El enigma de Urtala
Esta novela, publicada originalmente con el número 629 de La Conquista del Espacio y aparecida más tarde en el tomo cuarto de la reedición de Ediciones B, del cual constituye la primera entrega, inicia ahora el volumen 16 de la reedición de Robel. Tal como se puede comprobar por la numeración del bolsilibro de Bruguera, se trata de uno de los últimos relatos del Orden Estelar escritos por Ángel Torres -después de éste tan sólo publicó otros tres más en La Conquista del Espacio-, pese a lo cual se inscribe, dentro de la cronología interna de la serie, en pleno período clásico de las aventuras de la Unex Silente comandada por Alice Cooper y Adán Villagrán.
Urtala es un mundo perdido en un remoto rincón de la galaxia que jamás llegó a formar parte del desaparecido Imperio Galáctico, y que sólo muy recientemente -unos cincuenta años atrás- fue poblado por un reducido número de colonos humanos procedentes de algún otro lugar del universo. La visita de una Unex del Orden Estelar, varios años antes, sólo sirvió para plantear varias incógnitas: los colonos, reacios a cualquier tipo de civilización tecnológica, vivían austeramente cultivando la tierra, y mostraron sin ambages su rechazo a cualquier tipo de relación con los desarrollados mundos del Orden Estelar. La porfía del comandante de la Unex tan sólo había contribuido a agravar la situación, provocando la precipitada marcha de los visitantes con el rabo entre las piernas. Una investigación posterior se había saldado con el suicidio del comandante y la dimisión, ante la inminente expulsión, de uno de sus oficiales, sin que el confuso informe redactado por el primero sirviera para desentrañar el misterio.
Por esta razón el Silente ha sido enviada de nuevo a Urtala, con objeto de completar la misión que su predecesora dejara inacabada. Pero durante su maniobra de aproximación al planeta descubren que una astronave procedente de Belgunt, un mundo independiente aunque tecnológicamente desarrollado, es perseguida por unos corsarios de Agerdan, humanoides que desean capturarla o, si ello no es posible, destruirla. Inermes ante el ataque, los tripulantes de la nave piden auxilio al Silente y ésta, tras fracasar en sus intentos de impedir el ataque a la desesperada de los piratas, acaban destruyendo a esta última.
Los belguntianos tienen motivos sobrados para estar agradecidos, pero la realidad es otra. Sus planes de desembarcar en Urtala se ven entorpecidos por la presencia del Silente pero, por prudencia, deciden contemporizar con sus mandos ocultando cuidadosamente sus verdaderas intenciones.
Mientras tanto, Alice Cooper y Adán Villagrán no se han mantenido ociosos. El propietario de la nave y capitán de facto de la misma, puesto que el verdadero capitán ha fallecido durante el ataque pirata, es Rolf Dunger, un aventurero millonario cuyas actividades no parecen ser demasiado claras... y lo más llamativo de todo, es que está acompañado por Silgur, el ex-oficial del Orden Estelar que visitó Urtala durante el anterior y frustrado acercamiento; más adelante se sabrá que fue éste el único tripulante de la Unex que llegó a aterrizar en el planeta en contra de la voluntad de sus habitantes, lo que hace todavía más sospechosa su presencia allí.
Está bastante claro que Dunger y Silgur traman algo, pero los comandantes del Silente se ven atados de pies y manos por sus propias ordenanzas; contando con el más que previsible rechazo de los colonos al contacto, no les quedará otro remedio que marcharse de allí dejando vía libre a los otros visitantes que, a buen seguro, no tendrán las mismas restricciones que ellos. Lo más que pueden hacer, es prohibirles el aterrizaje en Urtala mientras ellos no hayan concluido con su misión, a lo que éstos acceden convencidos como están de que les bastará con esperar el tiempo suficiente para ver cumplidos sus planes.
Pero si las ordenanzas militares a las que están sometidos no pueden ser infringidas, sí puede intentarse bordearlas... y Adán y Alice son expertos en ello. Por supuesto la respuesta de los colonos a su solicitud de aterrizaje es negativa, pero con ello ya contaban. Así pues, ordenan a uno de sus subordinados, el teniente Koritz, que aterrice en Urtala, a bordo de una nave auxiliar, fingiendo una avería. Los nativos saben de sobra que se trata de una añagaza, pero no tienen más remedio que aceptar, eso sí, a regañadientes. Y, puesto que los soldados del Orden tienen que buscar a su compañero perdido, desembarcan en el único poblado existente en el planeta trabando relación con sus habitantes.
Éstos resultan ser corteses, aunque fríos. Y por supuesto, no ocultan su deseo de que los inoportunos visitantes se vayan por donde han venido en cuanto consigan rescatar a su compañero. Pese a todo, hay datos que no encajan. Con la única excepción de Lou Kung, líder de la pequeña comunidad, un anciano octogenario, el resto de sus compatriotas son jóvenes de ambos sexos en la flor de la vida... sin que descubran la existencia ni de niños, ni de ancianos. Por si fuera poco, la persona que les es presentada como hermano de Lou Kung es un joven que aparenta tener poco más de veinte años... Enfrentados con la indiferencia de sus anfitriones, los tripulantes del Silente se encuentran con una nueva amenaza, esta vez mucho más tangible: los médicos que han desembarcado con ellos les advierten de la existencia de un virus patógeno en el planeta que, aunque inactivo en esos momentos, puede resultar potencialmente mortal si permanecen allí suficiente tiempo. Los nativos parecen ser inmunes a él, pero han tenido tiempo de sobra para habituarse al mismo.
Mientras tanto, ¿qué hace Koritz? Siguiendo las instrucciones recibidas de no dejarse encontrar demasiado pronto, se ha escabullido hasta una granja cercana donde, además de poder disfrutar de la fauna local -unos pequeños y juguetones animales parecidos a las liebres terrestres-, goza de la hospitalidad de una pareja de jóvenes aldeanos, sintiendo cómo la muchacha le inspira unos sentimientos que no tienen precisamente nada de platónicos. El teniente duerme en la granja y, cuando despierta por la mañana, la encuentra vacía. Sale al exterior y, horrorizado, descubre cómo unos extraños seres de innegable origen alienígena parecen mantener una feroz danza sexual sobre los vestidos de la muchacha. Espantado, dispara su arma sobre ellos matando a uno e hiriendo gravemente al otro.
Los efectos de su intervención son inmediatos pero no en la granja, sino en la aldea donde se encuentran sus compañeros. Los nativos dan muestra inmediata de conocer la noticia y, tremendamente indignados, exigen a los militares del Orden Estelar la evacuación inmediata del planeta sin ningún tipo de contemplaciones. La causa, según argumentan, es que uno de los suyos -el teniente Koritz- ha asesinado a un lurho, al parecer la raza aborigen del planeta.
Aunque Alice y Adán no tienen otro remedio que obedecer la tajante petición de sus hasta ahora huéspedes retirándose junto con sus soldados al Silente, están muy lejos de querer soltar la presa, máxime cuando el teniente, presa de una grave crisis nerviosa, les explica su extraña aventura. Así pues, urden un plan: el Silente se retirará, pero sólo lo suficiente como para no ser detectado desde la superficie del planeta. Mientras tanto Alice, camuflada como una aldeana, intentará seguir espiando de manera discreta. No olvidan tampoco que Dunger y los suyos están aguardando la ocasión para poner sus pies en Urtala y, aunque desconocen sus planes, sospechan que éstos no puedan ser nada buenos.
Así lo hacen pero, para su sorpresa, Alice es descubierta a las primeras de cambio. No obstante, expulsarla de Urtala no es ahora mismo la prioridad de los colonos, dado que les resulta mucho más preocupante la presencia de los otros intrusos que, tal como sospechaban, se apresuran a desembarcar.
Pasan ahora los protagonistas a un momentáneo segundo plano, mientras el escenario de la narración se desplaza a los tripulantes de la otra nave, gracias a los cuales el lector comienza a desentrañar el misterio que encierra el planeta. Efectivamente Silgur ya conocía al menos parte del secreto gracias a su anterior desembarco, habiendo conseguido arrastrar a su ambicioso compañero en un plan que, huelga decirlo, no tiene nada de bueno.
En esencia, aunque el autor da varios rodeos para acrecentar la intriga, la situación es la siguiente: Los habitantes autóctonos de Urtala son esos extraños lurhos a los que ya hicieran alusión los colonos. Estos seres carecen de cuerpo propio, aunque pueden adoptar el que les apetezca, convirtiéndose incluso en sosias del copiado. Y, aunque la mayoría de ellos han adoptado por razones desconocidas la forma de esas abundantes liebres, varios han optado por la forma humana, e incluso por esa extraña morfología alienígena que tanto asustara a Koritz. Por si fuera poco, cuando un seudohumano muere, es reemplazado a las pocas horas por una nueva copia, como pudo comprobar el traidor Silgur en su primer viaje.
Estos hechos, desconocidos para los comandantes del Silente, son en los que se basan Dunger y Silgur para llevar adelante su plan. Aunque Belgunt, mundo natal del primero, cuenta con un gobierno estable, éste pretende convertirse en dictador del mismo mediante el expeditivo método de sustituir a los gobernantes legítimos por copias obtenidas gracias a la cooperación, de grado o por la fuerza, de los desprevenidos lurhos. Y, como cabe suponer, éstos no están dispuestos a colaborar, razón por la que comienzan a torturar a la joven pareja que poco antes atendiera a Koritz, ahora prisioneros suyos.
Mientras tanto, Alice Cooper no se ha estado quieta. Convertida en aliada circunstancial de los nativos, se escabulle hacia el campamento enemigo y allí desbarata la cacería de liebres -es decir, lurhos en una de sus encarnaciones- que éstos habían iniciado con objeto de obtener materia prima para sus planes. Lamentablemente es capturada por los belguntianos, no sin que antes pueda colocar un carga explosiva en la astronave que, tras estallar, deja a éstos varados y sin posibilidad de reparar los desperfectos con sus propios medios... amenazados además por el peligro latente del virus mortal que anida en el planeta. Aunque Alice se encuentra en una situación comprometida, sabe que sus compañeros están cerca, pese a que le ha resultado imposible ponerse en contacto con ellos.
La situación se semeja, así, a unas extrañas tablas. Los belguntianos están atrapados en el planeta, pero tienen en sus manos a Alice, que piensan usar como salvoconducto para marcharse de allí... a ser posible, con sus prisioneros lurhos. Alice, que ha tenido ocasión de conversar con los nativos, se encarga de despejarles las dudas que aún quedaban latentes. A poco de llegar a Urtala los colonos, la mayor parte de ellos fueron víctimas de la enfermedad mortal que acechaba en el ambiente, muriendo poco a poco uno tras otro. Los lurhos, por razones que de momento ignora, aunque finalmente se sabrá que se deben a que, telépatas como son, les resulta imposible soportar el dolor humano, decidieron reemplazar a los muertos por copias perfectas de los mismos, sin que los supervivientes llegaran a apercibirse de ello... algo similar, en definitiva, a lo que plantea la conocida película La invasión de los ladrones de cuerpos, aunque sin los tintes siniestros de ésta. Pasado el tiempo, tan sólo Lou Kung, su antiguo líder e inmune a la enfermedad, es ya un humano verdadero; pero mientras éste se ha convertido en un anciano, los falsos colonos parecen vivir en una eterna y perpetua juventud... cosa de la que éste, completamente alcoholizado, parece no darse cuenta, mientras sus compañeros, quizá en un arranque de compasión, siguen manteniendo la farsa.
Pese a que Alice advierte a sus captores de lo inútil de su empeño, éstos no cejan en su pretensión de capturar rehenes alienígenas que les puedan servir para sus planes. Así, se desplazan a la aldea y, tras aprisionar al pobre viejo, amenazan con matarlo si los lurhos no acceden voluntariamente a entregarse. Éstos, que se han encerrado en uno de los edificios, rehúsan responder al ultimátum, pero el que sí aparece para sorpresa de todos, incluida la propia Alice, es Adán, que tras negociar con los alienígenas se ofrece como mediador.
Como cabe suponer, los dos líderes enemigos se niegan a ello, e incluso durante la refriega asesinan al indefenso anciano sin que Adán pueda evitarlo. A partir de este momento los acontecimientos se desatan: los lurhos abandonan uno tras otro el edificio... para convertirse en humo, libres de sus cuerpos materiales para desesperación de sus presuntos captores, que ven impotentes cómo se les escapan de las manos. Adán les exige la rendición ofreciendo a Dunger la posibilidad de huir, al no ser ciudadano del Orden Estelar y no estar sujeto por lo tanto a sus leyes. No ocurre lo mismo con su cómplice, sobre el cual sí se cierne la amenaza de todo el peso de la ley... él lo sabe, y en un momento de desesperación se enfrenta a su antiguo socio, siendo abatido por éste.
Dunger y sus hombres aceptan el ultimátum; tras serles reparada la astronave, tendrán que abandonar Urtala para siempre. En cuanto a Alice y Adán, éstos tienen ocasión de hablar por última vez con uno de los lurhos, precisamente el que fingiera ser hermano del fallecido Kung. Éste les comunica que, desaparecido el último humano, ya no tienen por qué seguir fingiendo que lo son, y les advierte de nuevo del deseo de los habitantes de Urtala de mantenerse al margen de la humanidad... son razas demasiado distintas para coexistir, y la experiencia de cincuenta años compartiendo el planeta con los colonos les ha resultado demasiado desagradable como para tratar de repetirla.
Y eso es todo. El Silente abandona Urtala con los informes requeridos por sus superiores, no sin que antes Adán Villagran, bordeando de nuevo las reglas, se ponga en contacto con las autoridades legítimas de Belgunt informándoles de las andanzas del felón Dunger, el cual si bien se ha librado de la justicia del Orden, no podrá hacer lo mismo con la de sus conciudadanos. Su presunta carrera de dictador ha quedado así truncada antes incluso de que intentara iniciarla.
Publicado el 11-11-2004 en el Sitio de Ciencia Ficción