Puente de mando
Número 38, ilustrado con la portada correspondiente originalmente a Entropía, el número 63 de la vieja colección firmado por el Profesor Hasley. Esta novela narra la guerra entre valeranos y sadritas en la superficie de la Tierra después de los fulgurantes éxitos iniciales en el espacio, la cual, para desesperación de los generales valeranos, se muestra estancada e incluso desfavorable para las armas humanas sin que ninguno de los responsables conozca la razón. Puesto que los sadritas siempre han sorprendido a sus rivales con armas nuevas -conviene no olvidar que ellos fueron los inventores de la luz sólida y de los escurridizos omegas, y que llegaron a poner en un brete al mismísimo Valera durante la guerra anterior gracias a su capacidad para miniaturizarse ellos mismos, algo imposible para los humanos-, cabría pensar que en los miles de años transcurridos desde la última guerra -los valeranos calculan unos dieciséis milenios- bien podrían haber desarrollado otra invención diabólica capaz de traer en jaque a las armas humanas.
Paralelamente, los gobernantes del autoplaneta estudian la manera de devolver a la Tierra la rotación perdida cuando tuvo lugar la primera transmutación solar; el plan de acción consiste en que Valera se acerque a la Tierra lo suficiente para conseguir que, con su atracción gravitatoria, el planeta vuelva a girar sobre su propio eje, pero mientras tanto la tenaz resistencia sadrita comienza a exasperar a los valeranos. Finalmente éstos descubren la causa de su fracaso: sus enemigos están usando bombas miniaturizadas de difícil detección y todavía más difícil interceptación. No se trata de armas reducidas de tamaño que necesitan recuperar su volumen original para ser efectivas, técnica ésta dominada por los humanos desde mucho tiempo atrás, sino auténticas bombas volantes del tamaño de un insecto.
En esta novela los dos hijos del Superalmirante se muestran, asimismo, como los nuevos protagonistas de la Saga por encima, incluso, de su propio padre. El primogénito Miguel Ángel, digno heredero de la tradición militar de su familia, combate en primera línea y es objeto de una celada que lo convierte en prisionero de los sadritas, los cuales le implantan en su interior la mente de uno de los suyos en un intento de conseguir la invasión de Valera tras hacerse con el control de los cuerpos del almirante y de sus más directos colaboradores. Por fortuna el diabólico complot es descubierto a tiempo por su hermano Fidel, siendo liberado Miguel Ángel de su incómodo huésped merced al expeditivo método de desintegrarlo en la máquina karendón volviéndolo a integrar con una copia más antigua de su cinta, lo que impide a la mente del sadrita volver a introducirse en él.
Más interesante es la historia de Fidel, el hermano menor, que por ser mestizo de valerano y barpturana y, como tal, pacifista a ultranza, se ve obligado a convertirse en objetor de conciencia para despecho de su padre... Aunque finalmente consigue alcanzar una solución de compromiso alistándose como médico en la Armada. Sin embargo, no por ello la labor de Fidel resulta ser menos importante que la de su hermano: gracias a sus poderes parapsicológicos consigue interrogar a un sadrita prisionero, descubriendo los planes enemigos -y también la debilidad de una raza que se halla profundamente dividida a la llegada de Valera-, así como la imposibilidad absoluta del menor atisbo de concordia entre ambas humanidades. Fidel Aznar descubre, asimismo, la posesión de su hermano por el alma de un sadrita, teniendo que luchar no sólo contra éste, sino también contra la incredulidad de quienes le rodean, antes de conseguir evitar finalmente que los enemigos de los humanos consigan llevar adelante sus siniestros planes.
La novela resulta en su conjunto compleja e interesante, lo que demuestra la madurez literaria de Enguídanos. Su principal mérito, no obstante, es la audacia con la que el autor plantea en toda su crudeza el tema de la objeción de conciencia en vísperas de la muerte de Franco, cuando todavía no estaba ésta reconocida legalmente y el destino de los objetores era la cárcel.
Resulta llamativo, asimismo, que en la novela se plantee la batalla entre humanos y sadritas limitada a la Tierra, con tan sólo unas breves referencias a Marte, Venus y Ganímedes; teniendo en cuenta que inicialmente los sadritas se habían asentado en Urano por ser éste un planeta, según el autor, mucho más afín a sus condiciones de vida, el hecho de que Urano no sea nombrado ahora ni una sola vez no dejará de sorprender al lector avisado. Pero conviene ser indulgentes con don Pascual; teniendo en cuenta los años transcurridos, que sus motivaciones eran ahora muy diferentes de las de entonces y que, probablemente, escribiera este episodio de la Saga a regañadientes, se le puede perdonar este olvido.
Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción