La conquista de un imperio
Esta novela, número 12 de la primera edición de Luchadores del Espacio, no puede comenzar de forma más dramática. Tras más de cuarenta años vagando por el cosmos sin encontrar ningún planeta apto para la vida, el Rayo arriba a un sistema solar que cuenta con varios planetas de tamaño gigantesco, lo que hace temer que su gravedad resulte demasiado elevada para los humanos. Pero la situación de sus tripulantes, fugitivos de una Tierra sojuzgada por los crueles thorbods, no puede ser más crítica, con los alimentos racionados a punto de agotarse y los últimos restos del combustible nuclear quemándose en los gigantescos reactores del autoplaneta. Imposibilitados de seguir adelante con su periplo, los responsables del Rayo deciden aterrizar en uno de ellos, posándose precipitadamente en uno de sus mares y descubriendo, con sorpresa, que su atracción gravitatoria es similar a la terrestre. Los fugitivos bautizarán al planeta con el explícito nombre de Redención, si bien en esta primera edición -no en la segunda- el apelativo no aparecerá por vez primera hasta la novela Dos mundos frente a frente.
Antes de continuar, es conveniente realizar un pequeño inciso para resaltar una de las peculiaridades de la Saga de los Aznar insólita en la ciencia ficción popular española, el relevo generacional de unos protagonistas que, lejos de mantenerse siempre jóvenes tal como suele ser habitual en el género, tienen hijos, envejecen e incluso mueren. Así, nos encontramos con que la mayor parte de los personajes que intervinieron en las anteriores novelas han fallecido, mientras los escasos supervivientes -Miguel Ángel Aznar y Richard Balmer- son ahora unos venerables ancianos. En compensación, aparecen unos personajes nuevos sobre los que recaerá ahora el protagonismo: Fidel Aznar, hijo de Miguel Ángel Aznar y de Dolores Contreras, y los hermanos Ricardo y Verónica Balmer, hijos del fiel compañero del antiguo piloto español y amigos del joven Aznar. Igualmente aparece aquí otro de los argumentos favoritos de Enguídanos, que lo repetiría con frecuencia en sus novelas, tanto de la Saga como independientes: Los sideronatos, es decir, los nacidos y criados en el seno de una nave espacial, que suelen manifestar una gran alegría al pisar, por vez primera en su vida, tierra firme.
Tras un accidentado amerizaje, un grupo de exploración encabezado por Fidel Aznar parte en un viaje de exploración a bordo de un helicóptero. El planeta, pese a sus increíbles dimensiones, parece ser perfectamente habitable, por lo que urge buscar tanto alimentos como combustible nuclear para los exhaustos reactores del Rayo. Tras abandonar la costa y rebasar una elevada cordillera, los terrestres llegan a una meseta donde descubren, con asombro, una encarnizada batalla campal entre dos ejércitos nativos, formados por humanos totalmente similares a los terrestres aunque reducidos a un estado cultural mucho más primitivo, aproximadamente equivalente al de la antigua Edad del Bronce. Buscando un encuentro pacífico con ellos aterrizan en mitad del campo de batalla, pero sus esfuerzos resultan baldíos ya que son recibidos hostilmente, viéndose obligados a retirarse de forma apresurada no sin antes capturar a varios rehenes.
De vuelta al Rayo, y mientras Fidel Aznar asume la tarea de entablar relaciones amistosas con los indígenas, y en especial con una brava amazona de nombre Woona que tendrá mucha importancia en el futuro de la Saga, sus responsables se enfrentan con el grave problema de los suministros energéticos, superada ya la penuria alimenticia gracias a la ubérrima producción, vegetal y animal, de la vecina selva. Puesto que la forma más inmediata de energía es la hidroeléctrica, Fidel Aznar parte de nuevo en busca de algún salto de agua natural que le permita instalar las turbinas que proporcionen electricidad a las exhaustas reservas del autoplaneta. Tras explorar la selva descubren una cascada apropiada para sus fines, pero también tropiezan con unos extraños -y peligrosos- seres que, con forma esférica y cuatro patas terminadas en manos erizadas de dientes, los atacan con intenciones claramente hostiles. Tal como se sabrá más adelante estos seres, innominados en la primera edición pero llamados moany en la segunda, tienen un metabolismo basado no en el carbono, sino en el silicio, lo cual no les impide mostrar una sorprendente avidez por la carne humana.
El acoso de los moany, que según los indígenas proceden de las entrañas de la tierra, provoca numerosas bajas a los náufragos del Rayo, incapaces de defenderse de ellos debido a la carencia de materiales fisionables, lo cual les impide utilizar sus sofisticadas armas. Finalmente, mal que bien aprenden a defenderse de ellos, al tiempo que Fidel Aznar encabeza una nueva expedición que tendrá por objeto instalar una central hidroeléctrica en el salto de agua descubierto poco antes. La marcha por la selva, continuamente atacados por los seres de silicio, reviste caracteres épicos, pero finalmente consiguen culminar con éxito su misión y, cubiertas ya las más perentorias necesidades energéticas del Rayo, pueden plantearse entonces la búsqueda de diferentes yacimientos de los metales y minerales imprescindibles para el desarrollo de la pequeña colonia: Hulla, hierro y, finalmente, el codiciado uranio.
Asentados los cimientos de la colonización, Fidel Aznar decide pactar una alianza con las tribus nativas, asentadas en las tierras altas huyendo del peligro de los moany. La alianza entre ambas ramas de la humanidad se desarrolla de forma satisfactoria, confirmando los indígenas a los terrestres que los seres de silicio provienen de las profundidades de la tierra, donde tienen su guarida. Esto hace sospechar a los científicos terrestres que el planeta pudiera estar, en realidad, hueco, lo que explicaría su baja atracción gravitatoria pese a su enorme tamaño. Pero de momento es sólo una teoría, por lo que Fidel Aznar decide comprobarla pidiendo a sus nuevos aliados que le conduzcan hasta una de las cuevas que, aparentemente, comunicarían ambos mundos. El reyezuelo indígena accede a regañadientes advirtiéndoles del peligro que corren, pero Fidel Aznar ignora la advertencia confiado en poder defenderse de las esferas, a las que han aprendido a mantener a raya. Lo que no puede impedir es que su padre y el también anciano Richard Balmer se empeñen en acompañarlo.
Una vez llegados a la boca de la gruta, tropiezan con un peligro inesperado: Un enorme escorpión de silicio, infinitamente más peligroso que las conocidas esferas, los ataca destrozando con sus poderosas pinzas el helicóptero en el que habían viajado. La oportuna llegada de varias zapatillas volantes, equipadas apresuradamente con el primer material fisionable obtenido por la incipiente colonia, consigue destruir al monstruo, pero no puede impedir la muerte del anciano Miguel Ángel Aznar, que expira en los brazos de su hijo encomendándole la tarea de conquistar el nuevo mundo y liberar a la Tierra del yugo de los thorbods. No es ésta la única pérdida para los exiliados, puesto que Richard Balmer, al ver muerto a su amigo, cae fulminado por un ataque cardíaco. Los últimos supervivientes de la aventura inicial han desaparecido, siendo reemplazados por una nueva generación de jóvenes dispuestos a afrontar tan fabuloso reto.
Aunque la segunda edición de la novela, publicada en esta ocasión con el número 7 de la colección, presenta una temática similar, está reescrita totalmente al igual que ocurriera con Cerebros electrónicos. Las razones que movieron a Enguídanos para hacerlo son fáciles de comprender, y dicen mucho del pundonor del escritor valenciano: La versión original, escrita en el más puro estilo pulp, era muy ingenua y había quedado completamente anticuada, sobre todo en lo relativo a los resabios imperialistas inevitables en pleno franquismo, incluso para alguien tan poco afecto al régimen como era nuestro autor. La nueva versión, por el contrario, es mucho más sólida, tanto desde el punto de vista narrativo como en lo referente a las abundantes descripciones científicas, un tema que siempre ha cuidado mucho Enguídanos. Asimismo, y en lo que respecta al trato que los exiliados terrestres dan a los nativos, se muestra ahora claramente humanista -digámoslo así- en contraposición al tufillo colonialista -fruto de la época- de su antecesora. También gana mucho en verosimilitud la descripción del desembarco en Redención, que ahora no es ya un aterrizaje -o amerizaje- forzoso con las reservas de combustible exhaustas, sino un estacionamiento en órbita del autoplaneta Rayo, mientras Fidel Aznar y sus compañeros proceden a realizar una exploración del recién descubierto astro no en un helicóptero sino, mucho más lógicamente, en un destructor. El triple desembarco en los lugares correspondientes al asentamiento de la colonia, la central hidroeléctrica y el yacimiento de uranio es asimismo mucho más sistemático y organizado, realizándose desde el propio Rayo que, a diferencia de la versión inicial, no ha agotado inverosímilmente hasta el último gramo de combustible radiactivo, pudiendo colaborar con sus escasas reservas al despliegue de todos los medios al alcance de sus tripulantes.
Sí se mantiene, claro está, la imposibilidad biológica -al menos tal como son descritos- de los seres de silicio, pero esto era algo imposible de soslayar al tratarse del eje fundamental de la narración; al fin y al cabo, tampoco estamos hablando de ciencia ficción hard, sino de pura y simple ciencia ficción de aventuras... Y de indiscutible calidad, además. Lo que sí modifica Enguídanos, también con buen criterio, es su grado de peligrosidad, que de ser extremo inicialmente, pasa a ser tan sólo molesto.
Otros cambios curiosos existentes en la segunda versión son los referentes a varios de los personajes principales. Así, Fidel Aznar pasa de ser un joven de 22 años a un también joven, pero cuarentón, más acorde con la longevidad de los protagonistas de la Saga, aunque no se modifica su condición de sideronato. Jodred, el reyezuelo indígena con el que los terrestres traban una alianza, se convierte ahora en el padre de Woona, contando además con dos fornidos hijos para completar la familia. Pero la modificación más espectacular es sin duda la que afecta a los dos patriarcas, Miguel Ángel Aznar y Richard Balmer, no tanto porque pasen de ser dos ancianos cascarrabias a unos maduros y responsables jerarcas, sino porque Enguídanos los indulta suprimiendo sus dramáticas muertes a la par que el episodio del escorpión de silicio... De hecho, los lectores de la segunda edición se quedarán sin saber el momento de sus respectivos fallecimientos, dado que el autor no introduce ninguna alusión al respecto en las novelas posteriores. Pero en general, vuelvo a repetirlo, la nueva versión es muy superior a la inicial.
Publicado el 10-10-1998 en el Sitio de Ciencia
Ficción
Actualizado el 30-3-2003