Encuentro ¿en la tercera fase?



Cerebruno González nunca había creído en ovnis, extraterrestres o cualquier otra variante magufa aunque, eso sí, había leído historias al respecto más por curiosidad que por verdadero interés. Y por supuesto, nunca se había planteado que pudiera llegar a ser protagonista de un encuentro en la tercera fase.

Así pues, conducía relajado por una carretera comarcal camino a su destino, un tranquilo pueblo en el que solía refugiarse siempre que podía huyendo del infernal fragor de la ciudad. Era de noche, puesto que había salido tarde del trabajo e intentaba aprovechar al máximo la escapada; pero no le importaba puesto que el tráfico era casi inexistente y la bóveda celeste tachonada de estrellas, todavía más al no haber luna, siempre le resultaba un placentero espectáculo imposible de disfrutar en esas colmenas en las que nos hemos empeñado en vivir de forma tan artificial. Y aunque no tenía grandes conocimientos de astronomía ni era capaz de identificar las estrellas y las constelaciones salvo en casos muy puntuales, disfrutaba contemplándolas.

Con lo que no contaba era con el fugaz destello que le adelantó llegando desde atrás cuando enfilaba una larga recta. Al principio pensó que se trataría de una estrella fugaz, pero estos fenómenos celestes no se desplazan en horizontal ni lo hacen a baja altura, ni mucho menos se detienen bruscamente delante de ti compitiendo en luminosidad con las estrellas más brillantes del firmamento.

Cerebruno se sorprendió, pero estuvo lejos de asustarse.

-“Será un avión o un helicóptero” -pensó, corrigiéndose inmediatamente ya que los aviones no se detienen de repente manteniéndose inmóviles en el cielo y los helicópteros no vuelan en silencio, mientras la enigmática luz no emitía el menor sonido.

Y cuando la luz comenzó a descender hasta posarse en la carretera, fue consciente de que se trataba de algo muy diferente y sospechosamente parecido a aquello que siempre había desdeñado por considerarlo invenciones de gente con afán de protagonismo o bien con un tornillo flojo en la cabeza.

En consecuencia, un sudor frío comenzó a correrle por el cuerpo pese a que era pleno invierno.

La luz seguía brillando frente a él a unos centenares de metros de distancia, por lo cual llegaría a ella en apenas unos segundos si mantenía la velocidad... cosa que no hizo, pisando el freno con la intención de parar el coche y dar la vuelta largándose de allí a toda velocidad.

Pero no pudo hacerlo, al menos lo segundo. Porque si bien el coche se detuvo, también lo hizo el motor e incluso los faros se apagaron. Estaba inerme, por lo que lo único que podía hacer era abrir la puerta y salir corriendo... lo cual tampoco resultó posible dado que sus músculos se negaron obstinadamente a obedecerle.

En rápida sucesión la sorpresa dio paso al miedo, y éste al pánico. Con el cuerpo paralizado pero plenamente lúcido, Cerebruno vio como la luz se acercaba a él, o el coche a ella, no estaba seguro, creciendo de tamaño hasta adoptar la forma discoidal característica de tantos avistamientos de ovnis. Y, pasa su sorpresa, la parte analítica de su cerebro se dedicó a calcular su tamaño comparándolo con el ancho de la carretera, unos doce o quince metros de borde a borde y alrededor de cuatro o cinco de alto en la zona central.

Algo debió hacer clic en su mente, puesto que al pánico dio paso una calma que poco tenía de natural. Cerebruno era consciente de dos cosas: primero que era protagonista de un encuentro en la tercera fase de manual, y segundo, aunque esto no parecía ser de su cosecha, que no debía temer a los visitantes.

En cualquier caso, poco podía hacer por evitarlo. Cuando el ovni -o lo que fuera- y el coche estuvieron apenas a diez metros de distancia, éste -o aquél- se detuvo. Fue entonces cuando se apagó la luz, abriéndose una esclusa en la cara inferior que se convirtió en una rampa clavadita a las que había visto en tantas películas de serie B o de cualquier otra letra posterior del alfabeto.

Por ella descendieron dos seres de los que por quedar a contraluz, puesto que el interior del platillo volante estaba iluminado, tan sólo podía apreciar vagamente las siluetas, al parecer humanoides aunque con unas proporciones difícilmente compatibles con las humanas. Y se dirigieron a él sin que, paralizado como estaba, pudiera hacer nada para impedirlo.

Al llegar al morro del coche cada uno torció hacia un lado, parándose ambos a la altura de las puertas delanteras. Entonces pudo verlos mejor pesa a que la luz que emanaba del interior del ovni apenas los iluminaba; y aunque poseían una cabeza, bastante grande por cierto, un cuerpo escuálido, dos largos y delgados brazos y otras dos piernas tirando a esmirriadas, efectivamente no eran humanos. De hecho, se parecían mucho a los alienígenas imaginados por los escritores y guionistas de ciencia ficción.

Aparentemente iban sin escafandras de ningún tipo, lo que indicaba que la atmósfera terrestre debía ser similar a la de su planeta de origen, y vestían algo parecido a un mono de color indefinido que les cubría la totalidad del cuerpo de cabeza para abajo. No parecían peligrosos, le dijo algún rincón de su mente, sino más bien ridículos. Pero era evidente que algo querían de él.

El ser que se había situado al lado de la puerta del conductor acercó su fea cara al cristal y entonces le habló. Bueno, hablar no era el término correcto, ya que ni su boca se abrió ni los oídos de Cerebruno recogieron el menor sonido. Pero él recibió el mensaje y además en español o al menos así le pareció, lo que le indujo a pensar -ser aficionado a la ciencia ficción tiene sus ventajas- que se trataba de un mensaje telepático.

-“En efecto, nativo de este planeta -al parecer la telepatía funcionaba en los dos sentidos y habían sido capaces de leer sus pensamientos-, me estoy comunicando contigo de mente a mente, lo que evita la necesidad de un aparato traductor que no siempre funciona bien cuando se encuentra frente a un idioma desconocido, como es el caso. Así resulta más sencillo”.

-¿Qué queréis de mí? -preguntó Cerebruno sin caer en la cuenta de que el alienígena, tal como acababa de decir, no entendería el español; pero al mismo tiempo debió pensarlo, puesto que éste le respondió.

-“No tienes por qué temer nada de nosotros; venimos en son de paz y no te haremos el menor daño. Tan sólo deseamos información. Y no tienes por qué emitir sonidos, basta con que pienses lo que quieras decir y nosotros te entenderemos”.

Hubo una pausa y otra “voz”, probablemente la del alienígena del otro lado, dijo a su vez:

-“Somos viajeros y por circunstancias que no es necesario explicar perdimos la señal del Sistema de Posicionamiento Galáctico al desviarnos accidentalmente de nuestra ruta internándonos en una sección sin cobertura que todavía no está cartografiada. Por si fuera poco una tormenta neutrínica alteró las mediciones de la galactobrújula, por lo cual acabamos perdidos. Buscando alguna referencia que nos permitiera orientarnos llegamos a este sistema solar y, viendo que contaba con un planeta habitado, decidimos posarnos en él en busca de ayuda”.

Iba a responder Cerebruno que no tenía ni pajolera idea de viajes por la galaxia, y que lo más lejos que había ido en su vida había sido a Canarias, cuando el primero de ellos continuó:

-“Sabemos que nos encontramos en un sector atrasado de la galaxia en el que todavía no se conocen los viajes interestelares, pero no necesitamos ayuda técnica dado que los motores de nuestra nave funcionan perfectamente. Lo único que deseamos es conocer el rumbo que deberíamos tomar para llegar desde aquí a la galactorruta 66. Sabemos que no está demasiado lejos, apenas a unos diez (incomprensible) de distancia, pero desconocemos hacia donde deberíamos dirigirnos. ¿Serías tan amable de comunicárnoslo?”

-“Te lo dije, Xprrr, estos seres son demasiado primitivos para entendernos -le reprochó su compañero ¿o compañera? ante el silencio mental del confundido Cerebruno-. Descender al planeta ha sido tiempo perdido. He sondeado su mente y resulta que apenas han logrado llegar hasta su satélite y, mediante naves robotizadas, a unos cuantos cuerpos de su sistema. Ni siquiera he logrado encontrar alguna referencia estelar que pudiera servirnos de ayuda. Tendremos que apañárnoslas nosotros solos, y mira que te dije antes de salir de casa que actualizaras el mapa galáctico”.

-“Está bien, terrestre -añadió el primero aplicando correctamente el gentilicio que con toda probabilidad había leído en su mente-. Lamentamos profundamente haberte perturbado, por lo cual te solicitamos disculpas. Visto que no puedes ayudarnos en nuestra labor, nos despedimos cordialmente de ti y agradecemos tu buena voluntad”.

Dicho -o telepatiado- lo cual, ambos seres volvieron a su vehículo y, tras introducirse en él, se marcharon de allí de una forma tan fugaz como habían llegado.

En lo que respecta a Cerebruno, éste tardó todavía algún tiempo en percatarse de que: a) Los alienígenas se habían ido. b) El motor y las luces del coche volvían a funcionar. c) Había desaparecido la parálisis que le mantuviera inmóvil. d) Había sido objeto de un encuentro en la tercera fase un tanto heterodoxo conforme a la literatura existente sobre el tema, pero no por ello menos real. e) Convendría, no fueran a cambiar de opinión, largarse de allí lo antes posible. Y f) Por si acaso, sería mejor no contárselo a nadie.

Así pues, minutos después reanudaba su interrumpido viaje haciéndosele los dedos huéspedes para llegar lo antes posible a su destino. Por suerte para él, la DGT no tenía instalados radares en esa carretera.


Publicado el 22-3-2024