El Henares de Mejorada





Restos del puente del Ferrocarril de los Cuarenta Días


Pasados Torrejón y Aldovea, el Henares se dispone ya a recorrer su última etapa antes de rendir sus aguas al Jarama, ya en tierras de Mejorada del Campo. El viajero lo sabe merced, por supuesto, a los mapas; pero no conforme con esta información, y deseoso de contemplar in situ este postrer recorrido, se aprestará a visitar esta zona totalmente desconocida para él a pesar de su cercanía con su Alcalá natal. Por ello tomará su vehículo y, dirigiéndose hacia Torrejón, intentará acercarse a la ribera derecha del Henares aguas abajo de Aldovea, aprovechando la carretera que desde esta localidad parte camino de los cercanos depósitos de combustible.

Fallido intento será éste, puesto que una vez rebasados los depósitos y los contiguos huertos familiares, un discutible intento por parte de los gobernantes provinciales de implantar un remedo de campo en las degradadas vecindades de la gran metrópoli madrileña, la carretera acabará en unas instalaciones oficiales -algo así como un instituto laboral agrícola, según dicen los mapas- ante las cuales no le quedará otro remedio que volverse sobre sus pasos sin haber podido alcanzar su deseada meta.

Convencido, pues, de que la única manera de cruzar el Henares es el ya conocido puente de la carretera que conduce a Loeches, desandará su camino para atravesarlo en ese lugar, encaminándose a continuación, eso sí, a la vecina localidad de Mejorada. La carretera discurre remontando el aquí poco espectacular, pero todavía existente, escarpe de la ya moribunda Alcarria, por lo que su recorrido es en la práctica una larga cuesta mediante la cual se salva el desnivel existente entre el río y el pueblo. Poco antes de llegar a esta localidad, y sabedor el viajero de que el Henares se encuentra a su derecha, se desviará en la primera encrucijada que encuentre, la cual a poco ha de convertirse en un degradado camino que le hará temer por la estabilidad de su vehículo.

A pesar de todo el coche aguantará conduciéndolo, siempre por el polvoriento camino, hasta un lugar completamente desconocido para él, el antiguo puente por el que una desaparecida vía férrea salvaba el obstáculo del río. Sabe el viajero que este tendido fue primero el de un ferrocarril de vía estrecha que enlazaba Torrejón con una azucarera existente en Arganda para posteriormente, durante los años de la guerra civil, ser parte del trazado del heroico ferrocarril de los Cuarenta Días que consiguiera enlazar, pese a todas las dificultades, Torrejón con la vía férrea que conducía a Valencia; sabe también que ese ferrocarril fue desmantelado una vez terminada la contienda, pero lo que ignoraba es que parte de su antigua infraestructura pudiera permanecer aún en pie. Por ello se sorprenderá al contemplar los restos del arruinado puente, un romántico despojo que conserva todo el encanto de las obras muertas a pesar de que su historia no se pueda medir en milenios ni tan siquiera en siglos, sino tan sólo en unas escasas décadas.

Fueron tres o cuatro los pilares que componían el puente y, aunque alguno de ellos permanece todavía en pie, el resto se encuentra caído sobre las aguas tal como si, una vez concluida su labor, se hubieran tendido indolentemente a descansar. Y es que, terminada ha mucho la guerra y habiendo cumplido eficientemente con su misión, el ferrocarril de los Cuarenta Días habría de ser desmantelado por no ser ya necesario su servicio una vez restablecida, mejor o peor, la normalidad en el país. El viajero ignora, pues, cual pudo ser el momento en el que el puente se viniera abajo, y desconoce asimismo la causa del hundimiento, fuera ésta la propia guerra -improbable, puesto que el ferrocarril estuvo en servicio hasta el final de la misma-, el ímpetu del río en una de sus periódicas avenidas o, más probablemente, la incuria que abandonara a su destino una fábrica que ya no era útil.

Sea cual fuere la razón, lo cierto es que las ruinas rezuman interés, caídas como están sobre el cauce de un Henares que, lejos de encontrarse en sus mejores momentos, se muestra aquí pequeñito y casi, diríase, infantil; porque el río maduro que contemplara el viajero apenas un par de kilómetros aguas arriba, en las tierras de Aldovea, se muestra aquí mucho más circunspecto y modesto cual si se avergonzara de su pasado esplendor. Están desperdigados los restos del puente en un amplio remanso en el que el río parece querer expandirse de una manera un tanto efímera, puesto que tanto aguas arriba como aguas abajo el cauce se recoge ofreciendo una visión que tiene bastante de decepcionante, con las aguas someras invadidas por la vegetación acuática y las riberas pobladas antes de carrizos que de árboles, cual si de un modesto arroyo se tratara. No, no es ésta en modo alguno la visión más atractiva del Henares, y el viajero que lo conoce desde que surgiera allá en el lejano manantial de Horna, ha de sentirse forzosamente defraudado.

Pero la realidad es así y no puede ser cambiada, por lo que lanzando un suspiro se dirigirá a su vehículo y desandará lo andado. Gracias a los mapas sabe el viajero que aguas arriba del arruinado puente existe una presa, por nombre de Mejorada, que deriva las aguas del río hacia un largo caz que las conduce hasta la lejana laguna de El Raso, sita en tierras de Velilla de San Antonio donde el Henares ha hermanado ya sus aguas con el Jarama; y sabe también, por mor de internet, que la presa ha sido reconstruida recientemente incorporando incluso algo tan moderno como una escala para facilitar la remontada de los peces, a la par que unos cortados de la margen izquierda (los últimos ya desde que iniciara su andadura por las lejanas tierras de Sigüenza) anuncian unos parajes interesantes y tranquilos; pero la ausencia de un camino mínimamente prometedor para su coche le recomienda prudentemente no aventurarse en parajes comprometidos para todo aquél que no vaya a pie, algo que por no haber sido previsto le resulta desaconsejable en esos momentos. Aunque quizá en un futuro...

Vuelto así al camino principal se encontrará, apenas unos centenares de metros aguas abajo, con un pretencioso parque fluvial habilitado por el ayuntamiento de Mejorada. En realidad no se trata más que de las riberas del río más o menos acondicionadas, pero esto no le importa a un viajero que aborrece ciertamente los ríos domesticados y los prefiere siempre tal y como la naturaleza los diseñó. Desdeñando la zona presuntamente civilizada se internará en la otra dirección, aguas abajo, allá donde los planos marcan una curiosa laguna frontera con el Henares, lugar que se avizora como una frondosa arboleda tapizada por un suave césped que llama vivamente la atención dada la época de pleno estiaje en la que tiene lugar la visita.




Charcas del Henares en Mejorada


Bastará con acercarse para comprobar la razón de tan insólita presencia: La zona es en realidad un terreno encharcado en el que el viajero ha de andar con cuidado si es que no quiere acabar completamente embarrado. El agua no corre y está evidentemente sucia, lo que parece indicar que procede del propio río, el cual en invierno probablemente se desborde anegando toda esta, más que llanura, hondonada; lo cierto es que en estos momentos, en pleno mes de julio, el agua es todavía abundante y dificulta grandemente el camino hasta la propia ribera del río; en algunos puntos es una simple zona embarrada, en otros unos charcos más o menos amplios, en otros por último un pequeño cauce que acaba desembocando finalmente en el río... Todo ello contenido en una espesa arboleda que recuerda más a los húmedos bosques del norte peninsular antes que a los mucho más adustos sotos con los que acostumbra a adornar sus riberas el Henares.

Pero hablemos del río: discurre éste al final del pequeño cenagal no muy diferente a como se viera a la altura del malogrado puente; estrecho y poco profundo, desnudas de árboles sus riberas y pobladas por el contrario de carrizos, sin que ni tan siquiera el abrigo tradicional de los cerros sirva aquí para dar cobijo a su descarnada margen izquierda; porque, acaparado todo el protagonismo por el vecino humedal, poco queda para un Henares que parece querer recorrer sus últimos metros vestido con sayal de penitente antes que con vistosa librea.

Decepcionado una vez más, pero satisfecho al mismo tiempo por haber descubierto una nueva faceta inédita de su río, el viajero dará por terminada esta etapa a la espera ya tan sólo de la postrer intervención del Henares en su secular papel, la entrega callada de sus aguas a un Jarama que ciertamente no parece merecer tan grande honor.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 23-4-2015