Viajeros en el tiempo





Tras la reedición de otros dos antiguas novelas independientes publicadas en su día en Luchadores del Espacio (Embajador en Venus, número 39, y Robinsones cósmicos, número 40), Pascual Enguída­nos retornó a la Saga de los Aznar con este número 41, y lo hizo recurriendo a unos temas que poco o nada tenían que ver con la trama original de la misma. ¿Motivos? Lo ignoro, aunque sospecho que la obligación de escribir una nueva novela cada quince días tenía que redundar tarde o temprano en un agotamiento del escritor por muy fértil que fuera su imaginación. Por otro lado, cuando Enguídanos escribió la primera parte de la Saga lo hizo de una manera discontinua, alternándola con otras novelas no relacionada­s con ésta y, por supuesto, con las novelas de otros autores. Aquí, por el contrario, se dedicó exclusivamente a la Saga introduciendo en ella de vez en cuando episodios colaterales, lo que provoca que algunas novelas que reúnen la suficiente calidad para haber resultado interesantes como obras independientes, adolezcan de una vinculación con la Saga de los Aznar bastante cogida por los pelos, ya que no basta con que los personajes sean los mismos para que resulten forzados los viajes por el tiempo y los desplaza­mientos a Tierras de universos paralelos.

Viajeros en el tiempo es la primera muestra -aunque no sería la última- de este divagar que caracterizó a la Saga de los Aznar durante varios números. Aprovechando la ilustración original de Regresaron dos muertos, una novela de Joe Bennett aparecida con el número 159 de la primera edición de Luchadores del Espacio, Enguídanos continúa relatándonos el desarrollo de la campaña entre sadritas y valeranos, ya decididamente decantada a favor de estos últimos. La novela se inicia con la simbólica celebración de la Navidad en el desolado territorio donde mucho tiempo atrás estuviera asentada la ciudad de Belén, mientras Valera continúa realizando periódicos acercamientos a la Tierra con objeto de proveer, con la ayuda de su atracción gravitatoria, de un nuevo movimiento de rotación al planeta restituyéndole el ciclo periódico de días y noches del que se viera privado dieciséis mil años antes a raíz de la irrupción de los invasores sadritas en el Sistema Solar.

Simultáneamente se produce entre el estamento científico de Valera una enconada discusión acerca de la posibilidad de utilizar los campos gravitatorios recién descubiertos -en realidad copiados de la tecnología barpturana- como medio para viajar con mucha más rapidez, pudiéndose romper así la barrera de la luz al desplazarse no por el espacio normal sino por el subespacio, una exótica magnitud física que Enguídanos diferencia claramente del tópico hiperespacio.

Puesto que los científicos temen, con razón como se verá más adelante, que un viaje de esas características pueda tener consecuencias fatales para los seres vivos, tras muchas deliberaciones se acuerda enviar una astronave no tripulada con objeto de solventar este problema. Pero como una nave completamente automática podría implicar problemas irresolubles de cara a su posterior recuperación y, por consiguiente, a la interpretación de los resultados del experimento, se decide que la misma transporte una máquina karendón con las grabaciones de varios tripulantes previamente obtenidas en Valera. Cuando se calcule que la nave haya terminado su viaje, éstos serán desmaterializados en Valera para aparecer en la nave, siempre que ésta haya llegado, efectivamente, a su destino.

Tras un largo preámbulo que ocupa la primera mitad de la novela entre los comentarios referentes a la guerra contra los sadritas y los preparativos de la expedición al subespacio, en el cual Enguídanos aprovecha para burlarse inmisericordemente de la burocracia al tiempo que profundiza en la descripción de los dos jóvenes hermanos Aznar, comienza la narración del viaje propiamente dicha. Los tripulantes del crucero Sonda son Miguel Ángel y Fidel Aznar, los dos hijos del Superalmirante, junto con un tercer astronauta los cuales, tras una primera intentona fallida, son restituidos al segundo intento en el interior del crucero. La primera parte del experimento ha sido realizada con éxito, aunque los protagonistas encuentran muertos a todos los animales que habían sido transportados en el crucero; esto confirma las sospechas de que para los seres vivos resulta imposible atravesar el subespacio, salvo estando desmaterializados en la máquina karendón.

Sin embargo, los acontecimientos demuestran haber tomado un sesgo inesperado: La nave aparece junto a la Tierra, lo cual parece indicar que no se ha desplazado ni un solo metro desde su lugar de lanzamiento. Pero en realidad no ha ocurrido así, ya que tras captar las emisiones de radio descubren con sorpresa que el viaje no ha tenido lugar en el espacio, sino en el tiempo; tras una prolija explicación de Fidel Aznar que sirve para documentar al lector sobre las teorías sobre el espacio-tiempo manejadas por Enguídanos -el viaje por el subespacio los ha transportado al lugar del espacio que ocupaba la Tierra veintitrés mil años atrás-, se encuentran con un planeta en el cual transcurre el mes de febrero de 1945, cuando ya la II Guerra Mundial toca a su fin y las tropas alemanas están siendo derrotadas por los aliados.

Espoleados por la curiosidad, ambos hermanos deciden realizar una breve exploración antes de retornar a su tiempo, eligiendo como destino la torturada Alemania. Mientras el tercer tripulante se queda a bordo del crucero, los dos Aznar lo abandonan a bordo de sus armaduras voladoras tomando tierra en las cercanías de la ciudad de Dresde. Llegan a una granja y se refugian en ella, trabando amistad tras la inicial sorpresa con sus dos únicos habitantes, un viejo alcohólico amargado porque la guerra le ha arrebatado a sus dos hijos varones, y Katherina Rudel, su joven hija de veinte años que tan sólo desea escapar del infierno en el que se ha convertido Alemania.

Aunque los deseos de los dos protagonistas se limitan a realizar una breve exploración antes de retornar a su tiempo, se ven sorprendidos por los demoledores bombardeos aliados que arrasaron la ciudad de Dresde hasta sus cimientos. Acompañando al viejo granjero ayudan al rescate de los heridos, utilizando Fidel Aznar sus portentosas técnicas médicas aprendidas de los barpturanos. Pero cuando vuelven a la granja se encuentran con una desagradables sorpresa: Los servicios de inteligencia nazis han detectado la conversación realizada por radio la noche anterior entre los valeranos y el crucero, visitando su refugio cuando sólo Katherina se encontraba allí. Por fortuna un segundo bombardeo ha impedido que descubrieran los trajes de diamantina que los hermanos Aznar han ocultado en el granero, pero éstos no dudan de que volverán en su busca.

Así pues, apresuran su marcha. Pero Katherina se ha enamorado de Fidel Aznar y le pide que la lleve con ellos, a lo cual éste no puede acceder, pese a que él también ama a la chica, porque el método que utilizaron para llegar allí no lo permite: Al pertenecer al pasado y no al presente de los protagonistas, si se desmaterializara a Katherina en el crucero y se la volviera a materializar en Valera, según Fidel Aznar lo más probable sería que su alma se encontrara reencarnada en otro cuerpo distinto -aquí la influencia de las religiones orientales en la obra de Enguídanos resulta patente-, con lo cual tan sólo recuperarían un cadáver. Es un riesgo demasiado elevado que Fidel Aznar se niega a aceptar. Eso sí gozarán de una noche de amor, la única concesión carnal que el autor permite al circunspecto Fidel, probablemente uno de sus personajes favorito; no obstante, como se verá más adelante, esta efímera efusión amorosa acarreará consecuencias importantes para el futuro de la familia Aznar.

Mientras tanto los soldados alemanes vuelven a granja, viéndose obligados los hermanos Aznar a poner apresuradamente tierra por medio. Así, mientras Fidel los entretiene Miguel Ángel huye al granero y, posteriormente, es el propio Fidel el que recurriendo a sus portentosos poderes telecinéticos se evapora delante de las narices de sus enemigos. Una vez protegidos por las armaduras de diamantina resultan invulnerables ante sus enemigos, volando tranquilamente hasta el seguro refugio de su crucero. Concluye la narración describiendo un avistamiento del crucero valerano por parte de los aviadores norteamericanos que participan en una nueva incursión aérea sobre la martirizada ciudad de Dresde, en acertada clave de narración ufológica; Enguídanos, en ocasiones, se permitía estas pequeñas bromas.

Independientemente de que se trate de un episodio colateral de la Saga la novela es francamente buena, y en ella enlaza el autor con notable maestría una guerra imaginada del futuro -la de los valeranos contra los sadritas- con una real -la II Guerra Mundial- describiendo muy acertadamente un episodio histórico, el bombardeo de Dresde, que nos recuerda que, además de autor de ciencia ficción, Pascual Enguídanos abordó también, con bastante éxito por cierto, el género bélico, estando sus novelas perfectamente documentadas. Este contrapunto, huelga decirlo, le permitirá establecer comparaciones muy juiciosas entre ambos conflictos.

Conviene recordar, asimismo, que el propio Enguídanos ha manifestado que a él no le gustaba introducir episodios bélicos en sus novelas pero que se veía obligado a hacerlo por exigencias de la editorial, y aunque es probable que en esta segunda etapa de la Saga contara con una mayor libertad de acción que cuando escribió, veintitantos años atrás, la versión original de la primera, cabe suponer que la reconquista de la Tierra por los valeranos fuera una etapa obligada, pese a todo, en el nuevo devenir de la Saga. Por esta razón no es de extrañar que aborde este episodio con una evidente desgana, aprovechando el brusco cambio de registro para especular sobre la sinrazón de todas las guerras: Los aliados -argumenta el veterano autor- están infligiendo daños innecesarios a los civiles alemanes, inocentes en su mayor parte de las anteriores barbaridades de los nazis; de idéntica forma, se pregunta Miguel Ángel Aznar -su hermano es de por sí un pacifista convencido-, ¿qué justificación moral tiene exterminar a unos sadritas inocentes de la felonía cometida por sus antepasados, cuando la humanidad dispone de suficiente espacio libre en Atolón como para no necesitar al pequeño planeta que fuera el solar de su raza? Parece como si Enguídanos se vengara sutilmente de la obligación -ignoro si implícita o explícita- de tener que recurrir a la violencia para dejar cerrado el capítulo -la reconquista de la Tierra- que quedara inconcluso al terminar la primera parte de la Saga. Y desde luego, resulta significativo comprobar que, una vez reconquistada y repoblada la Tierra, ésta tan sólo merezca la atención del autor en una única ocasión (La Tierra después) y no precisamente de forma cariñosa, como se podrá comprobar.



Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción