Cita en la Luna




Número 140 de la colección y primera novela firmada por Pascual Enguídanos como Van S. Smith. Publicada en 1959, en plena carrera espacial entre rusos y norteamericanos, no es de extrañar que Enguídanos extrapolara esta pugna a lo que entonces se perfilaba ya como la auténtica meta: La llegada del hombre a la Luna. En realidad, y como es sabido, los norteamericanos no tuvieron competencia por parte de los rusos debido al desfondamiento del programa lunar de estos últimos, pero en 1959 no sólo no se sabía esto sino que incluso los rusos iban por delante de los norteamericanos en el lanzamiento de los primeros satélites artificiales e incluso de los cohetes tripulados; el famoso vuelo de Gagarin tuvo lugar en 1961. Por supuesto que los detalles técnicos del cohete, bastante minuciosos como era habitual en Enguídanos, son muy diferentes de los que luego caracterizarían a los proyectos Mercury, Géminis y Apolo, ya que aunque el autor describe un cohete de varias etapas convierte a la penúltima en tripulada y por supuesto retornable como un avión; pero creo, sinceramente, que este detalle se le puede disculpar.

Por lo tanto, el planteamiento de Enguídanos era entonces perfectamente verosímil: Los norteamericanos están preparando, con todo lujo publicitario, el primer viaje tripulado a la Luna y, en vísperas del lanzamiento, se enteran de que los rusos acaban de enviar su propio cohete adelantándose a ellos por un pelo... Y a la chita callando, que para eso son los malos.

Pero claro está, había que darle un poco de animación a la cosa. El norteamericano llega a la Luna y descubre que ahí mismito (también es casualidad, con lo grande que es la Luna) ha aterrizado el cohete ruso, también con un único tripulante... Y una ametralladora. Tras alguna que otra discusión ambos astronautas consiguen llegar a una entente relativamente cordial, descubriendo el protagonista dos circunstancias significativas: Primero, que el ruso es rusa, y bastante guapa por cierto, y segundo que, al contrario que el cohete americano, el ruso no tenía posibilidades de retorno y por lo tanto la expedición rusa constituía un viaje suicida. Y como los dos no caben en el cohete americano y al protagonista le cae bastante bien la rusa, pues ya se sabe...

Para complicar todavía más las cosas resulta que había habido un cohete ruso anterior a éste con dos tripulantes, uno de los cuales ha asesinado al otro para poder sobrevivir durante algún tiempo más. Por supuesto que este tercer cohete está también a la vuelta de la esquina, con lo que el malo intentará apoderarse del cohete americano (el único de los tres que puede volver a la Tierra) dejándoles como quien dice plantados. Pero como también le debe de gustar la rusa, le propone un acuerdo: Aprovechar parte de los lanzadores de su aparato para aumentar la potencia de despegue y poder así marcharse los dos llevándose de paso unos cuantos kilitos de oro que ha descubierto mientras se aburría, dejando al americano más tirado que una colilla.

La chica finge aceptar porque necesita saber dónde está el cohete del malo, pero una vez que llegan allí libera al protagonista y entre los dos se le quitan de en medio. Huelga decir que aprovechando la idea del malo consiguen ambos salir de la Luna, algo apretaditos eso es cierto, llegando sin novedad a la Tierra... Y colorín colorado. A mí, la verdad, me pareció una novela bastante flojita.

Por último, queda reseñar que ya en las postrimerías de la colección Edward M. Payton (Eduardo Molinero Bustos), un escritor cuyo estilo recuerda un tanto al de Enguídanos, abordó un tema relativamente similar en la novela Prisioneros en la Luna, número 225 de la colección, aunque aquí la pugna entre rusos y americanos, que por supuesto llegan a la Luna al mismo tiempo y justo en el mismo lugar, es zanjada por los chinos, que han llegado antes que ellos y han establecido una base secreta, tomándolos prisioneros a todos... ¿Casualidad?


Publicado el 6-11-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción