El día que descubrimos la Tierra




El número de esta novela, 221, indica la existencia de un gran salto de veintitrés títulos (es decir, aproximadamente un año) entre ésta y la anterior, aunque no por ello ha de deducirse que Enguídanos estuviera ocioso durante todo este tiempo; ocurre que mientras tanto Enguídanos se dedicó a escribir series terminando la de Intrusos siderales (con Diablos en la ionosfera, número 199) y publicando la de Bevington (números 202 y 203) y la de Finan (números 210, 211 y 212). En realidad todas estas novelas son independientes y poseen argumentos completos, pero al estar relacionadas unas con otras no en forma de continuaciones, pero sí de secuelas, hizo que fuera preferible abordarlas por separado, razón por la que es preciso saltar a lo que ya es la etapa postrera de la colección Luchadores del espacio.

El día que descubrimos la Tierra es una novela curiosa e interesante ya que en ella Enguídanos vuelve a retomar el mismo enfoque que utilizara en Nosotros los marcianos, es decir, describir el choque que supone el encuentro entre la humanidad y unos visitantes extraterrestres desde el punto de vista de estos últimos. Para mayor originalidad los visitantes no son ni humanos ni tan siquiera seres vivos, ya que se trata de una tripulación compuesta exclusivamente por robots. En esta novela, y como es habitual en sus novelas, Enguídanos retoma elementos diversos de su ya olvidada saga de los Aznar, como es la descripción de unos robots que en lugar de piernas tienen una rueda en su parte inferior (tomada de Lucha a muerte) o la utilización de armas de luz sólida. A su vez Enguídanos volvería a utilizar el argumento de los robots visitantes (incluyendo la famosa rueda que tanto parecía gustarle) en la única novela que publicó fuera de la colección Luchadores del espacio, la titulada Intrusos siderales, aparecida con el número 57 de la colección La Conquista del Espacio, publicada por la editorial Bruguera. Sin embargo, y a pesar de las similitudes entre ambas, en esta última novela el enfoque de la narración es mucho más convencional que el utilizado en El día que descubrimos la Tierra.

Pasemos al argumento. Los habitantes de un remoto planeta desean explorar el cosmos en busca de vida similar a la suya, pero la larga duración de los viajes interestelares impide que la nave exploradora pueda ser tripulada por ellos mismos. Por esta razón han construido una nave habitada exclusivamente por robots, los cuales llegan finalmente a la Tierra descubriendo por vez primera un astro similar a aquél del que proceden. Los robots se disponen, pues, a explorar la Tierra y a entrar en contacto con los terrestres tal como nos relata el protagonista, uno de los hombres mecánicos que forman parte de la dotación de la astronave.

Envían, pues, una expedición que secuestra a varias personas y las traslada a su astronave, gracias a lo cual pueden aprender el idioma de los terrestres (el inglés, por supuesto, puesto que por variar descienden en los Estados Unidos) y comunicarles que sus intenciones son amistosas: Tan sólo desean intercambiar conocimientos y recibir combustible atómico para su nave y aceite lubricante para ellos, tras lo cual partirán de vuelta a su planeta de origen.

Los secuestrados, que descubren que los robots tienen una ingenuidad total, les engañan haciéndoles ver que serán muy bien recibidos si desembarcan con ellos en Nueva York. Los robots se lo creen, lo que motiva primero que se escapen sus rehenes (excepto una chica, por necesidades del guión) y segundo que sean atacados por la policía y el ejército de los Estados Unidos. Bastante escarmentados vuelven a su nave empezando a sospechar que los terrestres, amén de no ser de fiar, son bastante más salvajes de lo que pensaban.

Ayudados por la chica, que sí es sincera con ellos, deciden cambiar de táctica poniéndose en contacto con las Naciones Unidas, tras lo cual reciben la promesa formal del gobierno de Estados Unidos de proporcionarles todo lo que desean: Combustible atómico, lubricantes y libros que les permitan conocer la civilización terrestre. Comienzan a recibir, en la misma Nueva York, el lubricante y los libros, pero para que les entreguen el combustible atómico les dicen que tienen que desplazarse hasta el desierto de Nevada. Lo que ignoran los robots, que desconocen la doblez humana, es que en realidad el gobierno norteamericano desea llevarlos hasta un lugar deshabitado para allí intentar destruir su nave, lo cual les es comunicado por la chica que, conocedora de estos planes (había sido recogida e interrogada por los servicios de inteligencia de su país), consigue colarse de nuevo en la astronave burlando a sus custodios.

El intento de destrucción de la astronave no hubiera servido de nada ya que es prácticamente invulnerable a las armas terrestres, aunque la reacción de autodefensa de los robots habría creado mucho daño a los norteamericanos, le comunican éstos a la chica, por lo que ha obrado correctamente advirtiéndoles. Pero el gobierno norteamericano, que ha visto frustrados sus planes, decide atacar a los robots en la propia ciudad de Nueva York, sufriendo como cabía esperar un grave descalabro. Cumplidos en parte sus objetivos (poseen los libros y el aceite lubricante que necesitaban) y visto que resulta imposible mantener cualquier tipo de relación con los terrestres, los robots decidirán marcharse de la Tierra procediendo a buscar los minerales radiactivos que necesitan en el cercano planeta Marte, tras lo cual abandonarán el sistema solar en dirección a su planeta de origen.

El punto romántico (y original) de la novela consiste en que la chica se ha enamorado del robot protagonista y le pide que la lleve con él, a lo cual éste se niega dado lo absurdo de su petición... Aunque después de la despedida reconoce (la novela está escrita en primera persona) que él también estuvo a punto de enamorarse de una terrestre.


Publicado el 6-11-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción