Domingo Báñez, el rival de Luis de Molina





Cuando hace algunos meses publiqué el artículo dedicado al teólogo Luis de Molina, salió a relucir la figura de Domingo Báñez, su encarnizado rival que, como comenté en su día, también había pasado, al igual que Molina, por las aulas de la universidad alcalaína. Puesto que a esta circunstancia se une el hecho de que Báñez fue asimismo un importante teólogo, está totalmente justificado dedicar un artículo a su figura.

Comencemos con una breve reseña biográfica. Nuestro personaje era hijo de Juan Báñez de Artazubiaga y de Francisca López Paldón, originarios de la localidad vasca de Mondragón, razón por la cual Báñez firmaba sus obras con el gentilicio Mondragonensis. Sin embargo nuestro personaje no nació en el País Vasco sino en Castilla, concretamente en Valladolid, el día 29 de febrero de 1528. Los primeros años de su vida los pasó en su ciudad natal, pero en 1540, tras fallecer su madre, su padre contrajo segundas nupcias trasladándose con su familia a Medina del Campo, donde Domingo cursó estudios elementales de latín. Dos años más tarde inició sus estudios de Artes en la universidad de Salamanca, profesando como monje dominico en el convento de San Esteban de esta ciudad el 3 de mayo de 1547. Terminados en 1548 sus estudios de Artes abordó los de Teología, que realizó hasta 1552 bajo la dirección de Melchor Cano, Pedro de Sotomayor, Domingo de las Cuevas, Diego Chaves y otros afamados profesores.

Ese mismo año, recién terminados sus estudios y con 24 años de edad, comenzó su carrera docente en el propio convento de San Esteban, donde enseñó Artes hasta 1555. Entre esa fecha y 1561 ejerció de lector de Teología, algo así como lo que hoy llamaríamos profesor ayudante, tanto en San Esteban como en la universidad salmantina y, una vez licenciado, pasó a ser profesor de la recién creada universidad de Ávila, asentada en el convento dominico de Santo Tomás. A partir de este momento el padre Báñez emprendería una intensa carrera docente. De 1561 a 1567 enseñó en Ávila; en 1565 se había doctorado en Teología por la universidad de Sigüenza, título que no le libró del fracaso en su intento de opositar a una cátedra que había quedado vacante en la universidad de Alcalá. Báñez vendría no obstante a Alcalá en 1567, siendo profesor durante dos años en el colegio de Santo Tomás -la antigua cárcel y actual Parador- situado en la calle de los Colegios, frente a la actual Hostería del Estudiante. Entre 1569 y 1570 fue rector del colegio de Santo Tomás de Ávila, De 1570 a 1573 enseñó en San Esteban de Salamanca y, finalmente, de 1574 a 1576 fue rector del vallisoletano colegio de San Gregorio.

Antes de seguir adelante con sus actividades académicas, es preciso hacer un inciso para reseñar un punto importante de la biografía del padre Báñez, su condición de confesor de santa Teresa de Jesús durante su etapa abulense, a la que asesoró y apoyó en su proyecto de reforma de la orden carmelitana, recomendándole asimismo que escribiera el Camino de Perfección. Fruto de esta relación entre el dominico y la santa carmelita fue una cordial amistad que ambos mantuvieron de por vida, recibiendo Báñez a su vez apoyo de la santa en ocasiones tales como las oposiciones a cátedra a las que concurrió en 1581.

En 1576 comenzó una nueva etapa en la vida del teólogo dominico. Ese año abandonó Valladolid pasando a ser prior en Toro (Zamora), y también salió airoso de la investigación a la que fue sometido por la Inquisición, fracasando en un nuevo intento de ganar por oposición una cátedra que había quedado vacante en Salamanca. Volvería a intentarlo un año más tarde, esta vez con éxito, abandonando Toro para regresar a la ciudad del Tormes. Allí ejerció como catedrático durante cuatro años, hasta 1581, publicando obras como Deccisiones de iure et iustitia -unos comentarios sobre la Suma Teológica de santo Tomás- y colaborando en los trabajos que culminarían en la reforma del calendario gregoriano.

Ese año, tras una dura pugna con el agustino Diego de Uceda, que también aspiraba a ella, logró ganar la cátedra de Prima, la más prestigiosa de la universidad de Salamanca, que había quedado vacante tras la muerte del anterior titular, su antiguo condiscípulo Bartolomé de Medina. Báñez mantendría la cátedra hasta 1599, fecha en la que, enfermo, se retiró a su ciudad natal de Medina del Campo.

Sus años de Salamanca fueron los más fructíferos de la obra de Báñez, que publicó importantes estudios teológicos sobre la obra de santo Tomás, desarrollando con criterios propios las doctrinas de san Agustín y del propio santo Tomás. Esto le granjeó una bien merecida fama de erudito e, incluso, la confianza del propio rey Felipe II. Sin embargo, lo que probablemente le produjo más celebridad, quizá muy a pesar suyo, fueron las encendidas disputas teológicas que mantuvo con personajes tales como fray Luis de León y Luis de Molina, las cuales, convertidas en una pugna por el poder en el seno de la Iglesia entre jesuitas y dominicos, las principales órdenes religiosas de la época, acabaron arrastrando a sus desventurados promotores.

Puesto que en el artículo dedicado a Luis de Molina1 he expuesto en detalle el desarrollo de la polémica De auxiliis que, durante décadas, mantuvieron enconadamente jesuitas y dominicos, no creo necesario repetirlo aquí, razón por la que les remito al mismo si estuvieran interesados en los detalles. Baste, pues, con reseñar las principales pinceladas de la intervención de Báñez en la misma, así como las consecuencias que ésta tuvo en la vida del dominico.

En realidad la disputa entre ambas órdenes religiosas databa de tiempo atrás, aunque nuestro personaje ya estuvo involucrado en una de las primeras controversias públicas que mantuvo, en 1567 y precisamente en Alcalá, con el reputado jesuita Alonso Deza. Sin embargo, no fue sino hasta 1582, siendo ya catedrático en Salamanca, cuando se enconó ésta en el transcurso de un acto celebrado en Salamanca, a consecuencia del cual Báñez denunció a la Inquisición al jesuita Prudencio Montemayor y al propio fray Luis de León, a los que se les prohibió seguir defendiendo el molinismo. Este último contraatacaría a su vez años más tarde acusando a su rival de ser sospechoso de luteranismo, pero aunque Báñez fue investigado por la Inquisición, se libró de ser condenado por ésta.

Tal como comenté en el artículo de Luis de Molina, fue sobre todo a partir de la publicación en 1588 del famoso libro de Molina Concordia liberi arbitrii... cuando se desató abiertamente la guerra entre dominicos y jesuitas, siendo Báñez uno de los más tenaces opositores a las ideas del teólogo jesuita. Tal cariz llegó a tomar la disputa, que el propio Papa Clemente VIII se vio obligado a tomar cartas en el asunto en 1594, imponiendo silencio en un principio a los litigantes y, como ello no fuera suficiente, nombrando una congregación encargada de dictaminar sobre el tema, la cual precisó nada menos que nueve años de trabajo, entre 1598 y 1607, para llegar a una resolución de compromiso en la que, muy políticamente, se evitaba condenar por herejía a ninguna de las dos órdenes religiosas, permitiéndosele a ambas defender sus respectivas doctrinas. Para hacernos una idea del grado de enconamiento a que se llegó, basta con leer este párrafo de la Apología fratrum praedicatorum..., publicada por Báñez en 1595, cuya versión en español lleva por título Apología de los hermanos dominicos contra la Concordia de Luis de Molina2:


Piadosísimos Padres, defensores de la fe católica y, en virtud de la autoridad apostólica, legítimos debeladores de los errores heréticos, es del todo ajeno a nuestro instituto religioso, en obediencia a vuestro santo tribunal, pasar por alto cualquier afirmación impía y novedosa. Más aún, es propio de nuestro deber como fieles perros del primer y más importante inquisidor del error herético, nuestro bienaventurado y Santo Padre Domingo, no sólo ladrar contra las doctrinas peligrosas, sino incluso... morder con ferocidad a sus autores. Pues, ¿quién olfateó, husmeó y encontró a Constantino, Egidio, Cazalla y a otros seguidores y partidarios de la herejía luterana?


Por desgracia, y como suele ocurrir en estos casos, las principales víctimas del pulso fueron los desafortunados Molina y Báñez. En lo que respecta a este último, vio su salud tan quebrantada por la polémica que, enfermo y debilitado, se vio obligado a jubilarse en 1599, retirándose al convento de San Andrés, en Medina del Campo. Allí residió hasta su muerte, que tuvo lugar el 22 de octubre de 1604, sin que llegara a conocer el veredicto papal al igual que le ocurriera a su antiguo rival, fallecido cuatro años antes. Sus trabajos teológicos, de orientación escolástica, han sido parcialmente reeditados en fechas recientes, aunque algunos de ellos continúan manuscritos e inéditos.




1 Ver también Los otros alcalaínos. Luis de Molina, el teólogo creador del molinismo

2 Apología de los hermanos dominicos contra la Concordia de Luis de Molina. Traducción, introducción y apéndice de Juan Antonio Hevia Echevarría. Biblioteca de Filosofía en español. Fundación Gustavo Bueno, 2002.


Publicado el 31-7-2004, en el nº 1.867 de Puerta de Madrid
Actualizado el 11-7-2013