Cromofobia
Vivir en los Mundos del Borde tiene sus ventajas, eso es innegable, pero también acarrea unos inconvenientes nada despreciables que, en ocasiones, pueden acabar alcanzando niveles problemáticos.
Por un lado la Frontera ofrece oportunidades difíciles de encontrar en los organizados y reglamentados mundos interiores, lo que la convierte en un poderoso imán que atrae a su seno a multitud de desheredados de la fortuna, o simplemente inconformistas, que buscan aquí la posibilidad de prosperar lejos de una sociedad que se les muestra esquiva, cuando no hostil. Nada de particular hay en ello, puesto que se trata de algo que se ha repetido una y otra vez a lo largo de toda la historia de la humanidad, sirviendo de válvula de escape para las tensiones sociales.
Pero no todo es de color de rosa; los riesgos existen, y no se pueden ignorar. Aunque los Mundos del Borde pertenecen teóricamente a la Federación Terrestre, en la práctica la soberanía de la misma sobre estos territorios fronterizos es meramente nominal. Cierto es que existe un delegado del gobernador de Nahum, el planeta federado más cercano, pero su principal -y casi única misión- es la de recaudar los impuestos con los que está gravado el comercio interfronterizo, principal medio de vida en estos mundos dejados de la mano de Dios. Por lo demás, y salvo las cuatro patrulleras dedicadas al control del contrabando, ésta es una tierra de nadie en la que resulta muy conveniente saber bandearse solo.
No es que no haya autoridad aquí; la hay, aunque heterodoxa y, por supuesto, al margen de la legalidad federal. Como cabe suponer existen aquí varios Consorcios, un eufemismo bajo el cual se esconde algo muy parecido a las antiguas familias mafiosas, los cuales detentan el poder real en toda la vasta región del Borde. Estos Consorcios tienen sus propias reglas y, a su modo, son mucho más estrictos a la hora de aplicarlas que el habitualmente corrupto delegado federal, quizá porque a diferencia de éste sus responsables no alientan ningún tipo de ambiciones políticas. Y como ambos poderes se respetan mutuamente y al delegado federal se le permite enriquecerse de forma razonable, la coexistencia entre ellos no suele resultar problemática.
Cuestión aparte es la de los astronautas independientes, tolerados a regañadientes por unos y otros debido a su tendencia natural a saltarse ciertas trabas burocráticas, lo que les convierte contrabandistas de cara a la ley y en simples intrusos para los capos de los Consorcios. Pero como el volumen de mercancías transportadas por éstos en sus vetustas astronaves es en su conjunto lo suficientemente pequeño como para no perjudicar en demasía a los negocios de sus poderosos vecinos, y además acostumbran a hacerse cargo de todos aquellos fletes de escasa o nula rentabilidad previamente rechazados por las compañías, se les permite acceder a las migajas del pastel, aunque no al reparto del mismo.
La vida cotidiana de estos astronautas independientes es dura y, por lo general, azarosa. Y desde luego, no resulta ser lo más recomendable para espíritus delicados ni para débiles de carácter. Pero como dijera un antiguo filósofo hay gente para todo, y aunque la selección natural sea fuerte y sólo unos pocos consigan salir adelante, no son candidatos lo que falta, sino todo lo contrario. Son muchos los desheredados de la fortuna, aventureros o, simplemente, gente con los cables cruzados, que desean probar suerte, alegando como principal aliciente para ello la libertad casi absoluta que se disfruta en este oficio, una libertad existencial imposible de encontrar en otros ambientes menos bárbaros pero que implica, las más de las veces, una arriesgada apuesta cotidiana en la peligrosa ruleta rusa.
Yo, lo confieso, soy de otra pasta. Aunque los admiro e incluso, secretamente, los envidio, jamás hubiera conseguido reunir el valor suficiente para embarcarme en una de esas cafeteras rescatadas de los desguaces y navegar con ella por rutas poco seguras cuando no apenas exploradas, sin olvidar tampoco el nada desdeñable riesgo en que se incurre al trapichear con extrañas razas alienígenas de idiosincrasia hermética e impredecibles reacciones, a los cuales les suenan a música celestial nuestros más elementales conceptos éticos... incluyendo el del respeto a la vida ajena. Comparado con todo esto, sortear las artimañas de los protectores de los Consorcios o las marrullerías de los patrulleros federales es tan sólo un simple y aburrido juego de niños.
Mi trabajo es mucho más tranquilo, para fortuna mía, y es que no en vano iba para funcionario hasta que se descubrieron accidentalmente ciertas irregularidades contables en mi gestión sobre las que no es necesario entrar en detalles, las cuales me obligaron a abandonar precipitadamente mi plácida vida en la Vieja Tierra. Pero no me quejo. Actualmente soy agente de una importante compañía naviera especializada en transportar mercancías de todo tipo entre los Mundos del Borde y los sectores vecinos de Nahum, Ibajay y Redención e incluso los más lejanos de Badoom y Noidim, aunque no solemos llegar más allá, es decir, hasta la Tierra y los sectores centrales de la Federación, puesto que mi compañía carece de licencia para hacerlo... al menos de forma legal.
De todos modos, oportunidades de hacer negocio no nos faltan. En el Borde se mueve mucho dinero y, si no eres demasiado escrupuloso intentando averiguar su origen, puedes hacerte con una fortunita sin correr demasiados riesgos. Entre mi comisión por los fletes que gestiono a la compañía y mis propios negocios particulares, aun después de descontar impuestos -los menos- y gabelas, sobornos y protecciones de todo tipo -los más-, calculo que de aquí a unos años podré retirarme tranquilamente a disfrutar de los ahorros en alguno de los mundos tropicales del Cinturón de Venus, si es que para entonces ha prescrito ya el asuntillo que me alejara de la Tierra. Mientras tanto, y puesto que por suerte no soy esclavo de ningún vicio, por lo demás extremadamente onerosos en estos lugares, me dedico a pasar el tiempo de la forma más plácida posible, huyendo de las complicaciones y cultivando mis relaciones sociales con todos los poderes fácticos del lugar, representante federal incluido, que nunca se sabe cuando vas a necesitar que te echen una mano.
Pero a veces, lo confieso, me aburro. Los miembros de los Consorcios, aunque educados y amables -hasta el propio Luiggi el Calabrés me concede el honor de invitarme de vez en cuando a sus fiestas-, son bastante reservados y, como cabe suponer, prefiero no tirarles de la lengua. De los alienígenas mejor no hablar; son seres tan extraños, que toda posible relación excepto la puramente comercial roza lo imposible. No, no se crean que se trata de xenofobia; puesto que no creo lo más mínimo en la humanidad -me refiero a la nuestra-, tanto me da que mi interlocutor tenga brazos y piernas que tentáculos y antenas. Ni siquiera los seres ameboides de Uhlán, y ya es decir, me causan la más mínima repulsión; pero, ¿qué conversación se puede mantener con un telépata mudo incapaz de establecer el menor contacto mental contigo?
Además, como es sabido, cualquier persona civilizada siempre desarrolla sus relaciones sociales en el bar, como Dios manda... De hecho, y aunque dispongo de una oficina propia en pleno bulevar de Sagitario, la mejor zona de la ciudad, me gusta más hablar de negocios en la taberna de Klaatu, un garito portuario donde puedes saborear el único sucedáneo de orujo de todo el Borde que no te hace vomitar, al tiempo que disfrutas del abigarrado ambiente local. Claro está que esto me proporciona también la necesaria discreción para mis gestiones particulares, de las que la compañía no tiene por qué enterarse... así que, mato dos pájaros de un tiro.
Aquella noche, y en contra de lo habitual, el garito de Klaatu estaba excepcionalmente tranquilo. Habían corrido rumores de que los federatas iban a hacer una redada -al parecer los negocios del delegado no iban tan boyantes como él deseara-, y el que más y el que menos había decidido poner tierra por medio, que a nadie le gusta tener que pagar el impuesto revolucionario si es posible evitarlo. Yo no tenía nada que temer, pues estaba completamente limpio; al menos eso cabía suponer, teniendo en cuenta el abultado sobre que hacía llegar todos los meses de forma anónima al representante máximo de la autoridad terrestre en el Borde. Además, y esa era mi mejor garantía, era conocedor de ciertas historias que había puesto por escrito y guardado a buen recaudo en una caja fuerte de la agencia local de los barpturanos, la raza alienígena especializada en banca intergaláctica. Por supuesto que se trataba de una simple precaución a la que jamás recurriría salvo en casos muy extremos, como muy bien sabía -de hecho procuraba recordárselo siempre que estimaba conveniente- el propio delegado; les aseguro que soy un hombre de honor.
Bien, no nos desviemos de nuestro tema. Iba ya por el tercer orujo con agua, y estaba más aburrido que una mona debido a la falta de interlocutores; Klaatu no me servía para darle a la sin hueso puesto que se trata de un androide clase A, emancipado con todos los derechos legales pero tan aburrido como cuando trabajaba como recolector de talén en las ciénagas del planeta Badoom. Además, me saca de quicio su manía de sacarle brillo a todo, aunque esté más limpio que la patena. En fin, como dijo otro filósofo, de casta le viene al galgo.
Aparte de Klaatu, que secaba imperturbablemente los vasos con el delantal mientras con la mirada perdida ensoñaba quizá con hembras multimamarias de su estirpe, y de un servidor, los únicos ocupantes del tabuco eran un ruidoso grupo de protectores que jugaban a las cartas en un rincón y un solitario pkarr que, con los tentáculos superiores acodados -es un decir- en la barra, sorbía con parsimonia de una botella de litro de coca-cola utilizando su lengua retráctil a modo de pajita.
Ninguno de ellos me interesaba lo más mínimo. Los protectores, aunque humanos como yo, solían ser unos personajes toscos y violentos, capaces de partirte la cara por el motivo más nimio; supongo que se tratará de algún tipo de deformación profesional. En cuanto al pkarr, se trataba de un pobre alcohólico que acostumbraba a vegetar allí noche tras noche siendo ignorado por todos; bueno, en realidad habría que decir coca-cólico ya que, como es sabido, esta raza tiene un metabolismo muy peculiar en el que la fórmula secreta de esta bebida, sea ésta la que sea, produce en sus organismos unos efectos similares a los que provoca el alcohol en el nuestro, sin necesidad de añadirle aditivo alguno; y el pobre alienígena se colocaba a base de bien. De hecho, una de las principales escuelas filosóficas de su planeta -el equivalente más o menos aproximado a nuestras religiones- prohíbe a sus acólitos toda ingestión de bebidas refrescantes de cola por considerarlo pecaminoso, habiendo conseguido hace ya tiempo, pese a la oposición de muchos de sus ciudadanos, que el gobierno pkarr prohibiera su importación desde los mundos pertenecientes a la Federación... lo que había servido tan sólo para poner en pie un floreciente tráfico clandestino de las mismas. Pero yo no me dedicaba a estos negocios ya que no me gusta tener que bregar con fanáticos, así que me traía sin cuidado.
Comenzaba a plantearme la conveniencia de emigrar a algún lugar más animado, cuando vi entrar por la puerta al bueno de Angus Smith, más conocido como Angus el Piojo debido a lo menguado de su envergadura. Angus es un astronauta independiente, uno de los más veteranos y también uno de los mejores, y podría haber estado viviendo tranquilamente de sus ahorros desde hacía mucho de no mediar su exacerbada afición a los juegos de azar y a la xenopornografía; pero es un buen tipo, resulta de fiar y yo le aprecio todo lo que se puede llegar a apreciar a alguien en este agujero del universo.
Habitualmente Angus se suele mostrar jovial, pero en esta ocasión aparecía abatido. Además no venía acompañado por el calamariforme Aaaaght, su inseparable socio a la par que copiloto de la Vieja Bruja, el cascajo con el que ambos se ganan la vida dando tumbos de un planeta a otro del Borde... y eso sí que era algo excepcional, ya que Angus antes hubiera abandonado a su madre, de tenerla, que a ese amasijo de tentáculos verdosos.
-¡Hombre, Piojo, cuánto tiempo sin verte el pelo! -le saludé alegremente ante la perspectiva de conjurar el aburrimiento- ¿Quieres tomar algo?
-Gracias. -respondió el piloto con voz apagada al tiempo que se dejaba caer en el taburete contiguo- Klaatu, por favor, ponme una cazalla doble.
Eso era una sorpresa. Angus no acostumbra a beber alcohol, y su bebida habitual suele ser algo tan inocente como el zumo de madroño.
-¿Dónde te has dejado a Ventosas? -éste era el apodo de su compañero, todo el que se precie tiene uno en el Borde; el mío es... bueno, dejémoslo estar, resulta irrelevante para el relato.
-Está ingresado en el hospital de alienígenas, con el manto hecho un colador y un par de tentáculos desgarrados; por suerte no tiene huesos, y la regeneración de los tejidos dañados será relativamente rápida.
-¿Qué le ha pasado? -mi preocupación era sincera- O mejor dicho, ¿qué os ha pasado?
-Los shhhhhs. -masculló a media voz al tiempo que atisbaba furtivamente el recinto, como si temiera ser escuchado.
-¡Los shhhhhs...! -exclamé yo en tono mucho más alto, provocando la alarma de mi interlocutor; por fortuna ni los atareados protectores, ni el colgado pkarr ni, por supuesto, el hierático androide parecieron haberse enterado.
No era para menos. De entre todas las razas alienígenas existentes en la galaxia, y eran realmente muchas, los shhhhhs eran sin ningún género de dudas la más extraña de todas ellas. No por su aspecto físico, que recordaba vagamente a los artrópodos terrestres, sino por lo hermético e incomprensible de su cultura.
Los shhhhhs no son belicosos, pero sí tremendamente ariscos. Forman una sociedad cerrada que rehuye cualquier tipo de contacto con otras razas, y tan sólo en ocasiones excepcionales aceptan a regañadientes -o a regañaquelíceros-, y sin disimular lo más mínimo su repugnancia, relacionarse con cualquiera de sus vecinos cósmicos. En realidad no suelen crean problemas siempre y cuando se les deje en paz; simplemente nos ignoran y, sospecho, nos desprecian. Eso sí, como les toquemos las narices -perdón, las antenas- pueden llegar a cabrearse mucho... y un shhhhh cabreado es alguien realmente peligroso con sus dos metros y medio de estatura, sus brazos armados con afiladas sierras y sus mandíbulas acorazadas, esto sin contar con las pistolas protónicas y las microgranadas atómicas que suelen llevar siempre encima. Ah, y además vuelan.
Puesto que los planetas shhhhhs son mundos cerrados y sus habitantes tan poco sociables, tanto los Consorcios como los astronautas independientes procuran evitarlos en sus correrías comerciales, por más que sean vecinos relativamente cercanos del Borde; pero cuando alguien te recibe a tiros sin siquiera darte tiempo a saludar, lo mejor que puedes hacer es poner tierra por medio y encaminar tus pasos hacia lugares más hospitalarios, que los hay a montones en esta región de la galaxia. Allá ellos con sus manías.
Circula no obstante la leyenda, ignoro si verídica o no, aunque el episodio que me relató el bueno del Piojo parece indicar lo primero, de que por detrás de su fachada de rotunda hostilidad los shhhhhs sí realizan a escondidas algunas transacciones comerciales con los mundos de su entorno, aunque por las razones que sean -vete tú a saber qué es lo que puede bullir en el interior del caparazón quitinoso que les sirve de cabeza- se empeñan en mantenerlas en el más absoluto de los secretos. Difícilmente se puede hablar de comercio clandestino, o de contrabando, cuando no existe la menor relación oficial entre ellos y el resto de los estados planetarios, pero lo cierto es que se empeñan en negarlo como si en ello les fuera la vida... algo que quizá pueda ser cierto, dado que su organización social parece ser -nada se sabe con certeza- una especie de híbrido entre la estructura jerarquizada de los hormigueros y el revuelto Japón feudal de los samurais. Vamos, lo que se dice un paraíso para pasar allí unas vacaciones. Eso sí, si pretendes mantener relaciones con ellos más vale que te andes con pies de plomo, puesto que la probabilidad de salir descalabrado con tan irascibles interlocutores es realmente elevada... tal como les había ocurrido, según todos los indicios, a mis dos amigos.
-Piojo, no me digas que anduvisteis en tratos con esos bichos... -susurré a su oído- ¿Estabais locos?
-Así fue, en mala hora. -rezongó mi interlocutor al tiempo que se echaba al coleto un generoso trago del combustible para cohetes reciclado que el pillo de Klaatu pretendía hacer pasar por cazalla. Por fortuna, y a indicación mía, el androide lo había rebajado previamente con una generosa proporción de agua; en su turbación Angus no parecía haberse percatado de ello, y por lo menos tardaría algo más en emborracharse.
El astronauta me contó su historia. Los propietarios de la Vieja Bruja pasaban por una mala racha, y las deudas comenzaban a acuciarlos... pero los fletes no llegaban. Desesperados por conseguir algún ingreso que les permitiera siquiera seguir tirando, habían decidido finalmente recurrir al concurso de Mac el Garrapata.
Éste es uno de los personajes más repulsivos de todo el Borde, y no será precisamente por falta de candidatos para el puesto. Su apodo le viene del hecho de que los de su raza, de nombre impronunciable para una garganta humana, se alimentan de los fluidos vitales de unos grandes animales nativos de su planeta, con los que mantienen según ellos una relación de simbiosis aunque existen motivos para sospechar que pueda tratarse más bien de parasitismo. Cómo consigue este fulano su suministro alimenticio en un lugar en el que el bicho más cercano se encuentra a varios centenares de años luz es un absoluto misterio, pero la certeza de que su metabolismo es completamente incompatible con el nuestro tranquiliza algo.
Pero si bien Angus y Ventosas podían estar tranquilos en lo referente a la integridad de sus respectivos flujos sanguíneos -o lo que fuera en el calamar-, no podía decirse lo mismo de sus anémicas finanzas. Haciendo honor a su apodo, el Garrapata acostumbraba a esquilmar concienzudamente a sus clientes; pero cuando se te han cerrado todas las puertas, como les ocurría a los astronautas, ésta era la única posibilidad que les quedaba en todo el Borde de conseguir algún trabajo, aunque el precio a pagar por ello fuera poco menos que vender su alma al diablo.
El Garrapata es oficialmente un intermediario que gestiona fletes entre las ermpresas consignatarias y los transportistas, pero en la práctica pasan por sus garras -les aseguro que las tiene- buena parte de los negocios más sórdidos de todo este sector estelar. Incluso en un lugar de moral tan relajada como es éste es aborrecido universalmente; pero al igual que sucede con los buitres y demás carroñeros, repulsivos pero imprescindibles para el equilibrio ecológico, alguien tenía que encargarse de procesar los detritus más indigeribles de la turbia economía local, razón por la que su actividad es tolerada e, incluso, alentada.
De hecho, al Garrapata jamás le faltan encargos; otra cosa es que se tengan escrúpulos a la hora de aceptarlos. Pero como dijo Aristóteles -¿o fue Platón?- a buen hambre no hay pan duro, y sus víctimas potenciales suelen acudir a su cubil con los bolsillos repletos de telarañas y el rabo -virtual o real, dependiendo de las especies- entre las piernas.
El Garrapata, una especie de centollo gigante con sensores en las pinzas gracias a los cuales se comunica con un sintetizador de voz, les recibió abrumándoles con quejas lastimeras acerca de lo mal que le iba el negocio; pura coreografía, como cabe suponer, ya que es vox populi que nada literalmente en dinero. Pero los miembros de su especie muestran una exagerada tendencia al victimismo, lo que les mueve a camuflar su agresividad natural -en asuntos comerciales, se entiende- bajo una densa capa de untuosidad a todas luces falsa.
Al cabo de media hora de lloros y gimoteos ininterrumpidos, cuando ya la paciencia de sus interlocutores estaba a punto de saltar hecha añicos, recordó oportunamente la existencia de un encargo que todavía no había colocado debido a que lo reservaba para sus mejores clientes. En realidad llevaba meses con él empantanado debido a que todo el mundo se negaba en redondo a mantener tratos con los temidos shhhhhs; pero el Garrapata tiene a gala publicitar sus productos y se muestra muy orgulloso de sus habilidades retóricas. Tarde o temprano siempre acaba picando algún incauto, y los desesperados astronautas mordieron no sólo el anzuelo, sino también buena parte del sedal.
La oferta era, aparentemente, sencilla. Los shhhhhs, como todos los mortales y quizá incluso alguno de los inmortales, también tienen su lado oscuro, por mucho que lo camuflen. Y como todo hijo de vecino, sienten una atracción inequívoca por lo peligroso, lo dañino o lo prohibido... y mejor todavía si va todo junto. Dicho con otras palabras, son tan golfos a su manera como cualquiera, y sólo las diferencias culturales y -en caso de adicciones físicas- las metabólicas suelen marcar las diferencias entre unos y otros. Así pues, basta con buscar el punto flaco de cada cual para tener la batalla ganada.
Y los shhhhhs también lo tienen, por muy desconocido que pueda resultar para el común de los habitantes del universo. Bastaría con transportar un cargamento de lo que para ellos es una poderosa droga, para volver cargados con su equivalente económico en iridio, un metal al que por su abundancia no consideran valioso -de hecho lo utilizan para construir cañerías debido a que no se oxida- pero que en los mercados del Borde puede llegar a alcanzar unos valores exorbitantes.
Por si fuera poco esta droga es una sustancia no sólo inocua para nosotros, algo habitual dadas las grandes diferencias que existen entre los metabolismos de las diferentes especies, sino además cotidiana; de hecho, es un residuo que normalmente suele ir a parar a los tanques recicladores de la basura. Me estoy refiriendo a algo tan simple como la quitina o, para ser más precisos, a un derivado suyo, el quitosano... vamos, que los shhhhhs se colocan a base de bien con algo tan simple y tan vulgar como son las cáscaras de gamba.
Huelga decir que el consumo de quitosano o quitina está rigurosamente prohibido por las autoridades shhhhhs, mitad porque para ellos son unos potentes alucinógenos, mitad por la inveterada costumbre de todos los mandamases de implantar prohibiciones como forma de fastidiar al personal. A ello se une, al parecer, una cuestión religiosa que lo convierte en tabú: los shhhhhs, como ya he dicho, son artrópodos, y poseen un exoesqueleto constuido principalmente por un compuesto químico similar a la quitina. En tiempos la práctica del canibalismo ritual, frecuente entre hormigueros rivales, traía como consecuencia unas orgías psicotrópicas de mucho cuidado, por lo que no es de extrañar que los antepasados de estos fulanos fueran tan dados a guerrear entre ellos. La aparición de una feroz religión monoteísta, que habría de acabar implantándose en la mayor parte de los estados feudales, supuso la práctica desaparición del canibalismo, es de suponer más por cuestiones morales que para acabar con las matanzas, puesto que los shhhhhs se siguieron exterminando alegremente aunque, eso sí, se abstenían escrupulosamente de devorar los cadáveres.
Hubo entonces un avispado -¿dónde no los hay?- que descubrió la manera de obtener la droga a partir de otras especies, entre ellas los propios animales domésticos de los que se alimentaban, y cuyos cascarones hasta entonces habían desechado. No era lo mismo, evidentemente, pero tras un conveniente tratamiento químico se obtenían unas sustancias de aceptable calidad que, además, no violaban aparentemente el tabú.
Eso se creían ellos. Los sacerdotes de la religión oficial, poco dispuestos a consentir que se les desmandara el rebaño, se apresuraron a proscribir el uso del manjar de los dioses -así se denomina en su idioma, en una clara herejía politeísta- alegando que tan pecaminoso era éste como el que procedía de los cuerpos de los fieles. Y así quedó la cosa, con un consumo clandestino y minoritario de la droga -el castigo por su tráfico o consumo es nada menos que la pena de muerte, aparte de excomuniones varias- y la mayor parte de la población alejada por su propio bien, aunque sin su consentimiento, de los males del cuerpo y del espíritu.
Y he aquí que un buen día los tripulantes de una patrullera shhhhh que acababa de dar buena cuenta de un incauto mercante al que un error de navegación había acercado más de lo conveniente a su territorio, descubrieron un cargamento de marisco congelado en las bodegas del mismo. Huelga decir el colocón que se pegaron, ya que al parecer la quitina de origen terrestre es mucho más adictiva que la autóctona, y no resulta demasiado difícil suponer lo que hicieron a continuación: tras obligar a su superior a abandonar la nave sin permitirle ponerse el traje espacial, decidieron echarse al monte, digo al espacio, trocando su mal pagada profesión militar en una mucho más lucrativa carrera como narcotraficantes.
El mercado lo tenían asegurado, pero necesitaban garantizarse un suministro de materia prima lo suficientemente continuado como para mantenerlo abastecido. Tan ignorantes de los hábitos sociales de las otras razas de la galaxia como éstas desconocían los suyos, dejáronse llevar por un instinto tan universal como es la pereza, optando por la alternativa que consideraron más simple.
Así pues, se convirtieron en piratas. Las indefensas naves mercantes que se arriesgaban a surcar las rutas más alejadas del Borde fueron sus fáciles presas, pero para desesperación de sus captores ninguna de ellas resultó transportar ni tan siquiera un mísero gramo de la ansiada mercancía.
Estaban ya a punto de dar por concluidas sus correrías, cuando la suerte les deparó el abordaje de la Cthultu, un carguero nahumita que navegaba en vacío con destino a Facundia, un mundo minero situado en el extremo exterior de Borde. Su capitán era un viejo astronauta de raza humana curtido en mil avatares, el cual no se arredró ante el asalto de los belicosos, y a estas alturas ya exasperados shhhhhs pese a lo peligroso de la situación en la que se encontraba. Muy al contrario, se las apañó no se sabe como para dialogar con ellos -desconozco el medio que utilizaron para entenderse-, convenciéndolos de que, en vez de asesinarlos a él y a su tripulación tal como pretendían, les interesaba más admitirle como socio en su negocio. Sus argumentos, ciertamente, no podían ser más convincentes: prometió a los shhhhhs proporcionarles cuanta quitina pidieran sin necesidad de que tuvieran que asaltar ninguna nave, aunque el viejo zorro se cuidó muy mucho de decirles que pensaba obtenerla de la basura. Claro está que como éstos creyeron engañarle a su vez pagándole con un metal que no tenía ningún valor en su planeta, todos quedaron satisfechos con el acuerdo.
El capitán volvió a Nanum convencido de que acababa de ser agraciado por la veleidosa diosa Fortuna. Así pues sentó sus reales en Viritia, el principal planeta del Borde, y procedió a montar discretamente su nuevo negocio de exportación de quitina o, lo que es lo mismo, de cascarones vacíos de marisco. Aunque tanto al poder oficial -la Federación- como al fáctico -los Consorcios- les traía sin cuidado el contrabando con un mundo al que oficialmente ignoraban, no desdeñarían reclamar su tajada si llegaban a descubrir lo fructífero del negocio. Así pues, camufló precavidamente el verdadero destino de la basura recolectada declarando que ésta era enviada a una empresa química de Tarka. La empresa existía realmente y procesaba quitina con fines industriales y médicos, pero este planeta se encontraba ubicado en la otra esquina del universo conocido, y entre Tarka y Viritia había centenares de mundos habitados que podrían ser perfectamente unas fuentes alternativas de esta materia prima.
Pese a lo endeble de la excusa, ésta funcionó. Durante algún tiempo el comercio de quitina entre Viritia y los traficantes shhhhhs marchó viento en popa para satisfacción de ambas partes, pero hacía varios meses una patrullera federal más entrometida que de costumbre abordó a la Cthultu cuando ésta retornaba a Viritia con un cargamento de iridio que su capitán no pudo justificar. Aunque gracias a varios sobornos estratégicamente distribuidos su capitán consiguió parar momentáneamente el embate de la ley, corrompida pero ley al cabo, la prudencia aconsejaba dedicarse durante una temporada a otros quehaceres potencialmente menos conflictivos, razón por la que la ruta shhhhh fue abandonada por un buen tiempo. El problema surgió cuando sus socios nativos comenzaron a impacientarse reclamándole imperiosamente la mercancía... así pues, recurrió al taimado Garrapata para que le sacara del brete.
La mayor parte de estos detalles los he conocido no por Angus, que estaba en Babia cuando aceptó el encargo, sino gracias al propio Garrapata -siempre es bueno que te deban favores, aunque sea en el infierno- y a varios amigos que estaban al corriente, siquiera parcialmente, del tema. El caso es que a Piojo se le informó tan sólo lo más indispensable, diciéndole que su misión se limitaría a transportar unas cajas selladas hasta un lugar del espacio en el que éstas serían trasbordadas a una nave shhhhh que les saldría al encuentro, recibiendo a cambio una caja asimismo sellada que deberían entregar a Garrapata, tras lo cual cobrarían lo acordado por el flete. Así de fácil... aunque dada la peculiar idiosincrasia shhhhh, fueron advertidos acerca de la forma en que tenían que comportarse con éstos para evitar posibles y desagradables percances.
-¡Y todo por culpa del maldito color verde! -gemía una y otra vez el pobre Piojo, completamente borracho a esas alturas a pesar de que la cazalla que ingería a cubos estaba cada vez más aguada.
Los colores... uno de los asuntos más espinosos en el siempre difícil trato con los puñeteros shhhhhs. Estos alienígenas, como ya he comentado anteriormente, son artrópodos, entendiendo como tal que tienen un exoesqueleto quitinoso, extremidades articuladas y algo parecido a unas antenas en la cabeza; pero cometeríamos un grave error considerándolos parientes, siquiera lejanos, de nuestros insectos. En realidad, se trata de unos seres completamente distintos a cualquier bicho viviente que podamos imaginar ya que sus peculiaridades anatómicas son muchas, y una de las más importantes son sin duda sus ojos.
Éstos no tienen nada que ver con los ojos múltiples de nuestras moscas; en realidad, no tienen parangón alguno con los órganos visuales de ningún animal terrestre ni, si me apuran, de ningún otro planeta habitado. La percepción del color en los shhhhhs es asombrosa, y está infinitamente más allá que la nuestra; no es que vean mejor, es que ven distinto. Y eso que los humanos o, si se prefiere, los primates gozamos de una visión del color superior a la de la mayor parte de los seres vivos de nuestro planeta, muchos de los cuales son daltónicos por más que nos sobrepasen en agudeza visual o en capacidad de visión nocturna. Pero eso no es nada comparado con lo que se supone debe de ser la capacidad cromática de esta raza, que algunos estudiosos han llegado a calificar de espectroscópica. Su intervalo visible no sólo se extiende bastante más allá que el nuestro, tanto en la región del infrarrojo como en la del ultravioleta, sino que además son capaces de distinguir infinidad de matices de un mismo color con mucha más precisión que nosotros.
Esta sensibilidad tan extrema ha condicionado necesariamente la cultura shhhhh. Ellos no ven los colores, sino que los sienten. Es, por poner un símil, algo equivalente al o que nos ocurre a nosotros con los olores; algunos nos encantan, otros nos dejan indiferentes y otros, por último, nos resultan nauseabundos... Imagínense ustedes que de repente les llegara un alienígena que exhalara un fuerte hedor a huevos y pescado convenientemente podridos. ¿Cómo reaccionarían?
Si a ello sumamos que los shhhhhs son una de las razas más belicosas, si no la que más, de todo el universo conocido, y que en su cultura hasta las discrepancias más nimias suelen resolverse con frecuencia en forma de duelos mortales, cabe deducir que tratar con ellos no es precisamente un camino de rosas, y que resulta extremadamente conveniente vigilar, entre otras muchas cosas, el color de nuestros atuendos so pena de ser decapitados in situ sin la menor explicación. Teniendo en cuenta, por si fuera poco, que los shhhhhs desprecian profundamente a cualquier otra raza (de hecho son unos xenófobos furibundos), y que nuestro conocimiento sobre sus complejos hábitos sociales y sobre sus no menos complejos tabúes culturales es además extremadamente limitado, la conclusión inmediata es que los infelices Piojo y Ventosas no tenían ni idea de en que berenjenal se estaban metiendo. Los tripulantes de la Cthultu habían conseguido llegar, con el tiempo, a una especie de modus vivendi que les garantizaba de una forma más o menos razonable su integridad física siempre y cuando respetaran escrupulosamente las complejas pautas de conducta exigidas por sus anfitriones, pero las instrucciones que los ingenuos astronautas recibieron de Garrapata no podían ser, para su desgracia, más incompletas.
Todo esto lo supe, claro está, con posterioridad a la entrevista del garito de Klaatu. Por aquel entonces, me bastaba con saber lo que todos, que era conveniente para la salud mantenerse alejado de esos energúmenos; y por fortuna mi trabajo me lo permitía, puesto que los shhhhhs jamás viajan a otros planetas y yo desarrollo mi labor sin moverme prácticamente de Viritia.
Eso sí, mis dos amigos fueron advertidos seriamente del asunto de los colores, proporcionándoseles una tabla en la que se informaba de la reacción que presuntamente provocaba cada uno de ellos en la susceptible mentalidad shhhhh. Pero había un inconveniente. Ocurre que el tono de nuestra piel, digamos el color rosáceo, no es precisamente de los más recomendables; los miembros humanos de tripulación de la Cthultu resolvían el problema cubriéndose con una máscara y unos guantes de tonalidad adecuada, con la excepción de uno de ellos, oriundo de Tarzania -un planeta colonizado por africanos-, al que su piel achocolatada le permitía exhibirla sin pudor al ser éste un color que tranquilizaba en apariencia a los malditos bichos. En cuanto a los alienígenas, se buscaban la vida como buenamente podían, dependiendo de sus características corporales.
El color favorito de los shhhhhs es el verde o, por hablar con más propiedad, determinadas tonalidades de verde que, al parecer, les resultan tan embriagadoras como a nosotros el Chanel 5, sobre todo cuando constituye la única indumentaria de su portadora... pero dejémoslo estar.
Creo que había olvidado decir que Ventosas, como buen calamar -en realidad no es un calamar ni tampoco vive en el agua, pero algún parecido tiene con estos animalitos-, posee la facultad de cambiar el color de su piel. Claro está que su gama de posibles tonos es limitada, pero esforzándose un poco es capaz de revestirse con una capa verdosa bastante aceptable. No llega a ser un verde esmeralda, pero no está mal del todo y, conforme a la tabla proporcionada por Garrapata, entraba dentro de lo aceptable.
Así pues, y de común acuerdo, ambos astronautas decidieron que Piojo permaneciera en la Vieja Bruja mientras Ventosas viajaba en el bote hasta la nave shhhhh para proceder al intercambio de mercancías. Puesto que los miembros de su raza no utilizan ningún tipo de vestimenta ya que todas las partes de su anatomía susceptibles de atentar contra el pudor permanecen invaginadas habitualmente en el interior del manto, nada resultó más fácil que vestirlo de verde de pies -o tentáculos- a cabeza, sin necesidad de maquillaje o ropaje algunos.
Aunque el piloto estaba ya a esas alturas borracho como una cuba, conseguí sonsacarle con dificultad lo ocurrido. Ventosas condujo el bote hasta el lugar, situado en la frontera del territorio shhhhh, donde sus corresponsales nativos aguardaban, y tras identificarse por radio -los shhhhhs rechazan la televisión alegando que perturba los colores- acopló su pequeño vehículo a una de las esclusas de la nave alienígena, evitándose así el engorro de tener que ponerse el traje espacial. Una vez que las presiones estuvieron equilibradas abrió la compuerta, atravesó la esclusa y, finalmente, entró triunfante en el interior de la nave llevando consigo el cofre que contenía la preciada mercancía. Saludó en galáctico utilizando la fórmula ritual aprendida y...
Se desató la catástrofe. Sin darle la más pequeña explicación, los tres energúmenos que allí se encontraban esperándole montaron en cólera -dicen que oírles chirriar los élitros al tiempo que agitan las antenas es un espectáculo estremecedor- y se abalanzaron sobre él impelidos por instintos asesinos.
El pobre Ventosas apenas si tuvo tiempo de soltar su mercancía y huir despavorido, no sin antes sentir en sus carnes las feroces caricias de sus agresores, las cuales le habían mandado al hospital. Por fortuna para él es un invertebrado, lo que le proporciona una flexibilidad y una resistencia que a buen seguro le salvaron la vida; de haber sido un humano, habría muerto despedazado. Despavorido como jamás lo estuviera en su vida, se refugió en su bote, lo desatracó de la esclusa sin esperar siquiera a que terminaran de cerrarse las compuertas y huyó cual alma que persigue el diablo en busca del refugio de la Vieja Bruja.
Fue la confusión creada por su precipitada fuga la que le salvó la vida. Ocupados en cerrar la compuerta de la esclusa por la que se les escapaba el aire, los shhhhhs perdieron un tiempo precioso mientras Ventosas ponía tierra por medio. Cuando quisieron apuntar con los cañones de plasma al bote para desintegrarlo en mitad del vacío cósmico, éste ya se había introducido en la Vieja Bruja, la cual huía a toda velocidad en dirección al territorio del Borde.
Esto es todo en lo que al relato de Piojo se refiere, aunque picado por la curiosidad realicé posteriormente mis propias indagaciones. Al parecer, los shhhhhs se pusieron en contacto con sus corresponsales en Viritia protestando airadamente por las injurias recibidas, ya que según dijeron el mensajero -es decir, el infeliz Ventosas- se había mofado obscenamente de sus huevos -como cabe suponer son ovíparos- lo cual, al parecer, es uno de los peores insultos que se puede inferir a los miembros de esta raza. Eso sí, como lo cortés no quita lo valiente y su código de honor es digno de un samurai, solicitaron el envío de un nuevo correo respetuoso con su cultura -recalcaron mucho esto último-, con objeto de que se hiciera cargo del pago en iridio.
Supongo que así lo harían, y supongo también que echarían tierra al asunto por la cuenta que les traía. En cuanto a mis dos amigos, salieron relativamente bien parados teniendo en cuenta las circunstancias; Garrapata se negó en redondo a entregárselos a los vengativos shhhhhs, tal como éstos pretendían, alegando ignorancia y falta de mala fe por parte de los mismos, aunque me consta que el motivo real de su altruismo no fue otro que el de evitarse problemas con los astronautas independientes. Eso sí, como el negocio es el negocio, no les pagó ni un solo crédito por el fallido transporte, siendo el propio gremio de astronautas independientes el que se vio obligado a sufragar los gastos de hospitalización del maltrecho Ventosas. Y por supuesto, tampoco se preocupó demasiado en averiguar la causa que provocó el enfado de las cucarachas, aun existiendo la firme sospecha de que la culpa la tuvo una información incompleta por parte suya; pero así camuflaba su propia responsabilidad en el desgraciado asunto.
Piojo y Ventosas, como es natural, lo ignoraban, y bastante tenían con lamentarse amargamente de su mala suerte. Pero como yo soy curioso por naturaleza, conseguí averiguar algo interesante. No, no se crean que lo supe por mis fuentes de información a las que he hecho referencia antes; todos ellos suponían que Ventosas, sencillamente, habría metido el tentáculo sin pararse en más elucubraciones.
En realidad fue mucho más sencillo; bastó con recurrir a mis oxidados conocimientos de física, los cuales refresqué consultando las referencias correspondientes. Como ya comenté en su momento, a la visión de los shhhhhs se le puede considerar como espectroscópica. ¿Qué quiere decir esto? No sólo que su capacidad de discriminación entre dos colores prácticamente iguales es muy superior a la nuestra, sino que además son perfectamente capaces de separar cualquier mezcla de ellos en sus componentes unitarios.
Como es sabido, nuestros ojos funcionan de una manera similar a la de una cámara de televisión. En realidad la retina tan sólo distingue entre tres colores básicos que, combinados en distintas proporciones, nos dan toda la escala cromática. En principio, a cada radiación luminosa de una longitud de onda determinada le corresponde un color específico, que podemos considerar puro; pero si en vez de iluminar nuestros ojos con una luz monocromática lo hacen con un conjunto de dos radiaciones, nosotros no vemos los dos colores por separado, sino tan sólo el resultado de la mezcla de ambos. Dicho con otras palabras, cuando nosotros vemos algo verde, pongo por caso, no podemos saber si se trata de un color puro, o de una mezcla de colores amarillo y azul. Sin embargo, si hacemos pasar esa luz por un espectroscopio, en el primer caso veremos una única banda de color verde, mientras en el segundo encontraremos separadas las bandas amarilla y azul.
Justo así es como funciona la visión de los shhhhhs. Ellos sí detectan la presencia de los distintos colores, y lo que para nosotros es un verde homogéneo, es para ellos algo similar a un mosaico bicolor. Y ahí radicó el problema. Ventosas, como todos los seres capaces de cambiar la tonalidad de su piel, posee en la misma unas células especializadas, creo que se llaman cromatóforos, capaces de alcanzar distintos colores mediante la combinación en distintas proporciones de determinados pigmentos que contienen en su interior. Puesto que el número de pigmentos presentes en estos cromatóforos es obviamente limitado, las tonalidades resultantes son en todos los casos producto de una mezcla de colores, y no un color puro.
Para desgracia suya, el hermoso color verde con que se revistió el piloto no era tal a los ojos de los shhhhhs, sino una abigarrada combinación de varios pigmentos diferenciados; y tuvo la mala suerte de que uno de ellos, de tonos ocres, coincidiera con lo que para los artópodos es algo nauseabundo, mientras el otro, violáceo, equivalía aparentemente al peor de los insultos posibles. La mezcla de ambos debió de ser explosiva, con lo cual su reacción era de todo punto inevitable.
Por supuesto no he contado esto a nadie, ni tan siquiera a los propios interesados; la vida en el Borde es dura, y todos tenemos derecho a ganarnos la vida. La información es poder, y en este caso todavía más puesto que mi descubrimiento abre las puertas a una posible manera de tratar como se merecen a estos bichos; bastará con ensayar con distintas combinaciones de colores hasta encontrar la más adecuada. Al fin y al cabo no es sino una variante de la guerra química, que podríamos denominar guerra cromática. Teniendo en cuenta que su planeta es rico en iridio y quizá también en otros metales nobles, siempre habrá alguien interesado en conocer la forma de neutralizarlos. Tan sólo es cuestión de tener paciencia y esperar a que llamen a mi puerta.
Publicado en 2005 en el número 16 de
Asimov
Actualizado el 3-9-2014