El fin del mundo



El fin del mundo llegó cuando menos se esperaba, y lo hizo de la manera más discreta que nadie hubiera imaginado jamás: Simplemente, el Sol se apagó. No fue una extinción gloriosa en forma de nova o supernova tal como predecían las teorías astrofísicas, ni tampoco colapsó sobre sí mismo para formar una de esas extrañas estrellas enanas que tanto intrigaban a los astrónomos... Simplemente se apagó, como se apaga una lámpara al apretar el interruptor. Seguramente esta insólita muerte estelar hubiera hecho correr ríos de tinta (o megabytes de información) en los círculos científicos, pero ya nadie quedaba vivo para certificar su defunción.

La extinción de la vida en la Tierra fue rápida y relativamente tranquila, y duró los escasos días que ésta tardó en enfriarse. Cuando el moribundo planeta terminó de radiar al espacio los últimos restos de la postrer energía recibida del Sol, quedó convertido en un astro inerte en el que había desaparecido todo atisbo de seres vivos. Tan sólo su calor interno, insuficiente a todas luces para alentar vida, impedía que su enfriamiento fuera total, pero eso ya no importaba puesto que la Tierra había muerto para siempre.




Los ecologistas (en realidad este término no es correcto, pero de alguna manera había que denominarlos) del Séptimo Sector Galáctico estaban realmente indignados. El Gobierno Sectorial, desoyendo todas las protestas y todas las recomendaciones, finalmente había llevado a cabo el controvertido proyecto de construcción de la nueva y a todas luces desmesurada estación de tránsito intergaláctico.

Es sabido que las estaciones de tránsito son unos enormes vórtices energéticos que distorsionan la estructura pluridimensional del espacio creando los atajos que permiten cruzar el universo de un extremo a otro sin necesidad de estar sometidos a las restricciones relativistas; tales estaciones de tránsito son imprescindibles para el desarrollo de las civilizaciones galácticas, por lo que nadie, ni tan siquiera los ecologistas más radicales, cuestiona su existencia. Sin embargo, dado que su construcción origina daños irreparables en el medio ambiente al precisar un volumen de muchos parsecs cúbicos completamente libre de estrellas, es conveniente elegir bien el lugar de su emplazamiento buscando que la inevitable destrucción de estrellas sea lo más limitada posible.

Y aquí es donde comenzaron las discrepancias entre el Gobierno Sectorial, que consideraba imprescindible la construcción de la nueva estación de tránsito para potenciar el desarrollo económico de uno de los sectores más deprimidos y olvidados de la galaxia, y unos ecologistas que se oponían frontalmente a la destrucción de uno de los escasos parajes naturales que milagrosamente se había conservado completamente virgen hasta entonces. En las estrellas amenazadas de destrucción, afirmaban estos últimos, existían unos ecosistemas ricos y variados que presentaban una enorme biodiversidad a la que era preciso preservar.

Las estrellas desactivadas -éste era el eufemismo utilizado por los políticos- apenas pasarían de unos cuantos miles, contraatacaba a su vez el consejero de Obras Públicas del Gobierno Sectorial, y en sus sistemas planetarios no había nada digno de ser preservado ya que en ellos tan sólo vivían tan sólo unas cuantas formas inferiores de vida que ni tan siquiera habían logrado desarrollar la navegación interestelar. Su desaparición, según este alto cargo, no supondría pues ninguna pérdida irreparable. Había que dar paso al progreso, remachaba con énfasis en sus intervenciones públicas, y esto no se podía hacer sin pagar algunos costes.

Era una lucha desesperada de David contra Goliat, pero en esta ocasión era el gigante quien llevaba las de ganar. En un movimiento desesperado los defensores de la región amenazada constituyeron una coordinadora de defensa del patrimonio que se dirigió al Gobierno Central Galáctico denunciando lo que consideraban una actuación ilegal del Gobierno Sectorial, al tiempo que reclamaban la suspensión del controvertido proyecto así como la conversión en parque natural de toda la zona objeto de discusión. Por desgracia para ellos el Gobierno Central hizo oídos sordos a sus reivindicaciones alegando que el Gobierno Sectorial tenía transferidas todas las competencias sobre medio ambiente, por lo que era a él a quien debían dirigirse.

Así pues, la estación de tránsito se construyó finalmente para desesperación de todos aquéllos que se habían manifestado contrarios a ella. Por fortuna sus movilizaciones no fueron del todo baldías, ya que a la luz de los escándalos financieros desatados poco después de la inauguración de este centro de comunicaciones (se descubrió que los propietarios de las zonas limítrofes a la estación de tránsito, parientes y amigos todos ellos de varios de los consejeros, habían hecho espléndidos negocios especulando ferozmente con las plusvalías de sus propiedades) el Gobierno Central se apresuró a promulgar una ley intentando cortar de raíz con estos abusos.

Por desgracia la nueva ley, aplaudida unánimemente por la inmensa mayoría de los sectores sociales, no llegó a tiempo para impedir que se destrozara bárbaramente un ecosistema singular en todo el ámbito de la galaxia.


Publicado el 8-6-2005 en Axxón