Las torres de Pandora




Inicialmente publicada con el número 578 de La Conquista del Espacio, con Las torres de Pandora se cierran tanto el primer tomo de la reedición de Ediciones B como el décimo de la de Robel. Pandora es, aparentemente, un mundo sin mayor atractivo que sus famosas torres, dos ciclópeas moles de un kilómetro de alto rematadas en unas enormes esferas cuyos constructores son unos perfectos desconocidos para los arqueólogos, ya que este planeta no llegó a ser colonizado por el Imperio y, cuando las naves del Orden Estelar llegaron allí, ya se alzaban sobre las infinitas llanuras de Pandora sin que nadie pudiera aventurar siquiera su indudablemente larga antigüedad. Pandora es ahora un mundo pujante gracias a su condición de nudo de comunicaciones que ha atraído a muchos aventureros en busca de fortuna... entre ellos a Adán Villagrán, un personaje que hace su primera aparición en esta novela para alcanzar posteriormente un protagonismo indiscutido en futuras entregas de la saga galáctica de Ángel Torres Quesada, aunque a causa de la irregular cronología de la edición de La Conquista del Espacio esta precuela apareció inicialmente con posterioridad a las novelas del ciclo clásico protagonizadas por Alice Cooper y Adán Villagrán.

Pero no nos anticipemos. Por el momento nuestro personaje es un simple náufrago arrojado a las costas de ese remoto islote cósmico, fracasado en sus intentos de hacer fortuna y privado siquiera de lo fundamental para poder cumplir su gran ambición de volver a la Tierra. Para ello hace falta un dinero que no tiene, y sus sucesivos intentos de enrolarse como tripulante en algún buque mercante, o incluso de convertirse en polizón, se han saldado siempre con el más rotundo de los fracasos.

Convertido en punto menos que un vagabundo comparte sus penas con un compañero de infortunio, Ernst Rudman, el cual, más pícaro que Adán, no le hace demasiados ascos, a diferencia de su remilgado amigo, a desempeñar trabajos que, cuanto menos, bordean peligrosamente la ley. Pero la necesidad aprieta, y Adán acabará aceptando a regañadientes un plan de Ernst para salir del foso en el que se hallan sumidos. Compinchados con el empleado de una agencia de viajes, que a su vez lo está con el gerente de un hotel, traman timar a un ingenuo y, según todos los indicios, acaudalado arqueólogo que ha realizado un largo viaje hasta Pandora con objeto de estudiar las famosas torres. Con el dinero obtenido piensan conseguir el ansiado pasaje a la Tierra, lo que les servirá también eludir el castigo de la justicia local... todo demasiado fácil, aparentemente.

Desempeñando su papel de falso guía turístico, Adán recoge en el astropuerto a la víctima, el profesor David Tzamanlis, el cual viene acompañado por Loreta Grant, una atractiva joven a la que presenta como su ayudante. Una vez cumplidas las formalidades de rigor, y atendiendo a la solicitud de su impaciente cliente, los lleva hasta el pie de una de las majestuosas torres. El timo ideado por sus cómplices no puede ser más sencillo: hacen creer al despistado profesor que el anterior gobernador de Pandora hizo una concesión para prospecciones mineras que abarcaba el terreno en el que se alzan las dos torres, razón por la que para poder trabajar allí es preciso contar con el permiso del arrendatario de la concesión... que no es otro que el pícaro Ernst. Huelga decir que todo es absolutamente falso, pero logran sacar al ingenuo arqueólogo una cantidad suficiente de dinero para pagarse sendos pasajes en astronaves rumbo a sus destinos preferidos, la Tierra en el caso de Adán.

Sin embargo, la situación se complica para desesperación suya. Pandora sufre periódicamente unas tormentas solares que perturban las comunicaciones obligando a interrumpir temporalmente el tráfico astroportuario, y precisamente se avecina una previsiblemente más larga que las anteriores. En previsión de posibles conflictos provocados por los frustrados astronautas, aterriza en el planeta un crucero del Orden Estelar al mando del joven capitán Seymur Zerder, el cual, visto que su concurso no es necesario en el pacífico planeta, decide dedicarse a hacer turismo... que en un lugar tan aburrido como Pandora sólo tiene un destino posible, las famosas torres.

Huelga decir que Adán y Ernst se ven obligados a aguantar su impaciencia a la espera de que el astropuerto sea abierto de nuevo, con el temor evidente de que su trapisonda pueda llegar a ser descubierta... y lo ha sido, pero no por el arqueólogo, que permanece en la inopia, sino por su avispada secretaria, conocedora desde el principio de todo el tinglado... aunque, paradójicamente, no lo denuncia. Claro está que se muestra enamorada, o por lo menos encaprichada, del perplejo Adán, el cual, imposibilitado de poner tierra por medio, se ve chantajeado por la insaciable joven y obligado por ésta a permanecer en el campamento arqueológico bajo amenaza de ser denunciado si no accede a sus deseos. A modo de comentario es preciso advertir que, aunque Ángel Torres ha manifestado explícitamente la incomodidad que le causaba la introducción de escenas eróticas, aun tan inocentes como éstas, en sus novelas, en la época en la que ésta fue publicada se trataba de poco menos que una imposición editorial, dicho sea esto en descargo del veterano autor gaditano.

Así pues, la situación alcanza casi niveles de vodevil con los timadores -Adán ha conseguido que su compinche Ernst sea contratado por el profesor Tzamanlis con objeto de poderle tener cerca- trabajando codo a codo con el timado, al tiempo que la ambiciosa secretaria sigue actuando de modo desconcertante y, por si fuera poco, con el capitán Zerder husmeando por allí... Mientras tanto, el arqueólogo sólo tiene ojos para la torre, gracias a la cual pretende demostrar una teoría sobre su origen que había sido rechazada humillantemente por sus colegas. A diferencia de la otra, completamente rellena de un extraño material, la torre investigada es hueca, pretendiendo el científico ascender por su interior hasta alcanzar la esfera superior, donde confía en encontrar la clave para desentrañar el misterio que la envuelve.

Así lo hacen gracias a un elevador instalado en el interior de la misma, descubriendo en la base de la esfera que la remata una compuerta que consiguen abrir... para encontrarse en un recinto total y absolutamente vacío. Así pues, con la frustración reflejada en su semblante, el arqueólogo decide abandonar la exploración e incluso la torre, centrando su interés en su gemela, a la que tendrán que vaciar previamente del relleno que la colmata. Se decide, pues, levantar el campamento y trasladarlo a la torre vecina, pero los acontecimientos harán que las circunstancias cambien de forma dramática. Para empezar, el capitán Zerder ha descubierto la estafa y se dirige hacia allí con la pretensión de arrestar a los dos timadores, pero cuando está procediendo a hacerlo un extraño y sanguinario monstruo aparece nadie sabe de donde y asesina brutalmente a dos trabajadores, librándose de correr la misma suerte el propio oficial gracias a la determinación de Adán, que consigue abatir al monstruo salvando la vida a su captor. Éste, agradecido, se encuentra frente al dilema de verse obligado a arrestar a su salvador, resolviendo dejarle libre por el momento al tiempo que le prohíbe pisar siquiera el astropuerto. La aparición del peligroso ser, ajeno por completo a la fauna de Pandora, le ha alarmado y, mientras se lleva consigo el cadáver con objeto de estudiarlo, les recomienda prudencia. También se sabe entonces que el afán de Adán por dirigirse a la Tierra no era otro que el de intentar ingresar en la academia de oficiales del Orden Estelar, algo que su irresponsable comportamiento ha echado por tierra de forma probablemente irreversible.

El campamento es trasladado en su mayor parte a la otra torre, y pronto comienzan los trabajos para limpiarla del material plástico que la rellena. Pero las cosas siguen sin marchar bien; el profesor llama a Adán y le comunica que dos hombres a los que había enviado al campamento antiguo en busca de provisiones no han vuelto, y dados los antecedentes teme que pudiera haberles pasado algo. Adán se ofrece a viajar hasta allí, descubriendo con pavor que el campamento ha sido arrasado y los dos hombres brutalmente asesinados. Movido por un impulso repentino penetra en el interior de la torre, siendo arrebatado por una extraña fuerza gravitatoria que lo arrastra hacia el interior de la esfera superior. Allí vislumbra cómo otro de esos extraños monstruos, surgido de no se sabe dónde, se lanza por la abertura que, al parecer, funciona a modo de un ascensor gravitacional en ambos sentidos, e inmediatamente después él tiene que hacer lo propio al ser descubierto por un segundo monstruo que se le abalanza con evidentes ánimos de asesinarlo. Consigue llegar sano y salvo primero al pie de la torre y luego a su vehículo, abandonando el lugar cual alma que lleva el diablo no sin antes observar cómo docenas de monstruos pululan por los alrededores del mismo.

Antes de seguir adelante conviene resaltar que los aludidos monstruos responden al tópico habitual de la ciencia ficción de serie B, es decir, son toscos, brutales y terroríficos y, por supuesto, enemigos irreconciliables de los humanos... algo muy común en este tipo de literatura, pero sumamente extraño en el conjunto de los bolsilibros del Orden Estelar, aunque no en otras conocidas obras de Ángel Torres como El círculo de piedra o la serie de las Islas.

La exploración de la segunda torre, libre ya de su extraño relleno, se realiza sin ningún tipo de incidentes, aunque también sin el menor resultado. Eso sí, se cuidan muy mucho de abrir la compuerta que conduce al interior de la esfera, en previsión de nuevos problemas. Sin embargo, las cosas en el planeta no van tan bien como parecen, como se apresura a manifestarles el capitán Zerder, recién llegado de la ciudad. Las hordas de monstruos, cada vez más numerosas, han comenzado a atacarla, y la reducida guarnición de la misma se ve impotente para rechazarlas. Sólo un azar parece haber librado a los miembros de la expedición científica de esta suerte... ¿o no? Tras una minuciosa exploración, descubren que lo que ha frenado a los monstruos son los residuos del antiguo relleno de la torre que, disueltos con compuestos químicos apropiados, han formado un río que los aísla y protege de los atacantes, al actuar aparentemente como un eficaz repelente de los mismos.

Aunque por el momento parecen estar a salvo, no ocurre lo mismo con la ciudad y el astropuerto, cuya situación se hace cada vez más crítica. Adán acompaña al capitán de vuelta a la ciudad y colabora activamente en la defensa de la misma, constatando que la victoria de los monstruos está cada vez más cercana. Por fortuna para ellos, un oportuno aguacero -al parecer la lluvia es otra de las cosas que repelen a los monstruos- consigue frenar, siquiera de forma temporal, sus acometidas. El capitán, desesperado, pide ayuda a los arqueólogos, pero el profesor Tzamanlis se muestra impotente a la par que abatido; por una cruel ironía del destino el planeta ha hecho honor a su mitológico nombre, y ha sido a él a quien ha correspondido el dudoso honor de abrir esta caja de Pandora galáctica.

Aparentemente todo está perdido para los humanos, puesto que las hordas atacantes son cada vez más numerosas y la persistente perturbación solar impide pedir ayuda a otros planetas cercanos. Sin embargo, Adán no pierde la esperanza; según la leyenda mitológica, de la caja de Pandora escaparon todos los males pero quedó en ella la esperanza... y la esperanza no puede ser otra que la segunda torre, cuya entrada permanece todavía inviolada, aunque nadie puede aventurar lo que surgirá de ella.

Adán no se lo piensa dos veces, repitiendo lo que ya hicieran en la torre gemela. Abre la compuerta, penetra en el interior de la esfera y, tras buscar en las desnudas paredes de la misma, encuentra un segundo interruptor que pulsa... para encontrarse en un lugar desconocido que no es en modo alguno la superficie de Pandora; no al menos la Pandora que él conoce. Allí se topa con un ser similar en su aspecto físico a los monstruos que les traen en jaque pero que, a diferencia de ellos, no muestra la menor brutalidad ni manifiesta ninguna hostilidad ante él, sino todo lo contrario. Acogido amablemente por su extraño anfitrión, gracias a la telepatía es informado el protagonista de lo ocurrido.

Ambas razas, los erlakones -sus anfitriones- y los doikas -los monstruos-, tienen un origen común, la especie que hasta cien mil años atrás habitara en Pandora. Una serie de guerras nucleares habían provocado el surgimiento de los segundos a causa de las mutaciones producidas por la radiactividad y, al ser un peligro para los pacíficos erlakones, éstos habían decidido evacuar el planeta... pero no viajando por el espacio, sino por el tiempo. Las torres de Pandora eran en realidad dos máquinas temporales y la segunda de ellas conducía al futuro, lugar en el que se habían refugiado éstos. Para mayor seguridad habían construido la otra -la de los monstruos- diseñándola como un portal hacia el pasado, enviando allí a todos los doikas, y como una medida de prevención complementaria habían sellado su propia torre con un material plástico que repelía a éstos. En cuanto al planeta -el del presente, se entiende-, éste había quedado deshabitado y, con el tiempo, limpio de la contaminación radiactiva, tal como lo habían encontrado los colonos humanos.

El interlocutor de Adán no oculta su preocupación ante la gravedad de los hechos; los doikas están a punto de hacerse los amos de Pandora y, cabe presumir, su siguiente paso sería invadir el territorio de sus antiguos hermanos. Éstos, una raza pacífica que ha desterrado la violencia, se encuentran inermes para defenderse de la amenaza, por lo que corresponde a los humanos -al fin y al cabo han sido ellos los causantes del desastre- solucionarlo. ¿Cómo?, pregunta Adán, a lo cual la única respuesta es que debe intentar cerrar la puerta de acceso de los monstruos, ya que las actuales condiciones climáticas de Pandora son hostiles para ellos y pronto dejarían de ser peligrosos si se consiguiera evitar que siguieran llegando a raudales.

Adán retorna a Pandora y decide llevar a cabo un desesperado plan: tras embadurnarse todo el cuerpo con el material repelente extraído de la segunda torre, lo que le proporciona una precaria protección frente a sus peligrosos enemigos, viaja hasta el corazón mismo de su territorio, la primera torre, y tras ascender por ella consigue cerrar la puerta, hecho lo cual logra huir casi milagrosamente de sus furiosos atacantes. El resto es ya relativamente sencillo: las propias lluvias se encargan de aniquilar a los monstruos, y Adán recibe no sólo el perdón por su delito sino también el aval del agradecido capitán Zerder para su ansiado ingreso en el Orden Estelar. Tan sólo una sombra enturbia su alegría: Loreta ha fallecido víctima de los monstruos durante una de las últimas escaramuzas aunque, eso sí, luchando como una valiente. Por fortuna para él, pronto su corazón se verá conquistado por otra mujer no menos importante en su vida.



Publicado el 18-5-2004 en el Sitio de Ciencia Ficción