Mando siniestro





En esta novela, número 24 de la colección, continúa la narración de los avatares sufridos por el autoplaneta Valera tras su llegada a un planeta Redención que ha vuelto a caer en manos de los crueles hombres de silicio, aunque al igual que ocurriera con otras anteriores se trata de un episodio completo que puede ser leído de forma independiente al tratarse de una historia colateral dentro del ciclo de la segunda guerra por el dominio de Redención.

Puesto que este planeta continúa en poder de estos enemigos irreconciliables de la humanidad, el autoplaneta no ha podido verter en él, tal como estaba previsto, los excesos de población -más de mil millones de almas evacuadas de la arruinada Tierra, junto con los propios valeranos-, lo que acarrea graves quebraderos de cabeza a los responsables del planetillo que, agobiados por la superpoblación de Valera, se enfrentan a una grave escasez de alimentos La única solución a corto plazo consiste en explorar los vastos océanos de Solima, el otro planeta del sistema, que se encuentra cubierto completamente por las aguas, con objeto de evaluar la posibilidad de obtener en sus mares los alimentos de los que tan necesitado está el autoplaneta. Aunque se sabe que Solima, al igual que Redención, es un astro hueco, se ignora por completo lo que pueda haber en su interior, pero la aparente inexistencia de grietas comunicando ambos mundos -exploraciones anteriores fueron incapaces de encontrar ninguna- permite descartar como improbable la repetición de la tragedia de Redención.

Pero el tiempo apremia, ya que las poderosas Fuerzas Armadas valeranas han tropezado con una férrea resistencia por parte de sus enemigos que hace presumir que la campaña bélica sea larga y azarosa. Rápidamente es preparada una flotilla de cruceros siderales en cuyo interior viaja un seleccionado grupo de científicos, biólogos en su mayoría y, por ello, pertenecientes a la familia Castillo, especializada en esta disciplina desde los lejanos tiempos del Rayo. El jefe científico de la expedición es el afamado profesor Raimundo Castillo, acompañado de su hija Aurora Castillo y del joven biólogo Adolfo Castillo, sin parentesco con ellos a pesar de la coincidencia de los apellidos.

Una vez en los mares del planeta, los cruceros se dispersan para cubrir una más amplia zona de exploración. El Filipinas, buque en el que viajan los Castillo, bota un batiscafo tripulado por éstos y por el capitán de fragata Gregorio Aznar, comandante del navío. Su misión no es otra que la de buscar animales marinos y algas aptos para el consumo humano, pero la casualidad quiere que descubran el cráter de un antiguo volcán extinto, en el cual se abre una profunda sima que penetra hasta el corazón mismo del planeta. Sospechando que pudiera tratarse de una vía de entrada al desconocido interior del planeta, los valeranos penetran resueltamente en ella llegan hasta el final de la misma y, después de un largo viaje, emergen en la superficie del mar interior de Solima, la cual está alumbrada no por un sol ultravioleta como Redención, mortífero para los humanos, sino por uno similar a aquél en torno al cual giran ambos planetas. Sin recuperarse de la sorpresa, los expedicionarios constatan también la existencia de vida en unas islas cercanas, vida al parecer perfectamente compatible con la humana. Gracias a un milagroso golpe de suerte, acaban de descubrir el que podría ser el ansiado refugio para el exceso de población de Valera.

Contraviniendo cualquier tipo de precaución deciden explorar el nuevo mundo, encaminándose a la costa. Por el camino descubren una flotilla de buques primitivos similares a las galeras de la época romana y, siguiendo su rumbo, arriban a una ciudad que en nada se diferencia de las de la antigüedad grecorromana. Tras aterrizar en las cercanías de la urbe, acceden a una calzada cercana por la que ven pasar una tropa de caballería aparentemente trasplantada del extinto imperio romano. Pero pese a las apariencias no todo es antiguo en el interior de Solima, puesto que poco después descubren con asombro la presencia de un moderno vehículo a motor que no puede resultar más anacrónico en mitad de tan arcaico entorno. Creyendo haber encontrado a algunos descendientes de unos hipotéticos refugiados redentores, detienen el vehículo presentándose como lo que en realidad son, habitantes de Valera.

La bella muchacha que viaja como pasajera en el vehículo acaba de desorientarlos respondiéndoles en perfecto castellano, al tiempo que muestra una ignorancia total sobre conceptos tan básicos como Redención, Solima o Valera. Flavia, que éste es su nombre, se presenta como hija de Áquila, monarca de Signé -la ciudad en la que se encuentran- y nieta de Haakón, el dios inmortal que, señor de vidas y haciendas de todo Raab -el mundo interior de Solima-, reside en un mágico olimpo flotante. Obviamente ambas partes reciben con incredulidad las manifestaciones de la otra, pero la princesa siente curiosidad por tan extraños visitantes, que le han hablado en la lengua sagrada desconocida por la plebe, y decide invitarlos a visitar a su padre. Los valeranos, por su parte, aceptan encantados la hospitalidad local, acompañando a la muchacha hasta la acrópolis en la que se alza la residencia real.

El rey Áquila, hijo de Haakón como la totalidad de los monarcas de Raab, recibe a los valeranos con amabilidad y curiosidad, pese a que las manifestaciones de éstos cuestionando la presunta divinidad de Haakón le ponen en una situación difícil. Por si fuera poco, la imprudencia de los visitantes al manifestar los deseos de que Valera vuelque en Raab su agobiante exceso de población, fuerza a éste a comunicárselo a su superior, que rápidamente le ordena que retenga a los protagonistas en el palacio hasta que envíe emisarios a por ellos.

Mientras tanto, Adolfo Castillo ha ido atando cabos. La pintoresca yuxtaposición de modernidad y arcaísmo presente en Signé muestra bien a las claras que un grupo de fugitivos redentores debió de refugiarse en Raab doce o trece siglos atrás huyendo de la persecución de los hombres de silicio; pero lejos de reconstruir la sociedad redentora, al parecer habían optado por recrear una extraña imitación del extinto mundo romano asumiendo la condición de dioses vivientes... lo cual le hace sospechar que tras las vehementes afirmaciones de la inmortalidad de Haakón se esconda una terrible realidad, la inmoral -y por supuesto tajantemente prohibida- práctica del trasplante de cerebros a cuerpos jóvenes, un tópico ya utilizado por Enguídanos en los inicios de la Saga y que asimismo volverá a aparecer más adelante como muestra de la más aberrante degradación humana.

Consciente del peligro que les acecha, ya que Haakón, evidentemente, no va a permitir que la noticia de la existencia de Raab se conozca en Valera, Adolfo consigue convencer a Flavia para que los ayude a huir. Ésta a su vez moviliza a su padre y a sus hermanos fingiendo que tan sólo pretenden visitar la ciudad, pero la fuga es abortada antes incluso de ser iniciada por la llegada al palacio de un viejo destructor redentor del cual descienden tropas -equipadas con armaduras de cristal, evidentemente, y no vestidas de legionarios romanos- que capturan no sólo a los valeranos, sino también a la totalidad de la familia real, embarcándolos en el destructor para conducirlos a Olimpia, la fabulosa ciudad flotante donde reside el cruel Haakón.

Olimpia, como ya habían supuesto los valeranos, es un antiguo disco volante de la Armada redentora, probablemente el mismo en el que huyeran de Redención Haakón y sus compañeros, sobre cuya cubierta superior ha sido construida una incongruente ciudad grecorromana que recuerda poderosamente a la famosa isla flotante de Laputa descrita en el tercer viaje de Gulliver. Haakón reside, no obstante, en el interior del disco volante, en lo que fuera la residencia del comandante del mismo; su propio alojamiento en realidad, ya que se trata, como se sabrá más adelante, del contaalmirante Josafat Aznar -o mejor dicho, de su cerebro sometido a sucesivos trasplantes durante mil trescientos años-, comandante del disco volante Trafalgar, que tal es el nombre del navío en el que se encuentran.

Haakón, evidentemente, ha decidido asesinarlos para preservar su secreto, pero antes desea interrogarlos. Se sabe seguro en su refugio dada la dificultad para encontrar los túneles que conectan los mares de las dos partes de Solima, pero palidece cuando Adolfo Castillo le comunica que el descubrimiento realizado por ellos no fue debido a la casualidad, sino a la detección de una poderosa corriente de agua caliente -el exterior de Solima es mucho más frío que su tropical interior- procedente de las entrañas del planeta y que, al igual que ellos, otros valeranos no tardarían en descubrirlos. Irritado, Haakón responde que nada le resultará más fácil que cegar esos túneles, a lo cual su interlocutor le advierte de la importancia de esas corrientes cíclicas para refrigerar el cálido interior del planeta, con lo cual su interrupción sería trágica para los habitantes de Raab.

El tirano se siente acorralado, pero todavía guarda un as en la manga: en las entrañas del disco volante conserva una poderosa bomba W capaz de aniquilar por completo ambas caras de Solima, con lo cual los valeranos se verían privados no sólo del beneficio de Raab, sino también de la explotación de las fuentes de alimentos existentes en los mares exteriores del planeta. Y está dispuesto a hacerlo con tal que una sola nave valerana penetre en sus dominios. Por el contrario, si los valeranos lo respetan, está dispuesto a permitir que exploten los mares exteriores a su antojo. Como mensajera elige a Aurora Castillo, la cual es enviada al exterior portando este ultimátum. En cuanto al resto de sus compañeros, éstos son encerrados de nuevo, enfrentándose a unas perspectivas harto azarosas.

Por fortuna, un personaje autodenominado Olaf se presenta ante ellos proponiéndoles un plan para acabar con la milenaria aberración. Se trata, según afirma, de otro antiguo refugiado redentor, el cirujano Arturo Segovia, amigo y colaborador de Josafat Aznar en su diabólico plan. De su boca conocen los valeranos los detalles de una historia que ya conocían, o al menos sospechaban, a grandes rasgos. Josafat Aznar, al mando del Trafalgar, había sido enviado por el gobierno redentor, en vísperas del colapso frente al contraataque de los hombres de silicio, en un desesperado intento por buscar un refugio para la doliente humanidad derrotada. Éste descubrió accidentalmente uno de los túneles que comunicaban con Raab, donde hallaron una humanidad cuya evolución social estaba estancada en la Edad del Bronce. Lejos de comunicar a sus superiores su descubrimiento, planeó un maquiavélico plan. Tras asegurarse la fidelidad de sus acompañantes, no dudando en asesinar a los discrepantes, guardó silencio esperando pacientemente en los mares de Solima hasta que el gobierno redentor se hundió definitivamente, condenando de esta manera a la muerte a millones de congéneres que hubieran podido salvarse de no mediar su descomunal egoísmo.

Una vez con las manos libres, había procedido a trasladar su pequeña flota al interior del planeta, incluso el propio disco volantes desmontado en piezas de tamaño suficiente para atravesar los túneles, asegurándose la sumisión de todos sus subordinados. Someter bajo su yugo a los atrasados raabitas fue un juego de niños, implantado en sus dominios un remedo de la antigua cultura romana en lugar de compartir con todos sus nuevos súbditos los beneficios de la tecnología redentora, reservados exclusivamente para él y los suyos. Pero la felonía no había acabado aquí, ya que con el auxilio de Arturo Segovia y de otro cirujano de nombre Federico Peris, ahora reconvertido en Aventino, había iniciado la sacrílega costumbre de trasplantar su cerebro, y el de sus dos secuaces, a cuerpos jóvenes cada vez que los antiguos comenzaban a dar muestras de decrepitud.

Y eso era todo. Segovia, u Olaf, es consciente de que su culpa corre pareja con la de su viejo compinche, pero a diferencia de éste está arrepentido y no desea condenar a la humanidad de nuevo. Así pues, propone a los valeranos un arriesgado plan para ejecutar al tirano e inutilizar la peligrosa bomba W. Las posibilidades de salir con vida son mínimas, pero merece la pena el sacrificio propio en aras del beneficio de tantos millones de personas inocentes, tanto raabitas como valeranos. Libera Olaf a los protagonistas, y también a la familia real de Signé, condenada a muerte por su cruel progenitor por haber cometido el delito de dudar siquiera de su divinidad, y tras proveerles de armas parten todos ellos en busca de su enemigo.

La sorpresa juega a su favor, y el falso dios viviente cae bajo sus armas poniéndose así fin a su milenario reinado de terror. Pero no todo está hecho todavía, hay que inutilizar la peligrosa bomba que se cierne sobre sus cabezas como una espada de Damocles; Haakón ya no existe, pero Aventino, el otro secuaz, puede ser peligroso. Olaf parte hacia la sala de control, mientras los valeranos y los raabitas lo hacen en dirección al túnel de lanzamiento de la bomba con objeto de retirar los bloqueos manuales que impiden que ésta, desactivada, pueda ser arrojada al mar. Tras una escena dramática muy en consonancia con el espíritu aventurero de la colección Luchadores del Espacio, ambos consiguen sus objetivos no sin antes tener que enfrentarse con el último obstáculo del traidor Aventino, lográndose finalmente conjurar la amenaza.

Los supervivientes del grupo formado por los valeranos y los raabitas -en el transcurso de las refriegas han fallecido el profesor Raimundo Castillo y uno de los príncipes de Signé- huyen finalmente del disco volante a bordo de un navío auxiliar, contemplando desde la lejanía cómo el arrepentido Olaf se inmola condenando a un castigo ciertamente bíblico a la impía ciudad de Olimpia: antes de morir inclina el Trafalgar hasta ponerlo de canto, lo que provoca el derrumbamiento de la población que se asentaba encima y su hundimiento en el mar.

El epílogo de la novela es fácil de adivinar: los fugitivos atraviesan sin incidentes el túnel que enlaza ambas caras del planeta y rinden viaje en el Filipinas, donde se reúnen con su compañera Aurora Castillo. Gracias a su arrojo la población de Valera está salvada y un nuevo mundo ha sido puesto a disposición de sus agobiados gobernantes, lo que permitirá que la lucha contra los hombres de silicio pueda ser llevada con mayores garantías de éxito. Y Adolfo Castillo, huelga decirlo, acabará casándose con la encantadora Flavia.

La segunda versión, número 13 en la edición de los años setenta, es virtualmente idéntica a la primera salvo en una breve referencia explícita, tal como ya hiciera Enguídanos en Redención no contesta, a los graves problemas de convivencia, y no sólo de escasez de alimentos, creados por los evacuados de la Tierra, incultos y embrutecidos tras muchos siglos de estar sometidos al yugo thorbod. En todo lo demás, no existe la menor diferencia.



Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 8-2-2004