Cobayas



-Puedes ahorrarte todos tus argumentos; por mucho que insistas, no vas a convencerme. Me parece inmoral que se realicen ensayos con animales.

-Tampoco hay que exagerar; no son inteligentes.

-¡Sólo faltaría eso! Pero son conscientes y sensibles, y sufren como podríamos sufrir nosotros. ¿Qué derecho tenemos a disponer tan alegremente de sus vidas? Además, esa crueldad con la que se les trata es la mayor parte de las veces gratuita. En realidad, ¿qué falta hacen esos ensayos? Podrían ser sustituidos perfectamente por simulaciones de laboratorio sin necesidad de tener que torturar a seres vivos.

-Tus planteamientos son nobles y bienintencionados, lo reconozco, pero resultan ingenuos. El avance de la ciencia exige a veces estos sacrificios...

-¡Ya estoy harto de oír esas excusas! ¿A qué avance de la ciencia te refieres? Porque ambos sabemos que la inmensa mayoría de estos experimentos no tienen por objeto una investigación científica seria e imposible de realizar de otra manera; casi siempre, por no decir siempre, se trata bien de estudios innecesarios cuya única finalidad real es la de satisfacer la vanidad de sus responsables, bien de iniciativas de industriales sin escrúpulos que nada tienen que ver con la defensa de la salud y sí mucho con el lucro personal de los mismos. En cualquier caso, las motivaciones no pueden ser más bastardas.

-Aunque fuera como dices, algo en lo que por cierto discrepo, conviene que los abolicionistas tengáis en cuenta una cuestión fundamental que soléis pasar por alto: Los ensayos nunca se realizan con animales salvajes, esto es algo que está completamente prohibido, sino con poblaciones criadas ex profeso para ello las cuales no existirían de no ser por nuestra tutela, ya que serían incapaces de valerse por sí mismas; dejadas a su libre albedrío no sobrevivirían, extinguiéndose al cabo de tan sólo unas pocas generaciones. Añade a esto que el animalario reproduce a la perfección, mejorándolo incluso, su hábitat original; de hecho ellos ignoran el carácter artificial del mismo, y creen vivir en libertad sin sospechar siquiera nuestra existencia.

-A pesar de ello...

-Y no queda todo en eso. Los ensayos tan sólo afectan a una mínima parte de la población total, con lo cual la inmensa mayoría de los especimenes llegan a desarrollar su ciclo vital completo, bastante corto por cierto, sin la menor interferencia por nuestra parte.

-No, si todavía tendrán que daros las gracias esos pobres animales a ti y a los que piensan como tú...

-No lo dudes; son extraordinariamente prolíficos, y de no ser diezmados periódicamente con esos experimentos científicos que a ti te parecen tan execrables, acabarían muriendo todos ellos a causa del hambre, la superpoblación y la intoxicación con sus propios detritus... Eso sin contar con su agresividad innata, que se exacerba en los momentos de crisis. Lo creas o no, les estamos haciendo un gran favor. Ten en cuenta que nosotros somos los primeros interesados en mantenerlos con vida y razonablemente sanos, algo que ellos serían incapaces de hacer por sí mismos.

-Déjame que me ría; con estos argumentos tan hipócritas os resulta sencillo evitar los remordimientos de conciencia, justificando de paso cualquier cosa que se os ocurra hacer... Pero en la práctica ni siquiera os contentáis con eso, ya que cada vez diseñáis experimentos más crueles. Eso se llama sadismo.

-Yerras de nuevo. Ten en cuenta que estos animales tienen un increíble poder de adaptación, y las enfermedades que les inoculamos acaban convirtiéndose en inocuas para ellos. Si queremos que nos sigan siendo útiles, no nos queda otra solución que incrementar su virulencia o desarrollar nuevas cepas...

-Claro. Y ésta es la razón por la que el próximo ensayo que tenéis previsto realizar tendrá una mortalidad tan elevada que dejará en mantillas a todos los anteriores...

-Estás en lo cierto, pero ¿por qué no le buscas el lado bueno? Los resultados de este proyecto nos permitirán ayudar a la mejora de nuestro nivel de vida.

-¿A qué precio? Morirán millones de animales.

-¿Y qué? Últimamente se han reproducido de forma tan explosiva que amenazan con agotar todos los recursos, e incluso el propio espacio, de que disponen. Resultaba imprescindible sacrificar los excedentes de población para mantener su equilibrio, y los métodos tradicionales se han revelado insuficientes uno tras otro. Puesto que había que hacerlo, por lo menos así aprovecharemos para obtener unos resultados útiles.

-Dejémoslo estar; está visto que en este tema jamás nos podremos poner de acuerdo.

-Como prefieras.




En la Tierra todas las alarmas se habían disparado. Dominadas, cuando no erradicadas, la mayor parte de las enfermedades que habían flagelado a la humanidad desde la noche de los tiempos; controlados cada vez más el cáncer y las enfermedades cardiovasculares, principales fuentes de mortalidad hasta hacía poco; contenidas ya las plagas modernas del sida y el ébola, una nueva epidemia se extendía ahora con tintes apocalípticos hasta el último confín del planeta, causando millones de víctimas sin que las impotentes autoridades médicas pudieran hacer nada por evitarlo.

La Peste Roja, así bautizada por la similitud de su propagación con la de su mortífera homónima medieval y por el color que adoptaba la piel de los enfermos antes de que éstos cayeran fulminados en el breve plazo de unas cuantas horas, se resistía impune a los frenéticos esfuerzos de la comunidad científica por ponerle freno, sin que todos los conocimientos existentes sobre enfermedades, ni todo el arsenal disponible de medicamentos, mostraran la menor efectividad contra esa nueva plaga bíblica, frente a la cual cualquier otro mal anterior se asemejaba a un simple juego de niños.

En aquellos atribulados tiempos no faltó quien aventurara que se trataba de una maldición divina precursora del fin del mundo, y también hubo fatalistas que recordaron a la doliente humanidad su naturaleza mortal. No faltaron tampoco pesimistas que pronosticaran la próxima extinción de la raza humana, ignorantes de que, pese a la muerte de centenares, de miles de millones de personas, el Homo sapiens seguiría existiendo sobre la faz de la Tierra; pero no por sus propios medios, sino porque a sus ignotos y todopoderosos criadores no les interesaba en modo alguno perder a sus útiles cobayas cósmicos.


Publicado el 19-5-2005 en Ciencia Ficción Perú