¡Piedad para la Tierra!




Número 85 de la colección y última novela independiente firmada por Enguídanos como George H. White. Dice el conocido refrán que hasta el mejor escribano echa un borrón, pero en este caso Enguídanos firmó una pifia tan considerable que hasta cuesta trabajo creer que se trate de una novela suya; cierto es que si la comparamos con el grueso de la colección no resulta ser demasiado mala, pero si hacemos lo mismo con el resto de sus novelas, no alcanza ni de lejos el aprobado.

Y es que, aunque resulta normal que en la producción de un escritor haya altibajos, en este caso el bajón es tan considerable que rebasa todos los límites de lo tolerable. El argumento de esta novela no sólo es ramplón y mediocre, lo que aún sería tolerable, sino que además rompe escandalosamente con una de las normas más minuciosas y respetadas de Enguídanos, la coherencia científica siempre, claro está, dentro de los límites habituales en la ciencia ficción de la época. Ya he comentado en más de una ocasión que Enguídanos procuraba ser consecuente en sus novelas guiándose por los tópicos que, justificados o no, estaban entonces implantados en la ciencia ficción norteamericana, tópicos que acostumbraba a repetir una y otra vez en sus novelas prácticamente sin variación. Así, y en lo que a la habitabilidad de los planetas del Sistema Solar respecta, Enguídanos solía hablar de un Marte moribundo aunque más o menos capaz de albergar vida y de un Venus exuberante en el que se volvía a repetir la prehistoria terrestre... Todos los demás astros del Sistema Solar, sin excepción alguna, son presentados por este escritor como incapaces por completo de ser habitados por los terrestres, con la única y escandalosa excepción de la presente novela. Curiosamente sólo unos pocos números después iniciaría Enguídanos su entrega de la Saga de los Aznar correspondiente a la llegada de los sadritas, entrega en la que describirá a los satélites de Urano, Titania incluida, como simples bolas de hielo incapaces por completo de albergar el más mínimo aliento de vida...

Para más inri Enguídanos negará aquí la habitabilidad de Marte y Venus presentando como único astro capaz de alentar vida... ¡a Titania, satélite de Urano! Este hecho es tan insólito en la producción de este autor que me ha llevado a dudar incluso de que esta novela fuera escrita realmente por él, circunstancia esta nada inverosímil ya que, como he podido constatar, algunas firmas famosas de la literatura popular española, tales como Marcial Lafuente Estefanía, ocultaban en realidad un equipo de varias personas distintas. No tengo, por supuesto, el menor indicio de que en el caso de Enguídanos ocurriera así, pero ¡Piedad para la Tierra! es no sólo tan mala, sino también tan diferente de las novelas habituales de nuestro escritor, que cabe al menos la sospecha de que al menos en esta ocasión nos hubieran dado gato por liebre, máxime si tenemos en cuenta que ni siquiera el estilo parece ser el suyo habitual. Trátese de una mixtificación o trátese de un mal momento del escritor, lo cierto es que esta novela deja mucho, pero mucho que desear.

En lo que respecta a su argumento, éste no puede ser calificado tampoco de original: Ha terminado la Tercera Guerra Mundial, pero la Tierra ha quedado tan contaminada de radiactividad que, de no ser evacuada en el plazo de unos pocos años, la humanidad se extinguirá por completo. Afortunadamente durante el conflicto bélico ha sido inventado un artefacto (orbimotor en la novela) capaz de viajar hasta los confines del Sistema Solar, lo que permitirá explorarlo en busca de un nuevo hogar para la doliente humanidad. Una flota de estas astronaves se dispersa pues por todos los planetas y satélites en busca de un astro capaz de albergar vida, aunque ya desde el principio el autor nos advierte por boca de varios científicos que, de encontrarse éste, debería ser obligatoriamente dentro del sistema formado por Urano y sus satélites.

La astronave del protagonista llegará a Urano y, como era de esperar, encontrará que uno de sus satélites, Titania concretamente, posee una atmósfera perfectamente respirable para los humanos. Algo de frío sí que hace allí, pero en conjunto no resulta ser mucho más inhóspito que cualquiera de los dos polos terrestres... El descubrimiento es fundamental para el futuro de la humanidad, pero los expedicionarios se encuentran con un problema: Titania está habitada por una raza de seres gigantescos (aquí Enguídanos recurre a su conocida teoría de que a astros más grandes habitantes más pequeños y viceversa), lo que evidentemente dificulta el proyectado éxodo de la humanidad al tenerse que contar forzosamente con su consentimiento. Por si fuera poco estos seres capturarán a los expedicionarios terrestres dejándolos a merced suya, con lo cual el éxito de su misión dependerá exclusivamente de la buena voluntad de los habitantes del satélite.

Puesto que el contacto entre ambas razas tiene lugar allá por la página 100, siendo todas las anteriores poco más de un prólogo en el que no pasa realmente nada, es fácil entender que el desenlace de la novela será, como ocurre bastantes veces en las obras de Enguídanos, flojo y precipitado, aunque en esta ocasión no importe demasiado dada la mediocridad general de la narración. En resumen, puesto que no hay demasiado que contar, cabe reseñar que los gigantes les preguntan la razón de su visita, respondiendo los terrestres con una petición de asilo en toda regla. La respuesta de los gigantes, pintados por Enguídanos como bondadosos, es la que cabía esperar para un final feliz: Intentarán descontaminar la Tierra y, de no conseguirlo, albergarán en su mundo a los terrestres durante un período de tiempo prudencial hasta que nuestro planeta pueda ser habitado de nuevo. De esta manera, y con los protagonistas volando de vuelta a la Tierra portando tan excelentes noticias, termina una novela que Enguídanos jamás debería haber firmado.

¿Por qué Enguídanos eligió Titania, poco más que un pedrusco de reducidas dimensiones, para ubicar su narración? ¿No podría haberlo hecho en algún otro astro de mayor entidad tal como Ganímedes (descrito como habitable en varias de sus novelas, tanto de la Saga de los Aznar como no) o Titán, satélite de Saturno del que ya entonces se conocía la existencia de atmósfera? Sorprende ciertamente que un escritor tan cuidadoso incurriera en una pifia de tamaño calibre, máxime si se tienen en cuenta todas sus disquisiciones, ampliamente repetidas en sus distintas novelas, acerca de la habitabilidad de los diferentes astros del Sistema Solar, resultando chocante, por ello, un argumento tan impropio de su línea, argumento que arropa además una de las novelas más mediocres y aburridas de toda su producción.

En todo caso, ésta fue la última novela independiente que Enguídanos firmaría con el seudónimo de George H. White; posteriores a la misma son tan sólo las dos postreras entregas de la Saga de los Aznar, siete novelas en total, la última de las cuales cerraría definitivamente tanto el ciclo de la Saga como la etapa del citado seudónimo. La siguiente novela independiente, aparecida nada menos que cincuenta y cinco números después (es decir, alrededor de dos años más tarde) vendría ya firmada por Van S. Smith, nuevo seudónimo de un Enguídanos que al parecer deseaba dejar bien enterrados a los Aznar. Las novelas de esta nueva etapa entroncan directamente con las que han sido estudiadas en este trabajo, pero aunque no exista realmente ningún motivo que obligue a dividirlas en dos grupos, salvo claro está el completamente artificial del cambio de seudónimo, razones de espacio recomiendan dejar su lectura para más adelante.


Publicado el 1-11-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción