Los humanoides de Kebash




Comienza el volumen 10 de la edición de Robel con esta novela, publicada inicialmente con el número 551 de La Conquista del Espacio y reeditada en el primer tomo de Ediciones B, donde ocupa el tercer lugar entre los cuatro títulos del mismo.

En Los humanoides de Kebash volvemos a encontrarnos con la joven capitana Alice Cooper, ahora a bordo de la UNEX (unidad de exploración) Altea. Este buque se encuentra en órbita alrededor del planeta Kebash (para los nativos) o Leina (para los antiguos imperiales), tercero del sistema de Uoroth y uno de tantos Mundos Perdidos que el Orden Estelar desea reintegrar en la comunidad galáctica.

Sin embargo, la tarea se presenta complicada debido a la existencia en el mismo de dos poblaciones diferentes que además llevan siglos enfrentadas entre sí. Por un lado están los nativos originarios del planeta, calificados oficialmente como humanoides (es decir, pertenecientes a una especie diferente de la humana) pero diferenciados tan sólo en pequeños rasgos realmente irrelevantes. Por el otro están los descendientes de los antiguos colonos traídos siglos atrás por el Imperio, los cuales han creado su propio estado llamado Ammo. A la rivalidad existente entre ambas razas se suma un factor que dificulta todavía más la labor de los recién llegados; en Ammo está implantada una férrea teocracia que, además de tener sumida a la población en la ignorancia, reprime con todo rigor cualquier tipo de recuerdo de los tiempos en los que Leina no era un mundo aislado del resto del universo al tiempo que prohíbe incluso la posesión de libros.

Por esta razón Bert Glen, comandante de la Altea, duda sobre a cual de las dos comunidades dirigirse en primer lugar. En un principio, según todos los indicios, serían los nativos kebashitas los más proclives a un contacto amistoso, pero existe el peligro de que, dadas las diferencias fisiológicas existentes entre éstos y los humanos (poseen seis dedos en las manos y su piel tiene un tono distinto), los exploradores terrestres pudieran ser tomados por espías ammonitas. Por esta razón, optan por enviar a Ammo a dos oficiales, el capitán Ngo-Nao y la propia Alice Cooper, disfrazados de lugareños, con objeto de sondear de forma discreta las posibilidades de éxito de un encuentro abierto entre la tripulación de la Altea y sus congéneres de Leina.

Los dos protagonistas son desembarcados en el territorio fronterizo entre ambos estados, por tratarse de un lugar deshabitado que permite que la maniobra pase desapercibida. Ésta se desarrolla sin incidentes, pero poco después topan con lo que aparentemente es una escaramuza entre dos jinetes humanoides y cuatro humanos. Son los primeros, en inferioridad numérica, los que llevan peor parte, y pronto uno de ellos es abatido. El otro, abandonado a sus propias fuerzas, no habría tardado en correr la misma suerte pese a su bravura, pero en un repentino arrebato y contraviniendo las ordenanzas, Alice Cooper decide ponerse de su parte. Para ello cuenta con un arma de última tecnología, a diferencia de los contendientes que utilizan simples armas blancas; pero como no es su deseo causar muertes innecesarias, se limita a aturdir a los atacantes dejándolos privados de sentido.

El jinete superviviente, perplejo, les pregunta la razón por la que le han salvado la vida perteneciendo a la raza enemiga, a lo cual los dos militares callan prudentemente. Para sorpresa de ellos su interlocutor no muestra extrañeza alguna ante sus avanzadas armas, aunque les atribuye erróneamente una procedencia imperial y, por lo tanto, categoría de reliquias. Los protagonistas afirman ser comerciantes ammonitas, excusa que no es creída por el kebashita, el cual a su vez les supone miembros de la secta que se opone a la tiranía del clero de Ammo y les manifiesta sus temores de que la luz que desde hace algún tiempo se divisa en el cielo -la UNEX Altea- pueda ser una nave procedente de las estrellas que, según las profecías de su pueblo, de descender en la nación rival acarrearía un sinfín de tribulaciones para sus súbditos. Sorprendido asimismo por no haber sido reconocido -se trata nada menos que de Ebaka, el gobernante supremo de Kebash, parte a galope antes de que sus enemigos recuperen el sentido, prometiéndoles hospitalidad si por alguna causa hubieran de visitar su reino en el futuro

Los dos militares, por su parte, deciden poner tierra por medio y, apropiándose de dos de las monturas de los todavía inermes caballeros, parten en dirección a la capital de Ammo. Una vez allí descubren que una importante ceremonia va a ser celebrada aparentemente en un templo, con la intervención del monarca de los ammonitas Hamerlo y de toda la influyente casta sacerdotal. Arrastrados por la masa ambos oficiales penetran en el recinto sagrado, donde descubren que el motivo de la celebración no es otro, aparentemente, que la aparición de su nave en el cielo del planeta, la cual interpretan los sacerdotes como una muestra del apoyo de sus dioses a una campaña de exterminio contra los humanoides rivales al tiempo que aprovechan también para clamar contra los herejes de su propio pueblo que osan cuestionar su omnímodo poder.

Profundamente asqueados, Alice y su compañero abandonan el recinto para encontrarse con un sacerdote disidente que clama contra la corrupta religión oficial... y contra un anciano que le acompaña al que tilda de doblemente hereje, puesto que tras renegar de sus enemigos se había entregado al propio Hamerlo. Esto es cierto, como saben los lectores aunque todavía no los protagonistas, dado que el jerarca, mucho menos “piadoso” de lo que creían los tecnócratas, había llamado al anciano sacerdote, llamado Eranta, para confiarle el estudio de su biblioteca clandestina con objeto de que pudiera desentrañar el misterio de la luz que brillaba en el cielo. Así lo había hecho durante algún tiempo, para huir finalmente del castillo convirtiéndose así en un triple perseguido.

Atraídos por el escándalo, varios soldados se acercan al fogoso orador cosiéndolo a flechazos. Un intento de hacer lo mismo con el desvalido Eranta es frustrado por los dos protagonistas, que vuelven a entrometerse de nuevo en los asuntos locales de forma poco ortodoxa. El altercado se salda con diversa fortuna, ya que mientras Alice y Eranta logran huir con el joven acólito de este último, Ngo-Nao es hecho prisionero por los soldados, que lo encierran en el castillo de Hamerlo. Tras las consabidas presentaciones Eranta comunica a Alice el hallazgo en la biblioteca de Hamerlo de un viejo libro en el que aparentemente se explica la prohibida historia de su pueblo, confesándole avergonzado su robo. Poco le importa el delito a Alice, profundamente interesada en el libro que el anciano le entrega.

Alice, que ya a estas alturas ha dado sobradas muestras de su heterodoxa iniciativa, decide obrar por su cuenta tramando un plan a espaldas de su comandante. Así, tras cerciorarse gracias a una pequeña cámara espía que su compañero se encuentra en buen estado y su vida no corre peligro por el momento, decide pasar a la acción y, forzando las rígidas normativas del Orden, se dirige a la capital de Kebash con objeto de entrevistarse con Ebaka, el gobernante supremo de esa nación.

La razón de su iniciativa es simple. Sabe que su compañero se ha visto obligado a revelar a Hamerlo su verdadero origen, y no desea que los kebashitas se encuentren en inferioridad de condiciones frente a sus rivales. Ni ella ni Ngo-Nao eran en principio los responsables del primer contacto dado que su misión era meramente de exploración, pero el desarrollo de los acontecimientos aconseja obrar con audacia. Por la lectura del libro y por lo atisbado en la capital ammonita sabe que un erróneo acercamiento por parte del estricto y poco imaginativo comandante Glen podría acarrear consecuencias muy negativas, máxime cuando el ambicioso clero de Ammo está dispuesto a aprovecharse de las circunstancias para afianzar todavía más su casi omnímodo poder.

Así, mientras Ngo-Nao consigue llegar a un rápido acuerdo con Hamerlo, el cual por cierto teme también a sus propios sacerdotes y le confiesa sus dificultades para mantener el control de la difícil situación. Alice hace lo propio con Ebaka, al cual le resulta fácil llegar gracias al sello que éste le entregara tras el incidente con los soldados enemigos. Ebaka, al igual que Hamerlo, se muestra como un gobernante prudente, aunque temeroso de los peligros que pudieran cernirse sobre su pueblo.

El contacto entre los representantes del Orden Estelar y las dos comunidades del planeta, aunque irregular, es ya una realidad, y el comandante de la Altea acepta los hechos consumados ofreciéndose a negociar con ambos líderes. Pero existe una grave discrepancia forzada por las rígidas normas de los estelares: por principio se considera representantes legítimos de un planeta a los habitantes originales del mismo, siendo realmente difícil a causa de la falta de documentos dictaminar a cual de las dos razas de Leina le corresponde esta consideración. Los kebashitas afirman que los humanos descienden de colonos traídos por el Imperio cuando ellos ya estaban allí, mientras los ammonitas afirman justo lo contrario, atribuyendo a los humanoides la condición de una simple raza esclava similar a las empleadas en otros lugares por los imperiales para el desempeño de las tareas más penosas en planetas ya colonizados por humanos. Por supuesto, cada una de las dos delegaciones amenaza con exigir la retirada de los representantes del Orden si no son atendidas sus reivindicaciones... lo que contribuye a enredar todavía más la enrevesada situación.

Por si fuera poco, Alice tiene conocimiento de una antigua leyenda que, de ser cierta, acabaría de envenenar la ya de por sí difícil convivencia en un planeta que se encuentra al borde mismo de una guerra de exterminio. Según ésta, en algún lugar desconocido se encontraría un inmenso depósito de armas escondido por el último gobernador imperial de Leina, el cual jamás había sido hallado. Si verdaderamente existiera y uno de los dos bandos lograra apoderarse de él, los días del otro estarían contados.

La compleja situación acaba de enredarse por culpa del propio comandante de la Altea. Con una mediocre hoja de servicios que incluye algún humillante fracaso en anteriores acercamientos a Mundos Olvidados, lo que hace pender sobre él la espada de Damocles de su destitución al mando de la UNEX, Bert Glen necesita imperiosamente culminar esta misión con éxito... aunque sea aparente y a costa de una flagrante injusticia. Por esta razón decide unilateralmente, y en contra de la opinión de buena parte de sus oficiales, ayudar a los humanos de una forma totalmente irregular aunque sin violar por ello la letra, que no el espíritu, de la normativa del Orden Estelar. Con los detectores de la nave le resulta extremadamente fácil buscar la ubicación de la gran caverna donde, según todos los indicios, se almacena el citado depósito de armas, el cual tiene previsto poner en manos de Hamerlo. Para ello se vale de una argucia: fingiendo enviar una nave auxiliar a prospectar yacimientos metálicos para beneficio de sus aliados, algo que no está prohibido explícitamente en las ordenanzas, ordena a sus tripulantes que, accidentalmente, abran la vieja entrada de la cueva, cegada desde hace siglos por un desprendimiento de tierra. Puesto que serán los propios ammonitas los que descubran la entrada, nadie podrá acusarle -aunque todos lo sospechen- de favoritismo hacia una de las dos razas que pueblan el planeta.

Evidentemente Alice Cooper, que siente una gran simpatía por los humanoides y, en especial, por su jerarca Ebaka, no está en modo alguno dispuesta a tolerarlo arriesgándose incluso a la insubordinación, algo a lo que no se atreve ninguno de sus compañeros. Tras una tensa discusión con el comandante llega técnicamente a amotinarse, amenazándole con una pistola para obligarle a conceder una autorización para abandonar la nave, tras lo cual lo deja atado y amordazado antes de fugarse a la superficie del planeta.

Allí las cosas están cada vez peor. Ebaka y sus soldados, temerosos con razón de una traición por parte de los visitantes, cabalga a toda prisa hacia el lugar donde se supone que se encuentra el depósito de armas. Alice le sale al encuentro y, tras vencer sus lógicas reticencias, consigue convencerle para que intente impedir que sus enemigos, superiores en número, se apoderen del alijo. Acto seguido viaja a la capital de Ammo, donde tras enfrentarse a los todopoderosos sacerdotes consigue amotinar a sus habitantes en contra de los mismos haciéndose con el control, siquiera momentáneo, de la ciudad. Pero su actividad frenética no ha terminado, puesto que inmediatamente vuela de nuevo hasta la caverna, donde ambos ejércitos se están batiendo sangrientamente. Se interpone entre ambos y, con grandes esfuerzos, logra que ambos monarcas depongan las armas. En realidad Hamerlo dista mucho de simpatizar con sus sacerdotes pero, temeroso de su influencia y rehén de su poderío, había aceptado el plan del comandante Glen como mal menor para evitar un mayor derramamiento de sangre, como sin duda ocurriría si los sacerdotes acababan cogiendo las riendas del poder de forma completa.

No resulta demasiado difícil, dentro de lo que cabe, lograr un armisticio entre Hamerlo y Ebaka, convencidos de que una unión entre ambos pueblos será beneficiosa para ambos dentro del ámbito de influencia del Orden Estelar. Además, por ironías del destino, pronto se comprueba que la lucha era baldía, puesto que la caverna, aunque existe en realidad, está totalmente vacía de armas...

Tan sólo queda por resolver el nada baladí problema del comandante Glen. Pese a que Alice es consciente de que muchos oficiales están de su parte, su forma de actuar ha sido irregular y sumamente grave, lo que le podría acarrear un consejo de guerra. Por suerte para ella, los acontecimientos se desarrollan de forma diferente a la temida; durante su intervención en el planeta los oficiales han destituido al comandante por incapacidad manifiesta, e incluso el propio Glen acaba suicidándose, tras lo cual Alice es nombrada por sus compañeros comandante interina de la Altea.

Pacificado el planeta Leina, a la vuelta a la Tierra Alice Cooper se ve obligada a pasar por un comité de investigación. Sus temores se repiten, pero de nuevo son infundados ya que no sólo no se le reprueba su comportamiento, sino que en otro meteórico ascenso es nombrada comandante de la UNEX Hermes para desconsuelo de su compañero Ngo-Nao que, como cabe suponer, la amaba.



Publicado el 12-5-2004 en el Sitio de Ciencia Ficción