Robots



A diferencia de la imagen clásica forjada por Isaac Asimov e imitada posteriormente por multitud de escritores, los robots de Pascual Enguídanos tienen muy poco que ver, al menos en la primera etapa de la Saga, con el hombre metálico de cerebro positrónico que todos nosotros identificamos con un robot. Para el autor de la Saga, por el contrario, los robots son tan sólo unos artefactos enormemente sofisticados dotados de unos cerebros electrónicos -así se llamaba a los ordenadores en los años cincuenta- y capaces de realizar tareas complejísimas, pero totalmente privados del raciocinio que desarrolla el robot asimoviano. Paradójicamente la descripción de Enguídanos está mucho más cercana a la realidad de los ordenadores actuales que los cerebros positrónicos de Asimov, lo que dice bastante a favor de nuestro escritor teniendo en cuenta que sus novelas están escritas cuando los primeros ordenadores eran todavía unos toscos artilugios que ocupaban habitaciones enteras y no tenían más potencia que una humilde calculadora de bolsillo.

En las novelas de la Saga los robots son por lo general unas meras -aunque sofisticadas- armas de guerra, ya que constituyen el grueso de las fuerzas de infantería con las que los ejércitos terrestre primero, y valerano después, combaten contra sus enemigos, como ocurre por ejemplo en la novela Guerra de autómatas. Sin embargo, hay algunas excepciones a esta tendencia.

Así, cuando en Cerebros electrónicos el primer Miguel Ángel Aznar y sus compañeros aterrizan en el planeta Ragol a bordo del Lanza, los expedicionarios se encuentran con una civilización robótica que es además hostil a los humanos, lo que indica que o bien Enguídanos no conocía las famosas tres leyes de la robótica, o bien si las conocía las ignoró por completo. Estos robots habían sido construidos por la rama de los saissais que habían colonizado el planeta, pero éstos se habían rebelado contra sus creadores exterminándolos por completo en la primera edición, mientras en la segunda simplemente habían impedido la finalización del proceso de hibernación al que éstos se habían sometido.

En ambos casos, y en esto no hay la menor diferencia entre ambas versiones, los protagonistas se ven obligados a luchar contra los robots consiguiendo vencerlos finalmente.

Es preciso ir a la continuación de la Saga para encontrar de nuevo a unos robots que reúnan la condición de protagonistas. Como es sabido esta segunda parte de la Saga comienza en la novela Universo remoto describiendo como Valera ha descubierto un fabuloso astro, el circumplaneta, que los valeranos comienzan a explorar. En El ángel de la muerte Enguídanos describe el descubrimiento de un extraordinario robot, de nombre Izrail, que resulta ser el guardián de la civilización barptur, la creadora del circumplaneta, cuyos miembros están almacenados en el interior de una máquina karendón. El robot, que reviste la forma de una bella mujer -aquí sí se puede rastrear la influencia de Asimov, hecho que no es de extrañar puesto que habían pasado veinte años-, pide ayuda a los valeranos para resucitar a sus creadores, lo cual se lleva a la práctica para satisfacción de todos.

Tras la aparición en la Saga de los barpturanos y la introducción en la narración de la máquina karendón, uno de los mayores hallazgos de Enguídanos, el robot Izrail desaparece temporalmente mientras el autor se embarca en otras aventuras. Sin embargo, vuelve a recurrir a él en La rebelión de los robots; embarcados los valeranos en una sangrienta lucha contra ghuros y mantis por el control del circumplaneta, al carecer de un ejército lo suficientemente numeroso para garantizar la victoria el almirante mayor de Valera, Juan MacLane, decide replicar a Izrail en la máquina karendón con objeto de utilizar los robots como soldados.

Así se hace aunque con pésimos resultados, puesto que los robots se rebelan negándose a combatir contra los enemigos de los valeranos en el circumplaneta, llegando a luchar incluso contra sus creadores en el interior de Valera. Finalmente Miguel Ángel Aznar consigue hacerse con el control de la situación evacuando a los robots amotinados que, dueños de sus destinos, se pierden en la inmensidad del circumplaneta, sin que sean narradas sus aventuras posteriores salvo una vaga referencia a algunos de ellos que vagan sin rumbo por la selva. Los izrailitas, tal como los denomina el autor, aparecen por última vez en la Saga en la novela La Tierra después, donde se explica que el corrupto gobierno terrestre los utiliza como una disciplinada fuerza de policía sin que al parecer se repitan los problemas surgidos con ellos en Atolón.

Fuera ya de la Saga tampoco fue Enguídanos muy dado a introducir robots en sus tramas. Una única novela de entre todas las publicadas en Luchadores del Espacio, la que lleva por título El día que descubrimos la Tierra, tiene por protagonistas a los robots, dándose la circunstancia de que es una de las más originales de entre toda su producción dado que está narrada desde el punto de vista de unos robots de procedencia extraterrestre que visitan nuestro planeta en viaje de buena voluntad, teniendo los humanos un papel secundario a la par que no quedan demasiado bien librados de la comparación que el autor hace entre ellos y los visitantes, los cuales se tienen que marchar por donde vinieron completamente hartos de la estupidez humana. Se trata de una excelente novela que lamentablemente no fue reeditada en los años setenta.

Algunos años posterior a ella es Intrusos siderales, la única novela de ciencia ficción que Enguídanos publicó fuera de la colección Luchadores del Espacio. Aparecida en la colección La conquista del espacio, de la editorial Bruguera, Intrusos siderales tiene un argumento muy similar a su predecesora (en realidad casi se podría hablar de una nueva versión de la misma obra), aunque desde mi punto de vista es inferior ya que en ella desaparece la ya citada originalidad de hacer a los robots los verdaderos protagonistas de la historia. Intrusos siderales es una buena novela, pero su narración más convencional hace que yo personalmente prefiera la anterior.

También podría incluirse dentro de este apartado a otras dos novelas, Embajador en Venus -reeditada en los años setenta- y La momia de acero, aunque en ambos casos los robots que aparecen en ellas son en realidad dos enormes máquinas de forma humanoide tripuladas por humanos alojados en su interior, careciendo pues de esa mente artificial, pero propia, que caracteriza habitualmente a los robots. En Embajador en Venus, con una historia calcada prácticamente de la de los saissais, los descendientes de una antigua civilización que renunció al uso de la tecnología cuentan no obstante con un maravilloso robot camuflado como ídolo, el cual utilizarán para mantener a raya a los colonos terrestres que habían invadido su planeta. En La momia de acero un robot similar, camuflado de idéntica manera, es la única reliquia de una civilización desaparecida que vivió en Egipto antes de la época de los faraones. Despertado de su sueño secular y tripulado -se supone, puesto que Enguídanos tan sólo lo insinúa- por los últimos descendientes de una casta de sacerdotes depositaria del secreto, es finalmente destruido con una bomba atómica cuando comenzaba a suponer una amenaza para el mundo.


Publicado el 11-1-1999 en el Sitio de Ciencia Ficción