Escepticismo



-Oye, ¿tú crees en el Más Allá?

La pregunta de mi compañero me cogió de improviso. Molesto, dejé de comer y, volviendo la cabeza hacia él, le pregunté a mi vez:

-¿Qué si yo creo en el qué...?

-En el Más Allá... en la otra vida después de la muerte -explicó éste entre confuso e incómodo.

-¡Ah, ya! -y seguí comiendo.

-¿He de entender que tu respuesta es negativa? -ante mi indiferencia comenzó a mostrarse insolente.

-Bueno, no exactamente... -contemporicé, temiendo que me amargara el resto de la comida con un sermón- en realidad, ni siquiera me lo he planteado. Prefiero disfrutar de esta vida todo lo que pueda, y después... ya veremos.

Para mi desgracia, no captó la indirecta y siguió insistiendo.

-¿Pero nunca te has llegado a plantear la necesidad de que sí la hubiera? ¿De que nuestra vida no concluya de forma definitiva?

-¿Y por qué habría de hacerlo? -estaba claro que no me iba a dejar comer en paz-. Es más sencillo pensar que cuando llegue el momento todo habrá acabado y ya está.

-Eres un cretino materialista -me espetó furioso-. Ni tan siquiera eso -se corrigió-, sino tan sólo un simple materialista al que le da igual todo lo que no sea la mera satisfacción inmediata.

-Si tú lo dices... -porfié cachazudo mientras volvía tranquilamente a lo mío.

-¿Ni siquiera eres consciente de que nuestra existencia no tendría el menor sentido si se limitara tan sólo a esta vida tan monótona que llevamos, si no existiera un Más Allá en el que pudiéramos gozar de otra más... -vaciló buscando la palabra precisa- etérea?

-Mira -le interrumpí, harto ya de sus admoniciones-. Yo sólo sé que estoy aquí, y mi única certeza es que cuando llegue el momento dejaré de estar. Eso es todo, y cualquier otra cosa no será sino pura elucubración sin la menor base racional, por lo que me niego a perder el tiempo con ello. Si realmente hubiera algo, ya tendremos tiempo de saberlo en su momento. Y ahora, déjame terminar de comer en paz.

Eso fue todo. El individuo se apartó de mí y no volví a verlo más, lo cual no me supuso el menor trauma ya que me disgustaban enormemente esos pelmazos con ínfulas de predicador. Y yo seguí a lo mío.

Pasó el tiempo, envejecí y olvidé por completo esa conversación... hasta hoy. Sí, sé que mi hora ha llegado incluso antes de lo que yo esperara, y conforme a mi actitud racional debería considerarlo el final sin hacer una tragedia de ello. Pero, a pesar de todas mis prevenciones, en estos momentos postreros de mi vida no puedo evitar que me vengan a la memoria sus absurdas teorías. Porque si bien mis creencias me indican que una vez consumado éste todo habrá acabado para mí, mis instintos más atávicos pugnan por imbuirme de lo contrario; y, por primera vez en toda mi existencia, he empezado a dudar.

Dudo, ahora que veo que muchos de mis compañeros yacen inermes dentro de sus capullos. Dudo, cada vez que veo pasar sobre mí la sombra de esas gráciles figuras aladas que ese cretino pretendía identificar con nuestros espíritus... como si una oruga que tan sólo es capaz de arrastrarse pudiera metamorfosearse en un ser capaz de volar de una a otra flor sin rozar siquiera el suelo.

Pero no, definitivamente no. Yo nací oruga, y moriré oruga una vez me haya enterrado en el capullo que muy pronto comenzaré a tejer. Nunca me podría convertir en una de esas... ¿cómo las denominaba, mariposas? que veo revolotear sobre mi cabeza, igual que nunca me podría convertir en un escarabajo, un saltamontes o una abeja. Menudo absurdo era esa historia del Más Allá con la que pretendió convencerme.


Publicado el 16-10-2018