Diablos en la ionosfera
Número 199 de la colección. Como ya he comentado anteriormente, a mí esta novela me parece inferior a la otra; cierto es que no la pude leer sino muchos años después, cuando mi nivel de exigencia era mucho mayor, pero cierto es también que releyendo simultáneamente ambas he vuelto a tener esa misma impresión. La razón, por otro lado, es sencilla: Aquí Enguídanos vuelve a incurrir en su defecto habitual de relatar con toda prolijidad un acontecimiento muy puntual para luego, en las diez últimas páginas, zanjar deprisa y corriendo todo el meollo de la narración, que aquí no es otro que la invasión de la Tierra por parte de una raza extraterrestre infinitamente más poderosa. Este error es por otro lado muy habitual no ya entre escritores populares sino entre novelistas de mucho más fuste, Asimov incluido; No es una justificación, por supuesto, pero sí una excusa.
Vayamos al argumento. Han pasado dos años desde que la astronave de los hombres-insecto apareciera en el cielo de la Tierra para hundirse poco después en las profundidades del espacio; pero ahora ha vuelto y nadie duda de sus intenciones, puesto que una de las cosas que hicieron durante su fugaz aparición fue sembrar de huevos las selvas tropicales del planeta, huevos de los que ha nacido una pléyade de pequeños hombres-insecto que trae en jaque a los ejércitos terrestres.
Por tal motivo las principales potencias del planeta se han preparado concienzudamente de modo que, apenas aparecida la astronave en el cielo de la Tierra, es enviado un cohete con la misión de lanzarle un par de bombas atómicas. Así se hace, pero las poderosas defensas de la astronave destruyen no sólo los proyectiles sino también el propio cohete, cogiendo prisionero a su único tripulante.
Éste es llevado al interior de la astronave encontrándose con la sorpresa de la existencia de un puñado de prisioneros de los hombres-hormiga. Sus nuevos compañeros le explican que fueron raptados con ocasión de la primera visita de la astronave, razón por la que llevan ya dos años cautivos y sin posibilidades de redención. Su misión es la de aprender el intrincado idioma de sus captores de forma que puedan servirles de intérpretes traduciéndoles las emisiones de radio procedentes de la Tierra.
Pasa algún tiempo, durante el cual el protagonista (el antiguo astronauta) comprueba por sus propios ojos la crueldad de sus carceleros, los cuales no dudan en asesinar a sangre fría a todo aquél que no resulta útil para sus fines. Pero pronto tendrán una ocasión de oro para salir de su cautiverio: Tras sufrir un duro revés en la selva africana, los jerarcas de la astronave se dirigen a las Naciones Unidas solicitando parlamentar al tiempo que ofrecen la paz a cambio de permitirlos vivir en la selva tropical africana, cuyo clima es el ideal para sus organismos. Los terrestres serán embarcados junto con la comisión negociadora por dos motivos: para servir de intérpretes y para ser canjeados, excepto algunos de ellos, por varios de los jefes militares capturados por los terrestres en la pasada batalla.
Sin embargo, el azar hará que las circunstancias se desarrollen de manera muy distinta. Aprovechando una afortunada oportunidad los prisioneros terrestres se sublevarán matando a todos los hombres-insecto y haciéndose con el control de la nave. Atacados por los hombres-insecto conseguirán hacer un aterrizaje de emergencia en la isla de Borneo siendo poco después rescatados por las tropas terrestres.
Puesto que la ONU lo único que deseaba era ganar tiempo la ruptura de hostilidades no tendrá demasiada importancia, al tiempo que la captura de la nave enemiga supondrá un importantísimo botín puesto que se podrá copiar su avanzada tecnología. Pero los insectos considerarán este acto como un casus belli, por lo que ni cortos ni perezosos comenzarán a atacar con bombas atómicas las principales ciudades del planeta.
Las principales potencias, no obstante, estaban preparadas contando con una importante flota de cohetes armados con bombas atómicas; de hecho, ahora se sabrá que el fallido intento inicial no era sino un ensayo para comprobar la fortaleza de las defensas enemigas. Estos cohetes serán lanzados al espacio en número de centenares y, tras una batalla que se supone épica pero que tan sólo ocupa unas cuantas páginas, la astronave enemiga es finalmente destruida, lo que supondrá el fin de la pesadilla.
Eso es todo. Enguídanos podría, por supuesto, haber continuado con la narración, máxime cuando en la Tierra quedaban tanto soldados enemigos desembarcados como jóvenes hombres-insecto nacidos de huevos directamente en nuestro planeta; las posibilidades eran todavía bastantes, pero el escritor prefirió dar por zanjada la aventura. Es una pena, pero ya no tiene remedio.
Publicado el 6-11-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción