La España Artística y Monumental de Escosura y Villaamil

Vista exterior del Palacio Arzobispal
de la ciudad de Alcalá de Henares

Tomo III - Cuaderno 2º - Estampa IV





Los dos artículos restantes, dedicados ambos al Palacio Arzobispal, pertenecen ya al tomo III de la obra. Al igual que ocurriera con la Universidad, el Palacio estaba igualmente en un estado de semiabandono. Aunque desde hacía tiempo los arzobispos de Toledo habían dejado de visitarlo, despreocupándose por lo tanto de su conservación y mantenimiento, la desamortización de Mendizábal de 1836 supuso el paso de su propiedad al estado, que como otros muchos edificios religiosos de la ciudad lo puso a la venta en pública subasta. Al no haber ningún comprador fue devuelto al arzobispado, que siguió siendo su propietario legal hasta que en 1858 ambas partes llegaron a un acuerdo de cesión de uso, que no de la propiedad, para que en él fuera instalado el Archivo General Central, lo que supuso una profunda -y en ocasiones excesiva- restauración del edificio. Tras el incendio de 1939 el obispado de Madrid, escindido del arzobispado toledano en 1868, recuperó lo que quedaba del Palacio restaurándolo parcialmente y demoliendo el resto, y en 1991 éste se convirtió en la sede del nuevo obispado complutense.

Cuando Parcerisa y Villaamil lo visitaron, en el período de tiempo comprendido entre su desamortización y su restauración como sede del Archivo General Central, el Palacio estaba poco menos que abandonado y en unas condiciones de conservación deplorables. Por ello no es de extrañar que, piadosamente, fijaran su atención en los aspectos más presentables del decrépito edificio, una vista exterior y otra del patio de Covarrubias, renunciando a hacerlo con estancias tan valiosas como el desaparecido Salón de Concilios. La primera de las dos láminas, con su correspondiente texto, está dedicada a la vista exterior del Palacio, aunque por razones que desconozco -quizá por su estado de conservación- Villamil no eligió la fachada principal que da al patio de armas, como hubiera parecido lo más lógico, sino la lateral que linda con la plaza de las Bernardas. La vista está tomada, aproximadamente, desde la esquina de la calle de Santiago con la plaza de Palacio, apareciendo en primer plano el sólido Torreón de Tenorio, a la izquierda la entonces existente tapia del patio de armas, reemplazada años después por la actual verja, y la zona del Palacio en la que se ubicaba el patio de Covarrubias, desaparecida en el incendio de 1939. A la derecha, cortada parcialmente, nos encontramos con la fachada de la iglesia de las Bernardas.

Al igual que ocurriera con el grabado del Paraninfo, nos encontramos aquí con una curiosa mezcla de elementos reales con otros distorsionados o directamente inventados. Lo primero que llama la atención es que Villamil modificó de nuevo las proporciones de los edificios, de forma que el Torreón de Tenorio y la fachada lateral del Palacio aparecen, respectivamente, más chato y más corta de como son en realidad. Por el contrario, sí reprodujo con notable exactitud la torre renacentista cubierta con un chapitel de pizarra que remataba al torreón medieval, la cual fue demolida años después durante las obras de restauración del Palacio, pero de la que se conservan algunas fotografías.

En cuanto al vecino convento de las Bernardas, resulta curioso que aparezca reflejada con gran detalle, torreón incluido, la Casa de la Demandadera intermedia entre ambos edificios y que, sin embargo, la fachada de la iglesia sea completamente inventada sin más que un remoto parecido en su diseño general con la real. A la izquierda del dibujo se aprecia la ya citada tapia del patio de armas, bastante fiel a la que hubo allí, pero lo más sorprendente es descubrir que Villaamil alteró completamente la perspectiva trasponiendo parte de la fachada principal, con su galería de arcos renacentistas, de su ubicación real, invisible desde ese ángulo al quedar oculta tras el Torreón de Tenorio, a lo que sería el rincón que hace la plaza de Palacio antes de llegar a la esquina con la calle Cardenal Sandoval, donde entonces, al igual que ahora, tan sólo había una tapia tras la que se encontraba el Jardín del Vicario.

Lo que sí coloca más o menos en su sitio es el torreón que asoma por encima de la tapia, uno de los dos que flanqueaban la desaparecida portada mudéjar que daba paso al patio de Covarrubias y, curiosamente, la fuente que todavía hoy se conserva en la plaza de Palacio. Completan la escena los habituales personajes del pintor, más pintorescos en muchas ocasiones que reales, representados en esta ocasión saliendo de misa de las Bernardas junto con algún que otro haraganeando por los diferentes rincones del dibujo.

El texto, por su parte, se limita a hacer una descripción histórica del Palacio haciendo hincapié en la biografía de Juan Gómez de Mora, arquitecto al que hace autor, equivocadamente, de la fachada principal del edificio:




Entre las muchas y excelentes obras de arquitectura que en la ciudad de Alcalá de Henares hacinó, por decirlo así, la munificencia de los príncipes y prelados españoles, durante el largo periodo en que fue aquel pueblo rival de la sabia Salamanca, tanto en la ciencia de sus doctores, cuanto en el número de sus estudiantes, en la riqueza y variedad de los colegios mayores y menores, en la esplendidez de los actos literarios y en la celebridad de los alumnos de sus aulas; entre las muchas y excelentes obras de arquitectura, decimos, que aún hoy se miran de pie, ya que no intactas ni siquiera respetadas, en la antigua Compluto, dando testimonio de su pasada grandeza, y sirviendo de contraste con su melancólico estado presente, merece especial mención el palacio que allí tienen los metropolitanos prelados de la imperial ciudad de Toledo; y por eso no sólo le consagramos la estampa a que se refieren estas líneas, sino que, a mayor abundamiento, nos proponemos publicar una de sus vistas interiores en nuestro próximo cuaderno. Pero de la última trataremos a su tiempo, hablando por ahora exclusivamente del edificio en general y de la lachada que nuestra estampa representa en particular.

El origen del palacio arzobispal de la ciudad de Alcalá de Henares se pierde en la antigüedad de los tiempos; pero sin temeridad puede conjeturarse, tanto en virtud de algunas consideraciones artísticas que después expondremos, cuanto por su posición misma, que es adherente al recinto murado, del que aún se conservan notabilísimos y crecidos restos, que su destino primitivo fue el de fortaleza o alcázar, y que con el discurso de los años vino a convertirse en pacífica morada de un príncipe de la Iglesia. Su solidez, en efecto, el carácter belicoso de su trazado y partes accesorias acreditan suficientemente nuestra conjetura, robustecida además hasta la evidencia, con testimonios históricos que omitimos producir en obsequio a la brevedad, y por no convertir estos artículos en disertaciones que, si pudieran ser agradables a los anticuarios o eruditos de profesión, seguramente retraerían de su ya no muy amena lectura a la generalidad de las personas cultas, a cuya instrucción y artístico recreo consagramos nuestros desvelos.

Como quiera, pues, que ello sea, el palacio de que tratamos era ya propiedad de los señores arzobispos de Toledo en el siglo XIV de la era cristiana, siglo en cuyo último tercio hizo el celebre prelado de aquella iglesia don Pedro Tenorio, de quien muchas veces y con grande elogio hemos hablado en los dos primeros tomos de la España Artística y Monumental, construir el lienzo de la muralla que corre desde la puerta de la ciudad, llamada de Madrid, hasta el palacio mismo, reedificar algunas torres de este, y levantar otras nuevas, como igualmente aumentar, reparar, y mejorar varios de los interiores aposentos de aquel monumento.

De estas obras, opinamos con el señor Llaguno, en sus eruditas noticias de los arquitectos y arquitectura de España, que puede suponerse autor a Rodrigo Alfonso, quien cuando se ejecutaron era maestro mayor de la catedral de Toledo, según ya lo tenemos dicho en varios de nuestros precedentes artículos.

Los sucesores del arzobispo Tenorio, a medida que la necesidad lo exigía, que su afición a las bellas artes se lo aconsejaba, o que al fausto y brillo de su dignidad convenía, continuaron reparando, aumentando y embelleciendo el palacio de Alcalá; por manera que este ofrece en su conjunto y pormenores infinita variedad de estilos, maneras, y gustos de arquitectura, de donde resulta que ofrece cierta originalidad grandiosa a los ojos del artista, un aspecto enciclopédico (permítasenos la palabra) para el amante de los recuerdos históricos, y una inagotable mina de sombrías inspiraciones para la fantasía del poeta.

Por lo que respecta a la fachada principal, asunto de la estampa a que nos referimos, diremos que su parte moderna es obra del siglo XVII y del pontificado del cardenal don Bernardo de Rojas, siendo muy presumible que hiciese las trazas y diseños el célebre Juan Bautista Monegro, a la sazón maestro mayor de la catedral, aunque en realidad quien dirigió aquel trabajo consta que fue el arquitecto Juan Gómez de Mora, de cuya biografía daremos algunas ligeras noticias.

Su inclinación a las bellas artes y su excelencia en ellas eran bienes hereditarios, pues, según conjeturas muy probables, fueron sus padres Juan Gómez, uno de los pintores que en tiempo del rey Felipe II trabajaron en el Escorial, y doña Francisca de Mora, hermana del arquitecto don Francisco de Mora, discípulo del famoso Herrera, trazador mayor y aposentador mayor de palacio, en el reinado del mismo Felipe II, a quien debió mucho afecto y señaladas mercedes. Entre las muchas y buenas obras de don Francisco de Mora nos limitaremos a citar la reedificación interior del bellísimo Alcázar de Segovia. Discípulo, además de sobrino, de aquel célebre artista, debióle Juan Gómez una instrucción sólida en su profesión y la plaza de su ayudante, destino en que le halló la muerte de su tío y del cual fue promovido en 1611 por Felipe III al de maestro y trazador mayor de las obras reales. En tan bella posición y en una época en que las artes alcanzaban gran predicamento en España, un hombre también preparado por la educación, y a quien el cielo había concedido claro ingenio, no podía menos de acreditarse; y, en efecto, son muchas y en general excelentes las construcciones quedan testimonio de su saber y talento. El convento de la Encarnación, que la piqueta revolucionaria ha destruido sin misericordia ni miramiento; el convento de San Gil; la plaza de Madrid, que por sus diseños se construyó en dos años, y que ya sólo tiene de aquel arquitecto la casa llamada la Panadería, si bien renovada y modificada por don José Donoso el año de 1673; la fachada meridional del antiguo Alcázar, y las bóvedas subterráneas que minaban sus patios, son los principales monumentos que Juan Gómez de Mora dejó en Madrid, sin que el atender a su trazado y dirección le estorbase para ocuparse en otras obras de las provincias. Así es suyo el magnífico colegio de los Jesuitas en Salamanca, que dejó mandado en su testamento la señora doña Juana de Austria, esposa de Felipe III; lo es también el colegio de Santiago en la misma universidad; diseñó la iglesia elíptica del convento de Recoletas Bernardas en Alcalá de Henares, que es una de las preciosidades artísticas de aquella ciudad; y amén de otros muchos trabajos, hizo igualmente el de la fachada del palacio arzobispal. El rey le amaba y retribuía magníficamente, tanto que Gómez de Mora arrastraba coche, lujo en su época mucho más raro que en la nuestra, porque entonces no había Bolsa; vivió tan feliz como lo consiente la naturaleza humana, y murió llorado por los años de 1647.

Hablemos ya especialmente de la vista que damos al público, la cual representa la entrada principal del atrio del edificio y tiene un carácter que hace recordar involuntariamente los tiempos del feudalismo. El torreón flanqueado por garitones y matacanes pertenece evidentemente al género de fortificación gótico-arábiga exclusivo a la España, así como también la mezcla de materias con que está construido. Grandes sillares forman sus ángulos, y el macizo está compuesto con piedras irregulares que llaman sillarejo, unidas por medio de una mezcla de cal y de arena. La parte antigua y superior es de ladrillo interpolado con piedras regulares que forman dos grandes fajas a la manera árabe. Colocado el torreón en un ángulo del edificio, termina airosamente las dos cortinas o grandes lienzos que lo separan de la ciudad. En la una están abiertas las puertas que dan ingreso al palacio, puertas que nada tienen que interesarnos pueda en sus detalles, pero cuya disposición es graciosa en extremo. Mas el otro costado nos ofrece un ejemplo notable de góticas ventanas que no hemos visto repetido en ningún otro edificio español, aunque sí en Inglaterra en los monumentos normandos. Son las ventanas a que aludimos de gran dimensión y están formadas por un paralelogramo cuya parte superior corona un segmento de círculo. De la clave de éste, de sus dos ángulos, o intersecciones con los dos costados de la ventana, y de la mitad de la altura de los costados mismos, parten otros cinco paralelogramos, cuyas intersecciones en el centro del primero forman una estrella de seis puntas, a la manera árabe. Los huecos intermedios están adornados con tréboles y crestería de un trabajo exquisito. Las jambas y dovelas que unen las ventanas al muro son de piedra de Ontoria. Corre sobre el segmento de círculo superior un bocelón que lo circunscribe sostenido en sus extremos por dos caprichosos grifos, y descansa sobre él, a la manera árabe, un arco de ladrillos adovelados que ligan esta construcción al resto del edificio.

La masa de éste es, como arriba dejamos apuntado, imponente en extremo; y sin duda la parte principal que representa nuestra estampa debe ser contemporánea de los torreones árabes que rodean este monumento y parte de la antigua ciudad.

Remata la obra de esta torre un ático sosteniendo una armadura cubierta de pizarra, obra mucho más moderna que el citado torreón.



Publicado el 8-1-2015