Una poesía de Gregorio Romero Larrañaga





Gregorio Romero Larrañaga (centro) retratado por Esquivel



Aunque Alcalá es una ciudad que aparece con mucha frecuencia en la literatura, no es extraño que con relativa frecuencia aparezcan obras que la citan y que son desconocidas para todos aquellos que no son especialistas en la materia, obras que no por poco conocidas dejan de tener una gran calidad literaria. Éste es el caso de la poesía que, con el título de Alcalá de Henares, escribió Gregorio Romero Larrañaga a mediados del siglo pasado. Pero, ¿Quién era Romero Larrañaga?

Nuestro personaje nació en Madrid en 1814 y falleció en esta misma ciudad en 1872, fechas que ya indican que vivió en pleno período romántico. No son muchos los datos biográficos que he encontrado sobre él, pero sí afirman las obras consultadas que Romero Larrañaga fue la encarnación del romanticismo, estando influido por autores de la talla de Espronceda y Zorrilla. Estudió Filosofía y Jurisprudencia, pero dirigió su vocación hacia la literatura. Fue oficial de la Biblioteca Nacional, miembro activo del Liceo Artístico y Literario, y secretario particular de Manuel Bretón de los Herreros. Escribió en periódicos de su época y dirigió la revista La Mariposa. En lo que respecta a sus obras, éstas son numerosas tanto en prosa y en poesía como dramáticas, e incluso cuenta con un libreto de ópera titulado Padilla o el asedio de Medina, al que puso música Joaquín Espín y Guillén, un compositor que hoy en día ha caído en el olvido. Sería demasiado largo reseñar aquí todas las obras de Romero Larrañaga, por lo que bastará con citar algunas: Historias caballerescas, Cuentos históricos, Leyendas antiguas y tradiciones populares de España, Felipe el Hermoso, El gabán del rey, Los amantes de Chinchón, Juan Bravo el comunero, etc.

La obra que nos interesa apareció publicada dentro del libro titulado Poesías, fechado en 1841, y por lo que yo sé no debe de contar con ediciones posteriores. Yo la descubrí en la antología Madrid en la poesía, firmada por Alejo Martínez Martín, número 1 de la colección Madrid en la literatura publicada por la Comunidad Autónoma de Madrid. Merece sinceramente la pena rescatarla del olvido, por lo cual paso a reproducirla a continuación:


ALCALÁ DE HENARES

¿Es un vapor inmenso que se pierde
entre el pardo crepúsculo del día
aquella masa oscura?
¿O el ancho pico amarillento y verde
de una montaña altísima y sombría,
de gigante figura?

¿Allí hubo un tiempo la opulenta villa?
¿Allí los lares de la gente mora?
¿Fue sobre esa montaña,
do a San Bernardo entre las nubes brilla
la santa cruz, que anuncia que a otra aurora
ciudad será de España?

Ni chapiteles hay a la moruna,
ni árabes torres de punzón calado,
vistosos miradores,
tocas que brillen con la media luna,
recios fortines, velador soldado,
ni bélicos clamores.

Dos peñas son las únicas señales,
los memorandos restos que quedaron
donde fue la ciudad.
Y semejan dos losas sepulcrales,
que allí los huracanes las posaron
sobre la eternidad.

Una generación y otras cayeron.
Villa opulenta de memoria hermosa,
¿dónde estás, la Alcalá?
O en su vuelo las nubes te envolvieron,
o del monte en la entraña tenebrosa.
Pero no existe ya.

Vives, ciudad, cual viejo aventurero
que no blandió su enmohecida espada;
como fea matrona mal tocada,
sin un velo que oculte tu hediondez.

En blanco dejas las gastadas hojas
que un nombre te sellaron en la historia.
El tiempo, robador de la memoria,
ha escrito olvido en tu empolvada tez.


La triste imagen que Romero Larrañaga da de Alcalá es completamente cierta; en la fecha en la que fue publicada originalmente la poesía nuestra ciudad había alcanzado la cota más profunda de su decadencia. Desaparecida la universidad y desamortizados buena parte de sus conventos, al hundimiento económico de la vieja Compluto se unía la pérdida irreparable de buena parte de su patrimonio, con los edificios de la vieja universidad cisneriana vendidos en pública almoneda. No exagera Romero Larrañaga en su lamento, y basta con leer a otros escritores contemporáneos suyos para descubrir el hundimiento en el que se había sumido Alcalá. Así, nos dice Esteban Azaña:


El estado de la ruina de Alcalá, en cuyas calles crecía la hierba como en el campo, cuyo sombrío y triste aspecto, al que contribuían la soledad de sus edificios, daban a la ciudad el tinte de un pueblo encantado; por doquiera ruinas, por doquiera edificios abandonados y casas deshabitadas, hacían predecir la despoblación de Alcalá, o cuanto menos su reducción a la extensión de una pequeña villa, y hasta el plañir de las campanas de su iglesia Magistral parecía a los habitantes de aquellos días sonar tristes y quejumbrosas ante desdicha tanta. La hora de la destrucción de la ciudad ilustre, del pueblo histórico, del que fue la complacencia de Cisneros, parecía haber sonado en el reloj de los tiempos.


Por fortuna Alcalá se recuperó de la postración en la que estuvo sumida y, aunque todavía tuvo que superar la durísima prueba de la guerra civil, hoy es una ciudad completamente distinta de la que viera Gregorio Romero Larrañaga.

Una última cuestión queda pendiente. ¿Cuál fue la vinculación del poeta con Alcalá? ¿Se limitó a visitarla en busca de inspiración para su poesía, o tuvo una relación más estrecha con nuestra ciudad? Esto era algo que ignoraba en el momento de redactar este artículo, aunque no tardé demasiado en averiguarlo.




Ver Gregorio Romero Larrañaga, un escritor romántico.


Publicado el 12-7-1997, en el nº 1.533 de Puerta de Madrid
Actualizado el 23-6-2006