Ascensor espacial



Aunque la idea del ascensor espacial fue propuesta por vez primera en 1960 por por el ingeniero ruso Yuri Artsutanov, ésta fue popularizada por Arthur C. Clarke a finales de los setenta, convirtiéndose pronto en un tópico familiar para los lectores de ciencia ficción. Esto no impidió que asimismo se estudiara como una posible técnica viable para un futuro más o menos cercano.

En esencia, el concepto de ascensor espacial es sencillo: puesto que un satélite artificial situado en órbita geoestacionaria permanece inmóvil sobre un punto determinado de la superficie terrestre, ¿por qué no tender entre ambos un cable por el que pudiera discurrir un ascensor? Las ventajas serían evidentes, ya que se evitaría el sistema actual, tan engorroso como costoso, de poner cargas en órbita merced a cohetes lanzadores impulsados por combustibles químicos.

Sin embargo, a la hora de considerar el problema real surgen varios inconvenientes importantes. Hay que tener en cuenta que, si bien los dos extremos del cable permanecerían en equilibrio gravitatorio, no ocurriría lo mismo con el resto de su recorrido, sometido a las fuerzas de marea, es decir, a un gradiente gravitatorio capaz de hacer pedazos un cuerpo de cierto tamaño y con fuerza incluso hasta para frenar la rotación de la Luna haciendo que ésta nos presente siempre la misma cara. Teniendo en cuenta que estamos hablando de treinta y seis mil kilómetros de cable, no se puede decir que se trate de una nadería. Pese a que en la actualidad no se conoce todavía ningún material capaz de soportar tamañas tensiones y que además sea lo suficientemente liviano como para que su peso no resultara un inconveniente insoluble -al fin y al cabo habría que izarlo hasta allá arriba-, algunos teóricos han especulado con la posibilidad de que materiales que actualmente se encuentran en una fase inicial de desarrollo, como los nanotubos de carbono, podrían ser los idóneos para la construcción de este larguísimo tendido.

Sin embargo, esto tampoco acabaría con todos los posibles problemas. Como es sabido, la posición de los satélites geoestacionarios no es estrictamente estable, ya que las perturbaciones gravitatorias, aunque pequeñas, provocan pequeñas desviaciones de sus órbitas que han de ser corregidas con los motores de los que van equipados. De hecho, es el agotamiento de las reservas de combustible de estos motores lo que suele determinar el final de la vida operativa de los satélites. Aunque en el caso de los satélites de anclaje este caso no se daría, ya que siempre se les podría suministrar combustible subiéndolo por el ascensor, la enorme tensión del cable podría muy bien arrancarlos de su posición de equilibrio, acabando por desplomarse todo el montaje con las consiguientes y catastróficas consecuencias.

Personalmente soy muy escéptico acerca de la posibilidad de que los ascensores espaciales puedan llegar a ser viables algún día, pero ¿quién sabe? Ya lo dijo don Hilarión, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad...


Publicado el 5-11-2008