Tierra de titanes





Número 32, con la ilustración correspondiente a Los mares vivientes de Venus, de Karel Sterling, número 84 de la antigua colección.

Solucionados momentáneamente los problemas en Valera Miguel Ángel Aznar, que ha recobrado su antiguo grado de almirante, parte hacia el circumplaneta comandando una flotilla exploradora compuesta por tres cruceros que, poco después, es atacada por los habitantes del planeta. Puesto que los aviones enemigos tan sólo disponen de armamento convencional -es decir, explosivos químicos- su ataque no hace mella en los férreos cascos de dedona de los cruceros valeranos, aprovechando Miguel Ángel Aznar para ordenar su persecución con objeto de capturar a alguno de sus tripulantes. Consumido su combustible los aviones caen finalmente sobre la impenetrable selva que recubre la superficie del circumplaneta siendo abandonados por sus ocupantes, momento que aprovechan los valeranos para intentar hacerlos prisioneros.

La tarea no resulta fácil debido a la fiereza de los mismos, unos insectos gigantes que recuerdan por su aspecto a las mantis -aunque, como se sabrá más tarde, en realidad forman colonias similares a las de las hormigas- pero con una talla superior a la humana. Estos seres están dotados de inteligencia y de una tecnología similar a la de la Tierra de principios del siglo XX, pese a lo cual sus extraños aviones están provistos de unos generadores antigravitatorios -algo desconocido para los valeranos- que contrastan vivamente con lo tosco de su diseño.

Acto seguido Miguel Ángel Aznar decide buscar el lugar de procedencia de las mantis, para lo cual los valeranos rastrean unos focos de neutrinos -producidos por reactores nucleares- que, suponen, deben de corresponder a algún núcleo habitado del circumplaneta. El crucero en el que viaja el almirante se dirige hacia ese lugar; todo parece indicar que las mantis no deberían ser rivales para unos valeranos infinitamente más avanzados tecnológicamente, pero... inesperadamente el  poderoso navío es derribado por algo que, según los científicos presentes a bordo, sólo puede ser un emisor de ondas gravitacionales.

Tras el naufragio los valeranos se encuentran abandonados en un mundo hostil sin apenas más medios que sus propias manos, pero Miguel Ángel Aznar y sus compañeros consiguen sobrevivir en la selva venciendo incluso a las mantis -que, descubren horrorizados, son también antropófagas- en un encuentro cuerpo a cuerpo. Su situación, no obstante, resulta ser  bastante crítica: los otros dos cruceros de la flotilla no pueden acercarse a socorrerlos, puesto que serían víctimas también de las mortíferas ondas gravitacionales, y las emisoras de sus trajes espaciales carecen de potencia suficiente para comunicarse con ellos. Por fortuna a la inversa no ocurre igual, por lo que sus compañeros les envían un mensaje que sí pueden recibir, aunque no responder: enviarán una flotilla de cazas delta con los receptores abiertos, de forma que puedan informarlos sobre el lugar aproximado en el que se encuentran.

Así ocurre, y el mensaje es enviado con éxito. Pero apenas se han marchado los providenciales deltas aparecen los aviones del enemigo, que comienzan a bombardearlos. Por fortuna para ellos sus compañeros se han apercibido de la situación, por lo que una segunda oleada de deltas da buena cuenta de los atacantes al tiempo que deposita en el terreno una gran cantidad de pertrechos y vituallas convenientemente miniaturizados. Inmediatamente proceden a atacar las dos posiciones enemigas desde las que se emitían las ondas gravitacionales, consiguiendo destruir uno de los proyectores pero no el otro. Esta circunstancia impide que puedan rescatarlos, pero las circunstancias han cambiado radicalmente: Los náufragos son ahora un pequeño ejército perfectamente equipado y capaz por lo tanto de defenderse del enemigo. Y, puesto que todos los indicios indican que el proyector de ondas gravitacionales aún operativo sólo es capaz de emitir hacia el aire, pero no hacia el suelo, se encuentran en una situación privilegiada para intentar destruirlo ellos mismos, algo que no resulta posible para los cruceros.

La pequeña fuerza bélica de los valeranos se dirige resueltamente a su objetivo, encontrándose con un enorme éxodo de insectos que huyen despavoridos de la ciudad bombardeada... provistos de unos rudimentarios medios -ni tan siquiera disponen de vehículos de tracción mecánica- que contrastan vivamente con la sofisticada tecnología necesaria para la construcción de los generadores de ondas gravitacionales, lo que les hace sospechar que las mantis no son sus constructoras, sino unos simples beneficiarios de la herencia de una desconocida civilización anterior mucho más antigua y evolucionada. Tras alcanzar su destino descubren con sorpresa una inmensa ciudad subterránea habitada por las mantis, pero evidentemente de origen ajeno a ellas, junto con el buscado emisor de ondas gravitacionales, el cual desconectan tras neutralizar a sus guardianes.

Libres ya de obstáculos las naves de sus compañeros pueden ya aterrizar en la recién conquistada ciudad, la cual esperan que les sirva para desentrañar los grandes enigmas que se esconden en el misterioso circumplaneta. Se confirma así la teoría de que las ondas de radio emitidas desde el circumplaneta, que habían llamado la atención de Valera, nunca podrían haber sido producidas por los bárbaros insectos, sino por una raza infinitamente más evolucionada y probablemente humanoide que ha utilizado éste a modo de gigantesco acelerador de partículas, y de la cual se sospecha que hubiera podido incluso construir el gigantesco mundo anular.



Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción