El espécimen
Era mi período libre, el primero que disfrutaba en tres ergos, y mis hijos me recordaron una vez más mi incumplida promesa de llevarlos a visitar el bestiario. A mí, la verdad, me apetecía más enfrascarme con mi inconclusa teoría del Campo Hipergaláctico, pero las obligaciones familiares eran las obligaciones familiares... Así pues, fuimos al bestiario. Una vez allí, mientras los chicos se divertían observando en su propio ambiente a los enormes y estúpidos drombellarios, a los escurridizos sípteros y a tantos otros animales procedentes de los más remotos confines de la galaxia, yo me escabullí sigilosamente en busca de la Sala de Pensamientos más próxima en un intento postrero de encontrar siquiera un momento para poder desarrollar mi teoría.
Pero no pude llegar a ella ya que, apenas hube abandonado la zona donde dejara a los chicos, me encontré frente a Dwinn, un antiguo compañero de mis tiempos de estudiante al que hacía muchos plonii había perdido el rastro. Por tal motivo nuestro mutuo saludo resultó ser notablemente más afectuoso de lo habitual; por fortuna, el lugar en el que nos encontramos estaba completamente vacío a excepción de nosotros dos. Pasadas las efusiones iniciales, mi amigo me explicó que se había especializado en la captura y conservación de animales exóticos que posteriormente vendía a los bestiarios de toda Ulm; precisamente se encontraba ahora en la capital con objeto de supervisar la correcta aclimatación de su última captura, un extraño bípedo de metabolismo basado en el carbono y el oxígeno al cual había encontrado en el interior de un tosco vehículo que vagaba sin rumbo por las proximidades de la Gran Nebulosa.
Yo nunca he sido demasiado aficionado a la exobiología, pero Dwinn se mostraba sumamente orgulloso de su trabajo -No puedes imaginarte lo delicado que resulta recrear con exactitud el medio ambiente de tan extraños seres sin que descubran que se hallan fuera de su hábitat normal, me dijo- e insistió en enseñarme el fruto de su último trabajo. Era evidente que no podía rechazar su invitación sin mostrarme descortés, por lo que muy a mi pesar tuve que acceder a regañadientes a acompañarlo; por fortuna, mi amigo estaba tan entusiasmado que no llegó a descubrir mi mal disimulada desgana.
Juntos nos dirigimos hacia una zona del bestiario que se encontraba cerrada al público -estaba en remodelación, me dijo Dwinn de pasada- hasta llegar finalmente frente a una de las barreras energéticas que constituían el límite entre la zona pública del bestiario y los distintos habitáculos de los animales. Mi amigo la atravesó sin vacilar y yo le seguí a continuación no sin cierto reparo por mi parte. No sé definir con exactitud que era lo que yo esperaba encontrar tras la barrera, pero a fuer de ser sincero he de reconocer que me sorprendí.
A pesar de mi cuidado en evitarlo Dwinn debió de captar al menos una parte de mis pensamientos (siempre he tenido la poco recomendable costumbre de pensar en voz demasiado alta), por lo que se volvió hacia mí preguntándome con afabilidad no exenta de diversión la razón de mi sorpresa, sorpresa que con toda seguridad esperaba.
-¿Curioso, eh? Puesto que ignorábamos absolutamente todo acerca de su hábitat natural, optamos por reproducir lo más minuciosamente posible el interior de su vehículo... Y aquí tienes el resultado. -concluyó con satisfacción.
Realmente he de reconocer que me sorprendí; no había la menor duda de que mi amigo había realizado un excelente trabajo. Nos encontrábamos en un pequeño cubículo de apenas diez o doce kicler cúbicos, todo él abarrotado de primitivos pero curiosos aparatos de operación manual hasta cierto punto similares a los que nuestra propia especie había utilizado en los albores de la civilización. La luz, observé con desagrado, era demasiado mortecina y tenía un repulsivo sabor a rancio, mientras la atmósfera, traslúcida y oscura, apenas si dejaba ver a su través debido sin duda a su alta densidad y a su gran riqueza en gases pesados, oxígeno y nitrógeno probablemente... Un ambiente escasamente acogedor para nosotros pero que sin duda debía de responder a las necesidades biológicas de su forzado inquilino.
Durante un instante me estremecí con desasosiego ante la posibilidad de quedar allí atrapado; era una idea completamente absurda, por supuesto, ya que como adulto que era sabía de sobra que en realidad me encontraba en un plano dimensional distinto... Pero lo cierto es que jamás he conseguido librarme del todo del absurdo temor que me invade siempre que visito cualquier complejo hiperdimensional, por lo que no es de extrañar que el realismo del montaje contribuyera, y no poco, a desatar mi atávico e incontrolable temor.
-En efecto. -comentó Dwinn haciéndose eco de mi muda pregunta- Éste es su medio ambiente natural.
-Pero la luz... -conseguí balbucir una vez repuesto de mi momentáneo trastorno.
-Las radiaciones cortas son muy perjudiciales para su organismo; lo mataríamos en muy poco tiempo si utilizáramos radiación de más de treinta far de frecuencia. Reconozco que es una incomodidad tener que observarlo en esta semipenumbra, pero... ¿qué le vamos a hacer? -se resignó con filosofía- Por cierto; ¿te has fijado en él?
Agudizando la vista conseguí no sin esfuerzo ampliar mi campo de visión hasta descubrir, en un extremo del habitáculo y sobre un reposador adaptado a su cuerpo, al curioso espécimen. ¡Gran Hacedor! ¿Cómo podían existir tales aberraciones de la Naturaleza? Porque tal ser era realmente extraño, el más extraño que jamás había tenido ocasión de contemplar. Por lo que pude apreciar, se trataba de un pequeño animal de apenas medio kicler de altura con tan sólo cuatro extremidades (dos, al parecer, con utilidad puramente motora y las otras dos, las superiores, manipuladoras) y una pequeña cabeza (realmente era minúscula, incluso en comparación con la ridícula envergadura del ser) situada incongruentemente en la parte superior de su enteco cuerpo. Ignorante, por supuesto, de nuestra presencia, manejaba con sus torpes y rígidos miembros superiores uno de los aparatos situados frente a él al tiempo que emitía unos sonidos de baja frecuencia totalmente ininteligibles para mí.
-¿Es éste el animal? -pregunté a mi amigo- ¿Es inteligente?
-¡Oh, no! Apenas algo más que un trurz. -respondió con displicencia- Posee cierta capacidad tecnológica en el nivel subcinco y es capaz de emitir pensamientos moderadamente articulados, pero su pequeña mente tiene unas enormes limitaciones; imagínate que ni tan siquiera puede comunicarse telepáticamente o teleportarse...
-¿Que no puede...? ¿Cómo se desplaza entonces? ¿Cómo se comunica con sus semejantes?
-De la manera más primitiva que puedas imaginarte. Se desplaza apoyándose en sus dos extremidades inferiores y, en lo que respecta a sus medios de comunicación, parece ser que genera algún tipo de ondas elásticas en la atmósfera que le rodea; esas dos prominencias que posee a ambos lados de la cabeza tienen la función de recoger estas ondas que modula con la cavidad situada en la parte inferior de la misma.
-Pero si yo le he oído hablar en onda larga...
-Los sonidos que has oído son producidos por un aparato que transforma las ondas mecánicas en otras energéticas de baja frecuencia; fíjate si será primitivo su sistema sensorial, que tan sólo es capaz de detectar directamente una estrecha franja de la zona central de frecuencias, concretamente entre las cuatro y las siete décimas de far... Y eso lo hace exclusivamente con los dos pequeños órganos que posee en la parte superior de la cabeza, ya que el resto de su cuerpo es prácticamente insensible a cualquier clase de radiación. Por ello, gran parte de estos aparatos no tienen otra misión que la de recoger e interpretar toda la información que se escapa a su limitada percepción.
-Ciego, mudo... Y sin embargo se lanzó al cosmos. -comenté distraídamente al tiempo que escudriñaba con curiosidad por todos los rincones de la pequeña habitación.
-No le faltó valor. -corroboró mi amigo- Sobre todo, teniendo en cuenta que el cascarón de su nave apenas si era capaz de desarrollar una velocidad de tres macklas ¡por el espacio normal! Desconoce el hiperespacio y ni tan siquiera tenía protegida a su nave con un simple campo de fuerza; de no haber sido rescatado, la radiación de onda corta le hubiera matado en muy poco tiempo... Aunque de todas formas no creo que llegue a vivir más de tres o cuatro ergos; son unos seres realmente efímeros.
-¿Qué vais a hacer mientras viva?
-Dejarle tal como está ahora. Él cree que continúa en su vehículo ya que sus aparatos de detección han sido modificados de forma que den medidas falsas pero coherentes con las que obtendrían de continuar en el espacio. Estará protegido y cuidado y jamás se dará cuenta del cambio ni sospechará lo más mínimo de nuestra existencia. A su modo será feliz, y podrá morir por causas naturales.
Retornábamos a la agradable claridad del corredor cuando pregunté a mi amigo sobre la procedencia del alienígena; a pesar de mi inicial desinterés, había terminado por sentir curiosidad por el mismo.
-No lo sabemos con exactitud; -confesó éste- pero en todo caso debe de ser originario de alguno de los sistemas situados más allá del Tercer Brazo, ya que fue allí donde lo encontramos. Aunque todavía no hemos terminado de descifrar sus cartas estelares, sí podemos afirmar que no corresponden a ninguna región habitada del espacio.
-El Tercer Brazo... Eso está bastante lejos. -comenté sorprendido al tiempo que llamaba a mis despreocupados hijos.
-Sí, realmente está lejos, máxime si tenemos en cuenta lo primitivo de su vehículo. -corroboró Dwinn al tiempo que bloqueaba el campo de fuerza- Creemos que debió de perderse, ya que su rumbo no conducía hacia ningún lugar habitado en el momento en que lo interceptamos; probablemente sería arrastrado por una tormenta gravitatoria que le hizo atravesar la Gran Nebulosa antes de acabar a la deriva. Por cierto; descubrimos también que no dispone de más medios de comunicación que la simple modulación de radiación de onda larga, la misma que tú has oído antes. Ignoramos cómo pudo arriesgarse a viajar tan lejos de su planeta sin disponer siquiera de un sencillo comunicados hiperespacial; lo que demuestra una vez más que se trata de unos animales realmente estúpidos.
Mientras tanto mis hijos habían llegado. Recogí a ambos, no si protestas por su parte, en sus respectivos alvéolos y me despedí de Dwinn frotándole amistosamente los tentáculos. Ya me retiraba, cuando de repente me volví y le pregunté.
-¿Habéis podido descifrar su lenguaje? -acababa de recordar aquellos extraños sonidos que tan ininteligibles me habían parecido.
-¡Oh, sí! Por supuesto. -sonrió mi amigo- No resultó nada difícil, pero lo cierto es que no resulta nada interesante lo que dice; como ya te expliqué, su actividad mental es muy limitada. No hace sino repetir una y mil veces una llamada de socorro a su planeta, aunque no sé por qué se comporta de una manera tan ilógica; suponiendo que su aparato tuviera la suficiente potencia como para que sus ondas moduladas pudieran llegar hasta su base, aun en el caso de que hubiera continuado en el mismo lugar donde le encontramos una hipotética expedición de socorro no habría podido llegar a él sino hasta mucho después de su muerte.
-¿Tiene nombre su planeta? -realmente no me importaba lo más mínimo, pero a pesar de todo seguía teniendo curiosidad.
-Sí, lo tiene, pero se trata de un nombre muy limitado ya que no define ninguna de las características del mismo; por absurdo que parezca se trata de un simple vocablo sin el menor significado: La Tierra, me parece que es.
Instantes después, y ya definitivamente despedidos, mis hijos y yo retornábamos a casa; todavía me quedaba algo de tiempo para dedicarme a cosas bastante más importantes que el estudio de los animales primitivos, por muy peculiares que éstos pudieran llegar a ser. Mis hijos, por supuesto, opinaban de otra manera.
Publicado el 28-1-2014