Los Santos Niños en el Suplemento al Año Cristiano





Además de las numerosas ediciones en español con que contó El Año Cristiano, el famoso santoral del jesuita francés Jean Croise traducido por el erudito español José Francisco Isla, varias de las cuales fueron asimismo ampliadas con aportaciones de sus sucesivos editores españoles, en 1793 el sacerdote Juan Julián Caparrós publicó un SuplementoEn el que se añaden las vidas de los Santos Nacionales y Extrangeros, cuyas festividades tiene adoptada la Iglesia de España”, según reza en la portada. No se entiende bien la razón por la que en este Suplemento se vuelve a relatar la historia del martirio de los Santos Niños y del posterior culto a sus reliquias, ya que ésta ya figuraba en las sucesivas ediciones del propio El Año Cristiano, pero lo cierto es que es el padre Caparrós quien en esta ocasión nos la vuelve a narrar con una redacción diferente a la de la obra principal, razón por la que resulta interesante recogerla aquí e, incluso, cotejar ambos textos.

En lo que respecta al padre Caparrós, lo único que puedo decir de él es lo que figura en la portada del libro: “Doctor en ambos Derechos, Cura del Arzobispado de Toledo, Rector y Capellán mayor del Monasterio de Religiosas Agustinas de Santa María Magdalena de la Corte de Madrid”. El libro, como ya he comentado, fue impreso en 1793 en la imprenta madrileña de Joseph García, y figura como el tomo cuarto de la primera edición. A diferencia de en El Año Cristiano la festividad de los Santos Niños aparece fechada aquí el 6 de agosto y no el 9 y, al igual que hiciera en la transcripción de éste, he modernizado la ortografía y la puntuación buscando facilitar la lectura.




Santos Justo y Pástor, mártires

Entre los prodigios de valor que dieron los ilustres Mártires de Jesucristo en tiempo de las persecuciones gentílicas, se distinguió como una especie de heroísmo el de los dos ilustres niños Justo y Pastor naturales de Compluto, hoy Alcalá de Henares; cuya memoria ha sido siempre la admiración de los siglos así como fue por entonces su constancia el asombro aun de los mismos paganos. Suscitaron los emperadores Diocleciano, y Maximiano en principios del siglo IV una de las mas crueles persecuciones que padeció la Iglesia; dejándose ver en el Oriente y en el Occidente arroyos de sangre derramada de los inocentes fieles por el furor de los gentiles. Vino a España Daciano, hombre feroz como ninguno, en la clase de gobernador o lugarteniente de los dichos príncipes, muy a propósito para ejecutar sus impíos designios; y como el principal de sus encargos era extinguir si pudiese el nombre y la religión de Jesucristo, dejó en todos los pueblos por donde hizo tránsito horrorosas señales de su tiranía, sacrificando innumerables víctimas inocentes al rigor de inhumanos suplicios.

Presentóse en Alcalá esta fiera insaciable de la sangre de los cristianos a ejercer las bárbaras funciones de su costumbre, e hizo publicar los bandos que en todas partes, dirigidos a que rindiesen adoración los fieles a los dioses romanos, so pena de padecer los más exquisitos tormentos. Consternaron a toda la ciudad los impíos decretos, y como Dios quería, que aquel dichoso pueblo fuese el teatro de uno de los más recomendables triunfos del cristianismo, cuando las personas más robustas se hallaban poseídas de un terror pánico, salieron al campo de la batalla dos inocentes niños, uno de siete, y otro de nueve años, a vencer a un tirano que era el azote más temible que conocieron los siglos. Justo y Pastor fueron estos nunca bien ponderados héroes, que arrojando las cartillas en uno de los días que se conducían a la escuela, se presentaron en la casa de Daciano alentados de un valor, y de un espíritu excesivo a sus años confesando eran cristianos y que querían morir por Jesucristo. Extrañaron los ministros del inicuo presidente la generosa resolución de los dos niños; pero creyendo el tirano, luego que se le dio aviso del suceso inopinado, que sería una ligereza inmadura de su puerilidad imbuida en las ideas de la religión del Crucificado, mandó azotarles secretamente, discurriendo amedrentarles con aquel castigo; pero fue tan al contrario, que en la ejecución misma se animaron recíprocamente los dos hermanos a padecer gustosos cuantas penas pudiera discurrir la crueldad de aquel bárbaro enemigo.

Son dignos de referirse los admirables razonamientos con que se esforzaron los dos niños. Pareció a Justo que su hermano mayor podría tener algún recelo de su constancia, en el supuesto de su mas tierna edad, y queriendo darle pruebas de su valor, le habló de esta suerte:

No temas Pastor la muerte temporal que nos espera, ni te espanten los tormentos que disponen los tiranos, ni hagas caso del cuchillo que ha de atravesar nuestras gargantas; pues el Señor, que nos hace la merced de que padezcamos por amor suyo, nos dará fortaleza para vencer y lograr la corona del martirio.

Oyó Pastor lleno de gozo la exhortación de su hermano, y contestándole en los mismos términos, le dijo:

Con razón te llamas Justo, como lo acredita tu espíritu y el deseo que tienes de padecer por Jesucristo. Sabe que no temo morir en tu compañía, ni ofrecer al Señor mi vida en sacrificio viendo con el gusto que tú ofreces la tuya, para que ambos consigamos los premios eternos en el Cielo, que están prometidos a los que confiesan el santo nombre de Cristo delante de los hombres sus enemigos.

Quedáronse asombrados los ejecutores del castigo de la animosidad de los dos hermanos, y habiendo dado parte a Daciano de lo que les habían oído, temeroso éste que si se publicaba el que había sido vencido por unos niño, serviría su ejemplo para animar a los cristianos, mandó que los degollasen secretamente. Fueron ejecutadas las órdenes del tirano en el 6 de agosto del año 304 en el campo llamado Laudable por la felicidad del terreno, que está fuera de la ciudad, y en la piedra sobre que se ejecutó el cruento sacrificio de las inocentes víctimas quedaron impresas como en blanda cera las manos y las rodillas de los dos ilustres niños, cuyas señales se ven hasta hoy en la misma lápida, que se conserva después de tantos siglos en la capilla donde se les tributa la reverencia debida.

Ausentóse Daciano de Alcalá, luego que se ejecutó el injusto castigo con los niños; o bien por temor de la indignación del pueblo resentido de su crueldad contra unos inocentes, o bien por la confusión que le causó aquel triunfo tan vergonzoso a su poder y a su orgullo, o bien por el temor que le ocupó, habiendo sabido que los ángeles en forma visible recibieron las dichosas almas de Justo y Pastor luego que espiraron con admiración de los asistentes al suplicio, y con este motivo tuvieron los fieles proporción de darles sepultura en el mismo sitio donde fueron martirizados, sobre el cual erigieron un oratorio subterráneo según la costumbre observada por los cristianos en aquellos turbulentos siglos de persecución, donde concurrían los fieles a venerar sus reliquias, logrando por su intercesión muchos beneficios del Altísimo.

Las frecuentes irrupciones de enemigos que ocuparon el reino de España hicieron que se perdiese la memoria del santuario de los insignes Mártires de Jesucristo, hasta que fue amonestado Asturio Arzobispo de Toledo por divina revelación para que se interesase en la invención de tan precioso tesoro. Encontróle con efecto a virtud de las mas exquisitas diligencias con imponderable gozo suyo y de todos los ciudadanos, y habiendo erigido una iglesia sobre el antiguo sepulcro de los dos niños, rehusó volver a Toledo y sacrificó el resto de su vida en servicio de los ilustres Mártires, cuya memoria fue celebérrima todo el tiempo que los godos se mantuvieron en España según se acredita por el elogio de San Isidoro, que hablando de aquel santuario se explica en estos términos:

¡O sitio verdaderamente feliz! donde se derramó la sangre de los dos niños, a fin de que como en relicario se guardase, y se venerase para bien de tantos pueblos. En este lugar se reconoce un copioso número de milagros de prodigiosa salud de innumerables enfermos: aquí la virtud divina vence el furor del demonio, cura las llagas, sana los miembros viciados, templa los dolores, se logran los deseos, se oían las oraciones de los que imploran el patrocinio del cielo, y consiguen remisión de las culpas los que cayeron en ellas.

Lo mismo se justifica por el elegante himno que se halla en el Breviario Mozárabe aplicado a la festividad de los santos niños.

Continuó la veneración de los ilustres Mártires en los términos dichos hasta la irrupción de los árabes en España; en la que temeroso Urbicio natural de Burdeos su cordialísimo devoto, de que cayese tan precioso tesoro en manos de los bárbaros, le robó secretamente por los años 714 y lo condujo al reino de Francia, habiendo conseguido su libertad del cautiverio de los mahometanos por la intercesión de los Santos, a quienes jamás separó de su persona. Pasó después este siervo de Dios a las montañas de Huesca, e hizo la vida eremítica hasta en su feliz tránsito en un santuario del Valle Nocito. Murió Urbicio en opinión de santo, y habiendo dispuesto que se depositasen los cuerpos de los dos niños al lado de su sepultura; ejecutado así, se les tributó el correspondiente obsequio en el oratorio dicho.

Amplió en Alcalá don Alonso Carrillo Arzobispo de Toledo la iglesia de los Santos Mártires; y deseoso de trasladar a aquel templo sus venerables reliquias, apeló para ello al rey Don Fernando el Católico, quien mandó a su hijo Don Alfonso, Arzobispo de Zaragoza, que contribuyese al logro que intentaba el de Toledo. Púsolo en ejecución este gran prelado por los años 1477; pero viendo que ni por derecho, ni por mediar su autoridad, podía reducir a los de Nocito a la entrega, se valió de dos monjes para la extracción a pretexto de la devoción que acordaron. Ejecutaron el piadoso robo clandestinamente los diestros emisarios, mas sabido el caso por un sacerdote llamado Vencio, siguieron los del Valle precipitadamente a los monjes hasta el pueblo de Santa Olalla, y recuperaron el tesoro.

A pesar del suceso referido, habiendo aumentado el Cardenal Ximénez de Cisneros la Santa Iglesia de Alcalá, y dotado en los términos que goza aquella Magistral, renovó sus instancias con el mismo don Alonso de Zaragoza, siendo ya virrey de Aragón, a fin de conseguir las reliquias de los santos Mártires. Valióse el arzobispo de ciertos ladrones famosos, llamados los Linares, condenados a pena capital, ofreciéndoles perdón en el caso que robasen los cuerpos de los santos niños. Ejecutáronlo una noche no sin grande temor, como confesaron después; anduvieron tres días por los montes de Pinella con tan espesas nieblas, que no se veían unos a otros, y preocupados con un miedo formidable les depositaron en la iglesia de San Miguel de Foces, pueblo cerca de Huesca; pero viendo que no podían caminar sin pavor, dieron noticia secretamente de todo el suceso a Juan Cortés, prior de la iglesia de San Pedro el antiguo de Huesca, a la que pertenecía la de San Urbicio del Valle Nocito, quien trasladó con toda solemnidad en aquel templo los santos cuerpos en el año 1499, donde los depositó en una capilla, que se llamó después de San Justo y Pastor a virtud de los muchos prodigios que el Señor se dignó obrar por la intercesión de los dos ilustres niños.

Sin embargo de lo dicho, no desistieron los complutenses de sus antiguas pretensiones, las cuales hubieron cumplimiento en el año 1567, en que a fuerza de sus repetidas instancias, obtuvo el Rey Felipe II breve especial del Papa Pío V, su fecha en Roma en 12 de abril del mismo año, mandando en virtud de santa obediencia al obispo de Huesca, que a la sazón era don Antonio Agustín, que entregase la mitad, o la mayor parte de la reliquias de los Santos niños a la Iglesia de Alcalá y en cumplimiento de las Letras Apostólicas, las entregó aquel prelado a los comisionados a este fin en el 15 de enero del ano siguiente con las correspondientes auténticas y seguridades, las cuales llegaron a Alcalá en el 7 de Marzo, donde fueron recibidas con el júbilo que cabe en el pecho de los que suspiraron tantos siglos por la posesión de tan grande tesoro. Asimismo obtuvo el Rey Felipe II otro breve de Pío V, su data en el 15 de Diciembre, para haber otras reliquias de los Santos Mártires, y para poderlas colocar donde fuese su voluntad; y en uso de esta facultad envió don Antonio Agustín para el Real Monasterio del Escorial una pierna de san Justo, y otra de san Pastor en 4 de enero del año 1569.




Ver también Los Santos Niños en El Año Cristiano


Publicado el 14-9-2015