¡Ha muerto el Sol!
Cuando a mis doce o trece años leí por primera vez esta novela, la primera que caía en mis manos de la Saga de los Aznar, confieso que me quedé francamente extasiado. Yo conocía con anterioridad bastantes novelas de la colección Luchadores del Espacio y ciertamente me gustaban; pero ésta habría de rebasar con creces los límites de mi admiración al tiempo que me abría las enormes posibilidades de toda una Saga de cuya existencia no había tenido hasta entonces ni la más remota idea.
Hoy en día, siendo yo mucho más pragmático y exigente, sigo encontrando que ésta es una excelente novela que culmina con todo derecho la magnífica serie de los sadritas. Su dinamismo hace olvidar las discutibles teorías científicas que en ella se barajan, y tanto la calidad literaria de la misma, apenas retocada en la segunda versión, como la espléndidamente lograda portada que tanto me impresionara de pequeño, contribuyen a redondearla sin dejar apenas fisuras.
Comienza la novela describiendo el retorno sanos y salvos, cuando ya todos les daban por muertos, de los supervivientes de la fracasada expedición a Oberón, entre los que se cuentan los dos Miguel Ángel Aznar, padre e hijo, junto con la prometida del segundo de ellos, Sofía Medina. Éstos, tras haber permanecido escondidos durante un tiempo prudencial bajo la gruesa capa de polvo que cubría la superficie del satélite, habían conseguido burlar la vigilancia de los sadritas filtrándose entre sus líneas hasta acabar recalando en Ganímedes, de donde son trasladados a la Tierra.
Su llegada coincide con la confirmación, por parte de los científicos, de la necesidad imperiosa que tienen los sadritas de transmutar el Sol en una estrella de helio, mortal para los terrestres, como única manera posible de poder asentarse en nuestro Sistema Solar, dado que para su metabolismo de titanio la radiación solar es tan perniciosa como lo sería para los terrestres la emitida por un sol de helio.
Mientras se discute acaloradamente sobre la posibilidad de que los hombres de titanio sean capaces o no de llevar a cabo su amenaza, al tiempo que las Armadas de los tres planetas confederados (Venus, la Tierra y Marte) proceden a un febril rearme de sus buques con los nuevos proyectores de luz sólida, el enemigo se mantiene agazapado en su refugio de Urano sin atacar las bases terrestres destacadas y sin dar la menor señal de vida.
Pero la tranquilidad durará apenas unos meses, cuando los terrestres todavía no estaban preparados para la guerra. Un enorme autoplaneta repleto de helio y lanzado a velocidades próximas a la de la luz, lo cual de acuerdo con la Teoría de la Relatividad hizo aumentar miles de veces su masa, pasa rozando a la Tierra para incrustarse en el Sol, transmutándolo inmediatamente en el temido astro de helio.
Por si fuera poco, a causa de la atracción gravitatoria del intruso la Tierra ve bruscamente detenido su movimiento de rotación, aunque lo que describe Enguídanos es en realidad una rotación capturada similar a la de la Luna, en la que por tener la misma duración tanto la rotación como la traslación, o si se prefiere el día y el año, el astro -en este caso la Tierra- pasa a mostrar siempre el mismo hemisferio al Sol, mientras el hemisferio opuesto se sume en una noche perpetua. Este fenómeno, inverosímil desde un punto de vista astronómico pero indiscutiblemente efectivo a la hora de acrecentar el dramatismo de la narración, sería utilizado de nuevo por Pascual Enguídanos en su posterior trilogía de Finan, aunque en esta ocasión es el planeta vagabundo que da nombre a la serie el que provoca un trastorno similar.
Asimismo el brutal tirón gravitatorio provoca serias convulsiones en el subsuelo del planeta, los cuales se traducen en apocalípticos terremotos, maremotos y erupciones volcánicas los cuales, sumados a todo lo anterior, contribuyen aún más a sumir a la Tierra en el caos.
Una reunión urgente de los más afamados científicos, convocada por las autoridades terrestres, es categórica en sus conclusiones: El Sol ha muerto, sustituido por una estrella dañina bajo la cual no puede prosperar la vida de carbono, que está condenada a morir en el plazo de unas pocas semanas. Los sadritas han conseguido arrojar limpiamente a la humanidad de su propio solar sin necesidad de arriesgar una sola vida, ya que ante tales circunstancias, y dada la imposibilidad de revertir el proceso, la única alternativa que le queda al hombre es evacuar un Sistema Solar que repentinamente se le ha vuelto hostil y asesino.
Claro está que no todos, y en especial los militares, se resignan a aceptar lo que les ha deparado el destino. Aunque la evacuación sea inevitable, la humanidad clama venganza, y en una segunda reunión a la que acuden los presidentes de los tres planetas confederados (Venus, la Tierra y Marte) se acuerda presentar batalla a los sadritas una vez que la población civil, evacuada en una flota de autoplanetas, se encuentre a salvo más allá de las fronteras del Sistema Solar.
Asimismo en esa reunión se estudian los posibles destinos para una doliente humanidad forzada a buscar refugio en otro sistema estelar. Aunque la opción lógica es Redención, se sabe que tanto este planeta como su vecino Solima están superpoblados, lo que sin duda dificultará el asentamiento de los 50.000 millones de personas expulsados de la Tierra, Venus y Marte. El Almirante Mayor Miguel Ángel Aznar propone, ante el escepticismo de la mayoría de los reunidos, viajar en dirección opuesta hasta los antiguos planetas thorbod, presumiblemente deshabitados aunque perfectamente habitables tiempo atrás, cuando permaneció exiliado junto con su familia en uno de ellos, lo que evitaría ese problema de falta de espacio al tiempo que les permitiría colonizar unas tierras vírgenes. Claro está que existe la posibilidad, que él considera remota, de que los hombres grises hubieran vuelto a resurgir una vez más convirtiéndose en un obstáculo para el asentamiento de los exiliados en estos astros, pero Miguel Ángel Aznar opina que con la nueva tecnología de la luz sólida no resultaría difícil derrotarlos de nuevo, amén de que por encontrarse el autoplaneta Valera en el cercano sistema de Nahum siempre podrán contar con su enorme potencial bélico, ahora acrecentado con la luz sólida.
Finalmente, y ante la convicción de que el grueso de la humanidad prefiere las incomodidades de Redención a la incertidumbre de los planetas thorbod, se alcanza una solución de compromiso: el grueso de la flota de autoplanetas se dirigirá al primero de estos destinos, mientras una pequeña flotilla de tres, uno por cada uno de los tres planetas, viajará a los planetas thorbod. Mientras la inmensa mayoría de la humanidad se hacina como buenamente puede en los insuficientes autoplanetas de que disponen los tres planetas, los que han optado por seguir a los Aznar en su aventura gozarán, por el contrario, de unos vehículos espaciales completamente holgados para su escaso número.
Como cabe suponer, ni los terrestres ni sus aliados venusianos y marcianos se resignarán a abandonar su hogar sin antes intentar destruir a sus crueles enemigos. Así, mientras los autoplanetas parten hacia sus lejanos destinos, la potente flota sideral combinada, recién equipada con los nuevos proyectores de luz sólida que sustituyen a los anticuados proyectores de rayos Z, marcha hacia Urano buscando trabar combate con los odiados sadritas, interviniendo Miguel Ángel Aznar hijo en calidad de ayudante del almirante jefe.
Iniciada la batalla, ésta se saldará con una resonante derrota de los terrestres; aun equipados con los nuevos proyectores de luz sólida, su táctica resulta ser demasiado conservadora para poder detener a los veloces y escurridizos omegas del enemigo. Cuando la situación está bordeando el desastre, y con el almirante muerto tras un ataque del enemigo, Miguel Ángel Aznar, aprovechando que es el responsable de las transmisiones, suplanta al nuevo almirante jefe, víctima de un ataque de pánico, y ordena a las naves supervivientes una revolucionaria maniobra que desbarata por completo a las fuerzas enemigas.
Gracias a la intervención de Miguel Ángel Aznar la batalla sideral se saldará finalmente con la victoria de los terrestres; pero éstos, perdidas en los preliminares de la lucha las naves que transportaban al ejército autómata, se ven imposibilitados de desembarcar en Urano para rematar a los sadritas, lo que provoca su amarga retirada sin haber podido destruir al enemigo a pesar de haber conseguido aniquilar completamente a su flota.
Concluye la novela con un toque sentimental nada frecuente en estas colecciones: Sofía Medina, compañera de Miguel Ángel Aznar en sus arriesgadas misiones en territorio enemigo, y prometida suya, le abandona a última hora para marchar con su familia rumbo a Redención, rompiendo su promesa de acompañarle hasta los lejanos planetas thorbod. Este hecho, como se verá más adelante, vendrá a traer amargas consecuencias en un futuro.
Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia
Ficción
Actualizado el 8-8-2013