Carambola



El descubrimiento de la existencia de Satán no pudo ser más prosaico. Mediante observaciones telescópicas del sistema joviano un equipo de astrónomos comunicó la detección de un puñado de nuevos satélites del gigantesco planeta, los cuales fueron catalogados con unas asépticas siglas que, comenzando por la S de satélite, añadían el año del descubrimiento, una J por Júpiter y el ordinal correspondiente a cada uno de ellos, el 13 en su caso.

Todos ellos eran muy pequeños, de apenas unos cuantos kilómetros, orbitaban a gran distancia de Júpiter y nada tenían en principio de particular, por lo que su inclusión en la lista del aproximadamente centenar de satélites jovianos pasó desapercibida para todos excepto para los astrónomos y los interesados en esta disciplina científica.

Con el tiempo se repitieron las observaciones identificándose sus órbitas, pasos fundamentales para que la meticulosa Unión Astronómica Internacional confirmara su existencia. Algunos de ellos incluso fueron bautizados con nombres tomados de la mitología griega y romana, por fortuna lo suficientemente rica en protagonistas como para que éstos no se agotaran una vez acabados los principales. Pero nuestro satélite, quizás por desinterés quizás por olvido, continuó conociéndose tan sólo por sus siglas. Al fin y al cabo no dejaba de ser un minúsculo pedrusco sideral de apenas un kilómetro de tamaño, menor incluso que la mayoría de sus compañeros.

Hasta que un día un astrónomo más meticuloso que sus colegas descubrió que la órbita estimada no coincidía con la real y, apoyándose en nuevas observaciones, la recalculó a su posición correcta... llevándose una sorpresa mayúscula al comprobar que ésta difería por completo de las del resto de los satélites exteriores del sistema, agrupados en varias familias en función de sus parámetros orbitales.

Porque S/20xx J13, o mejor dicho su órbita, resultó ser singular no sólo en el sistema joviano, sino en la práctica totalidad del Sistema Solar. Con una inclinación de noventa grados sobre el ecuador de Júpiter, discurría de forma perpendicular éste pasando sobre los polos del gigante gaseoso.

Una desviación similar tan sólo se conocía en Urano, que al rotar con un ángulo de 98 grados presentaba también al Sol sus dos polos de forma alternativa a lo largo de su año de 84 terrestres; pero en ésta ocurría justo al contrario, ya que la inclinación correspondía al eje de rotación mientras el plano de la órbita apenas se desviaba de la eclíptica de forma similar al resto de los planetas incluido Júpiter, mientras en el caso de S/20xx J13 era su propia órbita la que formaba el ángulo recto, al tiempo que se desconocía todo lo referente a su rotación.

Esta anomalía llamó poderosamente la atención del astrónomo que la descubrió, el cual transmitió el interés a sus colegas. No era ésta la única peculiaridad del satélite, ya que la excentricidad orbital, es decir el achatamiento de la elipse, resultó tener un valor de 0,9, más del doble de la siguiente más elevada del sistema joviano y muy superior a las del resto de los satélites del Sistema Solar e incluso la de Plutón. Dicho con otras palabras, cuando se encontraba en el punto más alejado de la órbita su distancia a Júpiter era casi diez veces mayor que en el más cercano, oscilando entre un mínimo de tres millones de kilómetros y un máximo de alrededor de treinta, mucho más allá, aunque en una dirección diferente, que Kore, el minúsculo satélite exterior más alejado conocido hasta entonces.

Como cabe suponer, éstos se volcaron en el estudio de S/20xx J13. Partían de la suposición de que, dado lo anómalo de su órbita, posiblemente sería un cuerpo capturado por la gravedad de Júpiter. La primera hipótesis fue que se tratara de un asteroide, pero aquí volvían a encontrarse con el mismo problema: los 52 grados de inclinación orbital del asteroide con un valor más elevado de este parámetro, estaban muy lejos de los 90 de S/20xx J13, y aunque también se conocían algunos con movimiento retrógrado, éstos se desplazaban en sentido contrario pero con unos valores netos de inclinación orbital de magnitudes similares a las del resto.

Tampoco encajaba con los asteroides su extremado valor de excentricidad orbital, muy superior también al valor máximo de 0,35 de éstos. Para encontrar una magnitud similar había que ir hasta Sedna, un transneptuniano trece veces más alejado del Sol que Plutón con una excentricidad de 0,85 pero inclinación orbital de tan sólo 12 grados, por lo que resultaba poco probable que S/20xx J13 pudiera tener un origen similar, máxime teniendo en cuenta la enorme distancia que los separaba.

Descartados tanto los asteroides como los transneptunianos, y por supuesto los propios satélites de Júpiter, tan sólo cabía una posibilidad: que se tratara del núcleo de un cometa capturado por la atracción gravitatoria joviana, más concretamente de uno de largo período procedente de la Nube de Oort ya que, a diferencia de los de corto período formados en el Cinturón de Kuiper, los primeros podían penetrar el en Sistema Solar interior desde cualquier ángulo al ser la Nube de Oort esférica a diferencia del Cinturón de Kuiper, un disco plano coincidente de forma aproximada con el plano de la eclíptica.

Asumieron, pues, que S/20xx J13 sería un antiguo núcleo cometario que, por haber agotado sus materiales volátiles o bien por estar lo suficientemente alejado del Sol para que éstos no sublimaran formando las características cabellera y cola, se comportaba como cualquier otro satélite... o al menos, eso era lo que se suponía.

Lo cual le convertía en un interesante objeto de estudio ya que se encontraba a una distancia accesible para las sondas enviadas desde la Tierra; de hecho, el sistema joviano ya había sido visitado por las Pioneer 10 y 11, las Voyager 1 y 2, la Galileo, la Juno y la JUICE, junto con sobrevuelos de sondas con otros destinos que aprovechaban la asistencia gravitatoria de Júpiter para cambiar de trayectoria. Con el añadido de que, a diferencia de los cometas libres, sería posible estudiarlo a conciencia sin el estorbo del material eyectado que tanto perjudicó a las sondas enviadas a estudiar al Halley y a otros de estos cuerpos, junto con que tampoco se les “escaparía” al estar férreamente atrapado por Júpiter.

Aunque, claro está, desarrollar un programa, conseguir presupuesto, construir la sonda y lanzarla hasta su destino, sumándole el tiempo requerido por el viaje, era algo que podía llevar bastantes años, demasiados para la impaciencia de los astrónomos. Por consiguiente decidieron empezar por lo más sencillo, la continuación de los estudios telescópicos ahora que sabían donde mirar, tropezando con el inconveniente insoluble de que incluso con los más potentes telescopios, tanto los terrestres como los espaciales, el escurridizo S/20xx J13 aparecía como un simple punto luminoso carente del menor detalle.

Optaron entonces por una revisión exhaustiva de la totalidad del material gráfico disponible enviado por las antiguas sondas. Partían de la base de que si nadie había encontrado antes a S/20xx J13 era porque nadie esperaba que estuviera allí, y ciertamente descubrirlo había sido fruto de la casualidad gracias a que justo en ese momento cruzaba por la eclíptica; no era disparatado, pues, suponer que su imagen pudiera haber sido recogida por las cámaras de alguna de estas sondas sin que quienes analizaron las fotografías en su momento se percataran de su existencia.

No era algo disparatado. Urano ya había sido observado en numerosas ocasiones con anterioridad a que Herschel anunciara su descubrimiento en 1781, pero nadie había sido consciente de su verdadera naturaleza tomándolo por una débil estrella al borde del límite visual, llegándose incluso a catalogarlo como tal. Lo mismo ocurrió con Neptuno, a quien el mismísimo Galileo también confundió con una estrella.

Lamentablemente las sondas enviadas a Júpiter habían prestado muy poca atención a su poco glamuroso sistema de satélites exteriores, centrándose en el estudio del propio planeta y de sus cuatro satélites principales. Pero quizás la flauta sonara por casualidad...

Y sonó, para júbilo de todos. Fue la Galileo la que había captado inadvertidamente al escurridizo satélite en un momento en el que éste pasaba, conforme al ángulo de enfoque de la sonda, por las cercanías de Calixto, aunque en realidad discurría bastante por detrás de él. La fotografía no era gran cosa dado que ni había sido éste el propósito de los programadores ni el equipo óptico de la Galileo estaba diseñado para captar un objeto tan pequeño situado a tanta distancia, pero en cualquier caso resultó suficiente, una vez tratada ésta con procesadores de imágenes, para obtener una imagen del escurridizo satélite con mayor resolución de la que se podía obtener con los telescopios.

Lo suficiente para descubrir que S/20xx J13 era aparentemente una esfera perfecta.

Esta nueva anomalía tenía mucha más relevancia que las anteriores. Según los modelos teóricos manejados por los astrofísicos, para que un cuerpo celeste adoptara una forma esférica -en realidad algo achatada a causa de la rotación- debía tener suficiente masa para que, durante su proceso de formación, ésta se fundiera por efecto de su propia atracción gravitatoria, moldeándose de forma esférica al tiempo que se producía una segregación en función de la densidad que acababa formando varias capas concéntricas, con los materiales más densos en el núcleo y los menos densos constituyendo la corteza. Y aunque el tamaño mínimo necesario para la esfericidad podía variar dependiendo de la masa del cuerpo y de su composición interna, éste oscilaba entre los 400 y 600 kilómetros de diámetro.

Este límite teórico concordaba con las observaciones astronómicas, de manera que mientras Miranda, un satélite de Urano, de 470 kilómetros de diámetro, o Mimas, de Saturno con unos 400, eran prácticamente esféricos, Proteo, perteneciente a Neptuno y aproximadamente de su mismo tamaño, tan sólo presentaba una forma toscamente seudoesférica. Algo similar ocurría con el planeta enano Ceres, que rebasaba los 900 kilómetros de diámetro, y los asteroides de mayor tamaño, los únicos capaces de adoptar una forma esférica o cuasiesférica: Palas, Vesta e Higiea, los tres en el entorno de los 400-500.

Pero el tamaño de S/20xx J13 era varios cientos de veces inferior, por lo que debería haber presentado una forma irregular similar a la de los satélites menores y la inmensa mayoría de los asteroides del Sistema Solar. No era lógica, en modo alguno, una forma tan perfecta para un cuerpo tan minúsculo.

¿Se debería a un error en el tratamiento digital de las imágenes? La mayoría, por no decir la totalidad de los miembros del equipo eran de esa opinión y, aunque tampoco se trataba de una cuestión fundamental ya que se desconocía la forma exacta de la mayor parte de la “calderilla” del Sistema Solar, éstos no dieron su brazo a torcer procediendo a buscar más imágenes del díscolo satélite, tanto en fotografías antiguas como mediante nuevas observaciones telescópicas utilizando las más sofisticadas técnicas de interferometría de luz visible e infrarroja. Los resultados fueron fructíferos en ambos casos, dando un conjunto de fotografías de S/20xx J13 con mayor resolución que las anteriores, incluyendo la de la Galileo... en todas la cuales éste se empeñaba en seguir siendo esférico.

Cuando en mitad de un encendido debate el director del proyecto expresó su opinión de que tal forma era imposible en un cuerpo de tamaño tan reducido, uno de sus colegas apostilló que eso era cierto en el caso de un cuerpo de origen natural, dejando interrumpida intencionadamente la frase. Al ser preguntado a qué se refería, éste respondió cachazudo que el primer Sputnik apenas medía sesenta centímetros de diámetro, pese a lo cual era esférico. Un silencio sepulcral invadió la sala, seguido por una algarabía de gritos y discusiones.

Los científicos en general, y los astrónomos en particular, suelen ser poco dados al magufismo, por más que bastantes de ellos sean aficionados a la ciencia ficción; pero una cosa es disfrutar leyendo obras de este género, y otra muy distinta tomarse en serio sus argumentos. Porque lo que estaba implícito en la afirmación -no quedó claro si su promotor hablaba en serio o no- era la posible naturaleza artificial, y por lo tanto de origen extraterrestre, del peculiar satélite joviano.

Tras una ardua deliberación la reunión se cerró con dos únicos acuerdos: la solicitud de una misión espacial no tripulada destinada a estudiar de cerca a S/20xx J13, y la conveniencia de guardar silencio en prevención de que la noticia saltara a los medios de comunicación y fuera aprovechada y probablemente distorsionada por unos periodistas ávidos de titulares que llamaran la atención.

Por desgracia, ambas iniciativas fracasaron. Como era de temer la propuesta de una misión espacial se estrelló de lleno con la burocracia, la cual además de exigir todo tipo de documentación posible e imposible, la puso a la cola de las muchas que estaban a la espera de recibir el visto bueno tanto de los comités científicos correspondientes, como de los auditores que deberían autorizar su financiación. Con lo cual, y aun en el mejor de los casos, habrían de pasar muchos años antes de que, en caso de ser aprobada, la sonda pudiera llegar a su destino.

Con la recomendación de tampoco hubo suerte; en el tortuoso camino que tuvo que salvar la solicitud ésta pasó inevitablemente frene a ojos curiosos cuyos propietarios se apresuraron a filtrarla a quienes estaban dispuestos a sacarle rendimiento, tanto periodístico como económico, fuera como fuera. En consecuencia, no tardó en circular por los distintos medios de información la noticia del descubrimiento de un gigantesco -a escala astronáutica, no astronómica- vehículo extraterrestre orbitando en torno a Júpiter.

El malestar entre los integrantes del proyecto fue palpable, máxime cuando los presuntos -y a veces ni siquiera eso- divulgadores científicos cogieron el rábano por las hojas montando todo tipo de especulaciones magufescas acerca del origen del satélite, al tiempo que ponían en boca de los astrónomos palabras y suposiciones que éstos jamás habrían pronunciado, siguiendo la estela de la cínica frase atribuida a Randolph Hearts: “No dejes que la realidad te estropee un buen titular”.

Sin embargo, a la larga esta manipulación informativa acabaría redundando en beneficios para el proyecto; la más que prevista denegación de una misión espacial propia, y sobre todo rápida, se solapó con una intensa campaña de prensa a favor de la investigación de lo que tenía muchos indicios de ser -una certeza absoluta para muchos- un objeto de procedencia extraterrestre. Y, lo que no lograron los científicos, lo lograría la opinión pública por poco informada y sesgada que fuera. Al fin y al cabo los votos eran los votos, algo que los políticos siempre han tenido muy en cuenta.

Fruto inesperado de la iniciativa popular fue el bautismo de S/20xx J13, al que cautamente la UAI había dejado con su nombre provisional amparándose oficialmente en precedentes anteriores, aunque había más que sospechas de que su reluctancia se debía en realidad a que las reglas establecidas estaban pensadas para cuerpos celestes de origen natural; y por supuesto, cualquier astrónomo se hubiera dejado desollar cual nuevo san Bartolomé antes de aceptar en público que podría tratarse de algo llegado de las estrellas. Así pues se habría echado discretamente tierra al asunto desde el lado científico, algo que no ocurrió desde el otro.

En realidad el nombre del Señor de los Infiernos no surgió de la imaginación de ningún periodista ansioso de protagonismo, sino de una oscura secta que comenzó a pregonar que el aparentemente inofensivo astro era en realidad un enviado de Satán cuyo fin no sería otro que el de engañar a la humanidad, tal como otrora lo hiciera con Adán y Eva, para arrastrarla al pecado y al castigo eterno. Y aunque prácticamente nadie con un mínimo de sensatez se tomó en serio semejante anatema apocalíptico, el nombre cayó en gracia comenzándose a denominarlo con este apelativo diabólico prescindiendo de su presunta condición de mensajero, no evidentemente de forma oficial -ni siquiera cumplía la norma aplicada a los satélites de Júpiter de pertenecer a la mitología grecorromana- pero sí popular. Y como Satán se quedó fuera de los ámbitos astronómicos, gustara o no en éstos.

Pero la cuestión del nombre no era lo que más preocupaba a los científicos, sino la posibilidad de investigarlo de cerca. Finalmente los políticos pergeñaron un compromiso, o si se prefiere un pasteleo, que satisfacía parcialmente los deseos de los astrónomos. Daba la circunstancia de que en esos momentos se encontraba en el espacio la sonda Uranus Explorer, la cual aprovecharía la asistencia gravitatoria de Júpiter para acelerar y modificar su trayectoria hacia Urano, donde estudiaría este planeta y su cohorte de satélites. Apenas faltaba un año para que ésta alcanzara el sistema joviano, por lo que se podría aprovechar su tránsito por él para fotografiar con mayor detalle al escurridizo satélite.

La música sonaba bien, al menos para los profanos y por supuesto para los satisfechos políticos, pero la letra era una cuestión diferente. Bastó hacer un cálculo de la trayectoria de la Uranus Explorer para constatar que ésta no pasaría mucho más cerca de S/20xx J13 -o Satán- de lo que lo había hecho la Galileo, por lo cual, aunque sus instrumentos eran más sensibles dado que en el entorno de Urano se tendría que desenvolver con mucha menos luz que en Júpiter, las estimaciones realizadas no fueron demasiado satisfactorias.

La respuesta política fue la sugerencia de modificar la trayectoria de la sonda para que ésta se pudiera aproximar algo más a su objetivo, lo cual desató la ira de los responsables del proyecto original dado que esto supondría un mayor gasto de combustible, necesario para las maniobras, algo fundamental para la misión dado que una vez agotado era irreemplazable, así como también un retraso en su llegada a Urano.

Tampoco convencía demasiado a los satanólogos, como fueron bautizados por un periodista con ínfulas de gracioso, ya que lo que ellos hubieran deseado era una misión específica que permitiera estudiar a fondo al satélite, y no un fugaz vistazo antes de que la sonda prestada lo dejara atrás en busca de su verdadero destino. No obstante, se comprobó que si bien resultaba posible, y asumible para la misión original de la sonda, la pequeña modificación sugerida, no ocurría lo mismo con la propuesta de acoplar su trayectoria con la endiablada órbita -aquí le cuadraba el apelativo- de Satán, ya que al ser ésta perpendicular al plano de la eclíptica por el que discurría la Uranus Explorer se hubiera requerido un programa de lanzamiento completamente distinto para poder realizar ese complejo juego de billar cósmico.

Así pues ambas partes tuvieron que conformarse con esta solución salomónica, evitándose lo que hubiera podido llegar a convertirse en la primera guerra astronómica de la historia, no por incruenta menos perjudicial para los tutelados por la musa Urania. De esta manera, los responsables de la misión Uranus Explorer se resignaron a aceptar el retraso y probablemente el acortamiento de la vida útil de la sonda, y los satanólogos tascaron el freno de su impaciencia preparándose para esperar el eterno año que faltaba para la llegada de la sonda a Júpiter, aunque aprovecharon este tiempo para programar la batería de estudios que proyectaban hacer durante el breve lapso de tiempo que tendrían Satán a tiro.

Por fortuna la Uranus Explorer contaba con un completo arsenal de instrumentos de todo tipo, aunque las deliberaciones entre ambos equipos para que sus propietarios permitieran a los satanólogos su control directo mientras tuviera lugar el tránsito, en lugar de limitarse a remitirles sus peticiones sin que nadie ajeno metiera las narices en su sonda -era de sobra conocido el carácter quisquilloso de los científicos-, dejaron pequeñas las más arduas negociaciones de paz de las que se tiene constancia histórica. Pero como donde hay patrón no manda marinero, y quien financiaba el proyecto era la agencia espacial estatal, ambas partes tuvieron que plegarse al armisticio establecido conforme a las cláusulas impuestas por los de Muy Arriba. Estaba en juego el prestigio de la nación, así que nada de piques ni tonterías.

Pasó el tiempo, más lentamente de lo que todos deseaban, aunque no por ello estuvieron ociosos. Por un lado, y de forma discreta para evitar testigos molestos, alguien propuso imitar a los proyectos Ozma y SETI enfocando varios radiotelescopios al satélite con los que se procedería a enviar todo tipo de información en diversas longitudes de onda al tiempo que se estaría a la espera de recibir una hipotética respuesta. Esta iniciativa, pese a suponer un reconocimiento tácito de la posible condición extrasolar de Satán, contaba con la ventaja de estar avalada por sus respetables predecesores, ambos aceptados en su momento por la comunidad científica. Además tampoco interferiría en la marcha del programa principal, con lo cual nada se perdía por intentarlo.

Se intentó, pues, pese a que la tarea no resultaba fácil a causa de las interferencias producidas por la fuerte emisión radioeléctrica del propio Júpiter, pudiéndose trabajar sólo en longitudes de onda “limpias”; aunque sólo para constatar que, pese a todos los esfuerzos, Satán se empeñaba en permanecer obstinadamente mudo.

Paralelamente el Proyecto para el estudio y exploración del objeto celeste S/20xx J13 -los astrónomos seguían negándose en redondo a aplicarle un nombre, y a los políticos les encantaban los títulos largos- iba madurando, al tiempo que la Uranus Explorer se apeoximaba a su primer y fugaz destino. Cuando llegó el momento las maniobras necesarias para el delicado paso de baile se ejecutaron con total precisión y la sonda comenzó a acercarse al satélite.

Cuando las primeras fotografías de S/20xx J13 alias Satán llegaron a la Tierra la expectación era máxima, aunque las primeras fotografías -según esperaban los astrónomos, pero no el público en general- fueron decepcionantes, ya que su resolución no era mejor que la de las ya conocidas. No obstante éste era sólo el principio, y su misión no era otra que la de calibrar correctamente las cámaras y los sensores a la espera de una mayor aproximación. Circunstancia vital, puesto que no tendrían ocasión de repetirlo si fallaban en el primer intento.

Pero no fallaron. Poco a poco fueron mejorando los registros revelando la verdadera forma del satélite: una esfera perfecta -otra sorpresa, puesto que ningún astro, ni siquiera los mayores planetas, lo eran- de unos 850 metros de diámetro, un tamaño algo inferior al calculado previamente, pero no obstante considerable dadas las circunstancias. Porque de lo que ya no cabía la menor duda era que no podía tratarse de un objeto de origen natural.

La superficie de Satán, según se pudo comprobar, era lisa como la palma de la mano sin que el más insignificante cráter o cualquier otro accidente orográfico perturbaran su tersura. De color uniforme -un gris ceniza desvaído- y levemente brillante, aunque fuertemente cromático en el ultravioleta cercano, su superficie no presentaba el menor rasgo identificativo.

Y para decepción de los defensores de su origen extraterrestre, como apuntó acertadamente alguien, también carecía por completo de troneras, esclusas, motores, antenas y todo lo esperado en un vehículo espacial. Era tan sólo una bola pulida que a lo que más se parecía era a una vulgar bola de billar que rotaba sobre su eje -otra sorpresa más- a la endiablada velocidad de una vuelta completa en apenas unos segundos.

Poco más era lo que se pudo averiguar durante el breve período de tiempo en el que Satán estuvo al alcance de los sensores de la sonda pese a que éstos funcionaron a pleno rendimiento, y lo poco que registraron resultó ser todavía más desconcertante. El satélite era completamente opaco a los sondeos en cualquier longitud de onda, y tampoco las reflejaba salvo en una estrecha ventana en el visible y el ultravioleta cercano.

El sensible espectrómetro de la sonda sí registró su espectro de emisión con el que los científicos intentaron analizar la naturaleza de la superficie del satélite sin el menor resultado, puesto que los registros obtenidos no se parecían lo más mínimo a ninguno de los materiales conocidos por la ciencia, pudiéndose sacar en claro tan sólo que tanto su composición química como su estructura cristalina o molecular -ni siquiera estaban seguros de esto- eran extremadamente complejas.

De haber contado la Uranus Explorer con equipos de espectroscopía de absorción atómica o de rayos X podría haberse intentado determinar al menos qué elementos químicos estaban presentes, pero la sonda no estaba preparada para ello. Así pues, ésta siguió su camino en busca de Urano dejando tras de sí muchas más incógnitas y muy pocos datos concretos.

Habría que esperar hasta que una nueva sonda específicamente diseñada y equipada con el instrumental científico necesario pudiera realizar esta labor. Y si bien los responsables de la agencia espacial, apoyados ahora por el propio gobierno, se mostraron dispuestos a construirla dándole prioridad sobre otros proyectos en marcha, tendrían que pasar todavía bastantes años para que a S/20xx J13, conocido popularmente como Satán, pudieran arrancárseles sus tan celosamente guardados secretos.


* * *


Miles de años atrás, en una región del espacio situada a varios años luz de distancia de la Tierra en dirección al polo norte de la eclíptica. Un telescopio enfocado hacia ese lugar tan sólo hubiera revelado la existencia de una insignificante enana roja que ni siquiera contaba con nombre propio y sólo conocida por una larga y aséptica lista de cifras registradas en un catálogo estelar.

Pero allí existía algo más, un recinto que podríamos denominar deportivo o de ocio, donde diversas razas estelares acudían a divertirse o a entretenerse. Razas a las que ni la más calenturienta imaginación de los escritores de ciencia ficción hubiera podido pergeñar.

Y en una de sus instalaciones se encontraba el llamaremos director del complejo recriminando ásperamente a uno de los socios, abonado a un ¿deporte? cuya descripción más aproximada, dentro de los estrechos límites de nuestro idioma, sería considerarlo una mezcla de golf, billar, bolos, tiro al blanco, esquí y ajedrez, junto con unas cuantas disciplinas más imposibles por completo de explicar.

-Lamento comunicarle que la junta directiva ha decidido su expulsión inmediata, por lo cual le ruego que nos devuelva las credenciales y recoja el saldo pendiente de su cuenta.

-¿Por qué razón? Tampoco fue para tanto -respondió el aludido, un gigantesco ser según los parámetros humanos cuya morfología resultaría prácticamente imposible describir.

-¿Que no fue para tanto? Existen unas normas de seguridad muy estrictas para el uso de las instalaciones que usted vulneró deliberadamente. Y dé gracias a que por fortuna no hubo consecuencias graves fuera del complejo, porque en este caso usted sería el único responsable.

-Total, porque se me escapara una pelota...

-Da la casualidad de que esa pelota, a la que usted impartió un impulso desproporcionado haciendo caso omiso a las normas de seguridad, simplemente por alardear de que era capaz de mandarla más lejos que su rival, salió fuera del recinto de juego y fue a parar a la vecina reserva ecológica de Xvr@17#pwinn, donde sólo gracias al azar no causó destrozos irreparables en uno de sus hábitats protegidos gracias a que entró en órbita de un gigante gaseoso en lugar de impactar contra él u otro de los planetas de ese sistema. Evidentemente cargaremos a su cuenta el importe de la pelota perdida o, en su caso, el coste de recuperarla si así lo requirieran las autoridades del parque.

-¡Yo no tengo la culpa de que no funcionaran los deflectores!

-Los deflectores de la pista funcionaban perfectamente, pero en ese momento estaban desconectados ya que se estaban realizando unas tareas de mantenimiento periódicas. Esta interrupción estaba señalizada convenientemente, y la pista había sido cerrada de forma temporal por esta causa. Usted hizo caso omiso de todas estas advertencias, entró irregularmente en la pista saltándose todos los controles y por si fuera poco se propuso demostrar que era más &#grsd1* (intraducible) que nadie. Ahí están las consecuencias.

-Bueno, si el problema es ése -porfió el aludido- me comprometo a pagar todos los gastos, por dinero no va a quedar; pero sigo sin entender por qué me tienen que expulsar.

-No es tan sencillo como usted cree. Hace unos dieciséis mil grprrp (N. del T.: alrededor de 66 millones de años terrestres) se produjo un caso similar por culpa de otra negligencia grave de un socio. Por desgracia en esta ocasión la pelota impactó contra un planeta de la reserva, casualmente del mismo sistema a donde fue a parar la suya, provocando una extinción masiva que a poco no acabó con la totalidad de la vida del mismo. Esto nos acarreó innumerables quebraderos de vΨþ47$ (intraducible), estando a punto de que nos retiraran la licencia y nos clausuraran el complejo. Por supuesto el causante del destrozo fue inmediatamente expulsado y tuvo que cargar con los costes de la regeneración biológica del planeta, que no fueron pocos, además de la correspondiente condena. Pero pese a no tener culpa nosotros tampoco salimos bien librados, ya que se nos obligó a instalar un sistema deflector homologado sin concedernos prórroga alguna y se nos impuso una considerable multa por no disponer de él, algo que no era obligatorio cuando se construyó el complejo, pese a la vecindad con la reserva.

-Yo no sabía...

-Esto no le exime en absoluto de responsabilidad, puesto que las advertencias eran claras y usted las ignoró deliberadamente. En lo que a nosotros respecta, y salvo que nos viéramos perjudicados de algún modo por su culpa, ante lo cual adoptaríamos las medidas legales pertinentes en defensa de nuestros intereses, nuestra vinculación ha terminado por completo. Recoja sus cosas, devuelva la credencial y no vuelva a aparecer por aquí. En caso de necesidad se pondrán en contacto con usted nuestros abogados. Buenas ¿’&|ºgñp (intraducible).


Publicado el 25-10-2023