Rumbo a lo desconocido




Número 9 de la colección, aparecida después de seis novelas de la Saga de los Aznar y dos de Alf. Regaldie. Aunque esta novela cuenta con una trama absolutamente independiente de la de la Saga, es inevitable encontrar en ella ciertas facetas que invitan a pensar que se trata de una alternativa posible al arranque de la citada Saga, algo así como si Enguídanos hubiera deseado hacer ciertos retoques de la misma... Hipótesis ésta nada peregrina puesto que cuando la Editorial Valenciana acometió la edición de una versión gráfica de la Saga de los Aznar (en realidad tan sólo de la primera parte de ésta), en la misma se introdujeron elementos tanto de la trilogía de Heredó un mundo como de Rumbo a lo desconocido.

En lo que respecta a la trama de la novela ésta se desarrollará en lugar tan cercano como es Marte iniciando así la costumbre de un Enguídanos que, con excepción de la propia Saga de los Aznar, jamás abandonará en sus novelas el estrecho espacio del Sistema Solar. Pero no nos precipitemos. La novela, todo hay que decirlo, muestra tanto las virtudes como los defectos característicos de su autor. En el primer apartado habría que incluir el notable conocimiento que Enguídanos mostraba, en la España de principios de los años cincuenta, de lo que entonces eran tan sólo teorías acerca de la conquista del espacio, varios años antes de que los rusos pusieran en órbita el primer Sputnik. Es interesante constatar cómo Enguídanos habla ya de un cohete en tres etapas necesario para vencer la gravedad terrestre, lo que demuestra con claridad que su formación científica era infinitamente superior a la del resto de sus compañeros de colección.

Lamentablemente Enguídanos estropeará este interesante inicio cuando, una vez llegados los protagonistas a Marte, se olvide de todas sus anteriores disquisiciones científicas (totalmente acertadas, dicho sea de paso, conforme a los conocimientos de su época) acerca de la inhabitabilidad del planeta rojo para, en aras de la narración, inventarse una convencional civilización marciana que nada tiene de original y sí mucho de imitación del trasnochado Marte de Edgard Rice Burroughs. Resulta chocante descubrir cómo, tras largas disquisiciones acerca de la irrespirabilidad de la atmósfera marciana, Enguídanos se saca de la manga unos marcianos completamente humanos que son perfectamente capaces de medrar en un ambiente mortal de necesidad para cualquier terrestre... Evidentemente se trata de un monumental patinazo, pero dado el tolerante nivel de exigencia de la colección Luchadores del espacio, tal metedura de pata quedó completamente incólume.

Este disparate científico, habitual en otros escritores pero nada frecuente en el meticuloso Enguídanos, no inhabilita en absoluto el interés de la novela la cual, sin ser en modo alguno una de sus mejores obras, tampoco desmerece demasiado, contando además con varios interesantes hallazgos amén del notable conocimiento que, como ya ha sido comentado, Enguídanos posee de la incipiente astronáutica de su tiempo. Comienza la novela describiendo los preparativos de un viaje a la Luna, no demasiado diferente al Proyecto Apolo, que en esos momentos está haciendo el gobierno norteamericano; pero el descubrimiento desde un nuevo telescopio de la posible existencia de vida inteligente en el planeta Marte obligará a alterar los planes del gobierno norteamericano cambiando el destino inicial por el del planeta rojo.

El cohete diseñado es perfectamente capaz de llegar hasta Marte, pero le resultaría imposible volver; por esta razón se tratará de una misión suicida en la cual los integrantes de la misma tendrán que sacrificar sus vidas para informar por radio acerca de la realidad que se oculta tras la atmósfera marciana. Parte finalmente el cohete en su vuelo sin retorno describiendo Enguídanos, también correctamente, la trayectoria elíptica que siguen todas las sondas enviadas al Sistema Solar pero evitando algunas cuestiones secundarias tales como el oxígeno, el agua y la comida necesarios para un viaje de varios meses; finalmente, tras el período de tiempo correspondiente, la última fase del cohete alcanzará sin problemas el planeta rojo aterrizando tranquilamente en un canal.

Ahora comenzará la aventura acabándose de paso todo intento de rigurosidad científica. Los marcianos, que poseen una desarrollada técnica que les permite vivir en un planeta moribundo y prácticamente sin recursos, detectarán inmediatamente el cohete de los terrestres apresando a éstos sin ningún tipo de problemas. Los protagonistas serán en un principio bien tratados pero con una única condición: la prohibición absoluta de comunicarse por radio con la Tierra, puesto que los marcianos temen hasta la paranoia una posible invasión terrestre. Confinados en unas dependencias en las que podrán prescindir de sus trajes estancos, los expedicionarios se reunirán asombrados con un terrestre del siglo XVIII (aquí Enguídanos se pasó un pelo) raptado hace doscientos años y llevado a Marte, planeta en el que continúa viviendo y gozando de excelente salud gracias a los increíbles avances de la sociedad marciana.

Sin embargo, los acontecimientos se precipitarán y no de forma favorable para los terrestres: Mientras la princesa, que dicho sea de paso está como un tren, comienza a enamorarse del guaperas del protagonista, sus ministros deciden asesinar a los pobres expedicionarios como única manera segura de evitar la tan temida invasión terrestre. De paso un nuevo inconveniente se suma a la ya larga lista de problemas: Según las leyes marcianas la princesa sólo podrá ser reina una vez esté casada, pero el matrimonio no será con quien ella libremente decida sino con el vencedor de una curiosa justa medieval que parece calcada de las novelas de Walter Scott. Huelga decir que el terrestre se ofrecerá como campeón de la princesa y que, claro está, resultará vencedor en el sangriento torneo, caballero en un extraño bicho marciano de cuatro patas y armado de lanza y espada pero vestido con su imprescindible traje espacial, en una incongruente escena digna de figurar en una versión modernizada de la divertida novela Un yanqui en la corte del rey Arturo.

Según las leyes marcianas al vencedor le corresponde desposar a la princesa, pero el hecho de que éste sea un terrestre provocará unos gravísimos disturbios que se saldarán en un golpe de estado. Obligados a huir de la ciudad y proscritos en todos los reinos marcianos, los terrestres y la destronada princesa marcharán hacia un futuro desconocido sin más medios que un pequeño vehículo cargado de combustible y provisiones y sin más futuro que el vagar por las regiones desiertas del planeta... Con el agravante de que los terrestres jamás podrán despojarse de sus escafandras, por lo que el amor entre el protagonista y la ex-princesa tendrá por fuerza que ser solamente platónico.

Y de esta extraña manera termina la novela, renunciando el autor a un final feliz al tiempo que carga las tintas sobre la faceta melodramática de la misma. Insisto de nuevo: No se trata de una buena novela, pero se lee con agrado; lo cual ya es bastante.


Publicado el 1-11-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción