Mares tenebrosos
El argumento de esta novela, número 34 de la colección en su primera edición, arranca justo donde termina el de la anterior, con Miguel Ángel Aznar y sus compañeros refugiados en la sala de control de Valera tras el audaz golpe de mano que les permitió reconquistarla. Aunque el Rayo Azul ha vuelto a robar la totalidad de la energía eléctrica del planetillo, éste se mueve por su propia inercia gracias al impulso que han conseguido darle, por lo que tarde o temprano conseguiría alejarse lo suficiente como para quedar a salvo del arma enemiga... en teoría. El problema estriba en que la chasqueada guarnición nahumita acantonada en el interior del autoplaneta no está dispuesta a quedarse de brazos cruzados mientras Valera se interna en las profundidades del cosmos, razón por la que de forma inmediata proceden a asaltar la sala de control, convertida en una ratonera ya que todas las posibles vías de escape están controladas por el enemigo. Todas... excepto una galería secreta de cuya existencia nadie, excepto el fallecido Almirante Mayor y su ayudante, tenía la menor noticia, la cual conduce hasta una esclusa donde permanece oculto un crucero sideral listo para la fuga. La fortuna quiere que el ayudante del Almirante Mayor, única persona viva que conoce su existencia, se encuentre entre los sitiados, lo cual resulta providencial para éstos, dado que resulta evidente que los valeranos han perdido la partida pese a su victoria inicial.
Tras unas dudas iniciales, pero convencido de que nada podrán hacer si permanecen allí, Miguel Ángel Aznar decide huir junto con sus compañeros antes de que los nahumitas vuelvan a hacerse con el control del autoplaneta. La fuga se realiza con éxito y, una vez restablecida la energía eléctrica tras la entrada de los nahumitas en la sala de control, abandonan Valera camuflándose entre los ocho mil navíos de una flota que, transportando medio millón de cautivos, son conducidos por control remoto hasta los planetas enemigos. Un golpe de suerte hace que el crucero de los protagonistas lleve instalada una emisora similar a la utilizada por los controladores valeranos, con lo cual, y con la connivencia de éstos que aprovechando un despiste de sus guardianes desconectan momentáneamente la suya, Miguel Ángel Aznar consigue hacerse con el control de toda la flota.
No obstante su triunfo, urge buscar refugio antes de que los chasqueados nahumitas intenten su captura. En su camino encuentran un planeta totalmente cubierto por las aguas -posteriormente sabrán que su nombre es Oceán-, y hacia él se dirigen en la esperanza de poder camuflarse en las profundidades marinas. Así lo hacen, pero cuando el crucero de los protagonistas intenta seguir el mismo camino que sus compañeros, es atacado por un Rayo Azul y, privado de energía motriz, se hunde como una piedra en las aguas del enigmático planeta antes de ser atacado con torpedos atómicos.
Obligados a evacuar el buque, sus tripulantes son capturados por los desconocidos atacantes, unos hombres de piel verde y ojos rasgados que aparentemente no sólo no son nahumitas, sino que incluso parecen ser sus enemigos, a juzgar como tratan a sus prisioneros al tomarlos por tales. Sin embargo, la administración de una droga hipnótica a los valeranos deshace el entuerto; cuando Miguel Ángel Aznar recobra el sentido, descubre con sorpresa que es recibido con todo respeto por una bella mujer que se presenta como Hida, la reina de los ibajay, la cual le trata como a un igual.
Hida le explica que, efectivamente, les habían tomado por nahumitas, de ahí el ataque, exponiéndole que son fugitivos de uno de los planetas del sistema, sometido desde hace siglos a la férrea tiranía de los crueles nahumitas. Tras una rebelión fallida encabezada por su padre, uno de los monarcas de Ibajay, se habían visto obligados a huir en varios autoplanetas capturados al enemigo, refugiándose en las profundidades marinas de Oceán. Hasta el momento los nahumitas les han dejado tranquilos, ocupados sin duda en sofocar las continuas revueltas de sus colonias, pero eso no quiere decir que no tengan enemigos: éstos son los oceánides, un pueblo humanoide que habita también en el mar y que fueron en su origen, al igual que ellos, fugitivos de la tiranía nahumita. Sin embargo, y a diferencia de los ibajay que continúan habitando en sus antiguos autoplanetas, ahora habilitados como ciudades concha submarinas, los oceánides se han adaptado plenamente a su medio ambiente acuático, desarrollando escamas, extremidades palmeadas y branquias, parte merced a la evolución natural, y parte mediante intervenciones quirúrgicas a los recién nacidos.
Pese a su desgracia común ambas razas están en lucha continua por el control de los mares, e Hida se muestra sumamente interesada en conseguir el apoyo de Miguel Ángel Aznar sabedora de que en los océanos del planeta se refugia una flota de ocho mil naves cuyos capitanes le obedecerían ciegamente. Esta pretensión causa el rechazo inmediato del joven cadete, el cual estaría dispuesto a aliarse con la reina de los ibajay para atacar al enemigo común nahumita, pero no a unos seres contra los que no siente la menor animadversión. Esta respuesta desagrada a su anfitriona, que promete no obstante someterla a la opinión de sus ministros. Pero el tiempo pasa y el joven Aznar tan sólo recibe respuestas dilatorias, hasta que Ángela Balmer, despechada, le acusa de haber caído en las redes de Hida, la cual, según ella, se habría encaprichado del joven caudillo valerano.
Miguel Ángel niega vehementemente que él haya podido aceptar entrar en un juego amoroso del que no se había percatado en modo alguno, pero no tiene más remedio que reconocer que el retraso en la decisión de la reina empieza a ser difícilmente justificable. Así pues, se compromete a requerirle a ésta una rápida decisión, con la amenaza de partir de allí junto con sus compañeros si la respuesta a su solicitud de alianza es negativa. Así lo hace, obligando a Hida a desvelar sus cartas: sí, es cierto que se ha enamorado de Miguel Ángel Aznar, y no está dispuesta en modo alguno a dejarle partir, no teniendo el menor escrúpulo en amenazarle con el asesinato de su hermana, su amigo y su novia si no accede a sus deseos.
Con el corazón desgarrado Miguel Ángel se ve forzado a aceptar el monstruoso chantaje exigiendo, eso sí, la liberación de sus compañeros y la renuncia de la reina a los ocho mil buques valeranos que continúan refugiados en las profundidades del océano. Ésta acepta a regañadientes ya que contaba con esa flota para aplastar a los oceánides, pero se compromete a respetar su compromiso si él se convierte en su esposo.
No le resulta fácil a Miguel Ángel comunicar a sus compañeros su decisión, sobre todo teniendo en cuenta que oculta las verdaderas razones de su sacrificio. Ninguno de los dos Balmer llega a comprender que gracias a ello les está salvando la vida, razón por la que le abandonan airados influidos sin duda por la latente rivalidad que existe entre las dos familias. Estrella, por el contrario, renuncia a su amor por José Luis eligiendo compartir el destino de su hermano.
Rápidamente se organizan las bodas reales, las cuales vendrán precedidas por unos sangrientos espectáculos similares a las crueles luchas de los anfiteatros romanos y a los cuales, pese a su rechazo, Miguel Ángel Aznar no se puede negar a asistir. Tras una carnicería entre gladiadores, les llega el turno a un grupo de desdichados prisioneros oceánides capturados poco antes por los ibajay junto con el submarino que tripulaban, en el cual viajaba también una princesa, de nombre Ondina, hija del rey de los oceánides Tritón II. En primer lugar uno de ellos es obligado a luchar, armado tan sólo con una espada, con un gigantesco pulpo en el interior de una no menos gigantesca pecera, y a continuación el resto de sus compañeros son obligados a defender a la princesa, y a otra misteriosa mujer encapuchada, de los ataques de tres tigres de Hagapur, unas terribles fieras capaces de despedazar a un hombre con la mayor facilidad.
A Miguel Ángel Aznar se le hiela la sangre cuando a la segunda mujer se le desprende la capucha y descubre que se trata de Ángela Balmer, a la cual la taimada Hida, lejos de liberar tal como se había comprometido a hacer, ha condenado a una muerte segura, puesto que los oceánides, sumamente ágiles en su medio acuático, se mueven con suma torpeza en tierra firme, por lo que a duras penas podrán hacer cara a sus peligrosos atacantes. Hirviendo de indignación ante la traición de la reina, el joven no duda un solo instante en arrojarse a la arena para, esgrimiendo la espada de uno de los oceánides muertos por los tigres, auxiliar a los supervivientes en su desigual lucha. Gracias a su intervención y al sacrificio de los oceánides consiguen aniquilar a las tres fieras y rescatar sana y salva a la princesa Ondina, pero su desesperación no tiene límite cuando descubre que para Ángela es ya demasiado tarde, puesto que su amada agoniza víctima de las tremendas heridas que le ha infligido uno de los tigres antes de caer abatido por su espada. No tardará en morir la desventurada muchacha, no sin antes reconciliarse con aquel que creía que la había traicionado.
Pese a la magnitud de la tragedia a Miguel Ángel, que ha renegado de Hida ante la multitud que abarrota el anfiteatro, no se le han acabado todavía las tribulaciones. Decidida a asesinarlo ya que nunca podrá ser suyo, la pérfida reina de los ibajay le hace luchar contra su amigo José Luis Balmer, al que previamente le han suministrado una droga enloquecedora que le ha hecho perder la razón induciéndole a ver en Miguel Ángel un mortal enemigo. Tras un duro duelo de espadas en el que Miguel Ángel tan sólo pretende defenderse sin hacer daño a su desdichado amigo, está a punto de desfallecer víctima del cansancio cuando de forma inesperada, y ante los despavoridos ojos de los ibajay, un demoledor ataque con torpedos atómicos destruye la cúpula de la ciudad concha provocando que las aguas la invadan en forma de apocalíptico diluvio.
En mitad de la confusión Miguel Ángel consigue hacer volver en sí su amigo, pero la situación no puede ser más comprometida puesto que la inundación amenaza con ahogarles a todos. Entra entonces en escena Ondina, la princesa oceánide, la cual, agradecida por haberle salvado la vida, les comunica que es la flota de su padre la que está atacando la ciudad concha, al tiempo que les ofrece su ayuda para escapar de una muerte cierta. Pero también desean rescatar a Estrella, a la cual se ha llevado Hida consigo en su precipitada huida. Tras una frenética persecución logran alcanzarlas y, mientras Miguel Ángel y José Luis salvan a la primera, Ondina da muerte a la reina ibajay ahogándola con sus propias manos. Poco después, y tras librarse por poco de perecer ahogados, todos ellos son rescatados por uno de los submarinos oceánides.
Ondina, tras manifestarles de nuevo su agradecimiento por la ayuda prestada, accede a conducirlos hasta uno de sus buques, no sin antes ofrecerles su hospitalidad y la de su padre en su ciudad submarina, a lo cual Miguel Ángel accede agradecido comprometiéndose a hacerlo en cuanto haya organizado a sus compatriotas. En cuanto a los ibajay, éstos han desaparecido prácticamente como pueblo dado que todas sus ciudades concha se habían reunido para asistir a los esponsales de su reina, resultando aniquiladas por la flota de los oceánides, a partir de ahora dueños únicos del planeta.
La segunda edición de la novela, esta vez con el número 16 de la colección, fue profundamente reescrita por su autor en la parte correspondiente a la fuga de Valera aunque sin alterar de forma significativa su línea argumental, manteniéndose prácticamente idéntico el resto de la misma. En esta segunda ocasión la narración es bastante más verosímil, con una sala de control abarrotada de controladores -alrededor de un millar- en lugar de tan sólo los protagonistas tal como ocurría en la versión original, y asimismo resulta más creíble la afirmación de que, protegida la sala de control por unas gruesas cortinas de dedona, los nahumitas tardarían bastantes horas en perforarlas, tiempo en cualquier caso insuficiente para conseguir que el autoplaneta pudiera escapar de la caricia mortal del Rayo Azul, por lo que la evacuación de la sala de control resulta inevitable.
La presencia de tanta gente suponía un inconveniente al plantearse la necesidad de su evacuación dado que ninguno de ellos aparece más adelante, lo cual resuelve Enguídanos de forma elegante diciendo que muchos de ellos optarán por escabullirse por las entrañas de Valera en lugar de compartir el azaroso destino de Miguel Ángel Aznar viajando con él en un navío que, por lo demás, habría resultado incapaz de acogerlos a todos. Pese a ello, y a diferencia de la primera edición en la que los fugitivos son tan sólo los cuatro protagonistas principales -Miguel Ángel, Estrella, José Luis y Ángela- junto con el oficial que les facilita la huida, que fallecerá durante el ataque de los ibajay, en la segunda les acompañan en el crucero alrededor de un centenar de personas entre comandos de la compañía de Ángela y controladores, todos los cuales desaparecen sin dejar el menor rastro a raíz de su captura por los ibajay. Evidentemente, o a Enguídanos se le escapó este detalle, o prefirió ignorarlo limitándose a introducir un breve comentario afirmando que quizá se hubieran ahogado todos ellos.
Lo más llamativo de esta novela consiste en que, salvo la breve introducción inicial, se trata en realidad de un episodio aislado, con un breve epílogo en la novela posterior, sin apenas relación con la trama general de la narración, precedente remoto de iniciativas similares incluidas por el autor en la continuación de la Saga. Ocurre además que este episodio se desvía claramente del estilo tradicional de Enguídanos, bastante cercano a la space ópera tradicional, para seguir unos derroteros que recuerdan poderosamente a obras tales como Flash Gordon o las series de Marte y Venus de Edgard Rice Burroughs, que seguramente Enguídanos conocía, siendo de reseñar asimismo la escasa originalidad de los nombres propios (Ondina, Tritón, Oceán, oceánides...) utilizados por el autor en esta aventura. Aunque se trata de un caso único en toda la Saga, sí existe un precedente en la obra de este escritor, la novela independiente Rumbo a lo desconocido, número 9 de la colección y en la cual incluso aparece el consabido combate en un anfiteatro a la romana.
Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia
Ficción
Actualizado el 16-4-2006