La Semana Santa de mi juventud
El Cristo de la Columna a su
paso frente a la fachada de la Universidad
Quiso el azar que mis primeras incursiones por el mundo de los adultos (comencé mis estudios universitarios en octubre de 1975) vinieran a coincidir en el tiempo con el colapso de la Semana Santa alcalaína tal como siempre la había conocido, ya que en 1976 dejó de salir en procesión el Cristo de los Doctrinos (la Virgen de la Esperanza y los Atributos de la Pasión habían dejado de hacerlo algunos años antes), en 1979 hizo lo propio la Dolorosa de la cofradía del Santo Entierro, y a principios de los años ochenta la restauración de la iglesia de las Bernardas, sede canónica de las cofradías de Jesús de Medinaceli y de la Virgen de la Soledad se encargó del resto dejando las procesiones de Semana Santa reducidas a su mínima expresión, con tan sólo la procesión de la madrugada del Viernes Santo del Cristo de la Agonía y la corta procesión general de la tarde del Viernes Santo reducida a cuatro pasos (el Cristo de Medinaceli, el de la Agonía, el Cristo Yacente del Santo Entierro y la Virgen de la Soledad). Eso era todo.
Las razones para este colapso son de sobra conocidas. En parte se trataba de un problema de ámbito nacional, dado que eran los años de la Transición y el horno no estaba para bollos, máxime cuando esta tradición se identificaba erróneamente con un régimen franquista que gran parte de los españoles deseaban olvidar. Pero aunque la crisis de la Semana Santa se dio en mayor o menor medida en toda España, en Alcalá alcanzó límites aún mayores debido a que por entonces la mayor parte de su población, recién llegada de otras regiones españolas, todavía no se había integrado lo suficiente en la vida ciudadana como para asumir como propias estas manifestaciones.
De todos modos, he de confesar que por aquel entonces no fue algo que me preocupara demasiado. Amén de estar en una edad en la que por sistema se acostumbra a cuestionar buena parte de lo que se tiene delante de los ojos, yo por entonces estaba bastante enfrascado en mis estudios universitarios y, una vez terminados estos en el verano de 1980, bastante tuve con arrostrar el servicio militar primero y un destierro en tierras bercianas por motivos laborales justo después, a lo que se sumaría a continuación la azarosa búsqueda de un trabajo razonablemente fijo. En consecuencia, hasta bien entrado el año 1983 no pude volver a poner los pies (tanto literal como figuradamente) en tierras alcalaínas. Eso sí ya para entonces, a mis veinticinco años recién cumplidos, había madurado lo suficiente como para interesarme por temas que hasta entonces no me habían llamado excesivamente la atención. Y la Semana Santa fue uno de ellos.
Hacia mediados de esa década las procesiones habían mejorado algo con respecto a los años inmediatamente anteriores, ya que en 1983 la Adoración Nocturna recuperó el antiguo paso de Jesús con la Cruz a Cuestas, que llevaba muchos años sin salir en procesión, para celebrar un Vía Crucis en la noche del Martes Santo al tiempo que se incorporaba a la procesión general, y en 1984 la cofradía del Cristo de Medinaceli restablecía su procesión propia, en la tarde del Jueves Santo, manteniendo asimismo su participación en la procesión general. Sin embargo, todavía se seguía estando muy por debajo del nivel medio alcanzado a finales de los años sesenta.
Habría que esperar aún unos años, concretamente hasta 1988, para encontrarnos con el revulsivo que permitiría el despegue definitivo de la Semana Santa complutense. Esta iniciativa tuvo un nombre propio, el de José Macías, entonces concejal de festejos del Ayuntamiento, y otro colectivo, la cofradía del Cristo de la Columna, que fue la responsable de llevarlo a cabo. Esta cofradía, de nueva creación y la primera de índole penitencial que se formaba en Alcalá desde que en 1957, más de treinta años antes, lo hiciera la de Jesús de Medinaceli, fue promovida personalmente por Macías, dándose la circunstancia peculiar de que la totalidad de sus integrantes eran miembros de las distintas peñas festivas de la ciudad, lo que motivó que también se la conociera durante algún tiempo como la del Cristo de las Peñas. Como imagen titular de la misma se eligió un Cristo atado a la columna propiedad del convento de las Carmelitas de la Imagen, sin especial valor artístico (se trata de una imagen de serie procedente de los talleres de arte religioso de Olot) pero al que el entusiasmo de la nueva cofradía pronto hizo popular entre los alcalaínos.
Los comienzos de la cofradía del Cristo de la Columna, no obstante, no resultaron nada fáciles. Por un lado, Macías se vio obligado a afrontar las reticencias de muchos correligionarios suyos que, pese al tiempo transcurrido, seguían empeñados en el error de considerar incompatibles estas manifestaciones religiosas con una ideología de izquierdas. Por el otro extremo, los sectores más conservadores de la ciudad, empeñados en no comprender la urgente necesidad de revitalizar una Semana Santa totalmente acartonada, veían con malos ojos que la nueva cofradía estuviera formada por unos peñistas de cuya responsabilidad dudaban.
Por fortuna para todos la recién nacida cofradía logró pasar la prueba de fuego con toda brillantez, desmintiendo a los agoreros que por uno y otro lado habían pregonado su fracaso al tiempo que conseguían un gran éxito público. La cofradía, pues, se asentó con rapidez, al tiempo que el viento fresco que trajo consigo logró que las anquilosadas cofradías tradicionales fueran renovándose poco a poco. Aunque ese año de 1988 el Cristo de la Columna tan sólo participó en la procesión general de Viernes Santo, a partir de 1989 lo haría también en la suya propia de la medianoche del Miércoles Santo, tradición que ha mantenido hasta el presente.
Pese a que la Semana Santa alcalaína comenzaba a remontar tras los largos años de decadencia, todavía era una flor delicada que había que cuidar para que no se marchitara, y aquí la labor de José Macías siguió siendo importante ya que, además de apoyar la creación de la cofradía del Cristo de la Columna, logró que por vez primera el Ayuntamiento subvencionara a las cofradías, al tiempo que financiaba la edición del cartel anunciador (el primero de ellos reproducía una magnífica fotografía del Cristo de los Doctrinos obra como, varios de los posteriores, de Luis Alberto Cabrera) y el programa de actos. Por último, el incansable Macías conseguiría que volviera a salir en procesión, también en 1988, la Dolorosa del Santo Entierro, que llevaba nueve años sin hacerlo salvo los dos en los que, por restauración de la iglesia de las Bernardas, lo hizo en sustitución de la Virgen de la Soledad, o que en 1989 se crease la procesión del Domingo de Ramos, la cual hasta 2006 no contó con imagen propia.
Puestos ya los cimientos, el despegue de la Semana Santa alcalaína tendría lugar, ya de manera diríase que casi explosiva, a partir de la década de los noventa; pero esta etapa pertenece ya a otro capítulo de la historia.
Ver también:
La
Semana Santa de mi infancia
La Semana Santa de mi
madurez
La Semana Santa que viene
Publicado en el nº 6 de La Columna, Semana
Santa de 2007
Actualizado el 30-3-2007