El cajero automático



-Di, papá, ¿quién le da dinero a ese señor por la ventana?

La ventana era un cajero automático que acababa de usar un cliente. El padre, tras dudar durante unos segundos, respondió:

-¿Quién va a ser? Un enanito que está escondido allí dentro... una persona normal no cabría, eso es muy estrecho.

Al fin y al cabo su hijo tenía tan sólo cinco años, y no era cuestión de llenarle la cabeza con abtrusos conceptos informáticos que ni siquiera él era capaz de comprender demasiado bien.

-¿Cómo los enanitos de Blancanieves? -se entusiasmó el pequeño.

-Bueno, no exactamente... -dudó su progenitor, atrapado por la implacable lógica infantil- sí, en realidad es algo parecido, pero en moderno. Entonces no se habían inventado todavía los cajeros automáticos.

-¡Ah, ya! -admitió el niño, pese a no haber entendido nada en absoluto; aún no era capaz de cuestionar la infalibilidad paterna.

Y ambos doblaron la esquina, alejándose calle adelante. Instantes después se entreabría una trampilla situada en la base del cajero, de la cual surgió con sigilo una figura de no más de un metro de estatura que, tras atisbar cuidadosamente a uno y otro lado para comprobar la ausencia de posibles testigos molestos, cerró apresuradamente la trampilla y, corriendo a toda la velocidad que le permitían sus cortas piernas, se escabulló en dirección a un portal cercano perdiéndose en la oscuridad del zaguán.

Si alguien le hubiera observado, habría podido oírle mascullar unas palabras que le resultarían ininteligibles, y que traducidas vendrían a equivaler a:

-Harto estoy ya de tanto espionaje idiota y sin sentido. ¿Cuándo entenderán que la Tierra es un planeta tan primitivo que la invasión va a resultar un juego de niños? ¿Para qué tanto empeño en retrasarla mientras nos siguen teniendo aquí recabando una información inútil? Si fueran ellos los que, en lugar de estar todo el día sentados en sus cómodos sillones allá en Xfrxpq, tuvieran que pasarse tantas horas encerrados aquí dentro aguantando a estos estúpidos terrestres, seguro que se habrían dado bastante más prisa. Pero no, mientras tengan imbéciles para hacer el trabajo sucio, ellos tan contentos. Y hala, después de echar la meada, otra vez al ataúd... ¡Maldita sea!

Mientras tanto, en la pantalla del aparato campeaba la siguiente advertencia:


CAJERO AUTOMÁTICO TEMPORALMENTE FUERA DE SERVICIO
DISCULPEN LAS MOLESTIAS
EN BREVE VOLVEREMOS A ATENDERLOS


Publicado el 20-2-2006 en BEM