El cebo



Pepe el Chungo era un chorizo de poca monta que se arrastraba por la vida sin más oficio que sus pequeñas raterías y sus trapicheos con la droga, y sin más afán que sobrevivir un día más. Era, en definitiva, uno de tantos despojos humanos expulsados por los intestinos de una sociedad de la que no podía -ni pretendía- vengarse, resignado a dejarse arrastrar por la corriente allá donde ésta le llevara.

Deambulaba sin rumbo una mañana cualquiera -para él todas eran iguales, salvo cuando tenía que salir huyendo de la pasma- por el destartalado barrio en el que se refugiaba, cuando de repente vislumbró el paraíso en forma de un reluciente coche deportivo incongruentemente aparcado en una de las zonas más inseguras de la ciudad.

Si Pepe hubiera sido medianamente inteligente se habría dado cuenta de que la presencia de tan llamativo coche no tenía ningún sentido allí. Pero su mente, embrutecida por la droga y por los largos años de vida marginal, no estaba para muchas florituras, así que tras mirar a un lado y a otro para asegurarse de que no había moros en la costa, se acercó sin recelo a su apetitosa presa.

-¡Ahí va, qué guapo! -fue lo único que acertó a decir, vencido por la tentación.

Pepe no era un ladrón de coches, y ni siquiera sabía hacer un puente. Pero como buen descuidero sí los había desvalijado, sobre todo cuando sus incautos dueños se lo ponían fácil. No era lógico pensar que el propietario de ese cochazo hubiera incurrido en semejante despiste, pero la mente de Pepe no era precisamente lógica. Y por probar no se perdía nada.

Para su sorpresa, la puerta del conductor se abrió con suavidad cuando tiró de la manija. Y, maravilla de las maravillas, descubrió que la llave de arranque estaba encajada en el bombín. No lo pensó dos veces; su capacidad de raciocinio no daba para más, y la ansiedad le embargó. Se sentó en el mullido asiento tapizado en piel, cerró la puerta, asió el volante con la mano izquierda, giró la llave con la derecha... y sólo entonces comenzó a sospechar que algo no iba bien. Porque, lejos de arrancar el motor, los cristales se volvieron opacos de repente envolviéndole en una tenebrosa oscuridad. Y ya no fue consciente de nada más.


* * *


-¡Ya tengo a otro! -exclamó entusiasmado el alienígena.

-¿Por qué lo has hecho? -le reprendió su compañero-. Ya contábamos con suficientes especímenes, y tenemos almacenadas muestras biológicas más que de sobra. No necesitábamos más.

-No ha sido por eso, maldito lo que me importan esos científicos cretinos, sino por el placer de atraparlos. Además -añadió haciendo el equivalente de su especie a relamerse- están exquisitos.

-Nunca entenderé tus gustos -respondió el primero con un gesto de repugnancia-, pero procura que no se enteren los jefes de que te has dedicado a comerte parte de las capturas. Que sea el último; estoy deseando salir de esta pocilga y volver a casa.

Poco después, la nave exploradora abandonaba el pliegue dimensional en el que había estado escondida y se encaminaba hacia el agujero de gusano que la conduciría al espacio civilizado.


Publicado el 9-10-2021