Los satélites del Sistema Solar
Los
nombres de los satélites
Rea, uno de los principales
satélites de Saturno
El descubrimiento de un considerable número de satélites en los últimos años ha complicado notablemente su nomenclatura, sobre todo teniendo en cuenta el exotismo -y, francamente, lo enrevesado- de los nombres con los que han sido bautizados algunos de ellos. Por esta razón, quizá no esté de más este pequeño glosario donde pretendo explicar el origen de estos nombres.
Conforme a la tradición la mayor parte de ellos provienen de la mitología grecorromana, si bien con notables excepciones. Pero incluso dentro de los nombres mitológicos clásicos ha habido recientemente una tendencia a rebuscar aquellos, digamos secundarios, que no suelen aparecer en los atlas de mitología más comunes, y que en ocasiones resultan verdaderamente difíciles de rastrear. Esto es algo que sorprende, sobre todo teniendo en cuenta que existían alternativas mucho más conocidas, pero en fin, doctores tiene la Iglesia...
Por lo general, para cada uno de los sistemas de satélites de los distintos planetas se suele recurrir a uno o varios ciclos mitológicos de forma que los nombres de todos sus integrantes formen un conjunto homogéneo, aunque no todos ellos están basados en la mitología grecorromana. La excepción más llamativa es el sistema de Urano, basado en su totalidad en personajes extraídos de obras de Shakespeare con alguna aportación del poeta inglés Alexander Pope, que un siglo más tarde abordó temas similares a los de éste.
Otra singularidad es Saturno. Aunque en un principio se recurrió a ciclos mitológicos relacionados con este dios romano, o su equivalente griego Cronos, recientemente se optó por bautizar a sus satélites exteriores con nombres extraídos de mitologías tan exóticas como la nórdica -supongo que el conjunto formado por la escandinava y la germana-, la celta o gala -la sombra de Astérix es alargada- y, sorprendentemente, la inuit -la esquimal, para entendernos-, algo difícil de entender teniendo en cuenta que se hizo desdeñando otras mitologías mucho más clásicas y familiares tales como la egipcia, las semíticas (fenicia, asiria, babilónica...), la persa o la hindú, de modo que en vez de nombres tales como Ra, Isis, Osiris, Horus, Baal, Moloch, Ormuz, Mazda, Rama o Visnú, que más o menos suenan a todo el mundo, nos encontramos con otros tan desconocidos como impronunciables... que ni siquiera son los más conocidos, ya que Thor, Odín, Loki, Belenos o Tutatis brillan paradójicamente por su ausencia.
Otra nota exótica la ponen los dos satélites del recién catalogado planeta enano Haumea, que al igual que éste toman sus enrevesados nombres de la antigua mitología hawaiana.
En lo que respecta a los nombres grecorromanos, éstos suelen tener relación con los ciclos mitológicos del astro central. Así, Fobos y Deimos, los dos satélites de Marte, son las representaciones alegóricas del Pánico y el Terror, compañeros inseparables del dios de la guerra. Los satélites de Júpiter, por su parte, tienen en su mayor parte nombres de amantes e hijas suyas, una fuente inagotable de denominaciones dada la insaciable concupiscencia del rey de los dioses.
Los nombres de las lunas de de Saturno -salvo, claro está, los pertenecientes a las mitologías exóticas- suelen estar vinculadas a los ciclos mitológicos de los titanes o de los gigantes, anteriores cronológicamente al de los dioses olímpicos. Las de Neptuno recuerdan a divinidades acuáticas, y las de Plutón a sus homólogas infernales. Y puesto que el recién descubierto planeta enano Eris fue bautizado con el nombre de la diosa griega de la discordia, resultaba lógico que su satélite recibiera a su vez el de Disnomia, la hija de Eris que personifica el desorden civil y la ilegalidad.
Pese a que estas denominaciones pueden parecer más normales y lógicas que el resto, la verdad es que también aquí los responsables de los bautizos han hecho gala en ocasiones de una peculiar originalidad, rebuscando divinidades muy secundarias al tiempo que se dejaban en el tintero otras alternativas aparentemente más lógicas. Así, en el caso de Júpiter se echa en falta nada menos que a la mismísima Hera, la reina de los dioses, e incluso a otras conocidas amantes suyas tales como Dánae, Semele o Alcmena, mientras que para encontrar algunos de los nombres elegidos para los satélites recién descubiertos, en ocasiones bastante cogidos por los pelos, es preciso rebuscar con paciencia por los entresijos de internet. Asimismo se han colado algunos nombres ajenos por completo a sus aventuras amorosas, tales como los de Pasífae o Yocasta.
Lo mismo cabría decir de Saturno -no hablo ya de los nombres exóticos-, donde se echa en falta a varios titanes y titánides (Ceo, Crío, Océano, Temis, Tea, Mnemósine) o gigantes (Agrio, Clitio, Toante) al tiempo que nos encontramos con algunos pequeños ciclos poco o nada vinculados con este dios, como el de las alciónides -Antea, Metone y Palene- o el de los Dióscuros -Helena y Pólux-, e incluso con los intrusos Pan, Dafne y Jano, ajenos por completo a los ciclos mitológicos saturnianos. A Neptuno le falta su esposa Anfitrite, y a Plutón la suya, Perséfone o Proserpina, según se prefiera el nombre griego o el romano.
Dentro ya del ámbito grecorromano he de advertir dos cosas. La primera es que esta mitología, lejos de ser homogénea, constituye en realidad una especie de conglomerado de creencias locales que, pese a los intentos de diferentes autores clásicos por sistematizarla, sigue teniendo multitud de versiones parciales no sólo distintas, sino en ocasiones completamente contradictorias. Por esta razón alguna de las definiciones -por ejemplo, las de las Musas o, todavía peor, las de las Cárites o Gracias- no siempre coinciden con las canónicas... pero eso no es culpa mía, sino de los responsables de la elección de esos nombres. Asimismo, aunque he procurado ceñirme a las denominaciones por las que comúnmente se les conoce en nuestro idioma, no ha sido fácil determinar la grafía correcta en casos de divinidades poco conocidas, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de transcripciones fonéticas de un idioma -el griego- con distinto alfabeto que el nuestro, normalmente pasadas además por el tamiz previo del inglés, lo que acaba de complicar las cosas.
En el caso de los personajes de Shakespeare he seguido idéntico criterio, por tratarse de obras suficientemente conocidas cuyos personajes nos resultan familiares con sus respectivos nombres castellanizados.
Aunque he hecho todo lo que he podido, entra dentro de lo posible que en otros lugares aparezcan estos nombres escritos de forma diferente a la mía; al fin y al cabo, la filología dista mucho de ser mi fuerte, y la verdad es que tampoco me preocupa demasiado que los nombres oficiales reconocidos por la Unión Astronómica Internacional, arbitrariamente anglosajonizados, no coincidan con los míos. Prefiero la claridad y la defensa de nuestro idioma.
Mi principal fuente bibliográfica, aunque no la única ya que también he consultado varios diccionarios de mitología, ha sido la Wikipedia, aunque no siempre la misma edición; de hecho, me he visto obligado a navegar por todas aquellas versiones correspondientes a los idiomas que era capaz de entender: español, inglés, francés e italiano, para poder completar una información que variaba mucho de una a otra. Así pues, el resultado final es una mezcla de todas ellas.
Por último, cabe recordar que en el momento de escribir estas líneas -marzo de 2023- varios satélites, en concreto 38 de Júpiter, 23 de Saturno y el del planeta enano Makemake carecen de nombre propio. Salvo en el caso de tres satélites de Saturno cuya existencia todavía no está confirmada, desconozco la razón por la que no han sido bautizados, máxime cuando en ocasiones ya han pasado bastantes años desde su descubrimiento, mientras otros descubiertos posteriormente, como Valetudo (2016), Pandía (2017) o Ersa (2018), sí lo han sido. Será cuestión de esperar, ya que poco a poco la IAU va llenando los huecos. La última vez que se asignaron nuevos nombres fue en agosto de 2022, cuando lo recibieron diez de ellos todos de Saturno; pero también se incorporaron a la lista varios más ya confirmados pero todavía con denominación provisional, quedando la relación como sigue:
Satélites de Júpiter con denominación provisional:
S/2003 J2, S/2003 J4, S/2003 J9, S/2003 J10, S/2003 J12, S/2003 J16, S/2003 J18, S/2003 J19, S/2003 J23, S/2003 J24, S/2010 J1, S/2010 J2, S/2011 J1, S/2011 J2, S/2011 J3, S/2016 J1, S/2016 J3, S/2016 J4, S/2017 J1, S/2017 J2, S/2017 J3, S/2017 J5, S/2017 J6, S/2017 J7, S/2017 J8, S/2017 J9, S/2018 J2, S/2018 J3, S/2018 J4, S/2021 J1, S/2021 J2, S/2021 J3, S/2021 J4, S/2021 J5, S/2021 J6, /2022 J1, S/2022 J2 y S/2022 J3
Satélites de Saturno con denominación provisional (el asterisco indica que todavía no se ha confirmado su existencia):
S/2004 S3*, S/2004 S4*, S/2004 S6*, S/2004 S7 , S/2004 S12, S/2004 S13, S/2004 S17, S/2004 S21, S/2004 S24, S/2004 S26, S/2004 S28, S/2004 S29, S/2004 S31, S/2004 S34, S/2004 S36, S/2004 S37,S/2004 S39, S/2006 S1, S/2006 S3, S/2007 S2, S/2007 S3, S/2009 S1 y S/2019 S1.
Satélite de Makemake con denominación provisional:
S/2015 (136472) 1.
Publicado el 28-2-2008
Actualizado el
20-10-2023