV la erección de estudios generales con iguales privilegios que los de Valladolid; y aquel día, 14 de marzo de 1498, en que Cisneros investido apenas de su dignidad, sobre el plano trazado a presencia suya por el arquitecto Gumiel, colocó solemnemente la primera piedra del colegio mayor de S. Ildefonso, aquel día Alcalá nació por segunda vez para recorrer su período más brillante. Removióse la población cual industriosa colmena al hospedarse en ella las ciencias con su bagaje y comitiva; las artes concurrieron para fabricarles su morada; y la naciente imprenta rompiendo sus envolturas se puso al frente del movimiento con su famosa edición de la biblia políglota. En medio de los cuidados que le daba el gobierno de su vasta diócesis y su alto influjo en el de la monarquía, en medio de sus empresas, fundaciones y reformas, no perdió de vista por un momento el gran prelado aquella creación favorita de su genio, ya dotándola con pingües rentas y heredades, ya buscando y reteniendo para su nuevo plantel los mas sabios profesores dentro y fuera de la Península; y al través de obstáculos y sinsabores sin cuento, logró al cabo en 26 de julio de 1508, poco antes de vestir la coraza para la expedición de Orán, ver inaugurada su querida universidad. Lo que obró en París una larga serie de siglos y la constante protección de los monarcas, un fraile en breves años lo llevó a cabo entre nosotros23: las ciencias eclesiásticas, las lenguas sabias, la renaciente literatura, la física en mantillas aún, hablaban en Alcalá por boca de ilustres representantes; y al colegio mayor se agregaron oíros siete, brindando a todos por igual con generosa enseñanza, y abriéndoles con ella la entrada para los más altos puestos y dignidades. Apenas hay hombre esclarecido cuya planta no trillara aquellas losas, ya comunicando, ya recibiendo las luces que después le inmortalizaron: las generaciones se renovaban, y mientras Alcalá se envanecía de sus alumnos, asociaban éstos a su nombre con filial complacencia las vivas impresiones de su mocedad, sus primeros afanes y triunfos, y los recuerdos de aquella libre y animada vida de estudiante que destacan tan halagüeños entre los cuidados de la edad madura.
Cisneros no gozó de la vista del suntuoso edificio que ahora entristece por su desvalida grandeza; presintiendo su fin cercano, dióse prisa a concluirlo de ladrillo, con la esperanza, manifestada al rey Católico, de que otros en pos de él lo construirían de mármol. Y en efecto, antes de pasar los treinta años, el rector Juan Turbalan, con achaque de inminente ruina, hizo reedificarlo desde los cimientos, siguiendo la traza de Rodrigo Gil de Hontañón, que proveía entonces de nueva catedral a Salamanca. La arquitectura de la fachada es como de aquel tiempo, caprichosa e indecisa, desnuda y prolija a la vez, de grandes masas y minuciosos ornatos, de tímida robustez en su parte inferior y de osada ligereza en el remate; pero al desembocar por bajo de un arco en la desierta plaza, su grandioso conjunto impone, realzándolo la ancha lonja que corre a lo largo de su zócalo cerrada un tiempo con altas verjas, y el hermoso barniz que en su piedra ha dejado la huella de tres siglos. Pilastras en el primer cuerpo24 y columnas en el segundo, labradas unas y otras al estilo plateresco, dividen la fachada de arriba abajo en cinco partes; un frontispicio triangular, con hoja y figuras y la efigie de los cuatro doctores en el medallón de su centro, corona las ventanas del piso bajo, pero las gruesas jambas y el anchísimo dintel ahogan casi su abertura. En el cuerpo principal las dos ventanas del extremo y los tres balcones centrales, con adorno de columnas y frontispicio semicircular, ofrecen mas ligereza; y encima tiende sus arcos una airosa galería intermediados con istriadas columnitas, y una balaustrada superior lanza al viento sus agujas imitando góticos botareles. Rica en detalles la portada ocupa la división del medio hasta la mayor altura del edificio; pareadas columnas, ya corintias, ya platerescas, sostienen sus tres cuerpos, con repisas sin estatuas en los intercolumnios de los dos primeros; y cada cuerpo presenta sus peculiares blasones. En el inferior ábrese la puerta en arco levemente aplanado, con ángeles esculpidos en las enjutas, y orlada con el cordón franciscano del fundador que rodea asimismo la fachada; adornan el segundo sus timbres cardenalicios a cada lado del balcón y cuatro atletas en diversas actitudes; campea en el tercero un grande escudo imperial con las columnas de Hércules y dos reyes de armas a los lados. A manera de ático este tercer cuerpo corta por medio la galería, y descuella sobre la balaustrada el frontón triangular que lo corona, donde aparece bendiciendo la obra el busto del Redentor.
Todo ha muerto en el interior del edificio, condenado ya a perpetuas vacaciones; las aulas silenciosas y vacías, cubiertos de yerba los patios, el claustro principal destituido de la única animación y belleza que podían comunicarle alegres bandadas de estudiantes inundando a horas fijas sus tres órdenes de galería25 o rodeando el barroco templete de la fuente que en medio brota. El salón de ceremonias, decorado con el eufónico nombre de paraninfo y desnudo ya de su mueblaje y colgaduras, bajo su deslucido artesonado de estrellados y polígonos casetones no verá repetirse aquellos lucidos y solemnes actos, que daban a los grados académicos cierta índole caballeresca, y que encerraron de vez en cuando fecundo porvenir para las letras; festivo tropel de convidados ya no ha de coronar el balconaje de aplanados arcos, que rodea la estancia a la mitad de su altura, cuajado en sus pilastras y friso de platerescas labores26. Desaparecen bajo el polvo las que revisten los muros de la capilla, encuadradas dentro de arcos góticos de varia y adulterada forma; y los primorosos detalles de su techo se pierden en la oscuridad. Ved ahí lo único que resta de la primitiva fábrica de Cisneros: todavía ocupa la capilla mayor un gótico retablo, representando en el centro la imagen de S. Ildefonso, a quien la dedicó el heredero ilustre de su mitra; pero en medio de ella el suelo se nota removido como si algo de allí faltara. Y es que en aquel sitio yacían los huesos del inmortal prelado, y su efigie de blanco mármol revestida de pontifical descansaba sobre la urna de exquisito trabajo, cuyos ángulos sostenían cuatro grifos, y verjas labradas más tarde a mediados del XVI por Nicolás de Vergara, sembradas de follajes y mascaroncillos, rodeaban el monumento27. Ahora se ha tratado de exhumar los huesos y desmontar el sepulcro, antes de saber adonde trasladarlos, como para arrancar al edificio su paladión tutelar: y aunque ya no creamos como los antiguos que la ilustre sombra vague irritada y sin descanso arrojada de su mansión postrera, ¿qué le diremos al extranjero que nos pregunte ansioso por el monumento que ha levantado la nación al mayor de sus prelados? Que el sepulcro yace deshecho aguardando que se le franquee un asilo y el gasto de reponerlo, que los huesos no han parecido, y que en breve le servirán de túmulo a falta de otro los escombros de su predilecta fundación28.
NOTAS
1 Tomó este nombre la que antes se llamó de Guadalajara, desde que entraron por ella en 1568 las reliquias de los SS. Justo y Pastor, con cuya ocasión fue adornada de pinturas no borradas aún del todo, y descritas a la larga con los demás festejos por Ambrosio de Morales.
2 La etimología de este nombre, más bien que griega, parece latina del verbo compluere por la confluencia de varias aguas y torrentes que allí se juntan al Henares, río llamado así por los campos de heno que atraviesa. Guadalajara disputa a Alcalá su descendencia de Compluto: pero aunque divididos los pareceres de los cronistas y anticuarios, favorecen a su competidora más numerosos y autorizados votos; y las graduaciones de los antiguos y dos piedras miliarias de la época de Trajano halladas en aquel contorno, aunque no resuelven con toda evidencia la cuestión, convienen mejor a Alcalá. Bajo la dominación sarracena, siendo ésta un simple castillo y Guadalajara una ciudad populosa, pudo la segunda por su mayor importancia apropiarse los recuerdos de Compluto, y esto acaso dio margen a una reducción equivocada. Plinio nombra a Compluto entre las ciudades estipendiarías y sujetas al convento jurídico de Cesaraugusta.
3 Véase el tomo de Aragón, p. 157.
4 El largo intervalo que media entre Asturio y la época de los indicados concilios lo han llenado los supuestos anales de Marco Máximo y Auberto con el siguiente catálogo de obispos complutenses: Facilio, sucesor de Asturio, Fulmaro en 493, Alusiano en 522, Venerio en 558, Novelo en 563, en 581 Bonito; del penúltimo se sabe que fue señalado barón en el reinado de Leovigildo. Con más seguridad son conocidos los nombres de los prelados siguientes por las firmas que de ellos se encuentran en los concilios toledanos; la de Presidio en el III, la de Blas en el IV, la de Hilario en el V, VI y VII, la de Dadila en el VIII, IX y X, la de Acisclo Audala en el XI, en el XII la de Anibonio presbítero a nombre de su obispo Gildemiro, en el XIII y XIV la de Agricio, en el XV y XVI la de Espasando. Del rey Vitiza refiere Auberto que asoló en Compluto un convento de monjas, y las hizo quemar vivas en un horno por no haber accedido a su torpe apetito, noticia que si bien inserta en un cronicón apócrifo, pudo derivar acaso de tradición popular.
5 Este recinto fortificado, que llaman Alcalá la Vieja y que reparó a fines del siglo XIV el arzobispo Tenorio, no pudo según su estrechez contener una población a no ser muy reducida; en tiempo de Morales conservaba todavía sus puertas y torres, y se observaban piedras y hasta inscripciones romanas que debieron ser arrancadas de las construcciones antiguas.
6 En sus incursiones por el reino de Toledo devastó Fernando I entre otros el término de Alcalá, lo que obligó al rey sarraceno a constituirse su tributario. Los que a más del castillo suponen una población en la llanura, convienen en que ésta fue subyugada por Alfonso VI al tiempo de la conquista de Toledo; y en efecto así parece indicarlo la fecha de un antiguo códice de concilios guardado en aquella catedral, que escribió en 1095 el presbítero Juliano habitans in Alkalaga quæ sita est super campum Laudabilem. Pero del castillo propiamente llamado Alcalá aseguran los anales toledanos que no fue tomado sino en 1118 por el arzobispo D. Bernardo; cosa en verdad extraña que por treinta años permaneciera en poder de los moros aquella aislada fortaleza enclavada tan adentro en el país conquistado. D. Rodrigo, sin fijar el año de la conquista, parece referirla a los tiempos de Alfonso VI que murió en 1109, lo cual es ciertamente más verosímil y más propio del glorioso reinado de éste que del turbulento de Dª Urraca; mucho más, si el rey en persona hubo de acudir al sitio en socorro del arzobispo, como dice la Historia general. Alfonso VII, todavía príncipe, no contaba en 1118 sino doce años; y él mismo presta apoyo a nuestras indicaciones en la donación que otorgó en 10 de febrero de 1126 al arzobispo Raimundo «del castro que ahora se dice Alcalá, pero antiguamente Compluto, con todos sus términos antiguos y que tuvo cuando más floreció así en tiempo de los sarracenos como en el de nuestro abuelo».
7 Digno de examen a todas luces es el citado fuero escrito en un hermoso códice del siglo XIII que se guarda en el archivo municipal. Hæc est carta, dice al principio, quam fecit Dominus archiepiscopus don Remondus cum omnibus poblatoribus de Alcalá de suis consuetudinibus, quam postea confirmavit successor ejus archiepiscopus dominus Johannes; y siguen las confirmaciones de los arzobispos D. Cerebruno, D. Gonzalo, D. Martín y D. Rodrigo Jiménez, cuyos son los postreros artículos de los 304 que contiene. En ellos andan revueltos los diversos ramos de la legislación como sucede en los antiguos fueros; pero todos contienen curiosas indicaciones y a veces un espíritu de ilustración mas avanzado que su época. Por de pronto reconoce derechos en el concejo, es decir en el pueblo, lo mismo que en el señor. «Abeat el señor sus derectos, et el concejo abeat foro esos derectos». Había más de un alcalde, y se les asociaban varios fiadores o prohombres; sus fallos empero eran absolutos, y sus juicios en corral secretos, y para conferenciar entre sí podían hacer salir a los fiadores y al mismo juez, que era nombrado por el señor. Cada viernes tenían corral, es decir, daban audiencia al juez y fiadores, y cada sábado al pueblo: pero desde S. Juan a Sta. María de agosto había ferias o vacaciones, a no ser en cuestión de homicidio, violación, incendio o cosa perteneciente a era o agua de horto. El que hacía fuerza al sayón para entrar en corral sin mandato de su mayordomo pagaba un mencal; el que retaba a los alcaldes en cabildo, pagaba a éste cinco mrs. Respecto de salarios sólo se lee: «El escribano tome diez mrs. por soldada, et tome el judez por manto doce mrs. et non pida, et el mayordomo seis mrs. El judez prenda el sétimo de quanto con ducho conceyo diere en servicio al señor de rey e del archiepiscopo». Todos estos cargos de alcalde, juez y fiadores eran anuales y se renovaban por S. Martín, eligiéndose por colaciones o distritos: de jurados se habla pocas veces. Los que viciaban semejantes elecciones por medio del cohecho no eran castigados con menos rigor que en el antiguo fuero de Madrid: «Todo el que comprare, dice, judgado o alcaldía o fiaduría o juradía, sea perjurado e alevoso probado; e si los alcaldes e jurados probaren que alguno lo compró, peche L mrs. los medios al señor e los medios al castiello, e pierda el portiello e non haya mais portiello en Alcalá». Llamábanse aportellados aquellos a quienes estaba encomendada la guarda de un portillo, y de este honor y confianza sólo disfrutaban los avecindados en Alcalá por espacio de un año. De otro artículo aparece que la población se hallaba repartida entre la villa y el castillo o sea el cerro de Alcalá la Vieja, y que éstos gozaban de ciertas preeminencias sobre los otros: «El que toviere casa poblada en castiello con filios e con muger todo el anno, non peche nisi quarta parte de la pecha, e los que moraren en la vila media pecha: el que tenga cavallo de quince mrs. escúsese de pechar».
En los juicios era grande la fe del juramento y de la palabra aun en boca del mismo acusado. Tolerábase la vindicta propia en las querellas personales, pero la alevosía era severamente castigada. «Qui desafiar quisiere, es decir romper con otro las amistades, desafie día de domingo en conceyo;» pero más abajo añade: «Todo ome qui firiere adotro dia de domingo en conceyo, duple las caloñas (multas) superscriptas, como si fuere sobre salvo, et si matare muera por elo como García.» Para muestra de su código penal pondremos los artículos siguientes: «Qui matare vezino, peche CVIII mrs. por omezilo, e si non oviere onde los peche, peche todo lo que oviere e aduganlo delante los alcaldes, e parientes del muerto tayenle la mano dextra; e peche de los CVIII mrs. un tercio de aver, un tercio en ropa e un tercio en ganado. - Qui pasare el cuerpo con lanza ó azcona peche XX mrs. et si non lo pasare X, e por feridas onde ixere sangre cinco sueldos. - Varón qui prisiere ad otro á la barba, peche IIII mrs. E meta la suya ad enmienda, e si barba non oviere, tayen-Ic una pulgada in carne in sua barba. - Todo cristiano vezino qui matare o firiere a judeo, a tal calona peche como pechan por vezino cristiano á cristiano; todo judeo que matare ó firiere á cristiano, otra tal calona peche como cristiano á cristiano, e non escan enemigos.» De esta singular y laudable igualdad de condiciones ante la ley no participaban los moros tal vez por considerarse en su mayor parte como cautivos. «Quien moro o mora firiere peche las medias calonas que pechan por cristiano. - El que matare á su fijo, si ante non ovo otra baraia, non peche sino ocho mrs. e jure con doce vezinos e sea creído que no lo fizo con mala voluntat. - Todo ome qui su muger matare muera por ello, e la muger otrosí. - Qui casa quemare a sabiendas, pectet CVIII mrs., e si non oviere donde, justícienle el cuerpo e pierda lo que oviere.» De todo robo debían pagarse las setenas, y además los ladrones eran ahorcados. La mujer deshonrada debía quejarse de su forzador en el acto, y casarse con él sí se avenían los parientes; y se necesitaba también el consejo de uno de estos para que una viuda pasara a segundas nupcias. Por otros artículos se señalan a los tejedores la cantidad de telas que han de tejer, se organizan los gremios, regúlanse los pesos y medidas, se pone tasa a los víveres y en particular al pescado, y se arreglan las cuestiones de pastos, viñas y labranzas.
8 En este privilegio dado en Aranjuez a 5 de mayo se recopilan de esta suerte las excelencias de Alcalá: «que antiguamente fué honrada con el título de ciudad, y que es cabeza de obispado pues encierra en sí la jurisdicción de metrópoli, y una iglesia tan insigne que toda se compone de prebendados dignos de ocupar las prebendas de las iglesias catedrales, y que también se halla con una universidad de las mas célebres de toda Europa...; hallándose con muchas casas originarias muy ilustres, habiéndose celebrado muchos concilios en que se determinaron materias muy importantes, y que también se hicieron cortes en ella por el Sr. rey D. Alonso XI y muchas pragmáticas por los Srcs. reyes D. Fernando y D.ª Isabel, no siendo menos ilustre por los santuarios tan grandes que goza, iglesias, monasterios y hospitales, y estar murada, por su mucha poblacion, y por la gloria que la dieron los felices nacimientos de la Sra. infanta D.ª Catalina, reina de Inglaterra, y los de los Sres. infantes D. Alonso y D. Fernando, en cuyos nacimientos tuvo la esperanza de que se la honrase con el título de ciudad», por todas estas razones acaba concediéndole el mencionado título con las preeminencias de voto en cortes aunque sin el voto.
9 En el friso a los lados del presbiterio se leen, en letras góticas, alabanzas de la Virgen: Ave regina clorum, mater regis angelorum, ó Maria decus virginum... ora pro nobis, sancta Dei genitrix, ut digni &c.
10 «Aquí yacen, dice la lápida, Pascual Perez e dona Antona su muger, patrones del cabildo de Sancta María la rrica, que finaron en la era de Cesar MCCCL anos (1312) que doctaron el cabildo de los molinos e todos sus bienes.» Hallábase ya su sepulcro en la iglesia vieja, y al construir la nueva fue reedificada en 1520 la capilla por la cofradía de dicho hospital de Santa María la rica.
11 Aunque este personaje no es conocido sino por su epitafio, que carece de fecha, indican ser de principios del siglo XVI el estilo de los follajes de la urna y del nicho, el trabajo de la estatua con traje de prebendado y un monaguillo a sus pies sosteniendo un cáliz, y sobre todo la elegancia de los dísticos siguientes:
Hanc ararn, has tabulas, atque hoc tibi, Petre,
sacellum Condidit hac primus Petrus in æde Lupus. Nomine nempe Lupus priscorum a stirpe parentum, Re tamen atque æquis moribus agnus erat. In reliquos clemens, sibi durior, ausus in altum Ire polum invicte per pietatis iter. Jura teneus, recti custos, et largus egenis, Qua potuit patriæ dampua levavit ope. Sed postquam hoc templum... ornavit et auxit, Hac tandem placido fine quievit humo. |
12 En ella se dice: «Año de MDXII Fr. Francisco Ximénez de Cisneros &c. legó a esta villa diez mil fanegas de trigo, con que el dinero de ellas no se emplee sino en trigo para que el pan vaya siempre en crecimiento y el precio en baja: pónese aquí para que, no cumpliéndose así, cualquiera pueda reclamar. En reconocimiento de esta merced hace la villa cada año día de S. Miguel una procesión a S. Ildefonso y al día siguiente un aniversario en la iglesia.» Y siguen estos dísticos:
Æthere seu largus seu parvus decidat
imber, Larga est Compluti tempus in omne Ceres. Namque animis dederat sophiæ qui pabula præsul, Idem corporibus jussit abesse famem. |
13 En el libro de bautismos de 1533 a 1550 se halla la interesante partida que decide la famosa competencia acerca de la patria de Cervantes: «En domingo nueve dias del mes de octubre año del Señor de mil e quinientos e quarenta e siete años fue baptizado Miguel hijo de Rodrigo de Cervantes e su muger Dª Leonor; fueron sus compadres Juan Pardo, baptizóle el rev. Sr. bachiller Serrano, cura de Nuestra Señora; testigos Baltasar Vazquez, sacristan, e yo que le bapticé e firmé de mi nombre = Bach. Serrano.» En el mismo libro se hallan las partidas de bautismo de sus hermanos Andrés en 8 de diciembre de 1542, Andrea en 24 de noviembre de 1544, y Luisa en 21 de agosto de 1546. Una lápida moderna en apoyo de la tradición designa como casa natal del autor del Quijote un tapiado portal arrimado a la huerta de capuchinos.
14 Sobre la urna esculpida con pámpanos y blasones se leen fragmentos de la antigua inscripción: «guarda del rey nuestro señor fundó e dotó en su vida esta su capilla e sepultura en que... su muger que... passó de esta vida a XXIIII de jullio de MCCCCXLI.» Arriba hay otra inscripción de letra corriente, en que se expresan los nombres de los consortes, y que habiéndose derribado la capilla de Santiago para construir la mayor, puso sus bultos en aquel sitio en 1648 su biznieto D. Luis Ellauri y Medinilla. Fernando Alcocer, caballero de la Banda, casó segunda vez con Blanca Nuñez, de quien tuvo numerosísima prole.
15 De la inscripción puesta en el friso de esta capilla he aquí lo único que puede leerse... «Toledo, oidor e refrendario del rev. arz... a nombre de Dios et de la gloriosa Virgen Santa María et de los apóstoles Sant Pedro e...».
16 Del cuerpo del sepulcro resaltan dos órdenes de arquitos semicirculares con blasones y figuras esculpidas, y entre ellos y en el interior del nicho y en las pilastras laterales se notan mal juntados estos fragmentos de epitafio: «D. Alfonso de Carrillo... ria arzobispo de Toledo fundador de este monasterio, vivió arzobispo treinta e V annos... magnífico señor de la villa de Alcalá... primero día de... e quatrocientos e ochenta e dos annos, de hedat de sesenta e ocho annos e diez...».
Este desorden proviene de la traslación, que mandó hacer Cisneros, desde el centro del presbiterio, donde yacía al lado de su hijo D. Froylo, al sitio donde actualmente está, llevando el de su hijo a la lóbrega capilla de S. Julián en el claustro, junto a la sacristía, en cuyo paraje estaba el entierro de los religiosos borrando de paso parte de las inscripciones, para quitar de la vista, decía el virtuoso Cisneros, lo que pudiera revelar la incontinencia de aquel prelado. A esta traslación alude la inscripción latina puesta allí en 1613 por D. Juan de Acuña, marqués del Valle, descendiente del arzobispo, en que dice «haber sido trasladado desde el antiguo sepulcro en que yaciera durante muchos años.» Era hijo D. Alonso de Lope Vázquez de Acuña, regidor de Cuenca, pero tomó el apellido de su madre Dª Teresa, hija de Gómez Carrillo el viejo y de Dª Urraca de Albornoz: la historia de este ambicioso prelado es harto conocida, como tan ligada a la de los reinados de Juan II, de Enrique IV y de los reyes Católicos en su principio: murió en Alcalá a 1° de julio de 1482. Bajo el arco del nicho se ve un pelícano con esta sentida divisa:
Si el alma no se perdiera, lo que esta ave hace, yo hiciera; |
alusión bien clara al desmedido cariño que profesaba a su hijo, el cual tenía sobre su sepulcro esta otra inscripción:
Llebó la muerte consigo Quien nunca muere conmigo. |
17 Las casas de religiosos llegaron muy pronto a 21 entre conventos y colegios, y otros tantos eran los colegios seculares.
18 Bajo del coro de S. Agustín tropezamos por casualidad con la inscripción siguiente: Fr. Ambrosius Calepinus ordinis Eremitarum Sancti Augustini, obiit anno 1511:
Ille ego Pieridum princeps, limenque sophiæ, Quo sine nil prosunt ars, schola, dogma libri. Me sapiens, senior, pueri juvenesque salutant, Consulti, medici, biblicus, astra, tropus. |
19 Formáronlo ciertas beatas ya de antes reunidas bajo la advocación de Sta. Librada en el local del que fue luego convento de bernardos.
20 En las fajas resaltadas que la adornan se lee esta inscripción trazada en gruesos caracteres: Ad glorinm Dei conditoris, sedente Paulo V pontifice maximo, Philippo III rege catholico, divo Bernardo patrono, D. Dominus Bernardus archiep. Toletanus card, de Sandoval inquisitor generalis construxit a. 1618.
21 He aquí los nombres de los arzobispos que fallecieron en Alcalá y la fecha de su muerte: don Jimeno de Luna en 17 de noviembre de 1338, si bien Mariana lo pone en el año anterior; D. Sancho de Rojas en 24 de octubre de 1422, y Juan II acompañó su cadáver hasta la puerta de la villa; D. Juan Martínez de Contreras en 16 de setiembre de 1434; D. Alonso Carrillo en 1° de julio de 1482; D. Alonso de Fonseca en 4 de febrero de 1534; D. García de Loaysa en 22 de febrero de 1599, y está sepultado en la capilla subterránea de S. Justo.
22 En la Vida del arzobispo Tenorio dice Eugenio de Narbona «que edificó muro labrado de cantería bastante a defender mayor población con torres y baluartes cual convenía, desde la puerta de Madrid hasta la torre de palacio, al cual también aumentó con fábrica de muchas piezas, torres y homenajes que hoy se reconocen obras de tal dueño marcadas con los escudos de sus armas.» Y añade Portilla, historiador de Alcalá: «Este muro interior con otro esterior al campo, en cuyo ángulo está la torre Almarrana, forman el recinto de una plaza de armas muy capaz, en cuyo distrito hay al presente una huerta amena, propio fruto de la paz.»
23 Hizo esta observación Francisco I visitando la universidad de Alcalá cuando era conducido prisionero a Madrid, y admirando sus repentinos adelantos.
24 En un tarjetón de la pilastra derecha extrema está consignada la fecha de la obra, 1543.
25 Corona estas galerías una barandilla de piedra con agujas o merlones, y en cada una de éstas hay una letra que juntas dicen, en luteam olim, marmoream nunc, aludiendo a las palabras dirigidas por Cisneros al rey Católico que extrañaba lo humilde de la fábrica. Hizo este claustro José Sopeña por los años de 1670.
26 En 1518 fueron llamados para adornar este salón los escultores Bartolomé Aguilar y Fernando de Sahagún, y a fines del mismo siglo lo continuaron Alonso Sánchez y Luis de Medina.
27 Labró este sepulcro el escultor Domenico florentino no se sabe si en España o en su patria misma, y costó 2.100 ducados de oro; los dísticos de su inscripción los compuso Juan de Vergara en su mocedad:
Condideram musís Franciscus grande
Lyceum Condor in exiguo nunc ego sarcophago. Prætextam junxi sacco, galeamque galero, Frater, dux, præsul, cardineusque pater. Quin virtute mea junctum est diadema cucullo, Cum mihi regnanti paruit Hesperia. Obiit Roæ VI idus novem. MDXVII. |
En un pedestal de la hermosa reja se esculpieron estos otros:
Advena, marmoreos mirari desine vultus, Factaque mirifica ferrea claustra manu. Virtutem mirare viri, quæ laude perenni Duplicis et regni culmine digna fuit. |
28 Hubo proyecto de trasladar el sepulcro a la iglesia del Noviciado de Madrid como unida al edificio de la Universidad, y luego demolida aquélla, a la de S. Jerónimo del Prado, que sigue ocupada por artillería; la colegiata de Alcalá y la catedral de Toledo lo han reclamado a su vez. En cuanto a los restos tenemos entendido que en 1667 fueron extraídos del sepulcro a causa de la excesiva humedad del sitio, y colocados en paraje inmediato, de lo cual sin duda debió constar noticia en el archivo de la Universidad.
Publicado el 14-3-2015