Gregorio Romero Larrañaga, un escritor romántico





Retrato de Gregorio Romero Larrañaga (figura central)
Tomado del cuadro Los poetas contemporáneos (1846), de Antonio María Esquivel.
Ilustración tomada de la página web del Museo del Prado



Cuando en julio de 1997 publiqué un artículo1 dando a conocer una poesía de Gregorio Romero Larrañaga dedicada a Alcalá, apunté la posibilidad de que este escritor romántico pudiera haber tenido alguna relación con nuestra ciudad, relación que en esos momentos ignoraba. Fue poco después cuando Luis Manuel Paniagua, tenaz bibliófilo, me puso sobre la pista de una biografía sobre este autor publicada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en 1948, libro que estaba completamente agotado. Gracias al servicio de bibliotecas de este organismo de investigación (trabajar en él tiene sus ventajas) pude conseguirlo en préstamo, con lo cual tanto él como yo, e incluso algún amigo más, pudimos beneficiarnos mutuamente de la información proporcionada por el mismo.

El libro en cuestión lleva por título Vida y obra literaria de Gregorio Romero Larrañaga2 y viene firmado por José Luis Varela, dicho sea esto por si alguien desea profundizar en el tema. De él procede la mayor parte de la información que aporto en este artículo ya que, como comenté en el anterior, es sumamente difícil encontrar datos biográficos de cualquier tipo sobre este escritor decimonónico.




Portada del libro de José Luis Varela


Todo esto está muy bien, puede que se digan ustedes, pero ¿cuál fue la relación de Romero Larrañaga con Alcalá? Pues el hecho de que nuestro personaje estudió en la universidad alcalaína durante varios años, siendo uno de sus últimos alumnos antes del cierre definitivo de la misma en 1836. Pero comencemos por el principio.

Gregorio Romero Larrañaga nació en Madrid, concretamente en la calle de la Merced (hoy englobada en la actual plaza de Tirso de Molina), el 12 de marzo de 1814, siendo su padre natural de Sigüenza y su madre de Simancas. Cursó estudios en el cercano Colegio Imperial, regentado por los jesuitas, recibiendo clases de Latinidad, Humanidades, Matemáticas y Filosofía, al parecer con gran aprovecha­miento. Tras estudiar en este centro entre 1828 y 1831 lo que ahora llamaríamos la enseñanza secundaria, a los diecisiete años de edad le correspondía ingresar en la universidad. Sin embargo, existía un problema. En 1830 habían sido cerradas las universidades a causa de la agitación política del momento. Suspendidas las clases, las universidades tan sólo admitían matrículas y realizaban exámenes, lo que obligaba a los estudiantes a cursar sus estudios de forma privada para posteriormente examinarse en la universidad.

Esta situación persistía cuando el 12 de enero de 1832 nuestro personaje solicitó al rector de la universidad de Alcalá la convalidación de los estudios de Filosofía realizados con los jesuitas de Madrid al tiempo que se matriculaba en Leyes, convalidación que le fue concedida. Puesto que no podía acudir a clase a la universidad, Romero Larrañaga acudió a casa de Pedro Gómez de la Serna, catedrático de la universidad y último rector de la misma, examinándose en Alcalá con resultados positivos.

Reabiertas las universidades en octubre de 1832, Romero Larrañaga asistió a clases en la de Alcalá durante los cursos 1832-1833 y 1833-1834, aprobando en este último el tercer curso de Leyes y obteniendo el grado de bachiller, que entonces era el primero de los títulos universitarios. Continuaría estudiando en Alcalá, siempre con aprovechamiento, durante el curso 1834-1835 pero no se tiene constancia documental de que lo hiciera en el siguiente, marcado por la supresión definitiva de la universidad complutense en octubre de 1836. Si Romero Larrañaga seguía aún con sus estudios universitarios, se vería obligado a continuarlos en Madrid.

Pero lo que motivaba a Romero Larrañaga no eran las leyes, sino la literatura, y fue entonces cuando comenzó su carrera literaria publicando su primer poema en 1836, a los 22 años de edad. Simultáneamente comenzó a frecuentar los círculos literarios de la capital conociendo, entre otros escritores, a Mesonero Romanos. A partir de ese momento su producción sería continua, caracterizándose por un romanticismo exacerbado. Su primera novela, El sayón, publicada ese mismo año 1836, recibiría críticas positivas de escritores de la talla de Mesonero Romanos o Bretón de los Herreros. Poco después conseguiría el título de abogado, pero no llegó a ejercer como tal dedicándose por entero a su carrera literaria, en la cual parecía tener un futuro halagüeño.

Miembro activo de la famosa tertulia literaria El Parnasillo, se incorporaría posteriormente al Liceo, un importante lugar de reunión para los artistas de la época, prácticamente desde la fundación del mismo. Allí Romero Larrañaga tendría ocasión de codearse allí con los escritores más afamados del momento: Espronceda, Zorrilla, Escosura, Bretón de los Herreros (del que llegó a ser secretario particular), Ventura de la Vega, Martínez de la Rosa, el conde de Toreno, Quintana, el duque de Rivas, Mesonero Romanos, Gil y Carrasco... y con la reina regente María Cristina o con el marqués de Salamanca, uno de los principales financieros de su época. También colaboró en numerosos periódicos y revistas de su época tales como el Semanario Pintoresco Español, El Mentor de la Infancia, El Español, La Mariposa (de la que fue director en 1839), El Reflejo o La Iberia Musical y Literaria.

Mientras tanto, Romero Larrañaga continuó desarrollando una intensa actividad literaria, siempre dentro del marco del romanticismo más exaltado. Fruto de la misma fueron obras tales como la novelas La cruz y la media luna (o La Biblia y el Alcorán) (1847), La Virgen del Valle (1847) y La enferma del corazón (1848), históricas (o más bien legendarias) las dos primeras y costumbrista la última, junto con la novela en verso Amar con poca fortuna (1846).

En lo que respecta a sus poesías, escritas siguiendo la pauta marcada por autores como Espronceda, Zorrilla o Escosura, fueron recopiladas en 1841, por iniciativa del Liceo, bajo el título genérico de Poesías, en un libro al que pertenece la obra Alcalá de Henares, inspirada sin duda en sus años de estudiante. Éste iba acompañado por un segundo tomo titulado Cuentos históricos, leyendas antiguas y tradiciones populares, unas narraciones en verso a las que seguirían Historias caballerescas españolas (1843) y Las ferias de Madrid (1845).

Sin embargo, su mayor dedicación estuvo volcada a dramas históricos tales, entre otros, como Doña Jimena de Ordóñez (1838), La vieja del candilejo (1838), Garcilaso de la Vega (1839), El licenciado Vidriera (1841, inspirado en la novela homónima de Cervantes), Misterios de honra y venganza (1842), Felipe el Hermoso (1845), Padilla o el asedio de Medina (1845, libreto de una ópera), El gabán de don Enrique (1847), Fernán González (1847), La Cruz de la Torre Blanca (1847), Juan Bravo el comunero (1849) o El héroe de Bailén (1852), la mayoría ambientados en esa Edad Media tan del gusto romántico y varios de ellos escritos en colaboración con otros autores.



Portada de una de las obras de Romero Larrañaga
Tomada de una digitalización de Google


Puesto que José Luis Varela enumera en su libro un total de 21 volúmenes más otras 68 obras dispersas, sería demasiado largo citar la bibliografía completa de Romero Larrañaga, repartida tal como ha quedado expuesto entre poesías, novelas y relatos,  obras teatrales e incluso alguna que otra contribución como libretista al género lírico, siempre con un predominio claro de las obras de carácter histórico tan populares en su época. A título de curiosidad se puede reseñar por último su participación, junto con otros autores, en la pieza trágico-cómico-burlesca en verso (sic) Los amantes de Chinchón, una parodia de Los amantes de Teruel de Hartzenbusch a la que quizá habría que considerar como un antecedente (dicho sea esto con todas las reservas posibles, puesto que no conozco el texto) de otra parodia de los dramas históricos que goza de merecida fama, La venganza de don Mendo de Pedro Muñoz Seca.

Volviendo a la biografía de Romero Larrañaga, nos encontramos con que a mediados de la década de los cuarenta nuestro escritor se encontraba sin trabajo fijo y, probablemente, con estrecheces económicas. Esta situación se resolvió cuando, en enero de 1844, ingresaba como funcionario en la Biblioteca Nacional, a la par que moderaba su hasta entonces intensa vida social. A partir de entonces tendría resuelto su futuro profesional, aunque a costa de desempeñar un puesto modesto y sin posibilidades reales de ascenso. También por esas fechas contraería matrimonio, lo que le creó la nueva responsabilidad de mantener a su familia al tiempo que afectaba a su creación literaria, que se vio muy recortada.

Al parecer el trabajo en la Biblioteca Nacional no debía de ser de su agrado, puesto que fueron continuas sus peticiones de licencia por los más variados motivos: Enfermedades suyas y de los miembros de su familia, fallecimiento de allegados... Aunque su delicado estado de salud debía de ser cierto al menos en parte, ya que los certificados médicos que adjuntaba eran continuos y reflejaban enfermedades tales como nefritis calculosa, cistitis crónica u oftalmía crónica, obteniendo licencia en 1845, previa prescripción médica, para viajar al balneario belga de Spa... pese a que en realidad aprovechó para recorrer Europa haciendo escala en París.

Mientras tanto, entre excusa y excusa para librarse de su tedioso trabajo en la Biblioteca Nacional, Romero Larrañaga continuaba estrenando periódicamente obras de teatro escritas bien en solitario, bien en colaboración con otros autores, sin que fuera obstáculo alguno un certificado médico, utilizado por el escritor para zafarse de la Biblioteca Nacional, en el que se le recomendaba que no trabajara y se dedicara a la inacción absoluta... aprovechando la oportuna licencia para escribir un nuevo drama.

José Luis Varela afirma que en 1850 Romero Larrañaga había muerto literariamente, por más que siguiera escribiendo alguna que otra obra. Mientras tanto, continuaba vegetando en la Biblioteca Nacional. En 1861 consiguió un ascenso al puesto de archivero, pero tan sólo dos años después fue nombrado director de la Biblioteca Provincial de Barcelona, lo cual en palabras de José Luis Varela le cayó a Romero como una maldición bíblica. Por variar solicitó una prórroga en el traslado, pero finalmente hubo de trasladarse, muy a su pesar, a la Ciudad Condal sin que al parecer le sirviera de demasiado consuelo su nombramiento, en 1866, de miembro de honor de la Academia de Buenas Letras de Barcelona. En 1867, tras cuatro años de estancia en la capital catalana, solicitó el traslado a Madrid alegando problemas de salud, y un año más tarde conseguiría dos meses de licencia tras los cuales le fue concedido el ansiado traslado.

De vuelta en Madrid llevó una vida discreta sin destacarse ni social ni literariamente hasta su muerte, que tuvo lugar a consecuencia de una pulmonía el 28 de noviembre de 1872, siendo enterrado en la sacramental de Santa María. Contaba Romero Larrañaga con cincuenta y ocho años de edad. Su fallecimiento, a decir de José Luis Varela, pasó completamente inadvertido sin más que unas breves reseñas en algunos periódicos.




1Ver también Alcalá en la literatura. Una poesía de Gregorio Romero Larrañaga.

2 VARELA, José Luis. Vida y obra literaria de Gregorio Romero Larrañaga. Instituto “Miguel de Cervantes”. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1948.


Publicado el 20-9-1997, en el nº 1.541 de Puerta de Madrid
Actualizado el 9-7-2013