Contacto alienígena



El primer contacto documentado con extraterrestres en nuestro planeta tuvo lugar el 23 de junio de 20** no en Nueva York, como suele ocurrir en las películas de Hollywood, sino en la pequeña localidad castellana de Trabanedo del Almendral, con cincuenta habitantes censados y algunos más contando a los veraneantes.

El vehículo alienígena, al que no era apropiado denominar platillo volante puesto que su forma recordaba más bien a un huevo del tamaño de un autobús, apareció posado en un prado de las afueras del pueblo lindante con la carretera que los lugareños llevaban décadas reclamando que se desdoblara por fin en autovía. En realidad no estaba posado puesto que levitaba a unos treinta centímetros sobre el suelo, pero éste era un detalle irrelevante.

Aunque nadie le vio llegar pronto fue descubierta su presencia no sólo por los trabanedanos sino también por los conductores que discurrían por la carretera, lo cual lo convertía en una posible causa de accidentes hasta que la Guardia Civil tomó cartas en el asunto cortando el tráfico durante varios kilómetros en ambos sentidos.

Avisadas las autoridades y dado que el objeto, cuya naturaleza real todavía se desconocía, era susceptible de ser considerado como un artefacto potencialmente peligroso, se procedió a evacuar al pueblo no sin protestas de algunos de los vecinos, que clamaban al verse privados de la única distracción de la que habían disfrutado durante mucho tiempo. Pero las cosas, sobre todo a nivel internacional, no estaban para bromas y pronto llegó una unidad militar que estableció un cordón infranqueable al tiempo que un par de aviones de combate patrullaban por el espacio aéreo.

Por supuesto también hicieron acto de presencia una pléyade de periodistas y algún que otro veterano magufo, todos los cuales vieron frustrada su intención de acercarse al huevovni, como le bautizara zumbonamente un periodista.

Mientras tanto el presunto objeto extraterrestre seguía a su aire, indiferente por completo a toda la agitación desatada en torno suyo. Simplemente estaba allí, con su irisada superficie, desprovista de ventanas y de cualquier otro tipo de aberturas incluyendo la aparentemente necesaria puerta, brillando al sol de la mañana.

Pasadas varias horas el impasse se rompió cuando en el exterior del cordón militar donde se agolpaban los periodistas y los curiosos, locales y foráneos, corrió la voz de que un portavoz oficial intentaría entrar en contacto con los tripulantes del objeto. En el revuelo que se formó circularon todo tipo de especulaciones sobre su identidad: el presidente del gobierno, el presidente autonómico, el delegado del gobierno en la comunidad autónoma, un militar de alto rango e incluso el presentador de un popular programa de televisión especializado en temas misteriosos.

En realidad se trataba de Perico el Tronzao, un habitante del lugar que lo único que pretendía era comprobar si sus vacas, alojadas en un establo cercano al punto cero, se encontraban en buen estado, por lo que esgrimiendo su condición de juez de paz -Trabanedo era una pedanía dependiente de un pueblo cercano-, y ante la ausencia de autoridades de mayor rango, se arrogó la responsabilidad de entrar en contacto con los tripulantes del ovni. Posteriormente se sabría que el alcalde del municipio se había excusado alegando un fuerte dolor de muelas y que el presidente autonómico se escudó en la falta de competencias de su cargo en asuntos cósmicos, mientras del resto simplemente no se supo.

El caso fue que el Tronzao -en realidad el tronchado había sido su abuelo, atropellado por un carro en su juventud, mientras él era un recio ejemplar de raza castellana que había heredado muy a su pesar el apodo- logró convencer a los custodios tanto por su labia -por eso y por la ausencia de más candidatos había sido nombrado juez de paz- como, posiblemente, por el macizo garrote que portaba. Y aunque a él el chisme extraterrestre le importaba un pimiento, no podía esquivarlo para acercarse a sus vacas dado que, en aras de su seguridad, el militar a cargo del control le había provisto de una guardia pretoriana armada hasta los dientes.

Por lo tanto, y en contra de su voluntad, se vio forzado a ejercer de héroe. Perico no tenía mucha imaginación, pero había visto alguna película de ciencia ficción en la que de repente el platillo volante, o su equivalente geométrico, comenzaba a disparar rayos mortíferos que carbonizaban o desintegraban de forma instantánea a los incautos visitantes. Pero era ya tarde para echarse atrás, por lo que armándose de valor decidió afrontar su misión en la historia. Y en honor a la verdad, es preciso reconocer que los cuatro soldados que le acompañaban no estaban menos asustados que él.

Entre pitos y flautas habían pasado ya varias horas cuando Perico y los militares llegaron junto al ovni, el cual seguía a lo suyo es decir ignorando olímpicamente a todo cuanto le rodeaba. Perico se plantó firmemente sobre sus dos pies apenas a cinco metros de distancia -los soldados, sin mayor interés por pasar a la posteridad, optaron tácitamente por quedarse varios pasos atrás, desplegados en abanico con los fusiles terciados-, apoyó firmemente su manaza en la empuñadura del garrote y, recurriendo a sus difusos conocimientos de ciencia ficción, alzó la otra mano en un gesto que pretendía ser amistoso al tiempo que graznaba con su vozarrón:

-¡Eh, los marcianos! -evidentemente sus recuerdos de ciencia ficción estaban un tanto anticuados-. ¡Bienvenidos a la Tierra! ¡Os recibimos en son de paz!

Tras lo cual lo que hubiera cabido esperar era que el ovni permaneciera impasible. Pero, para sorpresa de todos incluido el Tronzao, éste respondió.

-¡Saludos, hijos de la Tierra! -el acento era extraño y la sintaxis dejaba bastante que desear, pero el mensaje resultaba inteligible-. Os pedimos disculpas por nuestra irrupción en vuestro planeta, y también por nuestro largo silencio; pero el Traductor Omnilingua Universal carecía de información sobre vuestro idioma, por lo que hemos necesitado este tiempo para captar vuestras emisiones electromagnéticas y poder así implementar su base de datos con la información recibida. Esperamos que os pueda llegar nuestro mensaje, y os aseguramos que no deseamos haceros ningún mal sino tan sólo pediros ayuda.

A Perico se le cayó de golpe la mandíbula, y eso que no llegó a ver la reacción de los soldados que se encontraban a sus espaldas. ¿A ver si después de todo se iba a convertir en un personaje famoso? Pero reaccionando con rapidez, imbuido en su misión de representante de la humanidad frente a los visitantes extraterrestres, intentó estar a la altura de las circunstancias.

-Os entendemos, y estamos dispuestos a ayudaros en cuanto nos sea posible -esto último era un farol, pero quedaba bonito y nadie se encontraba en situación de desautorizarlo-. Decidnos qué deseáis.

-Es sencillo -respondió la voz metálica, cuya sintaxis hemos corregido en aras de una mejor comprensión para el lector-. Por una serie de circunstancias ajenas a nuestra voluntad nos desviamos de nuestra ruta internándonos en una región espacial que carece de cobertura para el Sistema de Posicionamiento Galáctico, por lo que nos hemos perdido. Por esta razón decidimos aterrizar en el planeta habitado más cercano para preguntaros si sabríais decirnos por dónde se va hacia Stirgweeno o, si lo desconocéis, hacia Birtxiloo o Kwtriin, cualquiera de ellas nos sirve. Nos haríais un gran favor si nos pudierais orientar.

A Perico, que no era tonto pero la geografía no era su fuerte, esos nombres le sonaron a chinos o rusos, y después de rascarse la cabeza por encima de la gorra no supo qué decir.

-No estoy seguro del todo, pero creo que es por ahí.

Y esgrimiendo el garrote señaló un punto indeterminado del cielo.

-Os estamos muy agradecidos, terrícolas, por vuestra amabilidad -fue la respuesta alienígena-. Que la Entropía os acompañe.

Concluyó la voz a modo de despedida, tras lo cual el ovoide se elevó grácilmente como si se tratara de un globo aerostático y, tras alcanzar una altura de varias decenas de metros, se desvaneció en el aire ante la perpleja mirada de miles de espectadores.


* * *


En el interior del vehículo espacial dos seres de aspecto vagamente humanoide discutían.

-Te tengo dicho que consultes los planos galácticos siempre que te lo pida, a ser posible con suficiente antelación y no cuando ya nos hayamos pasado del desvío. Yo no puedo pilotar y estar pendiente de ellos al mismo tiempo.

-Y yo te insisto una vez más en que si no fueras tan tozudo y te acostumbraras a manejar el SPG no nos perderíamos cada vez que salimos de viaje.

-Te recuerdo que una vez que hice caso al maldito invento dimos un rodeo de más de treinta prkss y casi nos zambullimos en una nova que no tenía registrada. Como para fiarse de él. Donde estén los mapas estelares...

-Pues ya ves tú, con tus queridos mapas hemos acabado en una zona sin cartografiar y con toda probabilidad sin civilizar.

-Está bien, vamos a lo práctico -zanjó el primero con un tajante gesto de tentáculo-. Tampoco nos fue tan mal; el aborigen, aunque primitivo, supo indicarnos aproximadamente la dirección correcta; al menos ahora estamos de nuevo dentro del mapa.

-Y dentro de la cobertura del SPG -remachó el segundo con malicia.

-¡Tú y tu dichoso programa! Está bien -se rindió mientras sus cromatóforos adoptaban el color de la resignación-. Dime al menos por donde tenemos que ir, yo no puedo estar a las dos cosas.


Publicado el 27-2-2023