Competitividad





Fotograma de El show de Truman



Voy a empezar con una reflexión llamémosla sesuda: tanto los animales como la humanidad durante la mayor parte de su historia se han desenvuelto en un entorno marcado por una escasez crónica de recursos, en especial los alimenticios aunque también otros como el territorio, el poder o las hembras, que acarreaba inevitablemente una lucha por el poder que permitiera acapararlos. Así pues la competición por ellos, al nivel para el que cada cual estuviera capacitado, era algo consustancial en la vida humana. Ahora, por el contrario, esta feroz competición por la supervivencia, al menos en los países desarrollados, no debería ser relevante para el común de los mortales salvo, claro está, en casos muy concretos como pueden ser unas oposiciones.

¿Quiere decir esto que la competitividad ha desaparecido o se ha vuelto residual? En absoluto, puesto que la evolución la ha marcado a fuego en nuestros genes. Así pues, cuando no existe una necesidad imperiosa de competir ésta se sublima como ocurrió en el pasado con los combates de gladiadores romanos, las carreras de carros bizantinas o las justas medievales y ahora con el fútbol, donde los jugadores de tu equipo se convierten en los campeones que luchan por el honor de tu tribu de forma no muy diferente a los combates singulares de la Ilíada.

Lo cual no impide que estas competiciones ritualizadas puedan llegar a ser tan encarnizadas o más que las de verdad, como ocurre con las absurdas peleas entre los aficionados ultras de diferentes equipos o ya, en plan chusco, en las peleas de los múltiples Villarribas y Villabajos de nuestra piel de toro por ser más chulos que los del pueblo de al lado montando unas fiestas de navidad con más luces, con el árbol o la noria más altos que los suyos, o con cualquier otro rasgo diferencial.

Es aquí donde entroncamos con la ciencia ficción, pero no con las apocalípticas batallas estelares típicas de la space ópera, sino con los análisis más profundos de hasta donde puede llegar la manipulación de la sociedad para conducirla hacia donde desean los que mueven los hilos. Entramos pues en el ámbito de las distopías, aunque ciñéndome al tema de este año dejaré fuera clásicos como Un mundo feliz, 1984 o Fahrenheit 451 entre otros que siguen distintos derroteros.

Así, lo primero que me vienen a la mente son películas como El show de Truman o The running (Perseguido). La primera es una extrapolación crítica de lo que podríamos considerar una telerrealidad llevada al último extremo, con el protagonista Truman convertido en actor principal de una vida artificial, algo que él desconoce, retransmitida por televisión desde su nacimiento hasta que accidentalmente descubre que se trata tan sólo de un sofisticado simulacro... argumento similar, por cierto, al que utilizara siglos atrás Calderón de la Barca en La vida es sueño.

The running está ambientada en un estado policial en el que a los delincuentes convictos se les ofrece la opción de participar en un concurso de televisión consistente en una cacería en la que ellos serán las presas de unos cazadores cuyo propósito no es otro que matarlos. El riesgo de perder la vida es muy elevado, pero quienes consigan ganar el concurso no sólo serán indultados, sino que se embolsarán un lucrativo premio... en teoría, puesto que como se sabrá en su momento éstos son en realidad asesinados. El inevitable final feliz no oculta, para quien quiera leer entre líneas, una ácida crítica de la falta de escrúpulos de los concursos televisivos... de 1987, fecha del estreno de la película, ya que de haberse rodado ahora es probable que no resultara tan distópica como entonces.

En la más reciente Los juegos del hambre -la novela fue publicada en 2008 y la película estrenada en 2012- nos encontramos con un futuro post apocalíptico en el que los distritos pertenecientes a una de las nuevas naciones surgidas del fraccionamiento de los Estados Unidos -el ombliguismo anglosajón siempre acaba asomando la patita- se ven obligados a competir entre ellos de una manera ritual, pero no por ello menos sanguinaria, enviando cada uno dos campeones -chico y chica, para que no se diga que no se cumple la paridad- que combatirán a muerte hasta quedar un único superviviente, con todo el proceso seguido ávidamente por televisión.

O también la serie de televisión coreana El juego del calamar (2021), donde varios centenares de jugadores compiten por un importante premio económico en una serie de juegos en la que los perdedores pagan con su propia vida.

Existen evidentemente muchos ejemplos más, pero como no pretendo ser exhaustivo lo voy a dejar aquí aunque no puedo evitar hacerme algo de autopromoción -espero que a Francisco José no le importe demasiado- con un relatillo mío que también aborda, dentro de su modestia, este tema: El concurso definitivo.

Volviendo a la realidad, comprobamos que ésta puede llegar a rebasar a la ficción si es que no la ha rebasado ya. Porque son muchos los cantos de sirena que buscan excitar nuestro ancestral instinto combativo, dormido en unos más y en otros menos pero siempre al acecho, para manejarnos a su antojo buscando obtener beneficios a nuestra costa que pueden variar desde sacarnos el dinero, que no es poco, hasta lograr que nos juguemos la vida, que es mucho. Y lo más preocupante es que sus métodos son cada vez más sofisticados y cada vez más tentadores, y por lo tanto cada vez más eficaces.


Addenda

Coincidiendo con la publicación del artículo en el Especial vigésimo séptimo aniversario del Sitio de Ciencia Ficción, quiso el azar que leyera -en realidad ya lo había leído casi cuarenta años atrás, pero no lo recordaba- un relato de Fredric Brown titulado Arena y publicado originalmente en 1944, que ya ha llovido. Aunque no llegué a tiempo para incluirlo, no está mal que lo recuerde aquí dada su afinidad con el tema abordado.

Su argumento es sencillo y a la vez interesante: Dos imponentes flotas estelares de la Tierra y de unos extraños invasores cósmicos denominados los Intrusos puesto que nadie ha logrado conocerlos ni capturar a uno de ellos vivo o muerto, están a punto de enfrentarse en una batalla que supondrá la derrota definitiva, y quizás incluso la aniquilación, de una de las dos razas.

Es entonces cuando entra en escena un extraño ente súper evolucionado que, por razones no suficientemente bien explicadas, decide intervenir como árbitro. Captura a un miembro de cada raza y los traslada a un extraño campo de juego donde deberán competir en un combate singular a muerte, salvando el vencedor a su planeta y condenando al exterminio a la raza del perdedor. Ambos están desnudos y separados por un campo de fuerza que sí pueden atravesar los objetos que se lancen, y ambos reciben la misma advertencia: la victoria no dependerá de la fuerza sino del ingenio.

Después de varios lances de distinto signo será el terrestre, como era de esperar, quien logre matar finalmente a su enemigo, tras lo cual será devuelto a su nave mientras sus compañeros se muestran sorprendidos por la súbita desaparición de la flota enemiga sin que la terrestre sufriera un solo rasguño, pero sólo él conocerá lo sucedido y lo cerca que estuvo la Tierra de su aniquilación.


Publicado el 14-1-2024 en el Sitio de Ciencia Ficción