Los satélites del Sistema Solar
Satélites planetarios. Parámetros físicos y descubrimiento




Saturno y sus principales satélites


En esta segunda tabla he agrupado los parámetros complementarios a los orbitales recogidos en la primera, tanto los físicos de los propios satélites -tamaño, magnitud y densidad- como los relativos a su descubrimiento, fecha y descubridor.

En lo que respecta al tamaño, puede apreciarse que de todos ellos tan sólo tres -Ganímedes, Calixto y Titán- con alrededor de 5.000 kilómetros de diámetro, aproximadamente los mismos que Mercurio, pueden ser considerados de magnitud planetaria. Un segundo grupo estaría formado por los de tamaño similar a la Luna, entre los 3.000 y los 4.000 kilómetros de diámetro: la propia Luna, Ío, Europa y, algo menor al quedarse en los 2.700, Tritón. La tercera categoría, formada por los satélites que oscilan en torno a los 1.000-1.500 kilómetros de diámetro, es algo más extensa: Tetis, Dione, Rea, Japeto, Ariel, Umbriel, Titania, Oberón y Caronte; nueve en total.

El siguiente escalón , el intervalo comprendido entre los 300 y los 500 kilómetros de diámetro -éste último viene a ser, de forma aproximada, el tamaño mínimo para que un astro pueda presentar forma esférica- cuenta con los siguientes ocho satélites: Mimas, Encélado, Hiperión, Miranda, Proteo, Nereida, Hi’iaka y Disnomia.

El resto, 273 de los 297 satélites conocidos en la actualidad, es decir, más del 90% del total, se podrían considerar la calderilla, astros diminutos de forma irregular que en el mejor de los casos andan alrededor de los 200 kilómetros de longitud máxima -ya no se puede hablar de diámetro-, como ocurre con Amaltea, Jano, Febe, Sícorax, algunos satélites de Neptuno como Despina, Galatea y Larisa y, quizá, el todavía innominado satélite de Makemake, mientras los demás cuentan con unas dimensiones mucho más reducidas, en ocasiones no superiores a unos escasos kilómetros; simples guijarros perdidos en la inmensidad del cosmos.

La magnitud absoluta -no confundir con la visual- se define, en el caso de cuerpos pertenecientes al Sistema Solar, como el brillo con el que se percibirían, observados desde la Tierra, si estuvieran a una distancia de una unidad astronómica tanto de nuestro planeta como del Sol, estando completamente iluminados por éste. La magnitud absoluta nos da una idea bastante intuitiva de su relevancia -a mayor tamaño un brillo mayor, es decir, una magnitud más baja- , aunque hay que advertir que ésta depende de varios parámetros, no sólo el tamaño del astro sino también la distancia que nos separa de él y la capacidad reflectante de su superficie, mucho mayor para materiales helados que para los rocosos. Salvo la Luna ninguno de los satélites del Sistema Solar es visible a simple vista, salvo los cuatro galileanos -Ío, Europa, Ganímedes y Calixto- que, aunque situados en el límite mismo de la visibilidad a ojo desnudo, su cercanía al brillante Júpiter hace que queden oscurecidos por éste, siendo necesario el auxilio de un telescopio -o incluso de unos simples prismáticos- para poderlos observar sin problemas. El resto caen ya muy fuera de la capacidad del ojo humano, incluso los mayores y más brillantes como Titán, mientras los más pequeños tienen una luminosidad tan débil que ha sido preciso el uso de sofisticados instrumentos ópticos -o el de sondas espaciales enviadas a su cercanía- para poder detectar su existencia.

La siguiente columna recoge el nombre del descubridor. Es preciso advertir que en los últimos años la detección de nuevas lunas, bien gracias a las fotografías enviadas por las sondas espaciales o merced a los telescopios de nueva generación, mucho más potentes que los anteriores, se ha convertido en una empresa colectiva muy alejada de la imagen romántica del astrónomo pegado al ocular de su telescopio. Por esta razón quien aparece como descubridor suele ser en realidad tan sólo el que figura en primer lugar dentro del conjunto de nombres de su equipo, dándose la circunstancia de que en ocasiones, aunque un mismo equipo sea el responsable de varios hallazgos, al ir rotando el orden de los firmantes -algo habitual en las publicaciones científicas-, pudiera parecer que se trata de personas distintas. Incluso a veces nos podemos encontrar con que el “descubridor” es una sonda espacial, algo tan ilógico como hacer responsable del descubrimiento de los cuatro satélites galileanos al telescopio del genial científico toscano. En realidad, lo que ocurre es que quien está detrás del descubrimiento es un equipo que, por las razones que sea, se ha mantenido en el anonimato.

Por último, recojo las dos fechas relativas al descubrimiento de los satélites, la de su primera detección o descubrimiento propiamente dicho, y la del año en el que fue confirmada su existencia. Puede parecer una redundancia y en la mayoría de los casos lo es, pero en ocasiones pueden diferir, incluso en bastantes años para completarlo, sobre todo si éste es de pequeño tamaño o su observación resulta difícil, dado que el proceso de reconocimiento de un nuevo astro es complejo y precisa de varias etapas, entre ellas el cálculo de la órbita. Esto sin contar cuando un astro se “pierde” y se tardan años, cuando no décadas, en reencontrarlo. Así pues, resulta más completo rocoger ambas aunque muchas veces éstas coincidan.





Ver también:
Satélites planetarios. Parámetros orbitales


Publicado el 25-2-2008
Actualizado el 28-3-2024