Bienvenidos a la Tierra



Kpurr exultaba gozo. De entre todos los agentes del Servicio de Exploración Galáctica había sido él el elegido para establecer el primer contacto con los habitantes de ese mundo que sus nativos denominaban Tierra, el cual, tras un largo período de concienzudas exploraciones, habría de pasar a formar parte de la gran comunidad galáctica. Todo ello estaría en manos de un nutrido grupo de especialistas y seguiría unos protocolos ampliamente ensayados con anterioridad en multitud de planetas contactados, pero él tendría el privilegio de ser el primero en mostrarse frente a unos seres que hasta entonces se habían mantenido aislados del resto de sus hermanos cósmicos.

Era una gran responsabilidad, sin duda, pero también un orgullo. Aunque en su elección habían pesado motivos tan obvios como la relativa afinidad biológica entre su raza y la de los terrestres, no menos cierto era que la profesionalidad y la experiencia de Kpurr suponían una garantía que no había pasado desapercibida a sus superiores. Y Kpurr, por supuesto, estaba dispuesto a no defraudarlos.

Todo se desarrolló como estaba planeado. El ligero transbordador monoplaza que pilotaba se desprendió de la nave nodriza y, en un ágil descenso, se posó en el lugar elegido para el contacto. Kpurr se apeó y vio como la navecilla remontaba el vuelo perdiéndose en el horizonte, quedando él a merced de sus propias fuerzas y completamente desarmado, tal como establecía el protocolo; nada resultaría más negativo que una muestra de hostilidad, real o aparente, hacia los contactados. Pero nada tenía que temer, puesto que las estimaciones realizadas por los expertos, avaladas por la experiencia de cientos de contactos anteriores, indicaban un riesgo mínimo de agresión por parte de los nativos.

Confortado por este pensamiento, pero sin poder evitar por completo la incomodidad que siempre se siente al encontrarse en un lugar ajeno y desconocido, Kpurr se encaminó con paso firme hacia la cercana vía de comunicación elegida para el encuentro. Por ese lugar, una larga cinta oscura que se perdía en lontananza por ambos sentidos, circulaban numerosos vehículos rodantes -se sabía que los habitantes del planeta todavía no dominaban las técnicas antigravitatorias- y, justo en el punto de ésta hacia el cual Kpurr se dirigía, se alzaba un edificio en el que muchos de éstos se detenían por motivos que le resultaban desconocidos.

Kpurr, bípedo al igual que los nativos, llegó a su destino tras una breve caminata topándose de repente con dos de éstos. Aunque conocía sobradamente su aspecto por las numerosas holografías archivadas en el Servicio, no pudo evitar cierto estremecimiento al verse frente a ellos; pero recriminándose a sí mismo estos escrúpulos de principiante, venció su momentáneo bloqueo efectuando el más elaborado saludo de su raza. Inteligentes como eran, no le cabía la menor duda de que se apercibirían de sus intenciones amistosas.




-¿Qué era eso? -preguntó el policía a su compañero, todavía con el susto pegado al cuerpo y temblándole ostensiblemente la mano en la que empuñaba la humeante pistola.

-No lo sé, diría que un oso... -respondió éste en tono dubitativo y con la mirada fija en el cadáver del extraño animal que acababan de abatir-. Pero lo cierto es que no se parece mucho a los que yo conozco... además -añadió-, hace siglos que se extinguieron aquí.

-¿Cuándo se ha visto un oso vestido? -gimió el primero señalando el mono metalizado que cubría el cuerpo de su presa, a excepción de la cabeza y las zarpas delanteras-. A no ser que se haya escapado de un circo...

-Hace meses que no viene ningún circo por aquí -rebatió el segundo-, y además no están permitidos los números con animales. Realmente es extraño...

-Lo cierto es que nos atacó... tú lo viste -insistió el primero, temeroso de que alguna asociación defensora de los animales le pudiera acusar de haberlo abatido-. El alarido que soltó mientras se abalanzaba sobre nosotros con las fauces abiertas y las zarpas extendidas no parecía precisamente un saludo.

-No, desde luego que no -le tranquilizó su compañero mientras se rascaba la cabeza por debajo de la gorra, recordando que su perro, un enorme labrador, a veces asustaba a algún visitante con su efusividad canina pese a ser un animal completamente inofensivo-. Pero no lo pienses más; según todos los indicios este extraño animal nos atacó, y nosotros nos defendimos. Deja a los chupatintas del laboratorio científico que se encarguen de los detalles. Lo único que siento es que nos ha fastidiado el almuerzo -concluyó mirando añorante al cercano restaurante de carretera.

Tras lo cual uno de ellos se quedó, no sin cierta reluctancia, custodiando el cadáver, mientras el otro se encaminaba al coche patrulla para comunicar la incidencia.


Publicado el 19-3-2017