Los satélites del Sistema Solar
Satélites planetarios. Parámetros orbitales




Los cuatro satélites galileanos de Júpiter. De izquierda a derecha: Ío, Europa, Ganímedes y Calixto



En los últimos años ha habido un gran avance en el descubrimiento de nuevos satélites de los distintos astros del Sistema solar, hasta el punto de que los poco más de treinta satélites conocidos hace tan sólo unas décadas hoy se elevan a 297 contando los de los planetas y los planetas enanos, y es muy posible que en un futuro sean descubiertos todavía más.

Estos satélites se reparten de la siguiente manera: Uno de la Tierra, dos de Marte, noventa y cinco de Júpiter, ciento cuarenta y seis de Saturno, veintiocho de Urano, dieciséis de Neptuno, cinco de Plutón, dos de Haumea, uno de Makemake y uno de Eris. Aquí incluyo los satélites de los planetas enanos -según la nueva terminología astronómica- Plutón, Haumea, Makemake y Eris, aunque no los de otros cuerpos menores, como los asteroides, reseñados por separado.

En esta primera tabla recojo los parámetros orbitales de estos satélites, estando dedicada una segunda a los parámetros físicos y a los datos de sus respectivos descubrimientos. En aras de una mejor comprensión de los datos voy a dar unas explicaciones previas.

En primer lugar, puede resultar curioso conocer el origen de sus nombres. En un principio, y al igual que otros muchos cuerpos del Sistema Solar, los astrónomos los denominaron con términos tomados de la mitología griega, o de la romana, pero pronto surgió una excepción cuando el astrónomo inglés William Herschel bautizó a dos satélites de Urano que descubrió en 1789 con los nombres de Titania y Oberón, dos personajes pertenecientes al Sueño de una noche de verano de William Shakespeare, tradición que los astrónomos posteriores siguieron respetando ampliándola a otras obras de este dramaturgo.

En fechas mucho más recientes -a partir del año 2000- se decidió llamar a un numeroso grupo de satélites de Saturno recién descubiertos con nombres procedentes de mitologías tan exóticas como la celta, la germánico-escandinava -o nórdica- y la esquimal, ahora llamada inuit por eso de la corrección política, en función de los parámetros orbitales de estos astros, conservándose eso sí la tradicional mitología grecorromana para los nuevos satélites interiores. Otra excepción son los dos satélites del planeta enano Haumea, cuyos nombres, al igual que el de éste, proceden de la mitología hawaiana. Con el resto de los planetas -Júpiter, Neptuno, Plutón y Eris-, por el contrario, se ha seguido respetando la antigua tradición.

He de advertir que, cuando estos nombres tenían versión propia en español, como ocurre con muchos de la mitología griega o con los tomados de las obras de Shakespeare, he optado por estos frente a sus versiones originales o, en su caso, las transcripciones al inglés, razón por la que se encontrarán con nombres como Francisco o Margarita pese a no ser los oficiales de la Unión Astronómica Internacional, copada claro está por los anglosajones. Asimismo he corregido ciertas grafías ajenas al español, como la Ph. En otros casos, por carecer de equivalencias, no he tenido más remedio que respetar esos exóticos nombres esquimales o escandinavos que tan difíciles resultan incluso de pronunciar.

Nótese que en algunos casos los satélites todavía no han recibido nombre propio, por lo cual vienen recogidos con su denominación provisional que viene expresada con una S -de satélite-, el año de su descubrimiento, una inicial alusiva al planeta al que pertenecen -J de Júpiter, S de Saturno, U de Urano...- y el número de orden si han sido descubiertos varios en ese año. Así, S/2003 J15 significa que es el satélite de Júpiter número 15 de todos los descubiertos en 2003.

Hecha esta aclaración, paso a explicar las diferentes columnas de las tablas. La primera es el número de orden, normalmente determinado por la fecha de descubrimiento. Así, el número 1 corresponde al primer satélite descubierto, y el último al más reciente. Puesto que los satélites, dentro de cada planeta, están ordenados en función de las distancias crecientes de sus órbitas, en muchas ocasiones esta numeración no se corresponde con la colocación de los mismos. Asimismo hay algunos satélites -concretamente los que todavía no tienen nombre- a los que no se les ha asignado aún este número de orden.

La distancia que los separa de su planeta viene reflejada en la tercera columna, tras el nombre del satélite, como el radio orbital en kilómetros. Puesto que, como es sabido, las órbitas no son esféricas sino elípticas, este parámetro en realidad es el semieje mayor de la elipse, es decir, la distancia entre los dos extremos de la misma. Si bien para casos de excentricidades bajas -elipses poco achatadas y casi circulares- la diferencia es pequeña, en muchas ocasiones estos satélites tienen órbitas muy excéntricas, lo que hace que su distancia al planeta varíe mucho a lo largo del recorrido de la órbita.

La cuarta columna recoge la inclinación orbital, es decir, el ángulo que forma sobre el ecuador del planeta excepto en los casos de los satélites irregulares de Urano y Neptuno -salvo Nereida-, en los que está referida a la eclíptica, el decir, el plano orbital del planeta. Este parámetro está medido en grados, y para inclinaciones mayores de 90º el resultado práctico es que el satélite en cuestión parece moverse en sentido contrario al habitual, razón por la que se dice que poseen movimiento retrógrado, factor que viene indicado en la octava y última de las columnas.

La quinta columna refleja la ya citada excentricidad orbital, una medida del achatamiento de la órbita; un valor cercano a 0 indica que la órbita es casi circular, mientras que valores altos -con un máximo de 1- corresponden a órbitas muy alargadas.

La sexta columna mide el período de revolución orbital del satélite, en días. Esta magnitud depende de la distancia media al planeta -cuanto más alejado más tiempo tarda en recorrer su órbita-, pero también de la excentricidad de la misma, por lo que puede ocurrir que un satélite más cercano pero de órbita más excéntrica tenga un período de revolución mayor que otro más alejado pero de órbita más circular.

La séptima columna, por último, nos informa sobre el sentido de la traslación del satélite, directo si la celdilla permanece vacía, y retrógrado si está marcada con un asterisco.

Dentro del apartado correspondiente a cada planeta los satélites están ordenados por grupos orbitales y, en cada grupo, por radios orbitales crecientes.

El concepto de grupo orbital se refiere a un conjunto de varios satélites que comparten características orbitales comunes, como puede ser un rango de distancias medias, una excentricidad o una inclinación orbital similares. Puesto que los sistemas de satélites de los planetas gigantes han resultado ser extremadamente complejos, éste es un concepto útil que ayuda a clasificarlos. Aunque la nomenclatura no es común para los cuatro planetas gigantes sino que está adaptada a las características propias de cada uno de ellos, existen varios factores compartidos por todos ellos. Así, en una primera aproximación los satélites de cualquiera de los planetas gigantes pueden agruparse en tres categorías diferentes:

Satélites interiores. Se encuentran a escasa distancia del planeta, siguiendo órbitas poco excéntricas y de pequeña o nula inclinación. Suelen ser de pequeño tamaño, debido a que la atracción gravitatoria de sus primarios no permite la existencia de cuerpos de mayor tamaño a las distancias tan cortas que los separan de éstos. Casos especiales de éstos son los pastores y los coorbitales. Los primeros son llamados así porque sus órbitas discurren por el interior de los anillos, razón por la que parecen “pastorear” a los pequeños corpúsculos que los forman. Los coorbitales, por último, comparten una misma órbita, lo que provoca una especie de danza entre ambos cuando, al aproximarse entre sí, intercambian periódicamente sus posiciones.

Fuera ya de la región de los satélites interiores, puesto que sus órbitas discurren por la región de los satélites principales, hay dos grupos que, por su pequeño tamaño, se asemejan no obstante más a los primeros que a los segundos. Se trata de los alciónides y los troyanos. Los alciónides son tres pequeños satélites de Saturno de órbitas muy similares, situadas entre las de Mimas y Encélado. Los troyanos, cuatro en total también en Saturno, van todavía más lejos al compartir las órbitas con Tetis -los dos primeros- y Dione -los dos restantes-, ocupando respectivamente los puntos de Lagrange L4 y L5 de las mismas, es decir, 60º por delante y 60º por detrás del sastélite principal, sin aproximarse nunca a éstos manteniendo constante la distancia que los separa de los mismos.

Satélites principales. Son los más importantes en tamaño de todo el sistema, en ocasiones mayores que el planeta Mercurio, contándose algunos de ellos entre los cuerpos más grandes del Sistema Solar. Se encuentran a una distancia media del planeta superior a la de los interiores, y al igual que éstos sus órbitas suelen ser poco excéntricas y están muy poco inclinadas sobre el ecuador del planeta. Por razones históricas los cuatro satélites principales de Júpiter -Ío, Europa, Ganímedes y Calixto- se denominan Galileanos, por haber sido descubiertos por Galileo Galilei en 1610. En el caso de Saturno, los ocho satélites principales -Mimas, Encélado, Tetis, Dione, Rea, Titán, Hiperión y Japeto- se pueden clasificar a su vez en dos subgrupos, uno más interior formado por los cuatro primeros, y un segundo más exterior con los cuatro restantes.

Satélites exteriores. Este tercer grupo está formado, como su nombre indica, por los satélites que conforman el sistema exterior. Suelen catacterizarse su pequeño tamaño, unas grandes distancias al planeta central -en algunos casos alcanzan las varias decenas de millones de kilómetros, casi del orden de las existentes entre las órbitas de los planetas internos- y, por lo general, grandes excentricidades e inclinaciones orbitales, lo que hace suponer que en muchos casos pueda tratarse de asteroides capturados; muchos de ellos son además retrógrados. Por esta razón, también son conocidos -en especial los de Urano y Neptuno- como satélites irregulares.

En el caso de Júpiter, Saturno y Urano la complejidad de sus respectivos sistemas exteriores ha recomendado subdividirlos también en varios grupos atendiendo a los distintos parámetros orbitales, comunes para los integrantes de cada uno de los grupos posiblemente porque todos ellos procedan de un antecesor de mayor tamaño. Así, los satélites exteriores de Júpiter se clasifican en los grupos de Himalia, Carpo, Ananké, Carmé y Pasifae -por los nombres del principal miembro de cada uno de ellos- junto con los que no pertenecen a ninguno o, según se considere, se constituyen en el único integrante del suyo: Temisto y Valetudo.

Los de Saturno se reparten entre los grupos inuit, nórdico y celta -o galo-, en esta ocasión atendiendo a la mitología de la que toman sus nombres los respectivos miembros de cada uno; la única excepción a esta nomenclatura es Febe, nombre procedente de la mitología griega pero asignado a un satélite perteneciente al grupo nórdico debido a que éste, a diferencia de todos los demás satélites exteriores de Saturno, fue descubierto a finales del siglo XIX, mucho antes de que se estableciera este criterio onomástico. Existen también tres satélites no agrupados que los astrónomos dudan en incluir o no en el grupo galo, y otros tres que corresponderían al grupo de satélites pastores pero al día de hoy no han sido confirmados, sin que tampoco haya sido descartada su existencia.

Por último, y pese a no alcanzar la complejidad de los anteriores, también se separa a los satélites exteriores de Urano en dos grupos, el de Calibán y el de Sycorax, junto con Margarita, que orbita de forma aislada entre ambos.




Ver también:
Satélites planetarios. Parámetros físicos y descubrimiento


Publicado el 25-2-2008
Actualizado el 28-3-2024